miércoles, 26 de septiembre de 2018

"LA TRAMPA DE LA DIVERSIDAD": UNA VERDAD MUY BIEN DESCRITA, CON UNA PÉSIMA CONCLUSIÓN ESTRATÉGICA




La forma social en la que vivimos es económica y materialista, es la capitalista. Es relativamente nueva y, si tenemos la percepción de que es una “mala” forma de sociedad, ello no debería significar que necesariamente demos por “buenas” otras formas sociales anteriores, como el esclavismo o el feudalismo. El capitalismo tiene su origen en una forma de trabajo, la asalariada, por la que unos individuos venden a otros el tiempo de sus vidas dedicado a producir “cosas” que acaban perteneciendo a esos “otros”, con los que establecen una relación de dependencia al cederles el poder de determinar sus vidas, la propiedad de sus vidas. El capitalismo es, pues, una forma de sociedad fundamentada en esa relación de dominio de unas vidas sobre otras, es nuestra forma social actual, globalmente extendida hasta ser considerada la forma “normal” de la sociedad contemporánea. 

Crean esta forma social -y son capitalistas por tanto- aquellos individuos que asumen como propio el principio de dominación que sustenta el trabajo asalariado. Cuando se utilice despectivamente el término “capitalista”, deberíamos tener en cuenta que nos estamos refiriendo a sólo una pequeña minoría, sólo a la parte dominante, sin duda la más beneficiada en esa relación. Pero conviene recordar que esa parte pequeña no podría existir sin el consentimiento de la mayoría asalariada que asume como algo “natural” la venta de sus vidas a esa parte minoritaria de la sociedad, sin cuestionar la naturaleza esclavista del sistema, reduciendo su aspiración a que la esclavitud sea bien remunerada y, además, lo sea de la forma más “educada” posible, evitando la mala imagen que arrastra la esclavitud desde siempre, su primitivismo y brutalidad.

Hubo un individuo de nombre Karl Marx, que desde la posición moderna de su tiempo, “racional” y “científica”, con la misma neutralidad que atribuimos a los ángeles del cielo, observó el funcionamiento de esa nueva forma de economía/sociedad capitalista que acababa de nacer; la estudió y describió minuciosamente, analíticamente, en todos (?) sus componentes y mecanismos de reproducción, creando el método de análisis del capitalismo que conocemos como materialismo histórico o marxismo. Ese método no sólo mantiene hoy su vigencia, sino que ha sido integrado por la sociedad capitalista como uno de sus libros sagrados.

Vista desde la altura de los cielos, la sociedad humana y su funcionamiento pudiera parecer motivada exclusivamente por su aspecto material, lo único visible a esa distancia. Vista de cerca, en su cotidianeidad y a ras de suelo, la visión de la vida humana, como de la naturaleza toda, aparece como una realidad mucho más compleja, mucho más difícil y alejada de la simplificación que supone reducir las motivaciones que mueven el comportamiento individual y las relaciones entre humanos y de éstos con el medio natural, a sólo a lo visible desde las alturas: una masa de vidas individuales que para sobrevivir se ven forzadas a luchar entre sí, en una disputa permanente por la supervivencia, lo que lleva a la acumulación de bienes, que convierte la abundancia en escasez.

El propio conocimiento científico, sustentado en la curiosidad propia de la especie humana, genera una dinámica de indagación, de búsqueda constante en su intento de comprender cuanto existe y en ese intento ha podido constatar recientemente (provisionalmente por tanto), que incluso las formas menos evolucionadas de la vida, en sus estrategias de supervivencia y reproducción, desarrollan formas cooperativas a escala de especie, que suponen la existencia de un conjunto de relaciones que se manifiestan como resultado de un principio “acordado” por los individuos de la especie, que sólo se deja ver en sus efectos materiales, pero cuya existencia misma es inmaterial y, por tanto, invisible. El pensamiento materialista es producto concreto -e histórico, sí- de una época, la Modernidad, de un momento en la evolución de la sociedad humana en la que las élites piensan la sociedad “científicamente”, estableciendo “para siempre” un método de conocimiento que entra en contradicción con su propio principio de provisionalidad. La Posmodernidad no es sino una mala solución a ese error de principio, que no se solventa con usar anteojos “relativos”, con los que la imagen depende de la graduación y color de la lente utilizada en cada momento, atendiendo al interés particular de quien mira. 

