Perdóneseme
que desatienda los acontecimientos actuales, los aforamientos exprés
de la realeza española, los falsos dilemas entre monarquía y
república, las congojas del nacionalismo catalán y españolista,
las consecuencias anímicas por el hundimiento de la escuadra
española en los mares de la américa futbolera, la competencia
desatada por la jefatura del partido del ocaso socialista o el
relevo de éste por un nuevo partido de la clase media de
izquierdas...pero es que me urge más aclarar aquello que trata de
anticipar el futuro y que pudiera ser decisivo para cambiar esta
actualidad, la averiada realidad que acontece cada día.
1.
A modo de preámbulo
Parto
de la constatación y premisa de que este mundo actual es resultado
de los seculares procesos de dominación de la especie humana sobre
la Naturaleza y de unos miembros de la especie (clases dominantes)
sobre otros (clases dominadas). Y, por tanto, pienso que para iniciar
la tarea restauradora que nos permitiera vivir emancipados y reconciliados con la naturaleza de la que formamos parte, deberíamos
organizarnos para ser capaces de vivir sin las relaciones de
dominación que se derivan de toda organización jerárquica de la
sociedad. Con más razón, una vez que sabemos que nos aislan,
dividen y enfrentan; con más fundamento, tras comprobar por experiencia propia que estas formas de organizar la
sociedad acaban anulando las cualidades y potencialidades del ser
humano. Pero, para empezar a vivir ecológicamente y en democracia,
¿tenemos, acaso, que esperar a que sucedan los colapsos anunciados
en forma de catástrofes globales, tenemos que esperar a que las
megápolis sean todavía más peligrosas e inhabitables, hasta que se
desintegren por sí mismas como efecto de previsibles y encadenadas
catástrofes naturales y sociales?, ¿tenemos que esperar la
revolución como un regreso al pasado, como una repetición de la
historia, reiniciada a partir de cero, en las pequeñas comunidades
tribales, neoaldeas, que lograran sobrevivir al gran colapso?
La
idea de Democracia toma nombre de su origen histórico en la Grecia
antígua y representa un proyecto inacabado, un intento de organizar
la vida social como comunidad de individuos libres e iguales capaces
de autogobernarse. Desde entonces para acá han sucedido muchas cosas
y siglos, de tal modo que la propia experiencia del devenir humano
nos lleva a concebir la necesidad de un perfeccionamiento en nuestra
forma de relacionarnos con la Naturaleza y en nuestra forma de organizarnos socialmente. A ésta la seguimos nombrando con la
misma palabra que se correspondía con su antiguo concepto de autogobierno, democracia,
que utilizaran los griegos siglos atrás. Si esta necesidad persiste
en el tiempo presente es porque, en lo sustancial, no hemos sido
capaces de perfeccionarla, ni siquiera de mejorarla, a pesar de que
las condiciones de desigualdad y carencia de libertad no sólo no
han desaparecido hoy, sino que se han agudizado con el
perfeccionamiento de las estrategias de dominación y, a mayores, con
la consecuente deriva destructiva seguida en los dos últimos siglos
liberales. Destructiva de la naturaleza en general, como de lo específicamente
humano. A esta forma de moldear la realidad a partir de la
dominación como matriz, nos hemos acostumbrado a llamarla, erróneamente,
democracia. Y a este viaje a ninguna parte lo hemos llamado progreso.
Todavía
no me he encontrado con NADIE que niegue el autogobierno en asamblea
como forma genuina y más perfeccionada de democracia. Y siendo que
su reconocimiento como tal es prácticamente universal, no deja de
sorprender que el objetivo de alcanzar su máximo perfeccionamiento sea abandonado por razón de su “falta de
operatividad”, al amparo de una supuesta imposibilidad de ser
llevada a la práctica. Se dice con extrema ligereza y
superficialidad que la democracia sólo fue posible en la polis
griega y en las aldeas medievales, incluso se reconoce que lo fue,
aunque limitadamante, en el mundo campesino tradicional. Se admite,
como tópico generalizado, que la democracia sólo era y es posible
en comunidades pequeñas, integradas por pequeñas poblaciones,
pero imposible en las complejas y superpobladas ciudades contemporáneas,
habitadas por muchos millones de personas. De ahí que resulte tan
decisivo hoy abrir el debate que propongo para contestar a esta
crucial interrogante: si admitimos que el autogobierno sólo es
posible en comunidades de pequeño formato, tal y como sabemos por la
historia, entonces, ¿cómo hacer posible la democracia en el
hiperurbanizado y masificado mundo de hoy?, ¿no será que ello es
sencillamente imposible, no será que ya hemos alcanzado el límite
posible de la perfección, que la Democracia y el Progreso no es otra cosa
que Ésto, lo que nos sucede, lo realmente existente?
