lunes, 2 de junio de 2014

¿PODEMOS...SALVAR AL SISTEMA? (EL DÍA QUE EL REY ABDICÓ Y EL PRINCIPE SE DEJÓ LA COLETA)

 

El 43,09% de los electores europeos acudió a las urnas, sólo 0,12 puntos más que en las elecciones de 2009. La mayor movilización del voto en Francia y Alemania (los dos países más poblados de la UE), donde la participación aumentó en casi cinco y tres puntos respectivamente, ha logrado compensar la bajísima participación  cosechada en los países del este.
Por mucho que se camuflen los resultados estadísticos oficiales, no se me negará la validez de este resúmen: el 87,72 % de los electores europeos no ha votado al partido que dirigirá la política europea en los próximos cinco años y en España no lo ha hecho el 88,5 %, que son los que no han votado al PP.

Una vez más, el desprecio por la abstención es manifiesto, impulsado por el propio sistema y compartido por los devotos del sistema, ya sean éstos jefes o indios. El combate contra la abstención une a todos los que compiten en las elecciones, de un extremo a otro del arco sistémico. Cuando se conoce el resultado electoral, no faltan razones que lo justifiquen a conveniencia. Y siempre, la abstención es utilizada como comodín. La izquierda echa la culpa a la abstención cuando gana la derecha. Y viceversa. Este juicio interesado muestra una verdad común a ambas facciones,  que es el desprecio a la clientela  en su conjunto, al concepto “electores”, incluidos los propios. Consideran ignorante, cómoda y desinteresada a esa potencial clientela  que no entra a comprar su producto. Para todos los establecimientos que compiten en el supermercado electoral, el que no compra es un cliente perdido, lumpen-proletariado o lumpen-antisistema, a los analistas les da igual, lumpen al cabo. Es culpable, al mismo tiempo, del éxito  del que más vende como de la ruina política del  perdedor. Cualquier argumento es válido en la reflexión poselectoral, cualquiera excepto que la clientela pueda ser abstencionista por  principios y conciencia. Que esta democracia es tertuliana y trilera queda en evidencia ante sus propios datos, una vez pasadas las elecciones, cuando queda olvidada y debidamente amortizada la cuestión de la abstención: ¿qué le importa eso a la Comisión que gobernará Europa en los próximos años, qué le importa no contar con el voto del 87,72% de los electores?

Aquí, el partido Podemos es la gran novedad de las elecciones. Podemos y el catalanismo estatalista (de izquierdas y derechas) han colaborado a frenar la tendencia a la abstención que venía creciendo en las últimas convocatorias, evitando una abstención más masiva. Y aún así, el parlamento Europeo ha sido votado por una exigua minoría de electores españoles y europeos; todo ello, sin salirnos de la lógica aritmética que maneja el poder.

Mucha gente, bastantes amigos,  están ilusionados con el resultado de Podemos. Con algunos de ellos compartí el 15M, sobre cuya evolución y deriva ya se han hecho muchos análisis y yo mismo he contribuido con el mío propio, que he hecho público en este modesto blog. Parecía increíble que del 15M no surgiera un partido político que pudiera canalizar la fuerza generada en las asambleas ciudadanas, pero ha sucedido, es Podemos, que ha rentabilizado buena parte de la herencia de aquella expontánea indignación frente a la crisis económica y la generalizada corrupción de la clase política.

No es que yo quiera ser aguafiestas, pero considero que los errores del 15M han sido trasvasados al nuevo partido de la izquierda española. Podemos ha sido votado por una propuesta con apariencia radical, cuando una ojeada a los contenidos de su programa no resiste la verdad, es un programa reformista y profundamente prosistema.  Podemos critica al sistema en sus efectos y no en sus causas, por eso  no propone su sustitución, quiere reformarlo con la pretensión de mejorarlo. Podemos tiene el programa que no cumplió el PSOE cuando tuvo oportunidad para ello, durante más de dos décadas en las  que gobernó en España. Aún así, aquél programa  sirvió para consolidar el regimen estatal-capitalista, mediante la hábil estrategia de la zanahoria-estado de bienestar, que fuera iniciada por el franquismo en sus extertores.

