La declaración
universal de los bienes comunes y la democracia integral
Me refiero a la necesidad
de una declaración unilateral, porque es impensable que las élites
dominantes que controlan la sociedad a través de la economía y la
política, puedan algún día favorecer esta declaración, más bien
todo lo contrario.
Los bienes comunes y la
democracia participativa no dejan de ser eufemismos en boca de la
izquierda sistémica; fuegos fatuos, un ardid estratégico para
mantener en las masas la ilusión utópica de “la igualdad” y “lo
público”, que caracteriza al pensamiento reformista de esa
izquierda, en su progresiva deriva adaptativa al orden dominante,
estatal-capitalista. Esta aspiración abstracta y utópica, de apariencia “justiciera”,
sigue siendo rentable para la clase dirigente alineada en la
izquierda del sistema. Todavía permite el acceso a una cuota variable de poder.
En función de la coyuntura histórica, sí, subordinadamente, sí,
pero sin perder la cercanía del Poder, siempre a resguardo de la
intemperie, siempre cerca del sol que más calienta.
Desde antíguo
las clases populares han abrigado esa sospecha referida a los
dirigentes políticos y sindicales; esa sospecha
preventiva ya forma parte de la intuición social más primaria, es
una percepción crítica del papel de los dirigentes políticos y
sindicales dentro del sistema de dominación, equiparado con la
función de los mandos intermedios en la empresa capitalista; del
“encargado” y el “jefe de personal” hemos pasado a la
“dirección de recursos humanos”, pero se vista como se vista,
sigue siendo la misma mona. Esa izquierda ha encontrado función y
acomodo en su histórico papelón de actor secundario, en su continuada derrota. Es como el Real Betis
CF, que siempre tiene asegurada su afición, su masa forofa y su
sitio en la Liga, siempre, “manque pierda”.
Esa izquierda sistémica
comparte con la derecha su misma ideología de la cantidad y la
innovación, en perjuicio de la calidad y la creatividad. En
perjuicio de una comprensión de la evolución humana en sentido
perfectivo. Porque ya hemos comprobado que "más no es mejor" y que "innovar por innovar" lleva al absurdo del crecentismo y del consumismo autodestructivos,
cuando la capacidad innata de investigar y crear no va dirigida a
mejorar la convivencia y la sostenibilidad de la vida humana, su
cualidad y calidad.
Situados en este contexto, esa izquierda sostiene todavía sus objetivos fantasmas
del Bien Común y la Democracia Participativa. Hablan de bienes
comunes empaquetados y parcelados, hablan de conquistarlos uno a uno
hasta revertirlos a lo público-estatal, en un esfuerzo personal y
social sin sentido, para poner esos bienes bajo el control del
aparato estatal-capitalista, bajo la promesa de su justa
administración por la clase dirigente del Pueblo. Las mismas
alforjas para el mismo burro, un viaje al mismo sitio del que
ya partíamos.
Hablan de democracia al estilo occidental, reconocen los
defectos del parlamentarismo y la representatividad, y están dispuestos a su
regeneración mediante la Participación democrática, a su manera...Pero qué
participación cabe cuando no puede darse la libertad de conciencia
ni de opinión, cuando se juega con las cartas marcadas, cuando esa
conciencia y opinión son producto de la educación privado-pública del Estado, a su
manera “social”, a la que nos someten de por vida mediante las
leyes y las instituciones productivas, mercantiles y burocráticas,
inmiscuidas en cada rincón vital de nuestra existencia, condicionada
ésta por leyes incuestionables, que blindan la apropiación privada
de la tierra común y el orden social así instituido...¡qué libertad de
conciencia y opinión!, obligadamente condicionadas a la fuerza legal y
bruta de “la razón” de Estado, a su razón última, a sus ejércitos
y cuerpos de seguridad del Estado, a su fundamento sustancial y
definitivo...qué libertad de conciencia y opinión caben bajo la
permanente tutela y orientación de los todopoderosos medios de
comunicación de masas, herramientas siempre al servicio del sistema
de dominación...qué libertad de conciencia y opinión caben esperar
cuando sistemáticamente la historia de los últimos siglos ha sido
empleada en neutralizar la lucha de clases en nombre del
sindicalismo, en destruir la individualidad y la comunidad,
respectivamente en nombre de la democracia, de la libertad y el socialismo...
En España asistimos en
este tiempo al espectáculo de la democracia en su más esperpéntica
vanalización mediática, fundamentalmente televisiva, un sucedáneo
de la participación mediante la tertuliarización, su modo de
“crear” la opinión pública, su modo de preparar la próxima
Transición: “su regeneración” del estado, su capitalismo y su
democracia. Y otro tanto sucede más allá del pequeño mundo patrio:
la guerra, la precariedad personal y social, las emigraciones masivas
como espectáculo...en el mismo nombre de la libertad y la
democracia.
Va llegando el momento
del hastío global, del hastío fundamental que nos lleve a marcar de una vez la
verdadera e innegociable LÍNEA ROJA, va llegando el momento en que las
izquierdas se retraten ante la historia, esas izquierdas que ahora
negocian la renovación de su secular pacto con las derechas,
simulando desacuerdos tácticos y puramente electorales.
Hablo de la
declaración universal y unilateral del Conocimiento humano y de la Tierra toda como bienes
comunales universales. Hablo de la
necesidad imperiosa de plantear la emancipación humana como objetivo
ético, integral y universal, tan global como local, tan virtual
como presencial, tan personal como social. Hablo de un ajuntamiento
global y comunitario a partir de esa línea roja, ya insoslayable e
inaplazable.
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