Dibujo de Laurie Lipton |
El
desorden
tiene límites
y
relieves, respeta la diferencia y
en
ésta
late y
prospera la
vida, cada
vida singular, la
que
no soporta ser inferior entre todas las vidas.
El Orden
no, no
tiene límite y
si lo tiene lo ignora,
se expande y se hace llanura inmensa,
inacabablemente
uniforme,
unánime,
devasta
toda
diferencia, toda
singularidad queda así
por
él arrasada
y
desértica, todos los
relieves
y paisajes, aunque
sean de piedra,
son
desmenuzados
y disueltos
como
terrones
de azúcar
bajo
la lluvia,
o acaban
aplastados,
cubiertos
por lava
y ceniza
de
olvido,
por muy elevados
y
sólidos que parezcan.
El Orden
es la norma del universo,
su
ley
propia,
su
perversa
tendencia
natural a la
autodestrucción,
a la jerarquía,
a
la
entropía, a
la
disolución
expansiva
que
no conoce
límite, que
avanza aceleradamente
siguiendo
una
dirección única.
Su
deslumbrante progreso se
debe a
un
acelerador
de
partículas de
muerte, mientras
que la vida
es
la excepción que confirma esa ley
totalitaria,
porque
la
vida
es consustancial
al desorden,
porque
resiste
y se reproduce en dirección contraria, su
existencia es efímera
y
fugaz,
como
la luz de algunas estrellas errantes. Sólo
se vive un
instante,
ese tiempo
en el que se
logra
frenar
a la muerte, vivir
es al
cabo un
estado de prevención
y
alerta
frente
al progreso, la aceleración y la expansión de la muerte.
La
vida trata
de resistirse
al
olvido,
no
se lleva bien con los campos y solares abandonados, con
la mala memoria de sí misma, trata
de
no dejarse atrapar por la excitación y
el
vértigo que
produce la velocidad confundida
como
progreso. De lo que trata la vida es de lograr su propia reproducción
y perfección
en el limitado margen de su breve
existencia.
Sabe
de esa ley
inexorable que rige el destino del cosmos,
pero
no ignora que ella,
siendo
tan pequeña,
está
obligada a no
ser insignificante, a seguir
una dirección contraria, porque al
hacerse humana ha
descubierto que es ahí,
en ese breve y
preciso
instante,
en
ese mínimo y desordenado espacio de resistencia y perfección que
es la vida, donde
está
el lugar de
la alegría, el sitio preciso
donde puede
la vida habitar
y prosperar
contra la aburrida
y fúnebre
eternidad del universo.
Deberíamos
cuidar más las palabras que empleamos para intentar entender y
nombrarlo
todo,
más aún
para
entendernos
entre
humanos
y
nombrarnos a
nosotros mismos.
Pongo
por
ejemplo palabras
como
libertad,
igualdad,
diversidad,
multiculturalidad, progreso...
su
revoltijo,
su
peligroso
atractivo y
a lo que conduce: a la desaparición de la singularidad
y
de
la significación
de la vida,
de cada individuo, de
cada comunidad
y su cultura,
al arrasamiento de la diferencia,
del amor con el que se buscan los cuerpos, de
su cualidad esencial,
de su desorden
existencial...todos
los seres humanos convertidos en clones igualados
y repetidos, espectadores de las mismas películas, consumidores de
la misma
salsa
barbacoa publicitada
con mil marcas diferentes,
hablantes de la misma neolengua colonial,
todas y todos “iguales”, súbditos del mismo imperio global, que
prospera en su presuroso
viaje
hacia la autodestrucción.
Sin
embargo, la
vida
clama
por
ser conservada y perfeccionada, por
perpetuarse,
alargarse
y ser
mejorada en
duración
y excelencia. Exige
máxima resistencia y oposición a la muerte, su contención hasta la
frontera de lo posible;
no admite sumisión, reclama
rebeldía,
una
revolución
permanente, un aporte
continuado
de
energía.