Estamos en el epílogo de la Modernidad, significante del agotamiento y decadencia de la ideología reduccionista, exclusivamente materialista, que ignora todo lo que no es visible para no parecer religiosa. A pesar de ello, el pensamiento posmoderno se ha instalado entre nosotros con vocación de permanencia, incluso de eternidad, dados sus “buenos” resultados para quienes lo promueven; bajo el pretexto de contradecir a la Modernidad, ha logrado afianzar sus mismos principios, su materialismo histórico, compartido por sus dos facciones ideológicas, liberalismo y marxismo, ahora en posmoderna versión “neo”: neoliberalismo y neomarxismo, neomodernidad al cabo. Así, ambas ideologías están indisolublemente emparentadas por parejas contradicciones, por su paralelo estancamiento y decadencia pero, sobre todo, por la fuerza de los hechos, que se van desvelando contrarios a su propia, científica e histórica “razón”. Quien a historia mata a historia muere.

Liberalismo y marxismo ya no son sólo teorías que intentan una interpretación coherente de la realidad; hoy, casi tres siglos después, son “hechos” consumados que están certificando una relación de cosanguineidad que ha afectado a cada miembro y al conjunto del cuerpo social, provocándole una enfermedad crónica que camufla su nombre malsonante, “capitalismo”, bajo la apariencia de “progreso”. Como sucede con cualquier otra enfermedad, sólo puede tener conciencia de ella quien la padece, nunca la tendrá el agente nocivo causante de la misma. El capitalismo ha encontrado una solución “natural” para ese sufrimiento, consiste en que los enfermos lo sientan como “normal” si ven que no existe otra alternativa al capitalismo...y es cierto, no existe: hay que crearla.

Entonces, ¿cuál es el milagro que ha hecho posible la expansión y triunfo del capitalismo?...a primera vista parece que fuera el dinero, esa misteriosa transmutación de la materia y la vida toda en moneda, una poderosa y contradictoria abstracción, algo perfectamente inmaterial, que logra ser percibida como única posibilidad de supervivencia individual, tanto por la clase trabajadora como por la clase parasitaria. Sin embargo, como ya dijera en 1969 Fredy Perlman, en “La reproducción de la vida cotidiana”: el Capital no es ni una fuerza natural ni un monstruo artificial creado en algún momento del pasado y que domina la vida humana desde entonces. El poder del Capital no reside en el dinero, ya que el dinero es una convención social, que no tiene más “poder” que el que los seres humanos se disponen a otorgarle; cuando los seres humanos se niegan a vender su trabajo, el dinero no puede realizar ni la tarea más simple, porque el dinero no “trabaja”.

El marxismo aportó su sólida argumentación materialista, que con su base “científica” y “progresista/desarrollista” acabó siendo funcional al “filosófico” proyecto liberal. Pasados esos casi tres siglos de oposición colaborativa, el proyecto dominante es neoliberal, no del todo liberal, pero mínimamente socialista, sin que haya cesado su paradójica relación de afinidad, que hoy continúa con una renovación (neo/posmoderna) de sus respectivas etiquetas. Interpreto esta renovación como la última posibilidad de mantener esa paradójica alianza y su híbrido producto, la sociedad capitalista/desarrollista/progresista, ora en versión privada-liberal, ora estatal-socialista. Tengo el convencimiento de que esta época es el último tramo de su camino, su última oportunidad para seguir imponiendo su materialista “razón” de Progreso, pero lo tengo a sabiendas de que lo intentará perpetuar aunque sea a riesgo de destruir la naturaleza e, incluso, a riesgo de su propia autodestrucción.

Su “neo” es sólo estratégico. De su fracasada estrategia del “estado del bienestar” ha pasado a la del mercado de la diversidad identitaria, al que llaman “multiculturalidad”, que esconde la homogeneidad de pensamiento/mercado único bajo una multiplicidad de estilos de vida que, aunque sea parcialmente, satisfacen la ansiedad identitaria/consumista de la clientela, lo que hubiera sido imposible sin el previo saqueo y apropiación de los bienes comunes universales y sin el vaciado sistemático del principio de comunidad/fraternidad (1) constituyente de la individualidad humana y constituyente del “acuerdo” de la especie al que me refería al comienzo de este escrito.


La vida misma, convertida en mercancía, es estudiada mediante técnicas de mercado, marketing, para segmentarla en identidades grupales sobrepuestas a la sustancial identidad comunitaria que pudiera poner en riesgo el orden jerárquico de la sociedad capitalista. Múltiples identidades parciales son así estimuladas: ideologías políticas, religiosas, ecologistas, de género, nacionalistas, animalistas, veganistas, orientalistas, que llenan ese vacío existencial, esa pérdida de la comunidad y del sentido (individual) de la vida. 

Compitiendo por su representación “democrática”, democráticamente atrapados en las redes de ese nuevo mercado de la diversidad/multiculturalidad que genera “estilos de vida” y  nuevos productos, mercancias asociadas a cada uno de esos estilos (incluidas las ideologías políticas), contribuyendo eficazmente a retroalimentar el ciclo reproductor de la sociedad capitalista. El marketing político es el más útil de todos, el que ofrece al público una amplia y diversa oferta, en un mercado electoral que funciona de forma similar al resto de productos consumibles.

