Eleanor Roosvelt mostrando la Declaración |
La
Declaración Universal de los Derechos Humanos es pura propaganda
del sistema estatal-capitalista, que utiliza los derechos humanos
como reclamo publicitario de un producto político que, de momento,
cuenta con la complicidad mayoritaria de la sociedad consumidora de derechos, generada por el propio sistema.
“Pero
la fiesta pronto se tornó incómoda. Los derechos humanos no habían
dejado atrás su herencia
etnocéntrica crónica. Y ésta
beneficiaba las demandas de consumo de bienes y servicios a la
carta
antes que la creación de un marco de suficiencia que hiciera
imposible el malestar de la
escasez. Irritante. Los derechos humanos
ejercían un rol predeterminado en la estructura del
sistema
ideológico capitalista: la orientación de éstos al consumo de cada
vez mayores y nuevos
derechos (los bienes y servicios ofertados por
el estado) aumentaban felizmente la tasa de
ganancia ideológica del
sistema al que, presuntamente, buscaba derrocar, fortaleciéndolo.
Cada
nuevo derecho exigido, reivindicado y conseguido alejaba un
poco más la oportunidad de creación
de nuevos marcos de
posibilidad, legitimando la supuesta solvencia del sistema. Nuestros
sueños
se nutrían de un poso inesperado de hojarasca, que nos
devoraba. Odiosa, la fiesta. Un
posicionamiento, el de los derechos
humanos, que pone en el centro del juego político la
satisfacción
de las necesidades, fortalecía de hecho a un capitalismo renovado
que ahogaba a la
población en el consumo del éxtasis momentáneo,
en las sensaciones individuales infinitas, a
modo de narcótico
paralizante. Al tiempo que nos negaba la posibilidad de poner el foco
en la
producción colectiva de abundancia (ausencia de escasez),
destinado a la propia colectividad.
Repugnante”.
(“De los derechos
humanos a los deberes de la humanidad
”, artículo de Carlos de la
Rosa de la Vega
publicado en 7dias.com.do)
La
Declaración Universal de los Derechos Humanos -“del Hombre” en
su denominación inicial- fue adoptada por la Asamblea General de
Naciones Unidas en 1948 y contiene treinta artículos en los que
pretende recoger los derechos humanos básicos, siguiendo la estela
del pensamiento ilustrado que a su vez inspirara la Revolución
Francesa y que llevara en 1789 a la promulgación de una Declaración
de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Así pues, la actual
Declaración tiene esta filiación ideológica, directamente heredera
del pensamiento ilustrado que alumbrara el siglo XVIII, el
denominado Siglo de las Luces, que siguen “alumbrando” a un mundo
contemporáneo imposible de comprender sin las claves históricas
acaecidas en aquel siglo: como la invención de la máquina de vapor,
la independencia de los Estados Unidos o la Revolución Francesa. Es
el tiempo en el que se produce la renovación del viejo capitalismo
mercantil y de los viejos estados surgidos del feudalismo medieval,
es la época en la que podemos reconocer la común matriz colonial
que emparenta las estructuras capitalistas y estatales que hoy
conocemos. De tal modo es así, que no me parece exagerado afirmar
que la Declaración Universal de los Derechos Humanos expresa la
consecución e implantación hegemónica de aquella filosofía
racionalista surgida del desarrollo industrial y político del siglo
XVIII, “el de las luces” .
Es
así como hemos llegado al momento actual de la historia humana, en
que quienes reclaman los derechos humanos legitiman en esa esperanza
la burla de los mismos por aquellos en quienes han delegado una
responsabilidad que es sólo suya. Es así como hemos evadido
irresponsablemente el imperativo categórico de nuestra
responsabilidad universal, el imperativo ético que señalara Hans
Jonas: “Obra de tal modo que
los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una
vida humana auténtica en la Tierra”. Este imperativo
ético surge de la consideración de que los seres humanos somos los
únicos seres de la naturaleza que tenemos responsabilidad, los
únicos que podemos escoger conscientemente entre diferentes
alternativas; y cada una de esas elecciones tiene consecuencias, ya
que la responsabilidad emana de la libertad, es la carga que
conlleva, es un deber, una exigencia moral.
¿Podemos
siquiera imaginar el efecto de una alternativa Declaración Universal
de los Deberes Humanos?...no el derecho a un medio ambiente más
“ecológico”, sino el deber de responsabilizarnos de la
naturaleza de la que somos parte; no el derecho al trabajo, sino el
deber de trabajar para desterrar la escasez que organiza la sociedad
en clases de saciados y famélicos; no el derecho a la apropiación
individual de los bienes naturales que por naturaleza son comunes,
sino el deber de compartir los recursos de los que depende la
continuidad de la vida en la Tierra; no el derecho a que las leyes
velen por el respeto a nuestra dignidad individual, sino el deber de
toda la humanidad por ese respeto que en sí mismo es una ley
superior, que no precisa de más leyes.
Comparto
plenamente la conclusión de Carlos de la Rosa de la Vega en el
artículo que hoy me sirve de referencia:
“Anclados
en la defensa de los derechos humanos seguiremos caminando todos
juntos en soledad
por los mismos errores. Creando ficciones sin
otros. Confundiendo voluntades. Reposicionarnos en
la potencialidad
de los deberes supone unir las fuerzas creativas de la humanidad en
la
producción de un único marco de suficiencia, que nos abrigue a
todos por igual, como
actualmente nos asfixia desigualmente el de la
demencia. Vivir en los otros destierra la ilusión de
vivir con los
otros. Alzar la mirada nos territorializa. Pisar la mina, saltar por
los aires nos insufla
consciencia, capacidad de un mundo sin esperar
al cuándo. Que se hundan las viejas y
fraudulentas cegueras. Que se
aparten las sucias proclamas de barbarie. Ya se siente la vida
aproximarse
con su fuerza. Que comience todo. Que comience todo”.
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