martes, 21 de octubre de 2014

LOS HUMANISMOS

Posthumanismo. Escultura de Bogdan Rata


Pudiera ser que este vertiginoso suceder de la política, que nos provoca una continua opinión y posicionamiento sobre cada noticia, nos haga perder de vista lo general y nos lleve a una falsa comprensión de la realidad, como una maraña de árboles sueltos e inconexos que brotan del suelo a cada instante ocupando nuestra atención en lo inmediato e impidiéndonos ver la magnitud integral del paisaje, del mundo en que vivimos. Si así fuera, parece necesario detenerse un momento a cada poco, para tomar perspectiva e intentar comprender el porqué de lo que sucede, más allá de su descripción mediática, escapando a la dinámica de acción-reacción a que nos han acostumbrado los medios de comunicación. De no hacerlo, seríamos objeto de esa exitosa estrategia de domesticación que nos atrapa en lo superficial y nos oculta el conocimiento de lo esencial. Pudiera ser, entonces, que el conocimiento surgido de la reflexión personal y colectiva, sólo pudiera fundamentarse en la experiencia vital y nunca en un relato retransmitido por escrito y por los nuevos medios de domesticación...tengo mis dudas y también la certeza de que, en todo caso, es un conocimiento no abordable desde un blog, un twit o un comentario en el facebook. 


Las nuevas formas de comunicación están inaugurando una época tecnológica de largo alcance e imprevisibles consecuencias. En el espacio de una sola generación están cambiando el mundo conocido en modo tan rápido que no nos da tiempo a reflexionar sobre la naturaleza de ese cambio, ocupados como estamos en los particulares sucesos domésticos y en la acelerada actualidad que acontece cada día delante de nosotros y en múltiples frentes, componiendo una realidad hipercompleja que nos excede y que nubla nuestra facultad de comprensión.

Desde que fuera escrito el pensamiento de los primeros filósofos griegos, la comunicación se producía por escrito entre quienes dominaban el arte de la escritura, que ¿casualmente? también dominaban la sociedad. Los que no sabían leer ni escribir eran dominados, seres necesitados de alfabetización, objetos de amaestramiento y educación, cuya limitada herramienta de comunicación solo podía ser oral. Incluso en los avanzados países de occidente ésto ha sido así hasta hace sólo cuatro o cinco décadas y aún lo sigue siendo en buena parte del mundo. No es difícil deducir a qué clase social pertenecieron los autores de los libros -especialmente los de la historia y la filosofía que nos han enseñado en las escuelas y universidades-, por lo que parece innegable que la comunicación escrita ha estado siempre ligada al dominio de las élites sobre los pueblos.
Y aunque sólo fuera por eso, quizá deberíamos acercarnos al conocimiento escolar, académico y mediático con una prevención razonable y más que justificada. Nada comparable con la excelencia del conocimiento que brota de nuestra propia experiencia vital. 




Comprendo el revuelo que provocó -y provoca aún todavía- la conferencia que pronunciara en julio de 1999 el filósofo alemán Peter Sloterdijk, “Reglas para el Parque Humano. Respuesta a la Carta sobre el humanismo”, que así comenzaba:

Los libros, dijo una vez el poeta Jean Paul, son voluminosas cartas a los amigos. Con esta frase llamó él por su nombre de modo refinado y elegante a lo que es la esencia y función del Humanismo: una telecomunicación fundadora de amistad por medio de la escritura. Lo que se llama ‘humanitas’ desde los días de Cicerón, pertenece en sentido tanto estricto como amplio a las consecuencias de la alfabetización”.

Los humanizados serían así la secta de los alfabetizados, responsable del humanismo como proyecto universal y expansionista a partir de una idea matriz, -la del hombre salvaje, un ser animal y analfabeto- y a partir de un método adecuado a su domesticación. La escritura hizo posible la seducción a distancia, a la captura de amigos, lo mismo que en el facebook. “ Allí donde el alfabetismo fue fantástico y arrogante surg la Cábala, donde fue pragmático y programático se convirtió en norma de la sociedad política”, eso dice Sloterdijk al explicar a su manera cómo el humanismo -una sociedad literaria al cabo- es responsable del Parque Humano que somos, una sociedad-zoo en el que la bestia humana demanda ser alfabetizada, reclama su necesidad de domesticación y amansamiento.

Se pregunta el filósofo: “Qué son las naciones modernas sino poderosas ficciones de públicos letrados, convertidos a partir de los mismos escritos en armónicas alianzas de amistad?”. Y dice también que a partir de los inventos de la radio y la televisión (en 1.918 y 1.945 respectivamente), cuando la sociedad humana se torna mediáticamente en sociedad de masas (más aún con la revolución tecnológica siguiente, la de internet y las redes sociales), se ha producido un cambio trascendental, que establece una base nueva para la coexistencia humana, una base decididamente post-literaria y consecuentemente post-humanística.

