Proletarismo, fascista y progresista |
Hay
una mayoría social que prefiere no pensar, ni en “la política”
ni, por extensión, en “la sociedad”. Que sólo está interesada
en su día a día, en las obligadas circunstancias que determinan su
propia y aislada vida individual. Y si se pronuncia, casi siempre es
con las mismas frases que escucha en su canal de televisión
preferido, escasamente diferentes a las más repetidas en las redes
sociales que frecuenta, porque cree que “participar” de la
opinión “pública” es lo mejor a su propia supervivencia. Así,
como mucho, su crítica al “sistema” en el que vive inmerso
consiste en pensar que el peor daño que éste causa es al medio
ambiente, es el calentamiento global o es su baja calidad
democrática..., no puede pensar que mucho más trascendente es el
daño causado a su propia individualidad, a su propia libertad de
conciencia, a cada individuo concreto cuya vida es a diario objeto de
adoctrinamiento, manejada como mercancía laboral de obsolescencia
programada, incompatible por tanto con todo proyecto de autonomía
personal y de fraternidad social, de convivencia en comunidad.
Este individuo medio que somos se ha convertido, por estado de necesidad, en un individuo cuya vida carece de sentido propio, en un irresponsable acostumbrado a delegar, a esperar todo de fuera de sí mismo, del Estado, de la Ciencia y la Tecnología, o de la Suerte…
Este individuo medio que somos se ha convertido, por estado de necesidad, en un individuo cuya vida carece de sentido propio, en un irresponsable acostumbrado a delegar, a esperar todo de fuera de sí mismo, del Estado, de la Ciencia y la Tecnología, o de la Suerte…
Pero
este individuo que somos todos posee una cualidad innata que le es
propia, que no puede rehuir, es su libertad de conciencia, su
capacidad de elegir, que le hace plenamente responsable de sus actos
ante un tribunal exclusivo, el de su propia conciencia. No hay que
considerarle, pues, una víctima del sistema, por muy
obligado que se vea. Sólo él, cada uno de nosotros, es y somos
plenamente responsables. La victimización es la más sutil forma de
anulación del individuo.
Denomino
“batalla interna del Yo” a la que libramos cada individuo en
ejercicio de la libertad de conciencia que nos constituye como
humanos, en cuyo campo se enfrentan un yo-libertario
y
fraternal
contra otro
yo-gregario y asocial. Del
resultado de esa batalla depende el futuro de la humanidad en su
conjunto, sin
ese individuo inclinado hacia su propia autonomía y hacia la
convivencia comunitaria, toda idea de vida fraternal, en comunidad,
es imposible. El bien y el mal no están predeterminados, sino que
forman parte de la cotidiana realidad y
siempre serán opciones presentes, caminos a tomar por ese individuo:
libertad-emancipación
o esclavitud-sumisión.
La
clase proletaria, según la propia definición marxista, es un
producto de la burguesía, no existía con anterioridad al
desarrollo simultáneo del Capitalismo y del Estado. Es el desarrollo
cuantitativo de las fuerzas productivas lo que da inicio a la
Modernidad que toma cuerpo como Ilustración y como Revolución
industrial-burguesa. Su ideal revolucionario es liberal, es la
democracia como gobierno del “Pueblo”, definido éste como noción
abstracta que incluye en un sólo cuerpo, “nacional-estatal”, a
todas las clases anteriores provenientes del viejo regimen: nobleza,
clero, burguesía y campesinado. Esta interpretación del “pueblo”
y de la “democracia” constituye el condimento del moderno sistema
de revolución negativa, el de la dominación burguesa
estatal-capitalista, que desde hace casi tres siglos se ha
consolidado bajo gobiernos con signos ideológicos aparentemente
contrarios (liberales, conservadores, socialistas, fascistas,
comunistas...), sin que por ello se haya modificado un ápice el
original y moderno proyecto burgués de Dominación, que sigue
sustentándose sobre la misma estructura simbiótica que forman
Capital y Estado, progresivamente perfeccionada.
Pienso que el proyecto de “revolución” izquierdista, cuya teórica finalidad consiste en la emancipación y conquista del poder por la clase proletaria, se puede dar por razonablemente fracasado tras estos tres siglos de experiencia histórica, ¿o es necesario alargar este plazo mucho más?, ¿cuántos años o siglos más son necesarios para demostrar que se trata de un proyecto de igual naturaleza que el de la burguesía dominante o, al menos, con igual resultado?
Tiene
toda la lógica del mundo que un emergente proyecto de revolución
integral cuestione hoy el izquierdismo como parte del sistema de
dominación a superar. Su reacción es de esperar: nos querrán
incluir en el bloque de “la competencia”, en la facción
derechoide que se corresponde con su esquema partidista y clasista de
democracia burguesa... ¡cómo entender que ellos formen parte del
sistema a destruir!, ¡cómo admitir que “su” clase proletaria no
sea otra cosa que una abstracción tan ilusoria y burguesa como la
idea de nación/estado?
