“El
urbanismo es el conjunto de técnicas que tienen por objeto la
transformación de las ciudades en centros de acumulación de
capital. Hace posible la posesión por parte del capitalismo del
espacio social, que se recompone según las normas que dicta su
dominio. De acuerdo con este punto de vista, el urbanismo es simple
destrucción acumulada de sociabilidad”.
Miguel Amorós (de la conferencia “Urbanismo y orden”,
pronunciada en el Ateneu Llibertari de El Cabanyal,en 2003)
“Todas
las sociedades antes del capitalismo fueron sociedades campesinas, y
las que le sobrevivan también lo serán, aunque no sean iguales a
las del pasado. No podrán serlo. Pero, eso sí, de ellas habrá
mucho que aprender”.
Ramón Fernández
Durán (del libro “Con los pies en la Tierra”, Editorial Virus,
2006)
Hay en el mundo 20 megalópolis
(ciudades con más de 10 millones de habitantes), la mitad de la
población mundial vive en ciudades, y las grandes ciudades han crecido sin interrupción
desde los años 50. En el mundo, las ciudades con más de un millón de personas son 430 y
reúnen al 38% de la población urbana. Dos tercios de estas metrópolis se
encuentran en regiones en desarrollo, la mitad en el Asia-Pacífico.
Escucho
por todas partes el mismo lamento. Hoy mismo, día de elecciones, lo
dice mucha gente, algo así como: "ésto es una mierda pero es lo
que hay, voy a votar para que al menos se revuelva el avispero, es lo
que hay, no lo que yo quisiera”...y así resulta imposible, cuando
se renuncia voluntariamente a la esperanza. Así, el sistema del
avispero perpetúa su existencia, más o menos revuelta, gracias a
esa renuncia masiva del individuo.
De
los pocos que dicen no haber renunciado a la esperanza, algunos se
están construyendo un gueto a modo de parapeto personal, con la
ilusoria pretensión de salvarse. Un gueto ideológico (ecólogista o
feminista, marxista o anarquista), un gueto que tiene
como guía un ideal de salvación personal, entre turístico y
estético, cuando no la recuperación melancólica de un
mundo natural y rural perdido. Su destino inevitable es la hermandad
"new age", más o menos contestataria, su única estrategia consiste en
acrecentar esa moda, una escapatoria naif hacia el borde interno del
sistema, nunca enfrentarse a él con la finalidad de derribarlo,
sólo coexistir con la bestia, decrecerla y sobrellevarla como
mucho. Y así, no alcanzan a imaginar siquiera la revolución
integral necesaria, la que empieza por pensar y actuar por uno
mismo, construyendo comunidad en donde se vive, sea pueblo o ciudad.
No
nos enfrentamos a un problema sólo ecológico, no sólo es un
problema de patriarcado o de explotación de clase, no es sólo eso,
sino mucho más; es una inmensa e inabarcable complejidad construida deliberadamente, que nos resulta imposible de comprender y
manejar cuando estamos atrapados en la ideología, cuando nuestra conducta no es consecuencia de un pensamiento ético, libre y
prepolítico. Sólo cuando ésto sucede, empezamos a comprender que
el problema nos constituye, que cada uno de nosotros es al tiempo
problema y solución, que cada uno de nosotros es el sujeto de la
revolución integral necesaria.
Por
nuestras limitaciones nunca seremos individuos perfectos, nuestra
individualidad siempre tendrá una relacción conflictiva con los
demás individuos, con la sociedad y con el ecosistema natural del
que somos parte. Somos diferentes por naturaleza, por nuestras
diferencias genéticas, por nuestras diferentes cualidades y
capacidades.Pero hemos llegado a confundir diferencia con desigualdad y
no es así, las diferencias individuales pueden coexistir con la
igualdad acordada, la que brota de la vida en comunidad. La
diferencia es inevitable, pero no lo es la desigualdad, que sólo
depende de nuestra voluntad y nuestro acuerdo en común. No podemos,
pues, aceptar que la desigualdad sea el principio constituyente de
nuestra organización social, somos diferentes al margen de nuestro
deseo, pero nos hacemos iguales o desiguales sólo si dejamos que
suceda, si queremos.
