Es tal el peso de la economía, en cada minuto y resquicio de
nuestras vidas, que no me extraña que alguna gente piense que esta
ciencia tiene por objeto el amaestramiento de los individuos, su
educación y adaptación al progreso. Los escasos individuos que hoy
comparten el deseo y proyecto de una sociedad alternativa suelen
desatender la ciencia económica, lo hacen a raíz de su desprecio experiencial
por esta ciencia que, no obstante y a su pesar, se halla bien sostenida desde la
universidad y la política, porque es, sin duda, la más principal de las ciencias en
el mundo global de hoy. De tal modo es totalitaria esta ciencia que
la propia política ha dejado de tener sentido, eclipsada por la
suprema razón científica y tecnológica, la económica. Parece haberse cumplido la
profecía de Fukiyama sobre el fin de la historia, con la vida humana
anclada en un eterno presente económico y de progreso, con una vida
conforme a las sagradas leyes económicas-naturales: la propiedad privada, el libre
mercado, el desarrollo ecológico y el crecimiento sostenible.
Terminada la época de la guerra fría hemos entrado en un estado
permanente de guerra caliente, guerra de guerrillas. No ha lugar
para la lucha ideológica de antaño, causante de vuelcos económicos
y revoluciones sociales, eso se ha terminado, se acabó esa historia.
La misma guerra es hoy otra cosa, en este presente contínuo de la
realidad económica contemporánea, por fin constituida como
pensamiento natural y único. La guerra debe ser también natural,
libre, ecológica y sostenible, como los es la competencia económica,
como lo son los terremotos, los sunamis y los cambios climáticos.
La guerra debe ser aceptada como consustancial a la vida humana; si
no existiera habría que inventarla, a condición de preservar su
naturalidad económica y vital; por eso debe ser geoestratégica,
calculada y aséptica, debe evitar el grosero cuerpo a cuerpo, debe
estar hecha por francotiradores profesionales, drones teledirigidos,
las crisis deben estar bien organizadas y, para ello, la guerra debe ser
comandada desde los servicios centrales de inteligencia, dirigida por
gente competente, por los estados mayores de las corporaciones
financieras y estatales. Sus daños colaterales deben ser aceptados
por la sociedad, porque son el coste natural que hay que pagar en la defensa
de los valores de la civilización, son el precio del
progreso natural, sucesos periódicos y acostumbrados, tanto como la
pérdida de vidas humanas en el tráfico -terrestre, aéreo o
marítimo-, pero no más.
Auxiliada por la industria vírica y farmacológica, la guerra
neutraliza los efectos perniciosos de la demografía, reequilibra el
crecimiento exagerado de las poblaciones, ayuda a superar las
hambrunas y las crisis económicas provocadas por el descontrol de la
natalidad, restituye las tasas de ganancia del capital, favorece su acumulación y concentración, estimula
la inversión que sigue a la devastación de las ciudades
bombardeadas...la guerra es, en definitiva, un inagotable yacimiento
de empleo. Por eso, los mercados necesitan a la yihad que corta
cabezas y destruye obras de arte, tanto como los estados necesitan a la mano de
obra consumidora y contribuyente, tanto como la policía necesita a
los terroristas, anarquistas y a todo tipo de delincuentes. Si no
hubiera tráfico de drogas, ni VIH, ni conflicto de civilizaciones,
habría que inventarlos. O inducirlos al menos. Sin competencia ni
guerra, la inversión se paralizaría, los bancos dejarían de
fabricar crédito y dinero, se alteraría el ecosistema capitalista, se
acabaría el progreso y el mundo mismo, todo al mismo tiempo.
La
economía y la historia, el crecimiento y el cambio son, por tanto,
incompatibles. El cambio no puede, en todo caso, pasar de aparente,
esa es su función, disuasoria y neutralizante...para seguir creciendo y que
todo parezca nuevo sin llegar a serlo. El progreso ha de ser
sostenible, siempre natural e igual a sí mismo, siempre fundado en
el instinto y estímulo de la competencia, ley natural de la
evolución de las especies, representativo de la pura
realidad, de la lucha natural entre clases, naciones y géneros, pura
libertad de mercado y puro estado de derecho. La pureza económica, afortunadamente, está sólidamente asentada sobre la inquebrantable aceptación de los individuos y las
masas, afortunadamente bien educadas. Pura democracia, eso es la economía, lo
natural. Y lo demás es historia...puro cuento.
Dicho ésto, aceptada la realidad tal como es, no me extraña que las
multitudes y los individuos nos hallemos perfectamente dispuestos a la adaptación,
que sólo en ella veamos nuestra única posibilidad de subsistencia.
Y no me extraña (permítaseme un ejemplo casero) que el 15M haya regresado a
la realidad tras despertar de su sueño político, asambleario y de
consenso, tan antieconómico e inadaptado a la lógica de la
natural competencia democrática entre facciones, tan alejado de la
natural guerra ecológica y de clases, ¡tan en las antípodas de la realidad natural!
Pero, supongamos que por cualquier circunstancia, hoy desconocida,
algún día tuviéramos que volver forzosamente a la historia, que
fallara toda la geoestrategia económica y militar; supongamos que, por ejemplo, nos
quedáramos sin naturaleza y que, inmersos en tal supuesto colapso, tuviéramos
que virar la dirección en sentido contrario, tuviéramos que adaptarnos a vivir en la caduca y antinatural historia, prescindir de
la calefacción de los parlamentos para volver a la intemperie de las
plazas, de la seguridad del pensamiento único y la mayoría
absoluta para volver a la zozobra de la pluralidad, a la esforzada reflexión y
debate que preceden al consenso...adiós por siempre al entretenido progreso, a
sus tentadoras ofertas de barra libre e ilimitada, de vuelta a la
sobriedad del consumo ajustado a lo mínimo y
necesario, a la sosa convivencialidad humana, a la insulsa falta de competitividad, a la aburrida paz con uno
mismo y con los otros, al incómodo, primitivo y trabajoso trato con la tierra;
supongamos por un momento que nos tocara vivir a la inversa que hoy, en un progreso sin naturaleza...
Pero, ¿y si llegara de verdad el caso?, ¿cómo
improvisar entonces una forma de vida tan distinta?, ¿no sería
mejor ir ensayando desde ahora?, ¿aunque sea en minoría y poco a
poco?, ¿aunque sólo fuera por estar prevenidos, sólo por si
acaso?...ahora tenemos la ventaja de conocer los errores "antinaturales" cometidos en otro tiempo, los que dieron lugar al fin de la historia.
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