La
barbarie urbanística se nos presenta como condición y consecuencia
del progreso. Sus efectos colaterales, sus peligros, no son sino el
precio a pagar por ese viaje. Así, nos acostumbramos a los
intrínsecos peligros que conlleva la vida en la megápolis y en
democracia. "¿La marginalidad social?...sólo es mala suerte, te ha
tocado un billete de tercera clase, viajas en un vagón sin techo,
expuesto a los rigores de la intemperie, pero lo importante, lo que
debes valorar, es que no estas parado, que viajas en el mismo tren
que todos los demás. ¿La corrupción de la democracia?... eso es
cosa normal, la democracia tiene estos defectos achacables a la
ambición humana, los profesionales de la democracia son tan humanos
y corruptos como cualquier otro profesional, de la medicina o la
construcción por ejemplo. Lo importante es que vives en democracia,
que tienes la suerte de vivir en el mundo libre de la democracia y el
progreso...mira, si no, lo que pasa en los telediarios del mundo,
observa la miseria exterior, en esos países del extranjero, ahí
mismo, donde no hay democracia ni progreso. Da gracias por vivir en
el mundo libre, a esta parte del telediario. ¿Los peligros de la
contaminación o de la energía nuclear?...son asumibles, son los
riegos que conlleva el progreso tecnológico, si consumes es que
progresas, la tecnología y la energía hacen posible tu consumo. No
tienes razón para la queja, sin consumir se detendría tu progreso y
el del mundo, no habría libertad ni democracia. Y tú, entonces, sí
que serías definitivamente Nadie".
Tras
el deslumbramiento provocado por la espectacular tramoya tecnológica
y por la publidad que le acompaña, el tren del progreso se nos
descubre como pura barbarie en cuanto adquirimos conocimiento y
conciencia del tipo de vehículo en el que viajamos. Y, aunque en el
billete no lo ponga, podemos llegar a deducir cuál será su
estación de destino. ¿Pero acaso no lo saben quienes dirigen el
tren?...sí, pero su mirada es de cerca, dirigida al momento y al
paisaje inmediato, al momento en el que ellos disfrutan plenamente
del viaje, en el que sólo ven placer y beneficios. Y aunque el
exceso de velocidad pudiera hacerles temer cualquier fatalidad, tal
destino les parece una estación tan lejana como irreal e imposible,
por lo que de inmediato deshechan tales pensamientos. Lo primordial
para ellos es gozar lo más posible del bienestar que les proporciona
este Estado de libertad y democracia, disfrutar a plenitud de este
viaje hacia el progreso, un Estado que desean a perpetuidad.
Los
viajeros hemos nacido en ese tren y nos cuesta imaginar la
posibilidad de un viaje distinto y la existencia de otros paisajes.
Un día, a uno de nosotros se le ocurrió pensar en tal posibilidad y
exclamó “¡paren el mundo que me quiero bajar!”
y a la mayoría les pareció una broma de Mafalda, una ocurrencia de
viñeta. Otro día hubo una rebelión de los viajeros de tercera
clase, lograron situar a algunos de ellos en los puestos de
conducción, pero unos y otros nunca cuestionaron el sentido del
viaje, unos sólo querían conducir el tren y los viajeros sublevados
sólo aspiraban a disfrutar tanto como los viajeros con billete de
clase superior. Y por eso, el tren sigue su marcha, aún más
deprisa, sin alterar su original rumbo a ninguna parte.
Parece,
pues, tarea improbable la de reunir la determinación que sería
necesaria para detener el tren y desandar el trayecto seguido, cuando
la mayoría de sus ocupantes viajan por inercia de la costumbre,
carentes de voluntad propia distinta al deseo de mejorar la categoría de
su asiento. Los carriles que guían al tren no permiten desviar su
dirección sobre la marcha, no sin claro riesgo de descarrilamiento, el terreno es descendente y la fuerza de la gravedad contribuye,
junto al peso del tren, a incrementar su inercia y aumentar la
velocidad del viaje...y, por si ésta fuera poca, quienes ahora
conducen el tren no paran de acelerar, posesos de la felicidad y el
beneficio que les produce la velocidad.
