Con
el estallido de la última crisis del capitalismo, la de 2008, se
abrió en la izquierda una época de duro debate interno, que todavía
continúa, sin que se advierta avance alguno a pesar de las múltiples
propuestas de revisión que provienen del mundo académico o bien de
los movimientos sociales que se mueven en el espectro ideológico
autodenominado genéricamente como “fuerzas de izquierda” o
“progresistas”, quedándose en una posición estética y
puramente teórica y testimonial, mientras que de su praxis política
lo que se deduce es promiscuidad de intereses liberal-socialistas.
El
pensamiento marxista tiene su baluarte en el mundo académico, donde
mantiene su hegemonía en una situación que le viene bien a la
nómina de la vanguardia intelectual de la izquierda, pero que ha
llegado a borrar los perfiles de ambas cosmovisiones, liberalismo y
socialismo, apenas distinguibles sólo en la propaganda electoral,
percibidos como una única ideología de gobierno, vertebrada en
torno a principios comunes, de materialismo/desarrollista y
heteronomía/estatista, versiones respectivas de un mismo sistema
conservador/reformista, estatal/capitalista.
Ocasionalmente,
sólo algunas minorías de tradición marxista se pronuncian
críticamente, reivindicando su carácter “revolucionario”. Son
neomarxistas de nuevo y variado cuño, que se han atrevido a revisar
las viejas creencias y andan enzarzados en definir nuevas estrategias
actualizadas a la nueva situación, que suponen un cierto grado de
revisionismo y que pretenden
la
recuperación de su maltrecha tradición “revolucionaria”.
Uno
de esos neomarxistas académicos ha sido especialmente polémico, se
trata de Jhon Holloway, con su propuesta de “revolución de las
grietas”, donde propone
hacer
la revolución sin tomar el poder, a partir de “minar” el sistema
desde un supuesto principio de negación y la consiguiente
autoorganización
de las masas proletarias… No
podía
ser más provocador con la ortodoxia “revolucionaria”, ni podía
ser más inconsistente su propuesta, necesitada de una conciencia de
clase hoy inexistente, porque se la cargó, si alguna vez la hubo, la
propia ideología materialista/progresista, neoliberal y/o
marxista.
Así, su propuesta de “revolución por agrietamiento” no deja de
ser un brindis al sol sin reconocer el error capital
del
marxismo: su visión exclusivamente materialista de la vida humana y
su visión
gregaria de la sociedad, su olvido del sujeto y de la ética que le
lleva al mismo sitio del que partía, a la formulación de una
revolución imposible.
Ignora
Holloway que las masas proletarias conforman la sociedad del
presente, que el poder hoy dominante a escala global
está
organizado en una compleja estructura matrimonial
estatal-capitalista, que no se sostendría sin la colaboración, por
activa y por pasiva, de las masas proletarias que son producto del
propio sistema. Ignora que esas masas han sido educadas en lo que
académicamente los marxistas denominan
“materialismo
histórico” y que en la vida real se traduce en
“adoración
al dinero”. Ignora que el esclavo resultante comparte el mismo
pensamiento que su amo en versión pequeñoburguesa. Quiere dinero,
dinero y no buenas palabras. Si el dinero le llega con regularidad
(caso
de los proletarios de clase media) no tendrá
inconveniente
en votar a quien se lo ofrezca mejor envuelto, sea éste neoliberal o
socialista; si le llega precariamente se rebotará en conservador; y
si atisba la pobreza, como
lumpenproletariado
se
hará delincuente o nutrirá
las
filas del fascismo. Esa es toda la pluralidad de la clase proletaria
educada en las escuelas y universidades del Estado
y
en las empresas del Capital, producto del materialismo histórico,
liberal y marxista, un individuo irresponsable y aislado, tan
incapacitado para la convivencia como para ejercer su propia
autonomía (libertad), un individuo errante que busca el sentido de
su vida
allí donde le han enseñado que está, en el dinero.