Ahora,  ese programa es imposible además de indeseable. Sería perfectamente asumible por el sistema en un momento socialdemócrata del capitalismo, no en éste momento neoliberal, en el que la hacienda del Estado todavía no ha expropiado a la sociedad los suficientes recursos para equilibrar la tasa de acumulación capitalista, tras sus picias financieras de los últimos tiempos.
Podemos lo pide a  sabiendas de ello, de que su programa es un electoral brindis al sol. Sin embargo, ese mismo programa sí podría resultar muy eficaz en la salvación del sistema estatal-capitalista en  caso de que a éste se le fuera de las manos el control social. Esa es la potencialidad electoral y estratégica de Podemos: reconducir el malestar social hacia una renovada fe en el sistema.

Podemos rentabiliza la herencia del 15M que corresponde a su parte mayoritaria, a la generación aquejada de nostalgia por el estado de bienestar  hoy recortado. En aquellas asambleas ciudadanistas en las que convivían impulsos antisistema y reformistas, la fracasada izquierda española halló el río revuelto donde seguir pescando. Es así, anulada la memoria histórica, como los preparadísimos hijos sin empleo de la pequeña burguesía  “socialista,  obrera y española”, se han entregado a la tarea de reeditar la ilusión socialdemócrata, con un icono renovado y sostenible. Han cambiado a Felipe por Pablo.   

La “casta” a la que se refiere continuamente Pablo Iglesias, sólo es la parte casposa y prescindible del sistema. No cuela hacerla pasar por responsable exclusiva del mismo, no cuela hacernos creer que con renovar la casta tengan remedio los males de fondo.  Podemos podrá perturbar el sueño de la casta, pero no del sistema. Al Régimen todo le es aprovechable, siempre que ayude a reforzar las estructuras de control de la sociedad a través del Estado. Pongamos, entre otros muchos ejemplos, el del estado de la  China comunista, otrora tan enemiga y hoy considerada como socio fiable del capitalismo occidental. Competidor en los mercados, cierto, pero estado y socio al cabo.
Pienso yo que estas aparentes paradojas nos desvelan su misterio cuando las observamos desde la experiencia histórica y no desde  atalayas ideológicas. Por eso pienso que los conceptos pueblo y democracia son inseparables y que mientras perviva el Estado no habrá  Pueblo ni Democracia.

En las condiciones de hoy, al sistema le toca jugar a varias manos para superar su actual crisis. La liberal es su mano preferida, la más “presentable”, pero, por si ésta fallara, tiene  otras bazas en la recarga, la  izquierda pequeño burguesa y su alter ego, el fascismo. La maniobra es perfecta, como ya ha sido probado con anterioridad. Cuando la barata mano de obra inmigrante deja de ser útil al aparato productivo capitalista, llega el  turno del fascismo. El auge electoral de los partidos de extrema derecha es ya un hecho en Europa. Y es entonces cuando la izquierda acostumbra entrar al cebo, cuando el espectáculo  está servido, “democracia” contra fascismo, con todo tipo de aderezos ideológicos, xenófobos, nacionalistas, populistas, ecológicos y feministas. Gane quien gane esa batalla, siempre es segura la victoria de las élites que controlan a la casta y a toda la sociedad. Todo está bajo control.

Desprestigiado el bipartidismo casposo, el de la casta, la pequeña burguesía europea tiene ahora su  alma partida y  desparramada su esperanza electoral  sobre un batiburrillo de siglas partidistas, en el que despuntan dos tendencias que corresponden a variantes  ideológicas de un mismo pensamiento, el heterónomo-estatista. Una es de tradición autoritaria (fascismo) y otra de tradición liberal-marxista. Y si  el sistema no hace un truco de prestidigitación  económica de última hora,  capaz de meter en los supermercados al  lumpen (este subproletariado despreciado por los sindicatos, que vive de la caridad o del robo), éste, contraviniendo su costumbre,  amenaza con ir a votar y  ya sabemos a quién. A los partidos fascistas que reparten comida en sus sedes y que les prometen la expulsión de los inmigrantes “que  quitan a los nacionales el pan y el trabajo”.  Lo han hecho en la civilizada Francia y en otros  países no menos liberales, socialdemócratas y civilizados. No creo que aquí tardemos en  verlo.