Nada
al respecto está escrito ni predeterminado, nada que dependa de
nuestra voluntad es definitivo, todo lo que existe es histórico,
cambia por necesidad de su propia existencia evolutiva, podemos
cambiar la realidad no sólo por necesidad, también por nuestra
propia voluntad si así lo deseamos. Sólo depende de la
responsabilidad que asumamos en nuestras decisiones, todo depende del
uso que hagamos de la libertad, porque ésta conlleva una pesada
carga de responsabilidad, es inseparable de aquella, por eso que
el individuo irresponsable que habita la metrópolis sea hoy un ser
esclavo, carente de libertad, que cuando elige ser representado está
evitando asumir su responsabilidad, la está delegando con renuncia
implícita -más o menos consciente- de su libertad, está
prefiriendo la cómoda irresponsabilidad de un esclavo estatal o
privado, que pone el destino de su propia vida en manos de otros, que
opta por la ilusión utópica de un futuro carente de incertidumbre y
autonomía, carente de libertad y responsabilidad. Y todo por la promesa
ilusoria de un plato de lentejas. Renuncia a su esencia humana, al sujeto que podría ser y no es.
La
metrópolis es el modelo de hábitat propio del sistema de dominación,
el que se ha ido perfeccionando desde los inicios de la modernidad
industrial hasta llegar a su acabado modelo actual, en el que ha
consumado la hibridación de los aparatos totalitarios de control
político y económico -Estado y Capitalismo- en una única y global
superestructura de control, que mantiene la ficción de una
existencia separada y autónoma. Lo cierto es aquello que se oculta
tras esa ficción, el mundo convertido en mercado global y único por
el que compiten todos los estados y todas las corporaciones
financieras. Lo cierto es el imperio de la competencia como ley de
leyes, cuyo método habitual de resolver los conflictos es la guerra
militar/comercial, para quien la destrucción de la naturaleza, del
individuo y de la sociedad son sólo daños colaterales de su gran negocio.
Es su forma de entender al individuo humano como ser funcional al
orden impuesto, productor/consumidor y ciudadano/sumiso, de entender
a la sociedad humana como suma de individuos, una masa caótica e
informe necesitada de moldeo y control, de entender la naturaleza
como objeto/materia prima, fuente ilimitada de recursos consumibles
en el proceso de producción y acumulación capitalista, todo pura
mercancia.
El
individuo habitante de la metrópolis es así el producto exitoso de
la estrategia de dominación, su cómplice imprescindible y
necesario, el elemento perfectamente conveniente al orden impuesto,
ciudadano contribuyente y elector, productor eficiente y voraz
consumidor. Pero la consciencia que surge del pensamiento libre nos remite a otra
cosa bien diferente del espejo que nos es presentado como sucedáneo de
la realidad, nos remite a un ser aislado, fragmentado y
adiestrado, totalmente dependiente y debilitado, incapacitado para la
práctica de la autonomía individual y para la vida comunitaria, un ser irresponsable cuyo
sentido de libertad es una quimera, un sujeto intrascendente y
superfluo, cuya vida carece de sentido más allá de su propio
interés zoológico inmediato, incapacitado para la convivencia con
iguales, imposibilitado para pensar otro futuro mejor que su actual
existencia de esclavo con derechos.
La
metrópolis es así constituida como forma global del orden
estatal/capitalista, en única forma concebible de vida y orden social,
donde la individualidad consciente agoniza y con ella todo proyecto
civilizatorio, todo proceso evolutivo de la especie humana. La
metrópolis no es sólo el escenario propicio a la dominación, es el
sistema mismo transfigurado, su verbo habitado y hecho carne humana,
donde el brillo del neón y su espectacular puesta en escena arquitectónica y tecnológica no
pueden ocultar el olor a putrefacción.
Y aún así, en los escasos intersticios y grietas que se salvan del horror, en las relaciones cuerpo a cuerpo y de los cuerpos con la naturaleza, en esas fugaces, silenciosas y solitarias relaciones, podemos atisbar aún el rastro de un individuo que aún anhela ser y vivir en un mundo mejor. Aún podemos intuir una esperanza latente en ese sujeto postmoderno -si bien, contaminada y confusa- sí, una esperanza que se nutre de su memoria cultural e histórica y del recuerdo borroso de sí mismo, del individuo que aún quiere ser y del mundo que quiso habitar, el que yace enterrado bajo el asfalto y el cemento de la metrópolis, allí donde no ha mucho hubo pueblos, bosques, campos, ganados y huertas.