No
es de extrañar que los veamos actuar como desorientados, a golpe de
improvisación y reacción, a remolque de la iniciativa del sistema
dominante. Siempre repitiendo un mismo ciclo de “esperanza”
revolucionaria cifrada en clave electoral, en secuencias cada vez más
decepcionantes y cada vez más cortas y agónicas: zapatismo, verano
argentino de 2001, primavera árabe, 15M, Xiriza griega, Podemos
español, indigenismo Boliviano, Socialismo bolivariano, autonomismo
Kurdistaní... que les está sumiendo en un estado de agotamiento y
decadencia que transparenta su estancamiento ideológico y, aún más,
existencial. Que a base de insistir en la esperanza por un mundo
mejor, lo que transmite es desesperanza, con su propuesta de
resistencia a la desesperada, que en definitiva no es sino un mensaje
de derrota y rendición.
A
golpe de improvisación y siempre reinagurando “nuevos” procesos
de reconstrucción de la izquierda y luego de comprobar que cada
nuevo movimiento social (sindicalismo, ecologismo, indigenismo,
mulculturalismo, liberación homosexual, ideología de género...) es
rápidamente engullido por la maquinaria ideológica y fáctica del
sistema dominante...hasta hacerse oficial y perfectamente
institucional, como sucede en su más actual y preclaro ejemplo, el
de la política de género, convertida en política de Estado,
funcional al sistema de dominación, que es servida por una nutrida
nómina de funcionarios policiales, jurídicos, académicos,
periodísticos, trabajadores sociales, etc.
No
obstante, hay que valorar la autocrítica que hace Jhon Holloway,
cuando dice:
“Lo
peor de todo es que el pensamiento de extrema izquierda se convirtió
en una denuncia sobre lo malo que es el sistema, en vez de pensar
sobre cómo salir de aquí. Pero quizás tengan razón. Tal vez no
hay salida; se han cerrado todas las salidas. Tal vez, si somos
académicos y hemos trabajado sobre la Teoría Marxista durante
cincuenta años, tememos decir que estábamos equivocados, todo fue
un error; solo fue un sueño que tuvimos algunos de nosotros”.
Su
teoría-estrategia de “cómo salir de aquí” es la teoría del
agrietamiento, expuesta en su libro “Agrietar el capitalismo”,
doblemente subtitulado “el hacer contra el trabajo” y “cómo
cambiar el sistema sin tomar el poder”. Con esa teoría pretendía
renovar, incluso reinventar, el marxismo.
En la
actualidad, la izquierda vuelve a estar atrapada en una falsa
dialéctica propiciada desde el sistema: emigración o fascismo. De
nuevo vuelve a fortalecer el sistema, jugando al antifascismo
emocional y facilón, reanimando el espantajo histórico del
fascismo, entrando al trapo y contribuyendo a tapar la causa última,
tanto de las migraciones como del auge del fascismo, que no es sino
la neoreligión del dios Dinero, que tiene por oficiantes al
progresismo materialista, sentado a derecha e izquierda del nuevo
dios-padre. Todavía no han llegado a pensar que el propio
pensamiento marxista pueda ser agente activo y necesario al sistema y
que, por eso, ellos no pueden ver una salida. Y, por tanto, no es de
extrañar su retórico y agónico recurso a la esperanza, porque no
ven, no pueden ver, una salida.
Su
materialismo histórico es más materialista y menos histórico que
el del propio Marx. Le dio alas al proyecto global de la burguesía
neoliberal, les impidió comprender el meollo de la estrategia
capitalista. Tras la Segunda Guerra Mundial pensaron que tenían que
entrar en el juego de la democracia burguesa, competir en el sistema
para darle a la gente lo mismo que estaba ofreciendo el capitalismo
occidental, un Estado capitalista mejorado, un Estado de Bienestar.
Se hicieron socialdemócratas-liberales a partir del ensayo
eurocomunista, que despejó el camino a la socialdemocracia. Y no han
salido de ahí, siguen autodenominándose “progresistas”, como si
no fuera su progreso, exclusivamente materialista, la clave que
sustenta el poder de la clase burguesa a la que dicen combatir. ¿Cómo
podían siquiera imaginar que la naturaleza destructiva del
capitalismo pudiera nutrirse con su adoctrinamiento de la clase
proletaria, encandilada con su nueva y religiosa fe en la profecía
del Progreso?... no pudieron ver lo útiles que fueron y siguen
siendo al proyecto de dominación de las élites burguesas.
