domingo, 17 de diciembre de 2017

EL “MONOTEMA”, LA TÉCNICA DEL POLITICISMO



Recurro a la definición de politicismo que hiciera Félix Rodrigo en uno de sus textos, el titulado “Negatividad del politicismo”: “por politicismo se entiende la creencia en que todos los problemas de la sociedad y del ser humano tienen solución y se resuelven con la política. Bajo el actual régimen partitocrático, el monodiscurso politicista se hace aún más reduccionista, al manifestarse como irracional fe subjetiva en que votando a tal o cual partido, formación o coalición se realiza el bien del cuerpo social”.

Se ha hecho popular el adjetivar como “monotema” la cuestión catalana, su sóla mención pone de los nervios a la mayoría de las personas. El efecto de su abuso por los medios de comunicación de masas no es inocente, consigue la banalización de la política, esa posición aparentemente contraria que es el apoliticismo, del que muchas personas hacen gala, como manifestación de su “hartura de lo político”, que se concreta en ignorar, “pasar de la política”, lo que conlleva una actitud pasiva y acrítica, que a los politicistas, mayoritariamente progresistas, les pone también de los nervios, porque identifican esta postura con el conservadurismo de derechas.
Por eso, ellos entienden que “todas las personas” que se dicen apolíticas son de derechas y, en definitiva, son sus enemigos políticos, aunque quienes así se manifiesten sean personas de las clases populares. Incluso se llega a decir que “no hay cosa más idiota que un obrero de derechas”.

Derivado del politicismo es el legicentrismo, plenamente actualizado con la cuestión catalana, a la que da solución de validez universal bajo el principio imperativo de la aceptación de la ley, por encima de la política,  como única forma posible de la política, una Ley emanada del Estado que “garantiza el orden y la convivencia”, ante la que han de someterse todos, tanto políticos como apolíticos, progresistas como conservadores, izquierdas como derechas.
Es así como va construyéndose el proyecto de dominación perfecto, controlado por las élites que manejan las estructuras de poder, a través de las cuales estas élites controlan la sociedad en forma “democrática” y perfectamente totalitaria.
El resultado cotidiano es un clima de confrontación nebuloso, que propicia la confrontación generalizada “de todos contra todos”, pero que no afecta a las estructuras de poder que, paradójicamente, resultan fortalecidas.
Así vemos cómo la radicalidad política, de derechas y de izquierdas, se manifiesta a diario no contra las estructuras de poder, sino contra las personas, extendiendo la confrontación individual, dejando aisladas entre sí a las personas, totalmente incapacitadas para acometer -ni por sí mismas, ni colectivamente-, cualquier transformación radical de las estructuras que determinan su forma de vida.
Las izquierdas creen que la mayoría de la sociedad está “mal situada políticamente”, que la mayoría, siendo gente “obrera”, es manipulada, dominada en definitiva, según la terminología progresista-marxista, pero que debido a esa alienación, votan y sostienen a la derecha. Pero cuando la izquierda llega al poder, se encuentra con que la derecha en la oposición asume su mismo discurso, pero con mejores resultados, acabando cada nuevo ciclo en un fracaso, ya crónico, de las izquierdas.
La reacción de las izquierdas postmodernas consistió en creer que le sería más asequible su acceso al poder reduciendo sus principios a una promesa de esclavitud mejor pagada, con total renuncia a su original promesa de abolición de la sumisión-esclavitud en cualquiera de sus formas, incluida la estatal-salarial. Llegaron a pensar que la corrupción es condición inherente a la naturaleza humana, que se podía corregir con buenas estructuras de poder, con buenas repúblicas, no aprendieron de la historia, que contumazmente pone en evidencia que la corrupción verdaderamente propia no es la de los individuos -que siempre es excepcional-, sino la del Estado, que es corrupción institucionalizada, normal en cualquiera de sus formas y en cualquiera de las èpocas históricas que consideremos. Lo más que podrán decir es que hubo y hay Estados que tratan mejor a sus súbditos y esclavos.
Esta ausencia de amabilidad, de primigenia desconfianza en las personas, acompañada de una ciega fe en las estructuras, genera politicismo y apoliticismo por igual , una bronca relación bipartita entre las personas, que deja libres a las estructuras de poder en su exitoso camino hacia la dominación total, hacia una superestructura estatal-global, de la que ya estamos muy cerca.


Viene a cuento lo que Norberto Bobbio dejó escrito en Italia Civile, sobre cómo quería ser definido: “Aprendí a respetar las ideas ajenas, a detenerme ante el secreto de las conciencias, a entender antes de discutir, a discutir antes de condenar. Y como estoy en vena de confesiones, hago una más, quizás superflua: detesto con toda mi alma a los fanáticos”.




3 comentarios:

Félix Rodrigo Mora dijo...

Deseo agradecerte tu atención a mis formulaciones.

Debemos unirnos para servir a la verdad y responder desde la verdad a las operaciones ideológicas y las mentiras del sistema.

Podemos hacer grandes cosas juntos.
Con afecto
Félix Rodrigo Mora

Loam dijo...

Magnífica la cita de Bobbio.

Salud!

nanin dijo...

Gracias, Félix, seguiremos, un abrazote