lunes, 14 de julio de 2014

DEMOCRACIA DE ALDEA EN LA MEGÁPOLIS GLOBAL (y 2)



2. Una Carta Universal por la Emancipación y la Democracia.

De una vez por todas, hay que establecer un consenso universal acerca de en qué consiste el régimen que nombramos como Democracia y que cada ideología política interpreta en modo distinto y adaptado a sus propios fines y estrategias. Nunca como hoy la manipulación de los conceptos y del lenguaje mismo había sido un arma tan poderosa en manos de las oligarquías que controlan la cultura y educación de las masas, porque nunca este poder había sido tan dañino para la libertad de conciencia como en manos de los estados contemporáneos, que disponen para ello de la capacidad de dictar leyes, de controlar la educación y los medios de comunicación, junto a un montón de ministerios que dictan lo que hay que pensar y cuál es la interpretación conveniente a los intereses de esas oligarquías, socias fundadoras del aparato estatal-capitalista; un aparato que dicta y controla el pensamiento también a través de instancias supranacionales, como la ONU, emanadas de los estados nacionales.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por la ONU en 1948, ha demostrado ser una herramienta perversa en manos de las oligarquías que detentan y concentran todo el poder político y económico. Esta declaración ha impuesto una ideología de los “derechos humanos” que da por bueno el estatus de dominación hoy existente, ante el cual, esos “derechos” son presentados como concesiones a las poblaciones sometidas, “derechos” que los estados administran y dispensan a conveniencia. La corta existencia de esta declaración ha sido suficiente para evidenciar el fraude de origen que esos derechos institucionalizan. La consagración de derechos como el de propiedad privada sirve para instituir y justificar el robo y expolio sistemático de bienes comunales que son universales e inalienables, como los recursos naturales y el conocimiento humano. Este derecho de propiedad enmascara los mecanismos de dominación social que se basan en el control, privado o estatal, de los medios de producción a partir de la acumulación capitalista, con absoluta ignorancia de sus protagonistas reales, que son el esfuerzo, las habilidades, el conocimiento y la creatividad de quienes trabajan en la produccion de bienes y servicios. Esta declaración ha consagrado el trabajo asalariado como modo actualizado de servidumbre, ha camuflado la esclavitud de siempre tras la cortina compensatoria de un salario, instituido como una gracia, un “derecho”. Tal es la esencia fraudulenta y el poder de confusión logrado, que el trabajo humano es impunemente considerado como “mercancia”, tal como se reconoce en la denominación “mercado laboral” impuesta en el lenguaje dominante que, sin disimulo alguno, se refiere al trabajo asalariado como moderna forma de mercantilismo humano, de esclavitud.

Esta declaración parte de la falsa presunción teórica de que los estados “democráticos” son estructuras garantes de los derechos que hacen posible la realización de la libertad humana y la igualdad, cuando la realidad pone tozudamente en evidencia todo lo contrario, que los estados, en cualquiera de sus formas históricas, son estructuras de dominación radicalmente incompatibles con dichos principios democráticos, cuando la realidad manifiesta a cada momento las graves patologías que la aquejan y que se remontan al común origen medieval de los estados y el capitalismo, no pudiendo ocultar sus genes estamentales-clasistas- y mercantiles-colonialistas.

Esta declaración, concebida por y para la utilidad de las élites gobernantes, niega toda posibilidad de emancipación humana, reduce la democracia a la condición de utilitario sistema de gobierno oligocrático, adaptable a las circunstancias en que cada oligarquía nacional ejerce su totalitario predominio de clase sobre las poblaciones gobernadas mediante dictaduras, monarquías o repúblicas.

La declaración de la ONU, tras una convencional moralina, impone de hecho un sistema de valores fundado exclusivamente en la posesión de bienes materiales, que otorga justificación al sistema económico capitalista, tanto privado como estatal, al sistema que en sólo dos siglos ha dado como resultado la devastación de la naturaleza y de las cualidades humanas que fueron propias en las sociedades de vida comunitaria y autónoma, previas a la fundación estatal-capitalista y a su ONU. Así, pues, la abolición de esta declaración es el único futuro que pueden concebir quienes quieran avanzar en el universal proyecto de la emancipación humana, un paso imprescindible en el largo camino hacia la instauración de la Democracia.

