viernes, 24 de agosto de 2018

LA NEOCONTRAREVOLUCIÓN. A JOHN HOLLOWAY, SEÑOR DE LAS GRIETAS

Con el estallido de la última crisis del capitalismo, la de 2008, se abrió en la izquierda una época de duro debate interno, que todavía continúa, sin que se advierta avance alguno a pesar de las múltiples propuestas de revisión que provienen del mundo académico o bien de los movimientos sociales que se mueven en el espectro ideológico autodenominado genéricamente como “fuerzas de izquierda” o “progresistas”, quedándose en una posición estética y puramente teórica y testimonial, mientras que de su praxis política lo que se deduce es promiscuidad de intereses liberal-socialistas.
El pensamiento marxista tiene su baluarte en el mundo académico, donde mantiene su hegemonía en una situación que le viene bien a la nómina de la vanguardia intelectual de la izquierda, pero que ha llegado a borrar los perfiles de ambas cosmovisiones, liberalismo y socialismo, apenas distinguibles sólo en la propaganda electoral, percibidos como una única ideología de gobierno, vertebrada en torno a principios comunes, de materialismo/desarrollista y heteronomía/estatista, versiones respectivas de un mismo sistema conservador/reformista, estatal/capitalista.
Ocasionalmente, sólo algunas minorías de tradición marxista se pronuncian críticamente, reivindicando su carácter “revolucionario”. Son neomarxistas de nuevo y variado cuño, que se han atrevido a revisar las viejas creencias y andan enzarzados en definir nuevas estrategias actualizadas a la nueva situación, que suponen un cierto grado de revisionismo y que pretenden la recuperación de su maltrecha tradición “revolucionaria”.
Uno de esos neomarxistas académicos ha sido especialmente polémico, se trata de Jhon Holloway, con su propuesta de “revolución de las grietas”, donde propone hacer la revolución sin tomar el poder, a partir de “minar” el sistema desde un supuesto principio de negación y la consiguiente autoorganización de las masas proletarias… No podía ser más provocador con la ortodoxia “revolucionaria”, ni podía ser más inconsistente su propuesta, necesitada de una conciencia de clase hoy inexistente, porque se la cargó, si alguna vez la hubo, la propia ideología materialista/progresista, neoliberal y/o marxista. Así, su propuesta de “revolución por agrietamiento” no deja de ser un brindis al sol sin reconocer el error capital del marxismo: su visión exclusivamente materialista de la vida humana y su visión gregaria de la sociedad, su olvido del sujeto y de la ética que le lleva al mismo sitio del que partía, a la formulación de una revolución imposible.

