Posthumanismo. Escultura de Bogdan Rata |
Pudiera
ser que este vertiginoso suceder de la política, que nos provoca una
continua opinión y posicionamiento sobre cada noticia, nos haga
perder de vista lo general y nos lleve a una falsa comprensión de la
realidad, como una maraña de árboles sueltos e inconexos que brotan
del suelo a cada instante ocupando nuestra atención en lo inmediato
e impidiéndonos ver la magnitud integral del paisaje, del mundo
en que vivimos. Si así fuera, parece necesario detenerse un momento
a cada poco, para tomar perspectiva e intentar comprender el porqué
de lo que sucede, más allá de su descripción mediática, escapando a la dinámica de acción-reacción a que nos han
acostumbrado los medios de comunicación. De no hacerlo, seríamos
objeto de esa exitosa estrategia de domesticación que nos atrapa en
lo superficial y nos oculta el conocimiento de lo esencial. Pudiera ser, entonces, que el conocimiento surgido de la reflexión personal y
colectiva, sólo pudiera fundamentarse en la experiencia vital y
nunca en un relato retransmitido por escrito y por los nuevos
medios de domesticación...tengo mis dudas y también la certeza de
que, en todo caso, es un conocimiento no abordable desde un blog, un
twit o un comentario en el facebook.
Las
nuevas formas de comunicación están inaugurando una época
tecnológica de largo alcance e imprevisibles consecuencias. En el
espacio de una sola generación están cambiando el mundo conocido en
modo tan rápido que no nos da tiempo a reflexionar sobre la
naturaleza de ese cambio, ocupados como estamos en los particulares
sucesos domésticos y en la acelerada actualidad que acontece cada
día delante de nosotros y en múltiples frentes, componiendo una
realidad hipercompleja que nos excede y que nubla nuestra facultad
de comprensión.
Desde
que fuera escrito el pensamiento de los primeros filósofos griegos,
la comunicación se producía por escrito entre quienes dominaban el
arte de la escritura, que ¿casualmente? también dominaban la
sociedad. Los que no sabían leer ni escribir eran dominados, seres
necesitados de alfabetización, objetos de amaestramiento y
educación, cuya limitada herramienta de comunicación solo podía
ser oral. Incluso en los avanzados países de occidente ésto ha
sido así hasta hace sólo cuatro o cinco décadas y aún lo sigue
siendo en buena parte del mundo. No es difícil deducir a qué clase
social pertenecieron los autores de los libros -especialmente los de
la historia y la filosofía que nos han enseñado en las escuelas y
universidades-, por lo que parece innegable que la comunicación escrita ha
estado siempre ligada al dominio de las élites sobre los pueblos.
Y aunque sólo fuera por eso, quizá deberíamos acercarnos al conocimiento escolar, académico y mediático con una prevención razonable y más que justificada. Nada comparable con la excelencia del conocimiento que brota de nuestra propia experiencia vital.
Y aunque sólo fuera por eso, quizá deberíamos acercarnos al conocimiento escolar, académico y mediático con una prevención razonable y más que justificada. Nada comparable con la excelencia del conocimiento que brota de nuestra propia experiencia vital.
Comprendo
el revuelo que provocó -y provoca aún todavía- la conferencia que
pronunciara en julio de 1999 el filósofo alemán Peter Sloterdijk,
“Reglas para el Parque Humano. Respuesta a la Carta sobre el
humanismo”, que así comenzaba:
“Los
libros, dijo una vez el poeta Jean Paul, son voluminosas cartas a los
amigos. Con esta frase llamó él por su nombre de modo refinado y
elegante a lo que es la esencia y función del Humanismo: una
telecomunicación fundadora de amistad por medio de la escritura. Lo
que se llama ‘humanitas’ desde los días de Cicerón, pertenece
en sentido tanto estricto como amplio a las consecuencias de la
alfabetización”.
Los
humanizados serían así la secta de los alfabetizados, responsable
del humanismo como proyecto universal y expansionista a partir de una
idea matriz, -la del hombre salvaje, un ser animal y analfabeto- y a partir de
un método adecuado a su domesticación. La escritura hizo posible la
seducción a distancia, a la captura de amigos, lo mismo que en el
facebook. “ Allí donde el alfabetismo fue
fantástico y arrogante surgió la Cábala, donde fue
pragmático y programático se convirtió en norma
de la sociedad política”, eso dice Sloterdijk al explicar a
su manera cómo el humanismo -una sociedad literaria al cabo- es
responsable del Parque Humano que somos, una sociedad-zoo en el que
la bestia humana demanda ser alfabetizada, reclama su necesidad de
domesticación y amansamiento.