Menos aún
que el propio Marx, no comprendieron la naturaleza autodestructiva de
su promesa materialista, nunca llegaron a comprender la podredumbre
genética del capitalismo, nunca entendieron que su Estado de
Bienestar sólo fue posible al precio de más de setenta millones de
muertos que produjo la Segunda Guerra Mundial. Y que sólo fue
posible fugazmente, durante apenas un cuarto del último siglo; y
aunque Eso se acabó, siguen exhibiendo la misma venda en los ojos,
sin poder ver nada de lo que sucede, sin comprender nada de la
experiencia humana y nada de su propia historia.
Y por eso
se les ve errantes por el mundo, como espantando moscas imaginarias,
dando puñetazos al aire, como zombis, sin comprender que estamos en
el preámbulo de una repetición programada, que la guerra comercial
actual y los grandes movimientos migratorios del presente están
preparando el terreno, que son ya la primera fase de la tercera
guerra mundial en ciernes, porque al capitalismo le pasa lo mismo que
a ellos, que no ven otra salida.
Necesitan
que “desaparezca” mucha gente sobrante, esa a la que el Capital
ya no puede ofrecer trabajo y que ya no puede ser mantenida por el
Estado. Y tiene que abaratarse el escaso empleo disponible con la
entrada de emigrantes baratos, así la xenofobia está servida,
proletarios europeos y africanos, unos contra otros y todos contra
todos, la clase proletaria matándose a sí misma. Proletarios del
mundo dispuestos a competir en la batalla por ganar una esclavitud
asalariada, por un empleo. Pero ¿es que no hacen lo mismo los
capitalistas, competir entre sí, no es eso el Mercado?... no debería
extrañarnos que siendo el trabajo una mercancía más puesta a la
venta, participe en la misma competencia que entre el resto de
mercancías. Pero resulta que no es exactamente así, que existe una
diferencia nada sutil: los capitalistas nunca morirán ahogados en el
Mediterráneo, ni tampoco caerán abatidos en los campos de batalla,
los que morirán serán todos "clase proletaria", no
empresarios, ni políticos, ni generales. Todos los muertos volverán
a ser plebe, tropa rasa, más o menos voluntaria o mercenaria, más o
menos patriota, pero todos clase proletaria. Proletarios humanitarios
contra proletarios xenófobos, proletarios demócratas contra
proletarios fascistas, proletarios machistas contra proletarios
feministas, proletarios unionistas contra proletarios secesionistas,
proletarios contra proletarios.
Se les ve
venir, dispuestos otra vez a justificarse excitando a las masas, para
distraerlas del problema real, resucitando la conciencia de clase con
el recurso al antifascismo, agitando el espantajo del fascismo para
que la tropa se mate entre sí, en patriótico mutualismo de clase.
Me pregunto ¿cuántos muertos serán necesarios esta vez para
mantener la ganancia, el estatus quo, el beneficio del capital y la
nómina del izquierdismo, cuántos para hacer ecológico y sostenible
el Sistema?
No pueden
ver este planificado genocidio de clase. No pueden verlo porque miran
la realidad a través de grietas, de rendijas que sólo permiten ver
trocitos de realidad. Y así no pueden ver la revolución como una
enmienda a la totalidad, que eso y no otra cosa es la revolución.
Aún así, casi todos los neomarxistas ya califican de
“contrarrevolución” a los fracasados progresismos y socialismos
de estado y hay que reconocerles que -como el señor Holloway- hayan
empezado a sospechar que el marxismo "real" y su académica
teoría materialista de la historia pudieran ser hoy parte del
sistema totalitario dominante...demofascismo global -pensamos otros-
a superar no mediante grietas, sino por una revolución integral cuyo
sujeto material y moral, individual y colectivo, será necesariamente
autoconstruido (o no será) a partir de los despojos de
individualidad y comunidad que hoy es, somos, la clase proletaria.
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