Sin
esa
contribución
el poder
prospera hacia
su ilusoria
eternidad,
se concentra y
se
reproduce a su modo,
se nutre con la energía que absorbe,
extrae,
que
le
roba
a la
vida, si
bien
sólo puede prolongar
su
propia existencia
muy
poco,
porque
no deja de estar
contaminado por
la vida,
de ser
también
un poco humano;
sólo
puede
hacerlo mientras
impone
el
Orden
y lo expande, lo que no le libra, sólo
le
anticipa,
el
diagnóstico terminal, su encefalograma
plano.
Al
final,
la vida, toda la vida, incluso
la que se
emplea en acumular
y acaparar poder para su exterminio, exhibe su mentira igualitaria: hemos comprobado que los
cementerios no excluyen a la gente poderosa.
Sólo
podemos frenar, intentar
detener
el
progreso de
la muerte,
no tenemos mejor opción que la libertad y la rebelión contra
ese destino totalitario
y fatal,
un
aporte de energía extra,
desordenada
y revolucionaria, que actúe
contra el triunfo de la
muerte
en
vida
mineral
y presuntamente eterna, una
contribución a
favor de la
materia
animada (de
ánima,
alma),
efímera
sí,
pero consciente
de
sí.
El cosmos
avanza
autoengañado, porque admite
muy mal
el
concepto de muerte, su
inexorable avance hacia la Quietud ¿definitiva?, gaseosa, inerte
y
plana,
es
consustancial a
su
ordenada
y
religiosa
creencia
en una eternidad
que
a la larga no deja de ser tan
fugaz como falsa.
La
vida
no cuenta con el
favor
de la eternidad, el
triunfo de
la vida consiste
en pararla,
en detener
la
eternidad
cuanto
más y
cuanto mejor.
Creo
que esa
es, ¡casi
nada!,
nuestra misión en
el
universo.
Y
no es que no me interesen las estadísticas del paro y los
desahucios,
el naufragio de millones de emigrantes en el mar
Mediterráneo
o
en la frontera mejicana, la puesta en libertad de “la Manada”,
el
cambio climático
o la
pelea entre nacionalistas catalanes y españoles...no,
no,
es
que lo
primero, lo
que
más
me
interesa, es
comprender
el sentido de la existencia
misma,
concretamente de la vida
en
general y de la humana vida
en
especial, para
saber cómo enfrentarme a los
sucesos
de cada día en este mundo absurdamente
ordenado,
atrapado en un
orden predestinado
y
fatal, en
un
destino impuesto,
ajeno
y contrario
a la vida, del que todo eso, todas esa noticias, no dejan de ser
episodios
anecdóticos, sólo
síntomas
de la enfermedad que nos
acucia, de
este fingir
que
lo
sabemos todo, o que no
sabemos nada, haciéndonos
los sabios
o los tontos,
a conveniencia.
Lo
diré más
de una
vez, eso
que llamamos
“Historia”
en
mayúsculo singular,
es una
versión
simplona,
ordenada
e interesada
del acontecer humano, es
la
versión propia
de
las minorías dominantes, es
su
funcional
interpretación
del Orden,
la
expresión de
su relato,
la
exhibición
de su poder de
dominación, pero
lo
que realmente sucede me
parece a mí que es
otra cosa: son
historias en
plural, cotidianas
historias
del Común,
desordenadas
historias
de la vida humana
que,
si acaso, sólo le
interesan
al Poder
como “noticias consumibles”, un
producto
para
el
entretenimiento
y
distracción
de
la
clientela,
de
las
masas,
en
sus ratos sueltos,
así adoctrinadas
y ordenadas, con
intención
preparatoria
de
eternidad,
en
modo materialista -óseo/mineral-
o
religioso -espiritual/gaseoso-,
para
nada humano, pero que
mil veces contado resulta
muy
“lógico”
y
hasta
muy “natural” por acostumbrado, pero sobre todo resulta muy, muy
rentable...eso sí, provisionalmente.
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