Cuando reconocemos en el presente los signos evidentes de una sociedad del espectáculo, adquiere consistencia el paralelismo con la sociedad del imperio romano, la del pan y circo, en la que el humanismo antiguo, según Sloterdijk, sólo puede ser concebido como “resistencia de los libros contra el anfiteatro” y, por tanto, “la etiqueta Humanismo recuerda, con falsa inocencia, la perpetua batalla en torno al hombre, que se ratifica como una lucha entre las tendencias bestializantes y las domesticadoras”.

Tras las huellas de Platón, Heidegger y Nieztsche, el filósofo Sloterdijk liquida y amortiza ese humanismo con argumentos éticos, por ser un mero sistema literario para la domesticación, por eludir durante más de veinte siglos la pregunta por la esencia del ser humano:

..."Se podría definir a los hombres de tiempos históricos como animales, de los cuales unos saben leer y escribir, y otros no. De aquí en adelante hay sólo un paso –aunque de enormes consecuencias– hasta la tesis de que los hombres son animales, de los cuales unos crían y disciplinan a sus semejantes, mientras que los otros son criados: un pensamiento que desde las reflexiones platónicas sobre la educación y el Estado, ya pertenece al folklore pastoral de los europeos”.

Y, como Heidegger, señala al cristianismo, al marxismo y al existencialismo, como variedades pastoriles de ese humanismo, “diferenciadas una de otra sólo por matices superficiales, o dicho claramente, como tres tipos y modos de eludir la última radicalidad de la pregunta por la esencia del hombre”.

Cuando le sigue el rastro a Nietzsche, justifica la concepción del superhombre referida al tiempo futuro, una vez superado “el íntimo entramado de crianza, domesticación y educación con el que se consumó la producción humana”. Está hablando del humanismo como movimiento que oculta el proyecto de domesticación bajo la máscara de la escuela.

Y si la huella seguida es la de Platón, ya me perturba y descoloca del todo cuando se pregunta si la diferencia entre gobernantes y gobernados es sólo de grado o se trata de una diferencia más importante y fundamental. Si suponemos lo primero, estaríamos hablando de una distancia puramente accidental y pragmática, se podría conceder al rebaño en este caso la elección periódica de sus pastores”; pero si suponemos una diferencia fundamental, “no sería prudente una dirección electiva, sino sólo una dirección de la inteligencia. Sólo los falsos directores zoológicos, los pseudoestadistas y políticos sofistas harían campaña en su favor, con el argumento de ser del mismo tenor que el rebaño, mientras que el verdadero criador señalaría la diferencia y daría a entender discretamente que, con su conocimiento, se halla más cerca de los dioses que los confusos seres vivientes de los que cuida”.

Así deja claro que el pastor platónico es verdadero pastor no por ser divino, sino por ser un hombre sabio, una encarnación terrenal de los dioses. Por eso, el filósofo hace esta terrible sentencia: Sin la imagen rectora del sabio, el cuidado de los hombres por los hombres no es más que una pasión estéril”.


Agradezco al pensamiento de Sloterdijk que me permita nadar en aguas profundas a pesar de mis limitaciones; su palabra es provocadora, incluso aporta una belleza literaria que lo distingue de los filosóficos “ladrillos” al uso. Pero no soporto el truco de prestidigitación filosófica con el que pretende engatusarme, ese tratado suyo sobre un humanismo falsamente derrotado, con el que justifica su desprecio metafísico y funda su propuesta posthumanista, la del hombre-máquina autooperable, un superhombre. Sloterdijk nos describe un humanismo canalla y falsamente inocente, a superar por la futura sociedad hipertecnológica que vislumbramos ya en el presente. Y yo  veo ese mismo humanismo exactamente a la inversa, como precedente y condición necesaria para la perpetuación de la barbarie en el posthumanismo anunciado. Reconozco que está bien descrito como Parque Humano y como campo de batalla entre las facciones que se disputan la crianza y educación del hombre (¿izquierda y derecha?) a fin de domesticar al ser analfabeto y salvaje que es el hombre para ese humanismo. El truco es muy viejo, consiste en menospreciar en el presente la herencia paterna, a fin de hacer brillar los méritos del heredero en su futura gestión de la hacienda, eso hace el psthumanismo.