Como
Mafalda, creo yo que hay que parar el mundo, pero no para apearse de
él. Añado que tal tarea me parece tan colosal como improbable,
que sólo es concebible como una revolución precedida por una nueva
sublevación del pasaje, determinados esta vez a frenar el tren y a
desandar el camino, hasta llegar a una estación con cambio de
agujas, una estación desde la que tomar otra dirección radicalmente
distinta, conscientemente elegida por los viajeros, previo estudio
del mapa, de las necesidades del pasaje y, fundamentalmente, con
certeza y a sabiendas de que el nuevo trayecto discurrirá en
dirección contraria al precipicio.
Algunos
viajeros tienen en su memoria el recuerdo de aquel punto del trayecto en
donde estaba la estación en la que había un cambio de agujas. Era
una pequeña urbe donde la gente se reunía en asamblea para gobernar los asuntos de sus vidas en común. Era una ciudad ordenada por la
voluntad de convivir y por el sabio sentido de administrar bien lo común.
Recuerdan que se llamaba Democracia y que de ella se decía que Nadie
podía escabullirse de su responsabilidad en el gobierno de la
misma.
De
producirse, creo yo que esa revolución no sería un simple viaje
hacia atrás. Hay que tener en cuenta que los viajeros sublevados no
llegaríamos a Democracia con las manos vacías o sólo con nuestro equipaje de mano, que lo
haríamos cargados con la voluminosa experiencia y conocimiento que
habrían justificado la sublevación del pasaje. No llegaríamos a
Democracia en el estado de ignorancia e inocencia de sus habitantes
primitivos y, por tanto, no retomaríamos el viaje con ingenua
ilusión primitivista, nunca lo emprenderíamos desde la engañosa
suposición de quien parte de cero, no sería conveniente ni deseable
y, además, sería imposible. Ese viaje nunca podrá parecerse a una
repetición, será necesariamente nuevo, aunque lo retomemos a partir
de una estación conocida, en Democracia.
De
producirse la sublevación, el viaje no debería acabar en
Democracia. Para ello convendría que el pasaje sublevado tuviera
previamente una idea, proyecto, del trayecto a seguir en adelante. Eso sí, nunca
más desearíamos viajar hacinados en inmensos compartimentos, donde
la conversación es imposible por el ruido, donde resulta imposible
la deliberación, cualquier acuerdo, la toma de decisiones, donde nos
viésemos obligados de nuevo a delegar nuestra responsabilidad en
unos pocos profesionales que conducen el tren a su propia
conveniencia ("es la democracia representativa, nos dicen, es el mal
menor"). Es una representación, un simulacro espectacular de progreso
y democracia, digo yo, el precio a pagar por este maravilloso
viaje al precipicio.
Llegados
a Democracia, no nos engañemos, la asamblea que habrá de tomar las
decisiones no será la misma asamblea de ciudadanos griegos,
campesinos medievales y anarquistas españoles que vimos en el
pasado, cuando anterior y fugazmente pasamos por Democracia. Ahora,
quienes tendríamos que gobernar en asamblea seríamos gente muy
distinta, una masa de vecinos aislados en grandísimas urbes y, sólo
en parte, dispersos vecinos de aldeas que son rurales sólo en la
apariencia de su tamaño y paisaje.
Vayamos,
pues, haciéndonos a la idea: a partir de Democracia, excepto la
asamblea, nada volverá a ser igual. Nos tocará reinventar el mundo,
empezando por restaurar los daños infringidos a la naturaleza
durante los últimos siglos, será necesario modificar radicalmente
nuestra forma de producir los bienes materiales que precisamos para
vivir y asegurar la conservación y reproducción de la vida,
reinventar nuestra forma de organizarnos en comunidad,en modo que igualdad y libertad no tengan oportunidad de colisión.
Pero antes que esa
restauración exterior, le tocará a cada cual hacer su propia reparación
interior. Porque nos veremos impulsados a reemprender el viaje con
sentido propio. Porque, a partir de Democracia, lo único que
permanecerá igual será la asamblea, el autogobierno, aquello para
lo que menos preparados estamos... pero sobre ésto reflexionaremos más
adelante.
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