Votar es siempre un acto de aplazamiento basado en suposiciones; escogemos a otra persona, a alguien que en el supuesto de que resulte elegida, suponemos que representará nuestros supuestos intereses. Si nuestros supuestos representantes no resultan elegidos, toda la energía que hemos gastado en apoyarles es desperdiciada, tirada al cubo de la insignificancia. El supuesto poder que creíamos tener al ejercer el voto siempre es dirigido hacia otra persona, sea nuestro candidato o el contrario, hacia alguien que siempre lo usará en nuestro nombre, aunque luego lo ejerza en contra de nuestros intereses. Siempre.
Las
élites económicas y políticas no tienen miedo a la gente
organizada en partidos, saben que éstos siempre encauzarán a la
gente hacia el interior del sistema, hacia objetivos parciales y
secundarios, nunca hacia los sustanciales. Saben que los partidos les
son muy útiles, que aunque tuvieran que ceder a algunas de sus
demandas, los partidos siempre colaborarán al mantenimiento del
sistema que les une y del que depende su subsistencia; saben que los
partidos siempre impedirán que la gente pueda, incluso cuestionarse
los asuntos principales que determinan sus vidas, como la
expropiación de la tierra y el conocimiento que nos son comunes,
como el trabajo asalariado o la falsa democracia representativa. De
la mano de los partidos, la gente nunca pondrá en riesgo el tinglado
ideológico-legal-militar que fundamenta y sostiene a la compleja
sociedad de mercado, a sus instituciones estatales y mercantiles.
A
quien de verdad temen las élites dominantes es a la gente organizada
por sí misma, a la gente que no vota por convencimiento propio y que
acompaña esta libertad de pensamiento con la acción directa, que
construye la alternativa y ataca de frente al sistema. Sólo temen a
quienes eligen situarse al margen y en contra, por eso prefieren la
protesta legal de los partidos, incluso prefieren los disturbios
causados por violentos grupúsculos de nihilistas desesperados. En
ambos casos, el sistema sale legitimado: “somos la Democracia, todo
lo demás es anarquismo -dicen-, sólo caos y violencia”.
En
primera instancia, los gobiernos siempre intentarán neutralizar la
acción directa mediante los medios y técnicas de desinformación
que les permiten el monopolio de la opinión pública o bien
provocando el clima de violencia que justifique la intervención
policial. Pero, incluso desde la visión utilitaria de la oposición
política, los resultados de la acción directa siempre son
superiores a los conseguidos por los cauces “legales”. Un
movimiento social que se autoconstituya asambleariamente, sin
estructuras centralizadas, sin jerarquías ni líderazgos, le resulta
tan incomprensible como insoportable a las élites empleadas en el
control de la sociedad. En la Constitución creen tener bien amarrado
otro de sus monopolios, el de la “legitimidad democrática”, ésta
es su
suprema ley constituyente :
“es obligado
pasar
por taquilla”.
¿Quién
teme a Rajoy?...
Si el único objetivo de las próximas elecciones generales consiste
en quitar del medio a Rajoy, eso ya lo habría conseguido hace tiempo
el 15M de no haberse dejado domesticar. Es más, abundan los indicios
de que Rajoy ya ha dejado de serle útil al sistema, como
seguramente comprobaremos tras las próximas elecciones.
Entiendo
la preocupación de quienes tienen limitado su objetivo político al
resultado de esas elecciones. Entiendo, por ejemplo, que Alba Rico
(*) muestre su preocupación ante el clima de competencia electoral
existente entre Podemos y Ahora en Común, ante la desorientación de
una izquierda que, según él, no es consciente de cuál es su
objetivo y su concreta responsabilidad histórica en este MOMENTO:
“La
victoria, pues, pasa de manera inmediata por responder
afirmativamente a la consulta sobre la “confluencia” y luego, a
fin de evitar repartos familiares de huecos y esquinitas, presionar
para hacer una lista “popular”, no una lista “incluyente”. El
momento es ahora. Los momentos se pierden.
Completemos la lista con cocineros, escritores y cantantes y, si
tenemos que convocar mediante un güija a -qué se yo- Paco
de Lucía o El Camarón
o -aún más- a la propia Lola
Flores, hagámoslo sin dudarlo. Para que acudan a nuestra
llamada, en todo caso, Podemos debe abrirse más y sus críticos
cerrarse menos. De nada valdrá pasarse los próximos cincuenta años,
cargados de razón y vacíos de mundo, en las cunetas de la
historia”.
Ese
es el problema, don Santiago, que ustedes fían todo el Proceso a la
oportunidad del Momento, y que -como usted dice- “hay que obligar
a Podemos a ganar, aunque a veces parezca no querer; hay que obligar
a sus críticos, que a menudo tienen razón, a que ayuden en esta
tarea”...”a sus críticos de izquierdas hay que reprocharles, en
cambio, que hayan confundido el momento con el proceso hasta el
punto de disolver el momento en un proceso que, por eso mismo, acaba
anulándose a sí mismo con todas sus esperanzas”...ya sabemos
que se puede retorcer la realidad y su argumentación hasta hacerla
cuadrar con el objetivo-deseo elegido de antemano. De no ganar
Podemos las próximas elecciones, siempre le cabe la posibilidad de
echar la culpa a sus críticos de lo que pase en España, en Europa y
en el Mundo durante los próximos cincuenta años.
Ese
y no otro es el problema del Momento, don Santiago, esas irresolubles
contradicciones que padece todo ludópata electoral, que se ve obligado a apostar toda
su hacienda a una sóla jugada, en un sólo
momento...independientemente de que acabar con Rajoy sea un objetivo
tan triste como el propio personaje.
1 comentario:
Mientras el objetivo sea "la cima" (la conquista del cielo, según Pablo Iglesias; el poder estatal, según lo entiendo yo), no habrá más que monos trepando ávidamente hacia ella. Que no cuenten conmigo, ni en las ramas ni en las urnas.
Salud!
Publicar un comentario