Piensa
el izquierdismo que “el pueblo” es una categoría singular,
metafísica y cuasirreligiosa. No ven que en la realidad lo que
existen son pueblos en plural, poblaciones, formas plurales de
habitar el mundo, pueblos que han desarrollado lenguas y culturas
diferentes como resultado de su singular interacción,metabolismo,
con el lugar que habitan; no ven que lo que ellos nombran “el
pueblo” pueda ser otra cosa que una clase social, que puedan ser
una pluralidad de “poblaciones” singulares, compuestas de
individuos diferentes y singulares, cuyas vidas coinciden en una
geografía concreta. Y que por esa coincidencia -y de no imponerse el
uso de violencia, robo o jerarquía-, su natural tendencia es a la
convivencia igualitaria, en comunidad de bienes, como sucediera
siempre que las comunidades populares han sido capaces de
autoorganizarse por sí mismas.
¿Cómo
van a entender que hoy ellos formen parte de las fuerzas
reaccionarias (estatales, capitalistas o ambas a la vez) que impiden
la revolución hoy necesaria, la que hoy sólo puede ser concebida
como revuelta integral y como antítesis del sistema de dominación
del que ellos, por mérito propio, han llegado a ser parte material e
histórica? , ¿cómo van a admitir ahora que partidos y sindicatos
sean formaciones sociales artificiales, de origen y naturaleza
jerárquica, que responden a la estrategia burguesa de imponer y
perpetuar la lucha de clases, porque en esa lucha las élites
dirigentes de la izquierda, como de toda la burguesía, siempre
tienen todas las de ganar, siempre que tengan asegurado el control
del aparato militar y legal (Estado), que a su vez sirve a la defensa
del robo (privado o estatal) de los bienes comunales y de los medios
de producción (Capitalismo).
¿Cómo
admitir ahora que todos los sacrificios, e incluso las muertes de
infinidad de luchadores “proletarios” han servido para apuntalar
al sistema que combatían?, ¿cómo admitir que “el desarrollo de
las fuerzas productivas”, dogma marxista por excelencia, haya
acabado en desarrollismo destructor de los recursos naturales de los
que dependen la continuidad y reproducción de la vida humana...y que
el materialismo histórico haya devenido en cultura asocial y
consumista, en adoración al dinero, en competencia fratricida por la
supervivencia, en destrucción de la libertad individual como de todo
proyecto de comunidad?
Las
evidencias del tiempo presente anuncian la proximidad de una época
de neofascismo “democrático” como costumbre, ya histórica, de
las masas proletarias, cuando ni ellas ni sus élites ven otra
salida para seguir manteniendo sus respectivas ilusiones acerca de
una vida gregaria y materialista. Nacionalismo y socialismo, esa es
la mágica fórmula híbrida del fascismo, la repetida promesa que
volverá a encandilar a las adoctrinadas y sumisas masas proletarias,
el fascismo que muestra los dos perfiles, izquierda y derecha, de su
misma cara burguesa, hijo natural del sistema burgués, amamantado
en épocas de crisis para luego ser utilizado como chivo expiatorio
en la “lucha antifascista” de la democracia burguesa, sólo
mientras se recompone su Ganancia. Fascismo, nacionalismo
proletarista como espantajo útil, versión exaltada y rebañega del
individualismo burgués.
El Error del izquierdismo no puede escribirse con más mayúsculas, no puede seguir creciendo porque ya no le queda margen. El sistema está colapsando y lo más seguro es que el izquierdismo colapse con él, ya está pasando. En todo caso, somos conscientes de que la incertidumbre será total por bastante tiempo, porque el triunfo de una revolución integral es muy improbable a corto y medio plazo, dado el daño producido por tantos años de adoctrinamiento de las masas populares, que desequilibra totalmente la correlación de fuerzas actualmente existente.
Toca
persistir en el combate de ideas, en la reconstrucción personal de
nuestra dañada individualidad, toca agrupar la resistencia y
preparar la revolución integral, anticiparla mediante la
autoorganización de ajuntamientos comunales, en asambleas
comunitarias, autónomas y soberanas. Como forma de generar
contrapoder popular, sin gastar energía en el amañado juego
partidista, que siempre tiene lugar en campo ajeno y siempre con las
cartas marcadas. Y toca promover una agitación global, un movimiento
insurreccional de alcance global en torno a un “pacto del común
universal”, con programa
básico que tenga por ejes la libertad individual (el
individuo como sujeto político plenamente responsable), la economía
comunal (los bienes de la tierra y del conocimiento como comunal
universal) y la democracia convivencial (sociedades sin clases,
enfocadas a la cooperación y no a la competencia o a la guerra).
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