Ignora Holloway que las masas proletarias conforman la sociedad del presente, que el poder hoy dominante a escala global está organizado en una compleja estructura matrimonial estatal-capitalista, que no se sostendría sin la colaboración, por activa y por pasiva, de las masas proletarias que son producto del propio sistema. Ignora que esas masas han sido educadas en lo que académicamente los marxistas denominanmaterialismo histórico” y que en la vida real se traduce enadoración al dinero”. Ignora que el esclavo resultante comparte el mismo pensamiento que su amo en versión pequeñoburguesa. Quiere dinero, dinero y no buenas palabras. Si el dinero le llega con regularidad (caso de los proletarios de clase media) no tendrá inconveniente en votar a quien se lo ofrezca mejor envuelto, sea éste neoliberal o socialista; si le llega precariamente se rebotará en conservador; y si atisba la pobreza, como lumpenproletariado se hará delincuente o nutrirá las filas del fascismo. Esa es toda la pluralidad de la clase proletaria educada en las escuelas y universidades del Estado y en las empresas del Capital, producto del materialismo histórico, liberal y marxista, un individuo irresponsable y aislado, tan incapacitado para la convivencia como para ejercer su propia autonomía (libertad), un individuo errante que busca el sentido de su vida allí donde le han enseñado que está, en el dinero.
No es de extrañar que los veamos actuar como desorientados, a golpe de improvisación y reacción, a remolque de la iniciativa del sistema dominante. Siempre repitiendo un mismo ciclo de “esperanza” revolucionaria cifrada en clave electoral, en secuencias cada vez más decepcionantes y cada vez más cortas y agónicas: zapatismo, verano argentino de 2001, primavera árabe, 15M, Xiriza griega, Podemos español, indigenismo Boliviano, Socialismo bolivariano, autonomismo Kurdistaní... que les está sumiendo en un estado de agotamiento y decadencia que transparenta su estancamiento ideológico y, aún más, existencial. Que a base de insistir en la esperanza por un mundo mejor, lo que transmite es desesperanza, con su propuesta de resistencia a la desesperada, que en definitiva no es sino un mensaje de derrota y rendición.
A golpe de improvisación y siempre reinagurando “nuevos” procesos de reconstrucción de la izquierda y luego de comprobar que cada nuevo movimiento social (sindicalismo, ecologismo, indigenismo, mulculturalismo, liberación homosexual, ideología de género...) es rápidamente engullido por la maquinaria ideológica y fáctica del sistema dominante...hasta hacerse oficial y perfectamente institucional, como sucede en su más actual y preclaro ejemplo, el de la política de género, convertida en política de Estado, funcional al sistema de dominación, que es servida por una nutrida nómina de funcionarios policiales, jurídicos, académicos, periodísticos, trabajadores sociales, etc.

No obstante, hay que valorar la autocrítica que hace Jhon Holloway, cuando dice:
Lo peor de todo es que el pensamiento de extrema izquierda se convirtió en una denuncia sobre lo malo que es el sistema, en vez de pensar sobre cómo salir de aquí. Pero quizás tengan razón. Tal vez no hay salida; se han cerrado todas las salidas. Tal vez, si somos académicos y hemos trabajado sobre la Teoría Marxista durante cincuenta años, tememos decir que estábamos equivocados, todo fue un error; solo fue un sueño que tuvimos algunos de nosotros”.
Su teoría-estrategia de “cómo salir de aquí” es la teoría del agrietamiento, expuesta en su libro “Agrietar el capitalismo”, doblemente subtitulado “el hacer contra el trabajo” y “cómo cambiar el sistema sin tomar el poder”. Con esa teoría pretendía renovar, incluso reinventar, el marxismo.

En la actualidad, la izquierda vuelve a estar atrapada en una falsa dialéctica propiciada desde el sistema: emigración o fascismo. De nuevo vuelve a fortalecer el sistema, jugando al antifascismo emocional y facilón, reanimando el espantajo histórico del fascismo, entrando al trapo y contribuyendo a tapar la causa última, tanto de las migraciones como del auge del fascismo, que no es sino la neoreligión del dios Dinero, que tiene por oficiantes al progresismo materialista, sentado a derecha e izquierda del nuevo dios-padre. Todavía no han llegado a pensar que el propio pensamiento marxista pueda ser agente activo y necesario al sistema y que, por eso, ellos no pueden ver una salida. Y, por tanto, no es de extrañar su retórico y agónico recurso a la esperanza, porque no ven, no pueden ver, una salida.

Su materialismo histórico es más materialista y menos histórico que el del propio Marx. Le dio alas al proyecto global de la burguesía neoliberal, les impidió comprender el meollo de la estrategia capitalista. Tras la Segunda Guerra Mundial pensaron que tenían que entrar en el juego de la democracia burguesa, competir en el sistema para darle a la gente lo mismo que estaba ofreciendo el capitalismo occidental, un Estado capitalista mejorado, un Estado de Bienestar. Se hicieron socialdemócratas-liberales a partir del ensayo eurocomunista, que despejó el camino a la socialdemocracia. Y no han salido de ahí, siguen autodenominándose “progresistas”, como si no fuera su progreso, exclusivamente materialista, la clave que sustenta el poder de la clase burguesa a la que dicen combatir. ¿Cómo podían siquiera imaginar que la naturaleza destructiva del capitalismo pudiera nutrirse con su adoctrinamiento de la clase proletaria, encandilada con su nueva y religiosa fe en la profecía del Progreso?... no pudieron ver lo útiles que fueron y siguen siendo al proyecto de dominación de las élites burguesas.