Se
equivocan quienes piensan que el "sistema metrópolis" está
sentenciado por su propia dinámica irracional, quienes suponen que
el autocolapso del capitalismo nos devolverá necesariamente a la
sensatez de las viejas sociedades campesinas y a la cordura que
atribuimos al sentido común. Sólo tenemos certeza del colapso
social en que vivimos y sobre la proximidad del colapso ecológico en
ciernes, no de que ello signifique el fin del sistema. Todo es posible si no ponemos remedio. Incluso una vida seguramente
peor.
&&&
La
primera gran ciudad de la historia fue la sumeria y
mesopotámica Uruk, asentada a orillas del Eufrates; fue un núcleo
urbano rico y floreciente, epicentro del orbe antíguo, que llegó a
tener ochenta mil habitantes -más y mucho antes que Roma, tres mil
años antes del comienzo de nuestra era-, un tamaño similar al de la
actual ciudad de Palencia. Hoy sabemos que Uruk fue fundada como
asentamiento neolítico con anterioridad al año 5.000 a.c. y que se
extinguió a finales del siglo sexto de la era cristiana. Aquel mundo
antíguo fue “rural” sólo desde nuestra actual perspectiva
urbanita, porque entonces todo ese mundo vivía en el campo y del
campo, incluidos los ciudadanos de Uruk, entonces no existía, como
hoy, un mundo industrial que permitiera una comparación enfrentada; las
diferencias residían sólo en los modos de ser campesino, recolector
o agrícola, nómada o sedentario, porque entonces todo el orbe era
campesino.
En
todo caso, la casi totalidad de la población mundial fue campesina
hasta la llegada de la modernidad industrial, hace poco más de dos
siglos; sabemos que la mayor parte de la población ha habitado el
campo la mayor parte de la historia humana, hasta hace sólo un par
de años, cuando la cantidad concentrada en las grandes ciudades
empezó a superar a la de quienes siguen viviendo en el campo. Y aún
hoy el mundo sigue siendo campesino en buena parte. En nuestro
imaginario histórico no cabe la imagen de una “ciudad rural”,
menos aún de “lo rural” asociado a la vida en una gran ciudad.
Nos han enseñado una historia con la imagen de un mundo rural del
tamaño de una aldea, nunca de una ciudad. Y resulta que Uruk no
solamente llegó a ser una gran ciudad, sino que lo fue precisamente
por ser campesina, que lo fue gracias al invento de la agricultura.
Porque fue allí, en la remota antigüedad neolítica, donde fue
inventada la actividad que consiste en producir alimentos cultivando
la tierra cercana a la casa en la que transcurre la vida; fue allí
donde, gracias a tal invento, surgió la primera gran ciudad del
orbe, cuyo auge y esplendor fue debido, con altísima probabilidad,
al invento de la agricultura, que revolucionó la economía y el
sistema de gobernanza de la sociedad humana, favoreciendo el
asentamiento de la población antes diseminada por los confines de la
Tierra, y cuya existencia anterior transcurría nomadeando,
recolectando frutos silvestres, cazando y pastoreando los primeros
animales domesticados.
Entonces,
¿podemos hoy aprender algo de la experiencia histórica de Uruk, de
aquella primera gran ciudad del neolítico? ...sí, podemos aprender
que sólo floreció mientras fue autosuficiente, mientras tuvo un
tamaño dimensionado a la capacidad de sus campos para producir el
alimento necesario a sus habitantes, podemos aprender que su
declive comenzó al acelerarse su crecimiento, que fue entonces cuando
necesitó ampliar su dominio territorial, invadir y saquear los
territorios de otras comunidades y territorios vecinos, entrando en
la dinámica espiral de la colonización, del comercio asociado a la
guerra, cuando la economía primó sobre la política y ambas sobre
cualquier otro principio, haciendo añicos el equilibrio necesario
entre los individuos y entre sociedad y naturaleza, convirtiendo la lógica comercial en
coartada para la dominación de los pueblos y para la expropiación de la
tierra comunal, derivando así en pura estrategia militar y, por ende,
en única “razón” de Estado. Esa lógica fue causa de la
extinción de Uruk y de todas las grandes ciudades de los imperios
desaparecidos. Eso es lo que podemos aprender del pasado para
aplicarlo en el presente y proyectarlo al futuro.
