Podemos es un signo de nuestro tiempo, un simulacro de insurgencia popular creado desde la lógica postmoderna de la hiperrealidad. Hoy la realidad subyacente es el irresuelto combate entre el Demos ( la comunidad de individuos libres e iguales que se llama a sí misma Pueblo soberano) y el artefacto estatal-capitalista, el mismo al que viene a rescatar Podemos, partido político recién constituido como sucedáneo del Demos y que, por tanto, es cosa distinta al Pueblo. El antagonismo real sólo puede producirse entre el Pueblo y su oponente, el Estado/Mercado. El Demos no puede ser sustituido por una comunidad ficticia, la ciudadanía, obra del aparato estatal, a partir de sus propias reglas amañadas. La forma de organización de la convivencia que es propia del Pueblo -el autogobierno, la democracia- tampoco puede ser sustituida por una falsificación de la misma, como lo es cualquier otra forma no democrática. La corrupción que hoy escandaliza es sólo un síntoma de la corrupción mayor que es su causa, del propio sistema corrupto fundamentado en la dominación de los seres humanos. Y lo que va a hacer Podemos es atacar al síntoma para fortalecer su causa, al estado de corrupción original que hoy es el sistema Estado-Mercado, contribuyendo así a su reproducción y perpetuación.
Podemos es ciudadanía pero no es Demos, no es Pueblo en sentido político y democrático (demo-cracia). Hoy sólo podemos llamar “pueblos” a las entidades poblacionales y geográficas, prepolíticas. La ciudadanía creada por el Estado no es sino una entidad político-administrativa que abarca al conjunto de la población de un territorio, censándolos como administrados y electores, una masa de clientes-consumidores, creada desde el poder totalitario (social, político, económico y ecológico) desplegado por las élites a través del aparato estatal-mercantil en los dos últimos siglos.
Los ciudadanos que votan o participan en Podemos, como en cualquier otro partido político, no constituyen ni son hoy parte del Pueblo cuando entienden a éste como simulacro, bajo esa forma hiperreal de “ciudadanía”. En todo caso, el Pueblo es hoy una minoritaria realidad social, compuesta por los restos de la clase trabajadora derrotada y ahora en fase de reconstrucción y reorganización, al margen y frente al aparato estatal-mercantil, con el inequívoco objetivo de su abolición, única vía posible hacia la Democracia.
Como comunidad universal (1) de individuos libres e iguales, el Pueblo (Demos) sólo puede existir sobre los universales principios de fraternidad humana y democracia integral (social, política, económica y ecológica). O no existirá. La revolución fundamentada en estos principios, de suceder, no será tras la conquista del Estado, como se ha demostrado demasiadas veces a lo largo de la historia; sucederá como un largo proceso de reconstrucción y lucha, de emancipación individual y comunitaria, de puesta en práctica de la fraternidad humana y la vida en democracia, algo mucho más difícil y complejo que ganar unas elecciones.
“Este es el problema. La simulación de la democracia, que no solamente se da, como se da, en Bolivia, sino en el mundo. No es un problema de este gobierno, el de Evo Morales Ayma, sino de todos los gobiernos llamados “democráticos”, sean progresistas o no, sean liberales o conservadores, sean de “izquierda” o de “derecha”. No es por cierto el problema de las elecciones del 12 de octubre sino de todas las elecciones, no solamente en Bolivia. El problema en Bolivia es que se trata de un “proceso de cambio” en crisis, que dio marcha atrás. No porque traicionaron los que gobiernan - esta es una explicación ingenua y esquemática -, sino porque se entramparon en las mallas institucionales del Estado-nación, que restauraron, sino porque se convirtieron en engranajes del poder, como toda revolución, sea socialista, reformista o indígena, que no destruye el Estado y el poder” (de “La discreta comedia electoral”, texto de Raúl Prada Alcoreza).
Deberíamos querer vivir en una democracia superior a la original, aquella de los griegos, que vista ahora, desde la distancia de los siglos, podemos deducir no pocas imperfecciones, aún siendo matriz de todas las “democracias” actuales. Su imperfección elemental y mayúscula consistió entonces en la exclusión de los esclavos, de aquellos ciudadanos que no pertenecían a la clase igualitaria de los “libertos”. Las modernas “democracias” del mundo actual hacen lo mismo, pero con estrategia bien diferente y mucho más sofisticada, excluyendo a los ciudadanos cuyas vidas lo son por cuenta ajena, igual que sucedía con los antiguos esclavos, vidas condicionadas por voluntad y poder externos. Esa estrategia fue resuelta por el Estado moderno en tres pasos: 1º) se inventa una única y artificial clase social, la ciudadanía, a la que se le adjudican derechos y libertades teóricas, tan falsas como la teórica igualdad que reconocen todas las constituciones estatales; 2º) se construye un censo de “iguales”, formado por la suma obscena y desigual de ciudadanos propietarios-dirigentes junto a ciudadanos desposeídos y dirigidos; 3º) a la resultante se le llama “pueblo” o “nación”, según convenga al uso. Y así, con este perverso procedimiento, la antigua clase esclavizada pasa a vivir una “nueva realidad democrática”, de apariencia igualitaria. Este truco tiene el nombre de hiperrealidad, consiste en una interpretación de la realidad que la sustituye por otra imaginaria, considerada nueva y mejor. Umberto Eco la define como “auténtica falsedad” y Jean Baudrillard como “simulación de algo que en realidad nunca existio”.
