jueves, 11 de diciembre de 2014

HACIA UNA DECLARACIÓN ALTERNATIVA Y UNIVERSAL DE LOS DEBERES HUMANOS



Eleanor Roosvelt mostrando la Declaración

La Declaración Universal de los Derechos Humanos es pura propaganda del sistema estatal-capitalista, que utiliza los derechos humanos como reclamo publicitario de un producto político que, de momento, cuenta con la complicidad mayoritaria de la sociedad consumidora de derechos, generada por el propio sistema.




Pero la fiesta pronto se tornó incómoda. Los derechos humanos no habían dejado atrás su herencia etnocéntrica crónica. Y ésta beneficiaba las demandas de consumo de bienes y servicios a la carta antes que la creación de un marco de suficiencia que hiciera imposible el malestar de la escasez. Irritante. Los derechos humanos ejercían un rol predeterminado en la estructura del sistema ideológico capitalista: la orientación de éstos al consumo de cada vez mayores y nuevos derechos (los bienes y servicios ofertados por el estado) aumentaban felizmente la tasa de ganancia ideológica del sistema al que, presuntamente, buscaba derrocar, fortaleciéndolo. Cada nuevo derecho exigido, reivindicado y conseguido alejaba un poco más la oportunidad de creación de nuevos marcos de posibilidad, legitimando la supuesta solvencia del sistema. Nuestros sueños se nutrían de un poso inesperado de hojarasca, que nos devoraba. Odiosa, la fiesta. Un posicionamiento, el de los derechos humanos, que pone en el centro del juego político la satisfacción de las necesidades, fortalecía de hecho a un capitalismo renovado que ahogaba a la población en el consumo del éxtasis momentáneo, en las sensaciones individuales infinitas, a modo de narcótico paralizante. Al tiempo que nos negaba la posibilidad de poner el foco en la producción colectiva de abundancia (ausencia de escasez), destinado a la propia colectividad.
Repugnante”.
(“De los derechos humanos a los deberes de la humanidad ”, artículo de Carlos de la Rosa de la Vega publicado en 7dias.com.do) 

La Declaración Universal de los Derechos Humanos -“del Hombre” en su denominación inicial- fue adoptada por la Asamblea General de Naciones Unidas en 1948 y contiene treinta artículos en los que pretende recoger los derechos humanos básicos, siguiendo la estela del pensamiento ilustrado que a su vez inspirara la Revolución Francesa y que llevara en 1789 a la promulgación de una Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Así pues, la actual Declaración tiene esta filiación ideológica, directamente heredera del pensamiento ilustrado que alumbrara el siglo XVIII, el denominado Siglo de las Luces, que siguen “alumbrando” a un mundo contemporáneo imposible de comprender sin las claves históricas acaecidas en aquel siglo: como la invención de la máquina de vapor, la independencia de los Estados Unidos o la Revolución Francesa. Es el tiempo en el que se produce la renovación del viejo capitalismo mercantil y de los viejos estados surgidos del feudalismo medieval, es la época en la que podemos reconocer la común matriz colonial que emparenta las estructuras capitalistas y estatales que hoy conocemos. De tal modo es así, que no me parece exagerado afirmar que la Declaración Universal de los Derechos Humanos expresa la consecución e implantación hegemónica de aquella filosofía racionalista surgida del desarrollo industrial y político del siglo XVIII, “el de las luces” .

Es así como hemos llegado al momento actual de la historia humana, en que quienes reclaman los derechos humanos legitiman en esa esperanza la burla de los mismos por aquellos en quienes han delegado una responsabilidad que es sólo suya. Es así como hemos evadido irresponsablemente el imperativo categórico de nuestra responsabilidad universal, el imperativo ético que señalara Hans Jonas: “Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la Tierra”. Este imperativo ético surge de la consideración de que los seres humanos somos los únicos seres de la naturaleza que tenemos responsabilidad, los únicos que podemos escoger conscientemente entre diferentes alternativas; y cada una de esas elecciones tiene consecuencias, ya que la responsabilidad emana de la libertad, es la carga que conlleva, es un deber, una exigencia moral. 

¿Podemos siquiera imaginar el efecto de una alternativa Declaración Universal de los Deberes Humanos?...no el derecho a un medio ambiente más “ecológico”, sino el deber de responsabilizarnos de la naturaleza de la que somos parte; no el derecho al trabajo, sino el deber de trabajar para desterrar la escasez que organiza la sociedad en clases de saciados y famélicos; no el derecho a la apropiación individual de los bienes naturales que por naturaleza son comunes, sino el deber de compartir los recursos de los que depende la continuidad de la vida en la Tierra; no el derecho a que las leyes velen por el respeto a nuestra dignidad individual, sino el deber de toda la humanidad por ese respeto que en sí mismo es una ley superior, que no precisa de más leyes.

Comparto plenamente la conclusión de Carlos de la Rosa de la Vega en el artículo que hoy me sirve de referencia:

Anclados en la defensa de los derechos humanos seguiremos caminando todos juntos en soledad por los mismos errores. Creando ficciones sin otros. Confundiendo voluntades. Reposicionarnos en la potencialidad de los deberes supone unir las fuerzas creativas de la humanidad en la producción de un único marco de suficiencia, que nos abrigue a todos por igual, como actualmente nos asfixia desigualmente el de la demencia. Vivir en los otros destierra la ilusión de vivir con los otros. Alzar la mirada nos territorializa. Pisar la mina, saltar por los aires nos insufla consciencia, capacidad de un mundo sin esperar al cuándo. Que se hundan las viejas y fraudulentas cegueras. Que se aparten las sucias proclamas de barbarie. Ya se siente la vida aproximarse con su fuerza. Que comience todo. Que comience todo”.




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