&&&
Asistimos
hoy, en el hiperdesarrollado mundo urbano de la postmodernidad, a la
repetición contumaz del mismo error que le costó la existencia a
la gran urbe neolítica de Uruk. Hemos visto el mismo error
constantemente repetido a lo largo de la historia, antes y después
de la caída del imperio romano y hasta ahora mismo, en que sigue
sucediendo delante de nuestros ojos.
No
podemos aceptar el colapso, la fatalidad como único destino; otra
forma de habitar el mundo es posible y necesaria, esta vez con la
lección bien aprendida, a partir de principios y lógicas
radicalmente nuevas, diferentes y contrarias a las acostumbradas. Hay que disolver la
metrópolis, reducirla al tamaño humano y ecológico en el que es
posible la autosuficiencia económica, la autonomía política y la
armonía social, hay que reducirlas al punto de respeto y equilibrio
donde son posibles las relaciones entre individuo, sociedad y
naturaleza. Y en ese propósito, para que sea posible, todo está por
imaginar y por hacer. Sólo podemos concebir un futuro posible con
una transformación radicalmente innovadora y creativa, inspirada en los aciertos y errores de nuestra experiencia
histórica. O lo que es lo mismo, necesitamos pensar y hacer las
ciudades en dirección contraria a lo que sucedió en Uruk y a lo que
sucede hoy en Tokyo, Madrid o Newyork.
De
momento, vamos teniendo intuiciones, pistas útiles para proyectar y
anticipar ese futuro necesario. Vemos gente que ha empezado a
abandonar las grandes urbes buscando asentamiento y nueva vida en los
deshabitadas poblaciones de los territorios rurales, vemos
multiplicarse los huertos comunitarios en los arrabales y en los
abandonados solares de las ciudades...sólo es el comienzo del gran
trasvase de población que irá incrementándose en el próximo
futuro, nada menos que la experimentación de una forma de vida más
satisfactoria y autónoma, integrada en la naturaleza y con sentido
de comunidad. Vemos en estas experiencias un indicio, una señal
hacia ese futuro incierto pero posible.
&&&
Tenemos
inmensos retos por delante y uno de ellos es el de proyectar y
experimentar modelos de vivienda y urbanismo propicios a la
convivencialidad, viviendas que no aislen al individuo, contraurbanismos
que favorezcan la comunidad, habitantes y comunidades reintegradas al
ecosistema natural, produciendo lo material necesario y suficiente,
intercambiando los excedentes por aquello que no puede ser producido
en la propia tierra, priorizando la producción de bienes culturales,
de abundancia que satisfaga las necesidades espirituales y
relacionales, con olvido y desprecio de todo consumo superfluo, carente de
racionalidad, necesidad y sentido.
Necesitamos
casas productoras de energía y alimento, como las antiguas casas
campesinas, con tierra para huerto y espacio para el trabajo
personal, cada cual en un oficio.
Casas con tejados y fachadas que producen energía suficiente para cubrir las ajustadas necesidades de sus moradores, incluida la de movilidad personal.
Casas cuyas cubiertas, además de procurar aislamiento térmico a su parte habitada y además de recoger todo el agua de lluvia, cubran invernaderos en los que producir alimento todo el año, completando la del huerto. Casas y huertos que generen la máxima autonomía alimentaria y energética junto a la satisfacción física y espiritual por el trabajo autónomo productivo. Casas que compensen en sus cubiertas la superficie de tierra fértil invadida por sus cimientos.
Casas con parcelas de tierra que sean del comunal sin dejar de ser “propias” de quienes las habiten, teniendo sus habitantes asegurado de por vida el derecho de uso, en lugar del antisocial derecho burgués de propiedad, apropiación privada.
Casas construidas con materiales locales, diseñadas y construidas en lo básico por gentes locales que dominan los oficios, con diseño y construcción que no genere dependencia financiera ni tecnológica, cuyo proyecto quede abierto a la intervención directa de sus moradores, que éstos la puedan concluir a medida de sus concretas necesidades individuales, familiares o grupales, y que las puedan acabar según su propio gusto estético.