Esta declaración de la ONU ha de ser sustituida por una Carta Universal por la Emancipación y por la Democracia, que incluya una Declaración Universal de los Deberes Humanos, en la que la libertad y autonomía de las personas y sus comunidades, el trabajo cooperativo, el acceso igualitario a los bienes naturales y al conocimiento, la organización pacífica y democrática de la convivencia, la propia fraternidad humana sean consideradas obligaciones, todo lo contrario al concepto de gracia o “derechos” concedidos como compensación y por poder ajeno al Pueblo. Unos deberes universales que responsabilicen a los individuos y a sus comunidades; entre esos deberes, el de emancipación habría de ser el principal, por necesidad y obligación de perfeccionamiento espiritual y material de individuos y comunidades, totalmente incompatible con cualquier forma de sumisión y con cualquier modo de organización jerárquica de la sociedad.

La Carta que propongo debiera incluir, además, una Proclamación Universal de los Bienes Comunes (Procomún) en la que sean reconocidos y proclamados como bienes comunales universales: 1º) el conjunto indivisible e inalienable de los recursos naturales del planeta, 2º) los bienes derivados del conocimiento humano y 3º) el ideal de Democracia como proyecto universal para la pacificación y convivencialidad humana. Bienes comunales universales, plenamente accesibles a individuos y comunidades, cuyo uso libre e igualitario ha de conllevar, necesariamente, una responsabilidad igualmente universal.




3. Democracia es “pueblocracia”, gobierno del Pueblo, pero ¿quién es este sujeto?

En el sistema estatal-capitalista es llamado “pueblo” una masa de individuos organizada en clases sociales, a su vez subdivididas en múltiples identidades (sexuales, nacionales, raciales, culturales, religiosas, económicas, profesionales, ideológicas,...), en partidos, en sindicatos, en izquierdas y en derechas. Pero quien gobierna no es esta masa de individuos, sino unas élites que ejercen su representación profesionalmente, por mediación de un voto electoral, que sólo sirve para decidir sobre dicha representación, en un único día y en un breve acto que nada tiene que ver con las continuadas decisiones de gobierno que tendrán lugar cada día a lo largo de varios años. Se trata de un fugaz acto electoral, que nunca es decisivo ni sustancial, porque esa breve elección se produce en un campo de juego con reglas ya preestablecidas e impuestas por quien convoca al juego electoral, por las élites titulares del Estado y el Capital; se trata de una elección limitada a opciones enfrentadas en competencia interna por el poder pero que, en definitiva, defienden el mismo sistema, el estatal-capitalista. En la baja edad media, la nobleza y la burguesía consideraban y denominaban “pueblo” a la clase social sometida, en modo semejante a cómo se sigue haciendo hoy desde la ideología burguesa de izquierdas y derechas.

Si Democracia es “pueblocracia”, Pueblo es quien gobierna, quien tiene la legitimidad del gobierno en Democracia. Por tanto, el Pueblo gobernante sólo puede existir en Democracia. Fuera de la Democracia, las oligarquías de derechas e izquierdas reducen al “pueblo” a la condición de “clase social” gobernada o, lo que es equivalente, dominada.
Por tanto, el Pueblo no puede organizarse al modo partidista-parlamentario inventado por esas oligarquías, nunca en partidos y sindicatos, sino que ha de hacerlo en asambleas comunales soberanas, también en el tiempo previo a la Democracia; para autoconstruirse como sujeto, prefigurando y anticipando la Democracia, para constituir un verdadero contrapoder, local y global, durante la larga lucha de emancipación que precede a la instauración de la Democracia.

Es imposible, pues, que el Pueblo sea sujeto de la Democracia mientras sea pasivamente dirigido, organizado y gobernado; lo hemos comprobado históricamente, el sistema de clases se reproduce a sí mismo en cuanto el “pueblo” no gobierna, siempre que es conducido por las élites que concentran el poder político y económico, lo que les proporciona el control totalitario de la sociedad. El Pueblo ha de autoconstituirse, pues, como gobierno legítimo, lo impida quien lo impida, por lo que la tarea que ahora toca es esa y no otra, no más rodeos proletaristas para los siglos de los siglos, no más fracasos, ahora es el momento de dar el paso, por dura que sea la confrontación y el sacrificio que conlleve, por largo que sea el camino. Cuando ya no soportamos más fracasos, cuando ya no estamos para experimentos reformistas y posibilistas, ahora es el momento histórico de reconstruir la soberanía del Pueblo y rescatar los comunales robados por los Estados, el momento de enfrentar la Democracia con el paripé parlamentario. La clase trabajadora debe ver en las asambleas comunales soberanas la oportunidad definitiva para la emancipación y la Democracia, los trabajadores y trabajadoras deben desertar de la clase social dispuesta por las oligarquías, abandonar toda fe depositada en los partidos y sindicatos que les meten una y otra vez en el embudo del Estado y deben pasarse a las asambleas del Pueblo, tomar la iniciativa de la revolución integral.