Menos aún que el propio Marx, no comprendieron la naturaleza autodestructiva de su promesa materialista, nunca llegaron a comprender la podredumbre genética del capitalismo, nunca entendieron que su Estado de Bienestar sólo fue posible al precio de más de setenta millones de muertos que produjo la Segunda Guerra Mundial. Y que sólo fue posible fugazmente, durante apenas un cuarto del último siglo; y aunque Eso se acabó, siguen exhibiendo la misma venda en los ojos, sin poder ver nada de lo que sucede, sin comprender nada de la experiencia humana y nada de su propia historia.

Y por eso se les ve errantes por el mundo, como espantando moscas imaginarias, dando puñetazos al aire, como zombis, sin comprender que estamos en el preámbulo de una repetición programada, que la guerra comercial actual y los grandes movimientos migratorios del presente están preparando el terreno, que son ya la primera fase de la tercera guerra mundial en ciernes, porque al capitalismo le pasa lo mismo que a ellos, que no ven otra salida. 
Necesitan que “desaparezca” mucha gente sobrante, esa a la que el Capital ya no puede ofrecer trabajo y que ya no puede ser mantenida por el Estado. Y tiene que abaratarse el escaso empleo disponible con la entrada de emigrantes baratos, así la xenofobia está servida, proletarios europeos y africanos, unos contra otros y todos contra todos, la clase proletaria matándose a sí misma. Proletarios del mundo dispuestos a competir en la batalla por ganar una esclavitud asalariada, por un empleo. Pero ¿es que no hacen lo mismo los capitalistas, competir entre sí, no es eso el Mercado?... no debería extrañarnos que siendo el trabajo una mercancía más puesta a la venta, participe en la misma competencia que entre el resto de mercancías. Pero resulta que no es exactamente así, que existe una diferencia nada sutil: los capitalistas nunca morirán ahogados en el Mediterráneo, ni tampoco caerán abatidos en los campos de batalla, los que morirán serán todos "clase proletaria", no empresarios, ni políticos, ni generales. Todos los muertos volverán a ser plebe, tropa rasa, más o menos voluntaria o mercenaria, más o menos patriota, pero todos clase proletaria. Proletarios humanitarios contra proletarios xenófobos, proletarios demócratas contra proletarios fascistas, proletarios machistas contra proletarios feministas, proletarios unionistas contra proletarios secesionistas, proletarios contra proletarios.

Se les ve venir, dispuestos otra vez a justificarse excitando a las masas, para distraerlas del problema real, resucitando la conciencia de clase con el recurso al antifascismo, agitando el espantajo del fascismo para que la tropa se mate entre sí, en patriótico mutualismo de clase. Me pregunto ¿cuántos muertos serán necesarios esta vez para mantener la ganancia, el estatus quo, el beneficio del capital y la nómina del izquierdismo, cuántos para hacer ecológico y sostenible el Sistema?

No pueden ver este planificado genocidio de clase. No pueden verlo porque miran la realidad a través de grietas, de rendijas que sólo permiten ver trocitos de realidad. Y así no pueden ver la revolución como una enmienda a la totalidad, que eso y no otra cosa es la revolución. Aún así, casi todos los neomarxistas ya califican de “contrarrevolución” a los fracasados progresismos y socialismos de estado y hay que reconocerles que -como el señor Holloway- hayan empezado a sospechar que el marxismo "real" y su académica teoría materialista de la historia pudieran ser hoy parte del sistema totalitario dominante...demofascismo global -pensamos otros- a superar no mediante grietas, sino por una revolución integral cuyo sujeto material y moral, individual y colectivo, será necesariamente autoconstruido (o no será) a partir de los despojos de individualidad y comunidad que hoy es, somos, la clase proletaria.


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