Casas unidas por soportales que dan sombra y defienden de las inclemencias, que permiten la conversación y el encuentro vecinal en la calle. Calles plenamente peatonales, con carril paralelo dedicado en exclusiva al transporte colectivo, con el tráfico privado reducido a bicicletas eléctricas o convencionales, en distancias y trayectos no cubiertos por el transporte colectivo.
Casas que forman calles a las que se abren muchas ventanas y puertas de viviendas autosuficientes, talleres-tienda y jardines-huertos, calles que confluyen en muchas pequeñas plazas donde situar los espacios sociales dedicados a la producción comunitaria, de energía para el alumbrado público, de servicios comunales de salud y educación, de ayuda mutua en el cuidado de niños y mayores enfermos o dependientes, de espacios comunes donde celebrar los concejos y asambleas, para la actividad deportiva y artística, cultural y festiva, espacios abiertos al intercambio y distribución de productos elaborados personal y cooperativamente, espacios para el trabajo administrativo del ayuntamiento comunal, un entramado urbano a partir de plazas y calles arboladas, que en los bordes se prolongan en caminos forestales, en terrenos agrícolas intercalados junto a pequeñas naves dedicadas a la producción cooperativa e integrada, artesana e industrial, agrícola, ganadera y forestal, lo más parecido al paisaje que imaginamos para una economía ecológica y comunal, todo lo contrario a los paisajes industriales y degradados de las economías capitalistas.
Imagino
pueblos pequeños y deshabitados que son repoblados y se transforman
en villas medianas, hablo de ciudades pequeñas que no ensucian ni
tapan el horizonte, que no ocultan ni arrasan los campos de cultivo
ni los bosques cercanos, que los incorporan en sus avenidas, hablo de
modelos a seguir y de conurbaciones a repudiar y abandonar poco a
poco, que hay que agrietar y disolver cuanto antes.
Sueño con rascacielos y enjambres de pisos arrancados de sus cimientos, sueño que salvamos como mucho unos pocos, que los vaciamos de tabiques, sólo los más diáfanos y mejor soleados, para reciclarlos como invernaderos comunales, como metáfora y contrapunto, para el recuerdo histórico de la locura urbanista y desarrollista del tiempo presente; sueño con inmensos solares vacíos donde ir levantando las nuevas arquitecturas convivenciales, los imaginativos y diversos modelos de hábitat democrático, simultáneamente urbano y campesino, arquitecturas y urbanismos horizontales, artesanos y creativos, pensados y hechos para el tamaño humano, integradores de habitantes y paisajes, producto simultáneo de racionalidad y belleza...Pero, como dice Miguel Amorós, “es tanto el horror urbano que para recobrar la ciudad como proyecto de vida comunitaria habrá que demoler hasta sus mismas ruinas”.
Sueño con rascacielos y enjambres de pisos arrancados de sus cimientos, sueño que salvamos como mucho unos pocos, que los vaciamos de tabiques, sólo los más diáfanos y mejor soleados, para reciclarlos como invernaderos comunales, como metáfora y contrapunto, para el recuerdo histórico de la locura urbanista y desarrollista del tiempo presente; sueño con inmensos solares vacíos donde ir levantando las nuevas arquitecturas convivenciales, los imaginativos y diversos modelos de hábitat democrático, simultáneamente urbano y campesino, arquitecturas y urbanismos horizontales, artesanos y creativos, pensados y hechos para el tamaño humano, integradores de habitantes y paisajes, producto simultáneo de racionalidad y belleza...Pero, como dice Miguel Amorós, “es tanto el horror urbano que para recobrar la ciudad como proyecto de vida comunitaria habrá que demoler hasta sus mismas ruinas”.
2 comentarios:
Dice bien Amorós: "...habrá de demolerse hasta sus mismas ruinas". Y ello no será posible si antes no demolemos el capitalismo.
Salud
No seràn necesarias ni molinos eólicos y placas solares ni vivir en carestía energética, por lo que serà posible extraer agua del aire, desalar agua de mar y mucho màs. Visitad la páguina ENERGÍA LIBRE LAS PALMAS y conocer mas sobre el inminente motor de energía infinita por gravedad GEP
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