Jugada en el terreno enemigo del Estado y el Capitalismo, la llamada lucha de clases ha de ser jugada ahora a la intemperie extraparlamentaria y extrasindical, en el terreno que le es propio al Pueblo, en asamblea comunal y soberana y con los principios y normas propias, las de la Democracia. Y la estrategia que a tal fin corresponde ahora es la de emancipación generalizada, que comienza por una revolución interior, un radical ejercicio de pensamiento libre, una desconexión progresiva de las ataduras que nos hacen dependientes y sumisos a las leyes y a las instituciones estatales y capitalistas, una deseducación radical de las ideologías individualistas, materialistas y desarrollistas que han implantado en nuestro cerebro, anulando nuestra creatividad y nuestras cualidades más humanas. Podríamos expresar así esta rebeldía: el Pueblo contra el Estado. Así, la emancipación trasciende a la estrategia para constituirse en un deber personal y social, con finalidad ética y moral hacia una vida con sentido y en Democracia.

4. Las Asambleas Comunales -y no las “ciudadanistas”- son la organización legitima de la Democracia.
Si no fuera por la confusión reinante, sobraría tener que insistir en el peligro de confundir “asambleas comunales soberanas” (que tienen por finalidad la emancipación humana y la Democracia), con las “asambleas ciudadanistas” que tienen por finalidad la reforma y mejora del sistema de dominación, estatal-capitalista. Nuestra experiencia asamblearia más directa y reciente fue la del movimiento 15M, al que calificamos como democrático, incluso revolucionario, con grave error y demasiada prisa. Mucha gente participante en esas asambleas tuvimos una percepción equívoca al identificar asamblearismo ciudadanista con Democracia. Hoy sabemos que la Democracia es un regimen de organización social y autogobierno comunitario imposible de instaurar en las actuales condiciones, con total carencia de soberanía personal y comunitaria, con los bienes comunales totalmente privatizados o expropiados por el Estado. Lo que sí podemos hacer hoy es prefigurar la Democracia, anticiparla en la fase de emancipación, para ensayarla y aprender practicándola, para utilizarla como ejemplo para la sociedad, como instrumento de liberación y como arma contra el Estado.





La trampa del ciudadanismo consiste en el atractivo de un imposible, en la búsqueda de un fraudulento consenso democrático entre “libres e iguales” que no lo son, ni lo pueden ser mientras jueguen en el terreno del Estado y el Capitalismo, en un juego con las cartas previamente marcadas, donde la trampa es impuesta con rango de ley y, si esta fallara, con la violencia “legal” del Estado. La intención de los ciudadanistas podrá ser democrática, pero la trayectoria del ciudadanismo apunta en dirección contraria, necesariamente reformista y conformista con esa trampa consustancial al Sistema, esa previa falta de libertad e igualdad sin las que la Democracia es sencillamente imposible.
El ciudadanismo podrá manifestarse con formas de rebeldía, pero no deja por ello de ser contribuyente decisivo del sistema de dominación contemporáneo, de la corporación estatal-capitalista que concentra el poder de las élites en una hipercompleja red de estructuras, que se explica no sólo por el poder del dinero y la fuerza militar, sino también por el logro de una sólida estrategia aplicada al control absoluto de individuos y poblaciones.

Hoy, el soberanismo asambleario sólo puede ser revolucionario, es decir, protagonizado por quienes asumen el proyecto democrático más allá del politicismo burgués y en su radical integridad: ética, social, política, económica, cultural y ecológica. Al asamblearismo revolucionario le corresponde hoy ensayar la anticipación de la Democracia, anunciar y expandir el movimiento revolucionario a escala local y global, un proceso que en este tiempo sólo puede producirse como sublevación individual y social, como agónica y desigual confrontación entre sometidos y dominantes.
Partimos de una debilidad absoluta y a sabiendas de que la victoria es muy poco probable, si bien, nos anima un cierto conocimiento de la historia por el que sabemos que los débiles a veces ganaron batallas, cuando además de conciencia y razón contaron con la estrategia adecuada. Obedecemos a un imperativo categórico (tenemos el deber de hacerlo) y a un potente impulso ético (es lo mejor y más necesario)... y tenemos la certeza, además, de que en el intento nos haremos mejores personas.





1 comentario:

Anónimo dijo...

Mientras exista el capitalismo y la explotación serán necesarias asociaciones de trabajadores solidarias y de apoyo mutuo, normalmente llamadas sindicatos, incluso aunque lo único que puedan brindar sea apoyo moral. Otra cosa es que lo que se suele llamar sindicatos hoy en día no lo sean. lasinterferencias.blogspot.com