sábado, 6 de octubre de 2018

A FAVOR DE LA VIDA, CONTRA LA ETERNIDAD Y EL ORDEN

Dibujo de Laurie Lipton

El desorden tiene límites y relieves, respeta la diferencia y en ésta late y prospera la vida, cada vida singular, la que no soporta ser inferior entre todas las vidas. El Orden no, no tiene límite y si lo tiene lo ignora, se expande y se hace llanura inmensa, inacabablemente uniforme, unánime, devasta toda diferencia, toda singularidad queda así por él arrasada y desértica, todos los relieves y paisajes, aunque sean de piedra, son desmenuzados y disueltos como terrones de azúcar bajo la lluvia, o acaban aplastados, cubiertos por lava y ceniza de olvido, por muy elevados y sólidos que parezcan.

El Orden es la norma del universo, su ley propia, su perversa tendencia natural a la autodestrucción, a la jerarquía, a la entropía, a la disolución expansiva que no conoce límite, que avanza aceleradamente siguiendo una dirección única. Su deslumbrante progreso se debe a un acelerador de partículas de muerte, mientras que la vida es la excepción que confirma esa ley totalitaria, porque la vida es consustancial al desorden, porque resiste y se reproduce en dirección contraria, su existencia es efímera y fugaz, como la luz de algunas estrellas errantes. Sólo se vive un instante, ese tiempo en el que se logra frenar a la muerte, vivir es al cabo un estado de prevención y alerta frente al progreso, la aceleración y la expansión de la muerte.

La vida trata de resistirse al olvido, no se lleva bien con los campos y solares abandonados, con la mala memoria de sí misma, trata de no dejarse atrapar por la excitación y el vértigo que produce la velocidad confundida como progreso. De lo que trata la vida es de lograr su propia reproducción y perfección en el limitado margen de su breve existencia. Sabe de esa ley inexorable que rige el destino del cosmos, pero no ignora que ella, siendo tan pequeña, está obligada a no ser insignificante, a seguir una dirección contraria, porque al hacerse humana ha descubierto que es ahí, en ese breve y preciso instante, en ese mínimo y desordenado espacio de resistencia y perfección que es la vida, donde está el lugar de la alegría, el sitio preciso donde puede la vida habitar y prosperar contra la aburrida y fúnebre eternidad del universo.

Deberíamos cuidar más las palabras que empleamos para intentar entender y nombrarlo todo, más aún para entendernos entre humanos y nombrarnos a nosotros mismos. Pongo por ejemplo palabras como libertad, igualdad, diversidad, multiculturalidad, progreso... su revoltijo, su peligroso atractivo y a lo que conduce: a la desaparición de la singularidad y de la significación de la vida, de cada individuo, de cada comunidad y su cultura, al arrasamiento de la diferencia, del amor con el que se buscan los cuerpos, de su cualidad esencial, de su desorden existencial...todos los seres humanos convertidos en clones igualados y repetidos, espectadores de las mismas películas, consumidores de la misma salsa barbacoa publicitada con mil marcas diferentes, hablantes de la misma neolengua colonial, todas y todos “iguales”, súbditos del mismo imperio global, que prospera en su presuroso viaje hacia la autodestrucción.

Sin embargo, la vida clama por ser conservada y perfeccionada, por perpetuarse, alargarse y ser mejorada en duración y excelencia. Exige máxima resistencia y oposición a la muerte, su contención hasta la frontera de lo posible; no admite sumisión, reclama rebeldía, una revolución permanente, un aporte continuado de energía. Sin esa contribución el poder prospera hacia su ilusoria eternidad, se concentra y se reproduce a su modo, se nutre con la energía que absorbe, extrae, que le roba a la vida, si bien sólo puede prolongar su propia existencia muy poco, porque no deja de estar contaminado por la vida, de ser también un poco humano; sólo puede hacerlo mientras impone el Orden y lo expande, lo que no le libra, sólo le anticipa, el diagnóstico terminal, su encefalograma plano.

Al final, la vida, toda la vida, incluso la que se emplea en  acumular y acaparar poder para su exterminio, exhibe su mentira igualitaria: hemos comprobado que los cementerios no excluyen a la gente poderosa

Sólo podemos frenar, intentar detener el progreso de la muerte, no tenemos mejor opción que la libertad y la rebelión contra ese destino totalitario y fatal, un aporte de energía extra, desordenada y revolucionaria, que actúe contra el triunfo de la muerte en vida mineral y presuntamente eterna, una contribución a favor de la materia animada (de ánima, alma), efímera sí, pero consciente de sí. El cosmos avanza autoengañado, porque admite muy mal el concepto de muerte, su inexorable avance  hacia la  Quietud ¿definitiva?, gaseosa inerte y plana, es consustancial a su ordenada y religiosa creencia en una eternidad que a la larga no deja de ser tan fugaz como falsa.

La vida no cuenta con el favor de la eternidad, el triunfo de la vida consiste en pararla, en detener la eternidad cuanto más y cuanto mejor. Creo que esa es, ¡casi nada!, nuestra misión en el universo. Y no es que no me interesen las estadísticas del paro y los desahucios, el naufragio de millones de emigrantes en el mar Mediterráneo o en la frontera mejicana, la puesta en libertad de “la Manada”, el cambio climático o la pelea entre nacionalistas catalanes y españoles...no, no, es que lo primero, lo que más me interesa, es comprender el sentido de la existencia misma, concretamente de la vida en general y de la humana vida en especial, para saber cómo enfrentarme a los sucesos de cada día en este mundo absurdamente ordenado, atrapado en un orden predestinado y fatal, en un destino impuesto, ajeno y contrario a la vida, del que todo eso, todas esa noticias, no dejan de ser episodios anecdóticos, sólo síntomas de la enfermedad que nos acucia, de este fingir que lo sabemos todo, o que no sabemos nada, haciéndonos los sabios o los tontos, a conveniencia.

Lo diré más de una vez, eso que llamamosHistoria” en mayúsculo singular, es una versión simplona, ordenada e interesada del acontecer humano, es la versión propia de las minorías dominantes, es su funcional interpretación del Orden, la expresión de su relato, la exhibición de su poder de dominación, pero lo que realmente sucede me parece a mí que es otra cosa: son historias en plural, cotidianas historias del Común, desordenadas historias de la vida humana que, si acaso, sólo le interesan al Poder como “noticias consumibles”, un producto para el entretenimiento y distracción de la clientela, de las masas, en sus ratos sueltos, así adoctrinadas y ordenadas, con intención preparatoria de eternidad, en modo materialista -óseo/mineral- o religioso -espiritual/gaseoso-, para nada humano, pero que mil veces contado resulta muylógicoy hasta muy “natural” por acostumbrado, pero sobre todo resulta muy, muy  rentable...eso sí,  provisionalmente.

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