Se
pregunta el filósofo: “Qué son las naciones modernas sino
poderosas ficciones de públicos letrados, convertidos a partir de
los mismos escritos en armónicas alianzas de amistad?”. Y
dice también que a partir de los inventos de la radio y la
televisión (en 1.918 y 1.945 respectivamente), cuando la sociedad humana se torna
mediáticamente en sociedad de masas (más aún con la revolución
tecnológica siguiente, la de internet y las redes sociales), se ha
producido un cambio trascendental, que establece una base nueva para
la coexistencia humana, una base decididamente post-literaria y
consecuentemente post-humanística.
Cuando reconocemos en el presente los signos evidentes de una
sociedad del espectáculo, adquiere consistencia el paralelismo con
la sociedad del imperio romano, la del pan y circo, en la que el
humanismo antiguo, según Sloterdijk, sólo puede ser concebido como
“resistencia de los libros contra el anfiteatro” y, por
tanto, “la etiqueta Humanismo recuerda, con falsa inocencia, la
perpetua batalla en torno al hombre, que se ratifica como una lucha
entre las tendencias bestializantes y las domesticadoras”.
Tras
las huellas de Platón, Heidegger y Nieztsche, el filósofo Sloterdijk
liquida y amortiza ese humanismo con argumentos éticos, por ser un mero sistema literario para la domesticación, por eludir durante más
de veinte siglos la pregunta por la esencia del ser humano:
..."Se podría definir a los hombres de tiempos históricos como
animales, de los cuales unos saben leer y escribir, y otros no. De
aquí en adelante hay sólo un paso –aunque de enormes
consecuencias– hasta la tesis de que los hombres son animales, de
los cuales unos crían y disciplinan a sus semejantes, mientras que
los otros son criados: un pensamiento que desde las reflexiones
platónicas sobre la educación y el Estado, ya pertenece al folklore
pastoral de los europeos”.
Y,
como Heidegger, señala al cristianismo, al marxismo y al
existencialismo, como variedades pastoriles de ese humanismo,
“diferenciadas una de otra sólo por matices superficiales, o
dicho claramente, como tres tipos y modos de eludir la última
radicalidad de la pregunta por la esencia del hombre”.
Cuando le sigue el rastro a Nietzsche, justifica la concepción del
superhombre referida al tiempo futuro, una vez superado “el
íntimo entramado de crianza, domesticación y educación con
el que se consumó la producción humana”. Está
hablando del humanismo
como movimiento que oculta el proyecto de domesticación bajo la
máscara de la escuela.
Y si la huella seguida es la de Platón, ya me perturba y descoloca
del todo cuando se pregunta si la diferencia entre gobernantes y
gobernados es sólo de grado o se trata de una diferencia más
importante y fundamental. Si suponemos lo primero, estaríamos
hablando de una distancia puramente accidental y pragmática, “se
podría conceder al rebaño en este caso la elección periódica de
sus pastores”; pero si
suponemos una
diferencia fundamental, “no sería prudente una
dirección electiva, sino sólo una dirección de la inteligencia.
Sólo los falsos directores zoológicos, los
pseudoestadistas y políticos sofistas harían campaña en su favor,
con el argumento de ser del mismo tenor que el rebaño, mientras que
el verdadero criador señalaría la diferencia y daría a entender
discretamente que, con su conocimiento, se halla más cerca de los
dioses que los confusos seres vivientes de los que cuida”.
Así deja claro que el pastor platónico es verdadero pastor no por
ser divino, sino por ser un hombre sabio, una encarnación terrenal de los dioses. Por eso, el filósofo
hace esta terrible sentencia: “Sin la imagen rectora del
sabio, el cuidado de los hombres por los hombres no es más que una
pasión estéril”.
Agradezco al pensamiento de Sloterdijk que me permita nadar en aguas
profundas a pesar de mis limitaciones; su palabra es provocadora,
incluso aporta una belleza literaria que lo distingue de los
filosóficos “ladrillos” al uso. Pero no soporto el truco de
prestidigitación filosófica con el que pretende engatusarme, ese
tratado suyo sobre un humanismo falsamente derrotado, con el que justifica
su desprecio metafísico y funda su propuesta posthumanista, la del
hombre-máquina autooperable, un superhombre. Sloterdijk nos describe
un humanismo canalla y falsamente inocente, a superar por la futura
sociedad hipertecnológica que vislumbramos ya en el presente. Y yo veo ese mismo humanismo exactamente a la inversa, como precedente y condición
necesaria para la perpetuación de la barbarie en el posthumanismo
anunciado. Reconozco que está bien descrito como Parque Humano y como campo de
batalla entre las facciones que se disputan la crianza y educación
del hombre (¿izquierda y derecha?) a fin de domesticar al
ser analfabeto y salvaje que es el hombre para ese humanismo. El truco es muy viejo,
consiste en menospreciar en el presente la herencia paterna, a fin de
hacer brillar los méritos del heredero en su futura gestión de la
hacienda, eso hace el psthumanismo.
