Villabáñez. Foto de Orosia Castán |
Cuando
bajamos a Valladolid sin prisa por el regreso, tenemos por costumbre explorar
itinerarios alternativos al de la autovía de Santander, la que nos deja en Aguilar de Campoo. Aún dando rodeos a cincuenta kilómetros por hora, vamos a la
deriva de encuentros y sorpresas por pueblos y paisajes de los territorios
intermedios: de Tierra de Campos y Cerrato, de las vegas y páramos de Carrión y
Pisuerga más arriba, tierras de Saldaña, Osorno y Herrera. En la última
ocasión hemos subido por el Valle de Esgueva, entrando por Villabáñez para
llegar a Venta de Baños tras cruzar la paramera que domina sobre Villavaquerín.
Es
un paisaje hermoso, remansado, abierto y solitario, surcado por carreteras tranquilas
y modestas, muy rectas, que siguen el fondo plano de anchos valles
cerealistas, entre laderas pobladas de pinos y encinas, carreteras que serpentean
brevemente hasta alcanzar el alto de un
portillo, en medio de una inmensa paramera, para descender de nuevo a la
normalidad horizontal y primigenia. Es un paisaje lentamente debastado por el
tiempo, que por aquí nunca tuvo prisa, como tampoco la tenemos nosotros ahora,
que paramos junto a un chozo de pastores, porque siempre nos maravilla su sabia
y elemental arquitectura.
El
caso es que esta vez nos propusimos alcanzar la autovía de la Meseta, la A-62, a la altura de Venta de
Baños, para visitar antes la basílica visigoda de San Juan de Baños, así como
la fuente próxima que da nombre a la población donde se asienta (San Juan de
Baños), vinculada sin duda a la construcción del templo, allá por el año 661,
cuando el rey Flavio Recesvinto lo inauguró el 3 de enero de ese lejanísimo año
de nuestra historia.
La
leyenda dice que Recesvinto mandó construir la basílica en agradecimiento por el efecto
curativo de las aguas tomadas en esa fuente, en un descanso a medio camino de
la corte toledana, tras guerrear por la cordillera cantábrica contra las poblaciones
allí sublevadas desde los tiempos romanos. No hay duda de la datación del
templo, porque de ello da fe una inscripción empotrada en uno de sus muros. La
perfección de los arcos y, en general, de toda la arquitectura original que aún
se conserva, lleva a pensar que debieron de existir muchos otros antecedentes, que
hoy nos son desconocidos, que han desaparecido. Como parecen haber desaparecido
de nuestra historia los propios godos, el pueblo invasor oculto en las nieblas
de la historia. Mirando la fuente en la que bebió Recesvinto, caemos en la
cuenta de que apenas sabemos nada de aquel pueblo godo (los visigodos fueron una
rama de los mismos, la que conquistó Roma y luego se afincó en Hispania). Los
que pasamos de los cincuenta todavía recordamos parte de la obligada lista cronológica
de los treinta y tres reyes godos, la que las generaciones de posguerra tuvieron
que aprender en la escuela infantil obligatoriamente, a base de un soniquete
que se te quedaba en la cabeza después de infinitas repeticiones. Esa lista es
uno de los mejores ejemplos de la mala educación pública, plenamente vigente,
que reduce el conocimiento de la historia a una sucesión de nombres de reyes y
gobernantes, de datos y fechas.
Sin
haberlo buscado, esta visita a San Juan de Baños me provoca una reflexión
acerca de esta notoria y generalizada ignorancia acerca de los godos, tenidos
por “pueblos germánicos, tribus que profesaban religiones paganas, unos
bárbaros venidos del norte”. Tamaña ignorancia sólo es superada por el desinterés con la que suele
ir acompañada, sin que por ello podamos evitar una cierta sospecha de interesada
confusión y ocultamiento. Estamos hablando de aquellos
siglos pintados de oscuro, los que median entre la caída del imperio
romano y la invasión musulmana, en cuya resistencia “cristiana” ha sido borrado
todo vestigio que remitiera al componente godo del antiguo pueblo invasor. Se ha
llamado “reconquista” a una gesta adjudicada a los nuevos reinos cristianos, obviando
casi siempre el componente godo de éstos. La reconquista fue culminada tras
la unificación de los reinos católicos
de Castilla y Aragón, siendo oficialmente considerada como origen histórico del
Estado español. Pero, ¿por qué se ha puesto tanto interés en su antecedente
romano y mususlmán, y por qué sucede todo lo contrario en referencia a los godos?