El heredero Sloterdijk utiliza parecidas artes cuando recurre a un argumento fantasma, a “la histeria antitecnológica que se ha adueñado de grandes partes del mundo occidental”, dice, sabiendo que el occidentalizado mundo global es, muy al contrario, masiva y fervientemente protecnológico; a sabiendas de que el Parque Humano viene siendo debidamente preparado y educado en un exceso de fervor tecnológico, dirigido a renovar la gastada fe del humanismo literario, tan convaleciente hoy como la industria de los libros, enviando así al purgatorio del olvido a sus tres versiones clásicas (religiosa, marxista y existencialista). 

En eso consiste la innovación, en atribuir un falso fracaso al chusco humanismo en realidad triunfante y hábilmente autorenovado en su viejo objetivo de amansar al hombre, ahora actualizado con biotecnologías que permitirán erradicar genéticamente las contradicciones que le vinculan con su pecado original, su animalidad natural. Extirpado ese tumor, el nuevo hombre-máquina será, sin duda, feliz, a todas horas feliz, un superhombre que podrá programarse felizmente a sí mismo con benéficas máquinas programadas por hombres tan sabios como benéficos. 

Esta es la buena nueva anunciada por el posthumanismo: ya nunca más el Parque Humano necesitará de gobiernos, guerras y escuelas que amansen a esa bestia que todavía hoy es el hombre...Y convendría tenerlo muy en cuenta, porque el posthumanismo que está llegando acumula una larga experiencia histórica y viene perfeccionando su oficio de pastorear a los hombres desde muy antiguo. 

 


Pero, ¿acaso existe o ha existido otro humanismo, uno que quizá desconozcamos porque no nos fuera oralmente transmitido o porque no fuera escrito en los libros de historia o de filosofía?... y si ésto fuera así, ¿en qué momento del mundo se produjo la bifurcación entre esos humanismos?...obviamente, son preguntas cuya respuesta no encontraremos en los libros, ¿dónde entonces?...Alguien me dirá que ahí están la izquierda y la derecha, los dos humanismos enfrentados, pero no cuela, esa es una respuesta dictada y escrita, propia del humanismo-ficción. La experiencia histórica y lo que observamos cada día en la realidad es que lo que llamamos izquierda y derecha son dos versiones competidoras dentro del mismo proyecto alfabetizador, del mismo arte del pastoreo y dominación del ser humano.

No sin dudas, tengo mi propia respuesta: existe otro humanismo que, al menos yo, voy descubriendo en la observación del mundo y en la reflexión sobre mi propia experiencia vital; es un humanismo que no rehusa las contradicciones de la naturaleza humana, que no trata de amansar al hombre ni domesticarlo. Es un humanismo que no confunde sabiduría con bondad, porque tiene una experiencia histórica repleta de explotación humana y guerras fraticidas a cargo de gobernantes presuntamente sabios. Por eso, para impedirlo, es un humanismo que propone una norma de vida comunitaria, en libertad y autonomía, sin jerarquía. 

Este es el antiguo y siempre actual punto de bifurcación de ambos humanismos, en el que hay que elegir entre autonomía o heteronomía, entre comunidad o rebaño humano, entre las contradicciones de una vida en libertad e igualdad o la presunta felicidad de la que disfrutaría un rebaño dirigido por presuntos buenos pastores.

Insisto, el humanismo que critica Sloterdijk está hoy en crisis sólo sucesoria, preparando su transformación en posthumanismo, diseñando las condiciones y postulados de una nueva utopía pastoril, antropotécnica, como así la nombra el propio filósofo. La crítica posthumanista ignora groseramente la estructura estatal-capitalista con la que el chusco humanismo triunfante se ha dotado en los dos últimos siglos para desarrollar al completo su misión domesticadora. ¿De dónde, si no, la biopolítica en la que vivimos, esta forma de vivir en la que todo, absolutamente todo, esta politizado, determinado y controlado por esa estructura, ahora definitivamente global y totalitaria?,¿cómo ignorar, pues, el pestilente aliento de este nuevo y perfeccionado fascismo en ciernes, que tiene por motor la idea de progreso y por combustible al fetichismo científico?, una suerte de ciega fe en la ciencia, que es algo muy parecido a la misma religión que descalifica por ser cosa del pasado. Lo señala, acertadamente, Miguel Amorós en sus Apuntes contra el Progreso: 
 
En realidad el futuro se esfuma en la ideología, no quedando del progresismo sino una vulgar apología de lo existente. Por eso, toda la clase dominante, en política y en economía, reivindica el progreso como una seña de identidad, porque, en la medida que domina el presente, reescribe el pasado del que se siente heredera y conjura el futuro que no termina de controlar”.


Puede que ya sea demasiado tarde para vencer -sólo con munición ética- a este humanismo progresista, pastoril y destructivo. Se acerca el día en que habrá que hacerlo aunque sea con piedras y por simple razón de supervivencia.







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