El heredero Sloterdijk utiliza parecidas artes cuando recurre a un
argumento fantasma, a “la histeria antitecnológica que se ha
adueñado de grandes partes del mundo occidental”, dice,
sabiendo que el occidentalizado mundo global es, muy al contrario,
masiva y fervientemente protecnológico; a sabiendas de que el Parque
Humano viene siendo debidamente preparado y educado en un exceso de
fervor tecnológico, dirigido a renovar la gastada fe del humanismo
literario, tan convaleciente hoy como la industria de los libros,
enviando así al purgatorio del olvido a sus tres versiones clásicas
(religiosa, marxista y existencialista).
En eso consiste la innovación, en atribuir
un falso fracaso al chusco humanismo en realidad triunfante y hábilmente
autorenovado en su viejo objetivo de amansar al hombre,
ahora actualizado con biotecnologías que permitirán erradicar genéticamente
las contradicciones que le vinculan con su pecado original, su animalidad natural.
Extirpado ese tumor, el nuevo hombre-máquina será, sin duda, feliz, a
todas horas feliz, un superhombre que podrá programarse felizmente a
sí mismo con benéficas máquinas programadas por hombres tan
sabios como benéficos.
Esta es la buena nueva anunciada por el
posthumanismo: ya nunca más el Parque Humano necesitará de
gobiernos, guerras y escuelas que amansen a esa bestia que todavía
hoy es el hombre...Y convendría tenerlo muy en cuenta, porque el
posthumanismo que está llegando acumula una larga experiencia
histórica y viene perfeccionando su oficio de pastorear a los
hombres desde muy antiguo.
Pero, ¿acaso existe o ha existido otro humanismo, uno que quizá
desconozcamos porque no nos fuera oralmente transmitido o porque no
fuera escrito en los libros de historia o de filosofía?... y si ésto
fuera así, ¿en qué momento del mundo se produjo la bifurcación
entre esos humanismos?...obviamente, son preguntas cuya respuesta no
encontraremos en los libros, ¿dónde entonces?...Alguien me dirá
que ahí están la izquierda y la derecha, los dos humanismos
enfrentados, pero no cuela, esa es una respuesta dictada y escrita,
propia del humanismo-ficción. La experiencia histórica y lo que
observamos cada día en la realidad es que lo que llamamos izquierda
y derecha son dos versiones competidoras dentro del mismo proyecto
alfabetizador, del mismo arte del pastoreo y dominación del ser
humano.
No sin dudas, tengo mi propia respuesta: existe otro humanismo
que, al menos yo, voy descubriendo en la observación del mundo y en
la reflexión sobre mi propia experiencia vital; es un humanismo que
no rehusa las contradicciones de la naturaleza humana, que no trata
de amansar al hombre ni domesticarlo. Es un humanismo que no confunde sabiduría con bondad, porque tiene una experiencia histórica repleta de explotación humana y guerras
fraticidas a cargo de gobernantes presuntamente sabios. Por eso, para
impedirlo, es un humanismo que propone una norma de vida comunitaria,
en libertad y autonomía, sin jerarquía.
Este es el antiguo y siempre actual punto de bifurcación de ambos humanismos, en el que
hay que elegir entre autonomía o heteronomía, entre comunidad o
rebaño humano, entre las contradicciones de una vida en libertad e
igualdad o la presunta felicidad de la que disfrutaría un rebaño
dirigido por presuntos buenos pastores.
Insisto, el humanismo que critica Sloterdijk está hoy en crisis
sólo sucesoria, preparando su transformación en posthumanismo, diseñando las
condiciones y postulados de una nueva utopía pastoril,
antropotécnica, como así la nombra el propio filósofo. La crítica
posthumanista ignora groseramente la estructura estatal-capitalista
con la que el chusco humanismo triunfante se ha dotado en los dos
últimos siglos para desarrollar al completo su misión
domesticadora. ¿De dónde, si no, la biopolítica en la que vivimos,
esta forma de vivir en la que todo, absolutamente todo, esta
politizado, determinado y controlado por esa estructura, ahora
definitivamente global y totalitaria?,¿cómo ignorar, pues, el
pestilente aliento de este nuevo y perfeccionado fascismo en
ciernes, que tiene por motor la
idea de progreso y por combustible al fetichismo
científico?, una suerte de ciega fe en la ciencia, que es algo muy parecido a la
misma religión que descalifica por ser cosa del pasado. Lo señala,
acertadamente, Miguel Amorós en sus Apuntes contra el Progreso:
“En
realidad el futuro se esfuma en la ideología, no quedando del
progresismo sino una vulgar apología de lo existente. Por eso, toda
la clase dominante, en política y en economía, reivindica el
progreso como una seña de identidad, porque, en la medida que domina
el presente, reescribe el pasado del que se siente heredera y conjura
el futuro que no termina de controlar”.
Puede
que ya sea demasiado tarde para vencer -sólo con munición ética- a
este humanismo progresista, pastoril y destructivo. Se acerca el día
en que habrá que hacerlo aunque sea con piedras y por simple razón de supervivencia.
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