…una muestra es este templo visigótico de San Juan de Baños, afortunadamente
conservado, sí, pero escasamente divulgado, a pesar de su antigüedad e
importancia, tanto histórica como artística.
Sabemos que los godos llegaron a Hispania para restaurar
el debilitado imperio romano tras las sucesivas invasiones de suevos, vándalos
y alanos; sabemos que fue Walia, el sucesor de Ataulfo, quien renovó ese pacto
con Roma en el año 418 y que durante el reinado de Eurico (466-486), tuvieron
lugar las primeras inmigraciones masivas de población goda, sabemos que
debieron establecerse fundamentalmente en la meseta castellana, en número
aproximado de 300.000 (por entonces se calcula que la península tenía unos
cinco millones de habitantes) y que, con gran fundamento, Eurico puede ser
considerado el primer gobernante de Hispania, el que rompe aquel pacto y logra la
plena autonomía del imperio romano… Con la estatolatría que nos caracteriza,
¿cómo es que no hemos considerado ese detalle de nuestra historia?...Quizá porque ello
podría habernos conducido a la conclusión de que no fueran los reyes católicos,
sino el godo Eurico, quien fundara el estado hispano, quien fuera el primer rey de España.
Los godos han sido
olvidados en España, pero no en la América hispana, donde siguen llamando godos
-casi siempre con un deje de rencor- a aquellos conquistadores que convirtieron su patrimonio en sinónimo de
nobleza; aún son designados como godos los miembros de la clase dominante,
aquellos “que lo son por razones ancestrales”. Esto ocurre, sobre todo, en
Venezuela, Argentina, Ecuador, Bolivia y Colombia. En Venezuela y Colombia se
les llama godos a los miembros de los partidos conservadores, pero recuérdese también
que en Canarias persiste la costumbre de llamar godos a los habitantes de la
península.
Indagando al respecto, he recuperado el texto de un ensayo (“Las cuatro mentiras sobre
los godos”), escrito por Jurate Rosales, escritora venezolana de origen lituano, en el que atribuye el origen de esas mentiras a diferentes
errores y fallos, debidos a la escasez de documentación, a errores en la traducción y en la interpretación histórica, como a errores lingüísticos. Dice JR que describir a los
godos como un pueblo primitivo es una mentira o, cuanto menos, un gran error que
denota un gran desconocimiento de los datos históricos; afirma esta escritora que
los godos eran de origen báltico y no germano, y que eran fundamentalmente agricultores
y ganaderos, que “la práctica de la cría de animales domésticos a gran escala,
posiblemente con vigilancia comunal, se mantuvo como una de las principales
actividades económicas de los bálticos a lo largo de milenios. Cuando los godos
llegaron a España en el siglo V, introdujeron un importante vocabulario de
ganadería, voz cuya raíz viene del verbo báltico “gano”(en lituano
“lleva a pastar”); de allí procede ganado que es el participio
de ese verbo, mantenido en España sin modificación alguna, igual que ganadero
es
–también sin modificación– la persona que lleva a pastar”. Esto es corroborado
por la arqueóloga Karen Eva Carr (Vandals to Visigoths, Rural
Settlement Patterns in Early Medieval Spain), quien sostiene que las invasiones del siglo IV y V
transformaron la vida rural en la península ibérica. Escribe Carr, que uno de
los cambios más importantes fue la importancia concedida a la cría de ganados, que complementó
y sustituyó parcialmente a la industria del aceite de oliva”.