El estado de bienestar fue posible como modelo político del capitalismo occidental en una época muy determinada, en la que este sistema se caracterizó por un alto empleo y un acelerado crecimiento económico. Todos esos logros, con origen, básicamente, en los bajos precios del petróleo, en el expolio de las materias primas  del tercer mundo y en el  agotamiento de los recursos naturales. Fueron unas décadas que no volverán por mucho que lo añoren los  políticos y votantes marxistas y socialdemócratas. No pueden volver porque el mundo ha cambiado, han cambiado las condiciones económicas y geopolíticas, porque en las condiciones actuales, el capitalismo es incapaz de reeditar  aquél modelo de “éxito” que, además, le sirvió para  reconvertir convenientemente al incompetente  capitalismo del estado soviético. El comunismo chino puso a remojar sus barbas a tiempo  y lo hizo sin alterar su aparato estatal, sin debilitar su absoluto control de la economía y la sociedad, pasando de enemigo a socio-competidor en el  común proyecto del  hoy hegemónico capitalismo estatal y global.

Ahora el capitalismo está en otro momento y en otro proyecto, está en la reedición de otro modelo propio, el del fascismo global y renovado que se viene ensayando con ocasión de la crisis, el neofascismo que ya está en marcha, populista y xenófobo. El auge electoral de  la extrema derecha europea sólo podemos verlo como avanzadilla, un espantajo de lo que nos espera. El terreno está sembrado y a ello ha colaborado decisivamente la izquierda marxista y socialdemócrata, con su apasionado amor al aparato estatal  y a su democracia trilera, con su enamoramiento interesado por la economía de mercado y el trabajo asalariado, con su perversión propietarista y pequeñoburguesa, más hija del estómago que del pensamiento, proclive al consumismo y al desarrollismo, con su destartalamiento del ser y su entrega al poder. 

Podemos no cuestiona al sistema en su esencia como régimen de dominación. La ética que propaga es pequeñoburguesa, economicista, su fe democrática se queda en un simulacro ciudadanista y participativo. Su programa no apunta a la emancipación, ni personal ni comunitaria, sino a una sumisión “digna”, llevadera y aceptable. Si no fuera así, su programa propondría objetivos éticos, políticos, ecológicos y sociales bien distintos, claramente enfocados al derribo del sistema y no a lograr su disimulado perfeccionamiento.  Propondría algo realmente antisistema, como es la democracia en su inédito y pleno sentido, el autogobierno incompatible con toda jerarquía, con la propiedad privada y con el trabajo asalariado. Se dirá que un programa así no hubiera obtenido el millón de votos que Podemos ha cosechado en estas elecciones, que ya hablaremos de eso más adelante, que la sociedad no está preparada todavía, que eso asusta a la gente.

Yo creo en la sinceridad del programa de Podemos,  más quizá que la mayoría de sus votantes. Su programa, programa, programa, expresa el problema de fondo, su tozuda verdad  pequeño burguesa.

PD.: Cuando estoy poniendo  fin a este artículo, me llega la noticia del día, me dicen que el rey abdica, que se corta la coleta y se la pasa a su hijo...toda una alegoría de la nueva y equívoca transición que se avecina.

1 comentario:

Ángel Trasobares Castillo dijo...

Un análisis certero sobre el fenómeno político-mediático de Podemos y la ignorada abstención. Sin duda si no se combate y se cuestiona la propiedad privada, no se va hacia un modelo decrecentista, servicios públicos socializados y autogestionados... andaremos por los mismos andurriales de servidumbres y sometimientos...
Salud