Estamos hablando de un mecanismo de manipulación mediante el que se logra engañar a la conciencia para que ésta opte por un estado de satisfacción y felicidad encontrados en la imitación de lo real más que en la realidad misma; algo así como el equivalente a una sustitución de la sexualidad por la pornografía o al abandono de las conversaciones reales por la comunicación virtual en el facebook.
No me parece a mí que hayamos aprendido mucho de nuestra experiencia histórica, cuando parece tan obvio que estas “democracias” nuestras no resisten siquiera una mínima comparación con la original. Y no sólo no la hemos superado en calidad, sino que toda esa larga experiencia histórica sólo aparenta habernos servido para “progresar” hacia atrás, después de asistir a numerosos estrenos de versiones falsas y fallidas de aquella original e imperfecta democracia griega. Y todo para llegar a la hiperrealidad del presente, con la que hemos llegado a creer que el progreso humano consistía básicamente en desarrollo tecnológico y consumo compulsivo.
Los individuos que se reconocen a sí mismos como libres e iguales no necesitan ser gobernados por nadie, porque si eso sucediera dejarían de serlo. Por eso, sólo es correcto hacer uso del concepto “democracia” - gobierno (cracia) del pueblo (demos)-, si por Pueblo entendemos una verdadera comunidad de individuos libres e iguales, nunca un simulacro. Y aunque los gobiernos fueran consentidos por la mayoría de la población, nunca podremos llamar democracias a lo que en realidad son oligocracias o gobiernos de élites.
Los viejos luchadores anarquistas se quedaron solos en esta comprensión de la democracia real. Para diferenciarse de los falsos demócratas, llamaron “acracia” (sin gobierno) al autogobierno (democracia), quedando atrapados en esa confusión, puramente terminológica. Y en esas seguimos... y de ahí la necesidad de seguir construyendo el Demos, por mucho que pueda molestar a Podemos.
Nota:
(1) El universalismo ha sido desprestigiado por el pensamiento postmoderno al generalizarlo como “forma de plantear problemas y soluciones desde sujetos colectivos abstractos, como las naciones, los géneros, la Humanidad, etc.” Estas categorías universales se hacen coincidir con las comunidades imaginadas de la modernidad industrial, a través de las que el Estado funciona y se reproduce...Sí, de acuerdo, pero el Pueblo, Demos, no puede ser incluido entre esas categorías abstractas. No es una realidad inmutable y preexistente, sino una en permanente construcción histórica, real como concreta y universal. Una fuerza ahora mínima, pero tan real como el sistema de dominación al que se opone.
2 comentarios:
Hay un problema en este enunciado: "El antagonismo real sólo puede producirse entre el Pueblo y su oponente, el Estado/Mercado. Por encima del "Estado" y el "Mercado" (que somos todos en resumidas cuentas por que todos pagamos impuestos y compramos o vendemos algo) está el poder financiero (corporaciones y bancos privados y bancos centrales) que los somete y chupa a casi toda la clase dirigente y empresaria. Si el pueblo hoy hipercontrolado por los increíbles flujos de información -y desinformación- no presenta señales de insurrección masiva, no queda otra que jugar el maldito juego de "la institucionalidad" pero invertirle el sentido y permitir que se formen comunidades autosuficientes
-Afortunadamente, la lengua castellana distingue entre ser y estar: todos “estamos” atrapados en las redes institucionales, pero no “somos” estado-mercado, por muy contribuyentes y consumidores que nos sintamos. Pienso que el poder financiero no es hoy algo distinto y por encima del aparato estatal-mercantil, sino que se trata de un único sistema global, que se hace visible en lo que a nivel doméstico se conoce como “puertas giratorias”, ese contínuo trasiego de ida y vuelta entre cargos políticos y financieros sin distinción de intereses.
-Jugar “el maldito juego de la institucionalidad” no es precisamente una señal de insurrección, sino la forma más engañosa de sumisión, la que acepta las reglas del poder. Nuestra experiencia personal, como la histórica, nos ha ido mostrando que esa es una estrategia ya fallida de antemano y que el tiro acaba saliendo siempre por la culata.
-Apuesto por una estrategia de insurrección que empieza por descolonizar mi propio pensamiento- conducta individual. A partir de esa elemental autonomía, pienso que la insurrección adquiere sentido ético y estratégico.
Agradezco tu comentario y te envío un fraternal saludo.
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