Pues bien, el “rizo” de esta estrategia le corresponde a una emergente facción neomarxista, que de nuevo hace una excelente descripción científica de la posmodernidad, al modo de ángeles neutrales, como si su propia “modernidad” original no hubiera existido, como si nada tuviera que ver con el materialismo/desarrollismo ideológico e histórico al que ahora llaman Progreso y Desarrollo Sostenible al modo “neo”.

Está siendo un éxito editorial un libro titulado “La trampa de la diversidad”, subtitulado "Cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora", cuyo autor es Daniel Bernabé. Es una excelente teorización del “rizo” neomarxista al que me acabo de referir. Lo he leído recientemente y reconozco la brillantez y efectividad de su análisis, de su descripción de la “trampa del identitarismo”, de sus sutiles mecanismos, de la compleja ingeniería social que lo hacen posible. Pero en su conclusión y diagnóstico no logra encubrir su propia trampa. Su propuesta es una vuelta a la casilla de salida, a la conciencia identitaria de clase y materialista, sin querer ver que eso es lo que nos trajo hasta aquí. Sin querer ver la fugacidad del momento histórico en que la clase trabajadora superó la visión materialista de la vida, su identidad de clase esclavizada, para sentirse no como clase sino como comunidad universal, fue el único momento en que tuvo la oportunidad de victoria. Todo lo que sigue es el relato de una continuada derrota.
Sinceramente, creo que el error no es intencionado, como tampoco lo fuera en Karl Marx cuando escribiera su magnífico análisis del capitalismo hace doscientos años. Sabemos por experiencia que, muchas veces, las buenas intencione,s no bastan e, incluso, acaban muy mal. Aún así, recomiendo la lectura de este libro.


No era necesario recurrir a explicaciones religiosas de la realidad, ni esperar a que la física cuántica certificara “científicamente” la existencia de relaciones invisibles entre la materia: la propia experiencia humana “sabe” de esa existencia por constatación, no por teoría. Sabemos, además, que esas relaciones no son neutras, sino que tienen “cualidades”, que las hacen perjudiciales o beneficiosas, al menos en el caso de la materia viva y más aún para la vida que mejor conocemos, la humana. En el metabolismo-interacción con la diversidad propia del medio natural, resultan culturas diversas que afrontan su metabolismo con formas diferenciadas de organizar la vida, pero no puede ser casualidad que todas tengan en común una intención de comunidad. Para ello es necesaria la activación de una voluntad, el uso de lo que llamamos libertad, inclinada hacia una u otra cualidad de las relaciones entre humanos y con la naturaleza. En el caso de la materia inerte, sabemos que ésta, carente de voluntad propia, navega inconsciente por el cosmos hacia su autodestrucción, determinada por una ley exterior que llamamos entropía. La materia viva, sin embargo, en algún momento se rebeló contra esa ley al tener consciencia de sí misma, cuando se hizo humana. 

La intención de comunidad puede ser interpretada y resuelta en modo diferente en cada cultura y en cada lugar, pero no puede ser casualidad que todas las culturas conocidas hayan pensado la comunidad como una relación de fraternidad universal, que protege de la autoritaria y fúnebre ley de la entropía a cada individuo y al conjunto de la especie o que al menos la frena en sus efectos inmediatos, en lo que dura la vida, para que ésta merezca ser vivida. De ahí nuestra resistencia a la enfermedad, a la muerte y a toda ley externa, como la entropía, que quiera doblegar nuestra libertad, doblegar a la vida, anulando nuestro universal “acuerdo” de fraternal comunidad, de organización comunitaria de la vida, al modo humano, en libre y fraternal convivencia de iguales, compartiendo igualitariamente la Tierra y el Conocimiento.
Por eso que el sistema de dominación en el que ahora vivimos -capitalismo- tiene los días contados, aunque fueran muchos y se nos hagan muy largos. Su superación es sólo cuestión de tiempo: el que tardemos en darnos cuenta y nos pongamos a ello. 

La rebelión de la vida contra la entropía/capitalismo continúa.



(1) Una banda de asesinos pueden asociarse en comunidad. La fraternidad universal es necesariamente la forma propia de la sociedad humana. Para lo que estamos tratando no nos vale cualquier forma de comunidad...ni racista, nacionalista, sexual o clasista...ninguna comunidad parcial y reduccionista, sólo la fraternal y universal comunidad humana. Las  identidades  individuales forman parte de la conflictividad natural que se deriva de la convivencia, pero la identidad de clase NO, porque no es una identidad natural, al igual que el capitalismo no es nuestra forma natural de organizarnos socialmente.

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