No tiene sentido presentar a la izquierda política como defensora del Estado intervencionista y a la derecha como defensora del Capitalismo. Es un mal planteamiento en su raíz, que conduce necesariamente a una mala solución o a ninguna parte. Lo hemos comprobado a lo largo de los dos últimos siglos: el fascismo las acecha y las espera, el Estado es su lugar de encuentro, volvemos a verlo ahora, una vez más, cuando percibimos la proximidad de un nuevo callejón sin salida.Sin duda, que hay algo más que una afinidad disimulada entre ambas facciones.
Que
la tierra y el trabajo pasaran a ser mercancías fue una revolución
que transformó radicalmente el mundo conocido... y eso fue hace poco,
apenas dos siglos. A mucha gente le sorprenderá que ésto, que nos
parece hoy tan normal, es en realidad la mayor innovación
experimentada por la vida humana sobre el planeta. Con la perspectiva
que nos da la experiencia histórica, tenemos fundamento suficiente
para afirmar que se trata de la revolución más negativa entre todas
las acaecidas, la que jamás pudieron imaginar las comunidades
humanas que nos precedieron.
Una
novedosa noción económica acerca del ser humano y la sociedad se
fue imponiendo e instalando en la mente humana hasta hacerse común
y convertirse en sólido e indiscutible axioma. Esa revolución
impuso su doctrina sobre la vida y el mundo como mercado, con tal
éxito que en poco tiempo esta idea simple llegaría a convertirse en pensamiento único. Las
revoluciones no son necesariamente positivas, como presume el
imaginario progresista, la historia de la humanidad ha visto pasar
algunas de ellas de naturaleza negativa, valga como supremo ejemplo
la revolución liberal que aquí nos ocupa.
En
sus respectivas versiones utilitaristas, liberalismo y marxismo
coinciden en esta noción economicista, según la cual “las
motivaciones del ser humano aún pudiendo ser ideales en orígen,
organizan la vida a partir de incentivos materiales y las
instituciones sociales siempre nacen y se desarrollan determinadas
por el sistema económico”. Siempre fue así, dicen...lo fue
antiguamente como en la era industrial y como lo sigue siendo ahora, en
la era postindustrial en que la vida humana sigue estando determinada por leyes
económicas “evolucionadas”, las del mercado, porque vivimos en
una sociedad global de mercado. Sólo
tienen razón si se parte desde la premisa del pensamiento
economicista y único del mercado, si se tiene la certeza de que la vida humana
carece de otro sentido por delante del puramente económico, si fuera cierto que
la economía determina toda organización social.
“La
creación de un nuevo orden requiere una libertad interior para la
que estamos mal preparados. Hemos sido reducidos a la impotencia por
la herencia de una economía de mercado que transmite concepciones
simplistas sobre la función y el papel del sistema económico en la
sociedad”. Esto afirmaba Karl Polanyi en 1.947, en un
artículo titulado “Nuestra obsoleta mentalidad de mercado”, en
el que avanzaba un diagnóstico muy claro, con el que coincido
plenamente: “para superar tales doctrinas, que
nublan nuestra mente y nuestro espíritu, y hacen aún más difícil
la rectificación necesaria para preservar la vida, es necesario
reformar nuestra conciencia...una
concepción más compleja e integral del hombre y de la sociedad, muy
diferente de la que hemos
heredado
de la economía de mercado”.
En
todas las sociedades preindustriales, hasta
en las más primitivas,
existían
formas de mercado,
pero
el conocimiento histórico y antropológico no ha encontrado en ellas
otras mercancías que no fueran las producidas a partir de la tierra
y el trabajo, pero
NUNCA
la tierra y el trabajo como mercancías por sí mismas. Como
decía Karl
Polanyi, “...se trató de la ficción más eficaz jamás
imaginada. Adquiriendo y vendiendo libremente el trabajo y la tierra
se logró aplicarles el mecanismo del mercado. Ahora había oferta y
demanda de trabajo, oferta y demanda de tierra. En consecuencia,
había un precio de mercado,
llamado salario, para el uso de la fuerza
de trabajo y un precio de mercado, llamado renta,
para el uso de la tierra. El trabajo y la tierra tenían mercados
propios, en forma análoga a las verdaderas mercancías, que se
producían con su contribución”.
A la tierra y al trabajo hay que añadir hoy el dinero, que de
instrumento para el intercambio de mercancías ha pasado a ser
también mercancía; el dinero tiene un precio, se compra, se
vende y se alquila...hasta el punto en que la economía de mercado sea
hoy esencialmente financiera.
Los medios de comunicación y adoctrinamiento quieren hacernos pensar
que las redundantes y cíclicas crisis del capitalismo financiero son
algo coyuntural. Pero es obvio que la sociedad de mercado ha entrado
en fase de decadencia, no hay más que abrir los ojos ante los
múltiples signos que acontecen y lo demuestran a diario, las
múltiples disfuncionalidades de un sistema de mercado que ha logrado
nuestro deslumbramiento tecnológico-científico, pero que no alcanza
a ocultarnos su fallo sistémico original, manifestado en sus múltiples
efectos destructivos, algunos de naturaleza y tamaño apocalíptico.
Hasta aquí hemos llegado mediante la sistemática anulación del
sujeto consciente y de la atomización individualista del ser social
que somos. Sin ello, nunca hubiera sido posible que el dinero, pero
sobre todo la tierra y el trabajo, fueran reducidos a la utilitaria
condición de mercancías.
PD. Textos descargables de Karl Polanyi:
1 comentario:
¿Hay algo hoy en día que no esté sujeto al totalitarismo del mercado?
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