Por el conocimiento de la historia hemos sabido del fracaso de todas las revoluciones anteriores acometidas en nombre del “pueblo” y hemos analizado las causas de los errores que llevaron a la derrota cuando las revoluciones fueron por iniciativa propia.
Valoramos todos los intentos revolucionarios y de ellos y sus errores aprendemos, seguimos aprendiendo todavía, en este convulso momento de la historia. La situación de la que hoy somos conscientes es muy distinta a la de otros tiempos, a la de otras revoluciones, por eso que la revolución hoy necesaria tenga que ser también distinta y radicalmente nueva, con la dimensión global e integral apropiada a la gravedad de la situación actual.
Somos conscientes de que será extraordinariamente
difícil superar el regimen de dominación que ha originado la
situación actual porque conocemos y experimentamos a diario su
inmenso poder, la complejidad de la maquinaria desplegada hasta
conseguir la educación de la mayoría de los individuos en los
principios y valores del orden dominante. Hoy constatamos que esta
educación ha conseguido anular las mejores cualidades humanas,
aquellas que hacen posible la existencia del pueblo, la vida en
comunidad. Transformado en un ser aislado y fragmentado, totalmente
dependiente del sistema, este individuo débil y sumiso, educado a
conveniencia de las clases dirigentes y propietarias, ha
interiorizado la ideología y comportamiento de éstas como modelo exitoso
de vida a emular; es el nuevo individuo postmoderno, cargado de
contradicciones que acaban por vaciar su vida de sentido; es el nuevo
ciudadano medio, perfecto súbdito del orden hegemónico, el mejor
reproductor del sistema.
Somos conscientes de que hasta en la sociedad más
perfectamente organizada las desigualdades que son consecuencia de
las diferencias naturales de cada individuo siempre serán fuentes de
competencia y conflicto, pero pensamos que éstas diferencias deben
dirimirse en el ámbito de la vida privada, que la vida en
comunidad, lo social, debe estar orientado a gestionar lo común,
regido por normas consensuadas y propicias a la cooperación y la
convivencialidad.
A partir del momento en que se adquiere consciencia de la situación en que vivimos, la revolución surge como un deber que compromete la totalidad de nuestra existencia, se experimenta como un deber inaplazable, de activa rebelión frente al sistema causante de esa situación y de activa contribución a la evolución perfectiva de la sociedad humana.
Somos testigos de una época nueva, repleta de situaciones inéditas, que nos advierten de grandes peligros, que nos aproximan a un horizonte de autoexterminio hasta un grado de alarma que hace insoportable la inacción para quienes somos conscientes de ello. Estamos en medio del colapso de nuestro metabolismo con la naturaleza, cuyas evidencias constatamos en el cambio climático y en el agotamiento de los recursos naturales, acaparados y manejados irresponsablemente en beneficio sólo de una minoría de humanos, sólo con miras al beneficio individual e inmediato.
Somos conscientes de que hemos llegado a esta situación de dimensión apocaliptica por razón de un colapso previo y determinante, significado por la pérdida del sentido de comunidad del que depende que la vida humana siga siendo posible en este pequeño planeta común que habitamos. En la recuperación de ese sentido de la vida pensamos que estriba la urgente necesidad de una revolución integral. Y en razón de la absoluta gravedad de la situación, esta revolución no puede comenzar sino por una abolición, también integral, de sus causas; no puede atacar las consecuencias sin destruir su raíz. Sabemos, pues, cuál es su finalidad pero aún hemos de concretar el sujeto, el objeto y la estrategia... ¿cuál es el camino y método a seguir? y, sobre todo, ¿hasta dónde alcanza nuestra voluntad y compromiso revolucionario?
El sujeto revolucionario es el individuo situado
en el mundo, consciente del estado de dominación en el que tiene
lugar la vida humana en nuestro tiempo, dispuesto a recuperar su ser
autónomo, un individuo libre y responsable que se reconstruye a sí
mismo en comunidad -pueblo-, una comunidad reintegrada a la
naturaleza que nunca debió abandonar. Forma parte, es “pueblo”
por tanto, cada uno de los individuos que asumen libremente la
responsabilidad de vivir en comunidad, decididos integrantes de la
comunidad humana global que organiza su vida en comunidades
locales, comunas.
Objeto de la revolución es el procomún
universal, el conjunto de bienes materiales e inmateriales que por
ser universales son inalienables, objeto de uso pero nunca de
apropiación. Son los bienes naturales y tangibles que constituyen
el ecosistema global del que formamos parte, son la condición de
viabilidad de la vida humana en la Tierra. Son los bienes intangibles
del conocimiento humano, acumulado y transmitido entre comunidades y
generaciones. Sabemos que en épocas anteriores tanto “pueblo”
como “procomún” nunca existieron plenamente y que, en todo caso,
su rastro ha sido borrado y que, por tanto, deben ser
reconstruidos en su integridad; ésta es hoy la concreción de la tarea revolucionaria: re-construir
el “pueblo” y el “procomún”.
Nunca más llamaremos “pueblo” a la masa, a lo que sólo es población, censo electoral, masa de clientes y empleados. No llamaremos “democracia” al parlamentarismo, a lo que sólo es una teatral y patética representación de la política, sólo una variante “participativa” del orden totalitario-estatal-capitalista. No llamaremos trabajo a lo que sólo es dependencia y esclavitud. No llamaremos revolucionarios a los “anticapitalistas” que propugnan el capitalismo estatal, a los que no combaten el robo de los bienes comunes, ni defienden la producción y distribución comunitaria de los frutos del trabajo humano. No al ecologismo que sólo ve el mundo de color verde. No a los feminismos que sólo combaten la desigualdad entre sexos. No al izquierdismo-progresismo-ciudadanismo que pretende un estado de bienestar compatible con el estado de dominación, que persigue la reforma y perpetuación de este estado de contradicción en el que ellos tienen una nómina fija.
Nunca más llamaremos público a lo estatal. No llamaremos educación al sistema estatal de amaestramiento y domesticación. No llamaremos sistema público de salud al sistema que promueve la enfermedad como fuente de negocio y control social. Nunca más llamaremos “derechos sociales” a las pequeñas concesiones del Estado que nos convierten en su adicta clientela. Nunca más aceptaremos que nos cuelguen el cartel de “clase trabajadora”, que sólo ha convenido a las facciones políticas o sindicales, izquierdas-derechas, del sistema dominante. Estamos decididos a dejar de ser clase para ser pueblo, autosuficientes y soberanos responsables de nosotros mismos.
La revolución no necesita líder ni fecha de inauguración, ni lo necesita el pueblo que la lleva a cabo, que se constituye por voluntad de sí mismo frente a toda fuerza contraria a la libertad, a la que nunca más llamaremos “derecho” sino deber, el más principal de los deberes humanos.
1 comentario:
Totalmente de acuerdo, en esa línea, y sólo en un aspecto parcial, pero por si os toca a alguien, aquí una iniciativa que va creciendo poco a poco:
https://descensoelectoral.wordpress.com/
Salud
Publicar un comentario