Al parecer, eran gentes que otorgaban mucha importancia a la
vestimenta, como menciona Alfonso X El Sabio –profundo conocedor de la historia
de los godos a través de su estudio de la obra de Jordanes (de origen godo y cronista de
Roma en el siglo VI): “eran yente que fazien pobre
uida dotra guisa, mas uistien se noblemientre” (eran gente que
hacían pobre vida de otra manera, pero se vestían noblemente); las palabras zapato, escarpín y gorra
fueron
traídas a España por los godos, como la palabra y el concepto de “honor” – en
castellano garbo, en lituano moderno “garbė”- cuya traducción
es “honra”. En la antigua legislación báltica, el asesino era castigado con la
pena capital y la familia del muerto debía recibir una indemnización pagada por
los parientes del asesino, existían tasas fijas por cada vida según su estatus
social, pero la vida de una mujer valía el doble que la de un hombre; el robo
tenía pena de muerte y faltar a la palabra de honor era castigado con la pena
capital; tocar con la palma de la mano derecha la de otra persona, era un
juramento de paz, y este gesto de dar la mano quedó en la cultura occidental
como un saludo de paz. La antiquísima costumbre goda de enviar a uno de los
hijos, el “hidalgo”, a buscar más tierras, con la encomienda de echar raíces y mezclarse
con la población local, nos remite a ciertas características propiamente hispanas
de la conquista de América. Posiblemente allí radica la diferencia que hasta el
día de hoy marca una separación de blancos e indios en América del Norte,
colonizada por anglosajones, en contraste con la mezcla racial que es el signo
distintivo de América latina, colonizada por hispanos. Igual que siglos antes había
ocurrido, cuando los godos se mezclaron con los ibero-romanos en la península
ibérica”.
Volviendo al rey que mandó construir esta iglesia de
San Juan de Baños, se olvida que Recesvinto consiguió la unificación política y social
para el reino cuando promulgó en el año 654 el Liber
Iudiciorum, conocido como Código de Recesvinto, por el que se establecía un
derecho igual y unitario para todos los súbditos. En 1241, casi seiscientos años después, fue
traducido con algunas modificaciones, del latín al castellano, por orden del
rey de Castilla, Fernando III, siendo denominado Fuero Juzgo, estando
vigente -¡ahí es nada!- hasta la aprobación del Código Civil, a finales del
XIX. Y aún sigue hoy vigente, como derecho foral, civil y supletorio, en el País
Vasco, Navarra y Aragón.
Tiene que haber alguna
explicación para estos olvidos tan sustanciales de nuestra historia; y a
buen seguro que algo tendrán que ver con la penosa realidad a la que hemos
llegado en el presente. Del viaje me vine a casa con estas góticas
reflexiones, que amplían mi curiosidad por aquel pueblo godo, cuya raíz báltica,
pagana, comunal, agrícola y ganadera, pudo rebrotar en esta hermosa tierra castellana
del Cerrato, donde aún subsisten algunos grandes rebaños de ovejas, donde se
produce el mejor queso, en un territorio pequeño y remoto de la antigua
provincia imperial de Hispania y a un paso de la Autovía A-62.
PD: Para
mayor oscuridad y confusión sobre lo “gótico”,
actualmente denominamos como arte gótico al desarrollado por toda
Europa después del siglo XII y hasta el Renacimiento. Esta denominación tenía inicialmente una connotación peyorativa, que lo
asimilaba con la oscuridad y barbarie atribuida al medievo remoto de los godos,
a pesar de que se trataba de arquitecturas luminosas, aéreas y esbeltas, en
contraste con las oscuras y sólidas arquitecturas del románico precedente. Después, el
Romanticismo puso de moda el medievalismo, asociado con lo siniestro y morboso.
Y la confusión sobre “lo gótico” alcanza a nuestros días, en los que es
denominada como “gótica” una subcultura juvenil surgida en la Gran Bretaña de
los años setenta, y que se expandió por el resto del mundo, basada en una
estética inspirada en los estereotipos del romanticismo acerca de “lo gótico”.
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