Estuvimos en el nuevo parque eólico de Peña Miján (Montaña Palentina), en plena obra. |
Cuando
parece que la polémica sobre los parques eólicos ha amainado, que ya no está de
actualidad, viene bien volver a reflexionar sobre ello, antes de que la propaganda política, junto con la fuerza
de la costumbre y de los hechos consumados, nos hagan ver como “lógica y
natural” esta industria, ocultando la ideología desarrollista y de capitalismo
“sostenible” que impulsa su expansión por todo el mundo.
Al
menos en mi comarca -Montaña Palentina-, creíamos gozar de una moratoria en la
instalación de parques eólicos, fundamentada en su negativa afectación al paisaje y al
patrimonio monumental del territorio; pero, a principios de este verano,
pudimos ver cómo se levantaban -sorpresivamente y sorteando los obstáculos legales
y las alegaciones presentadas-, tres inmensos aerogeneradores correspondientes
a un nuevo parque eólico, el segundo de la comarca, en Peña Miján, un paraje
situado por encima del embalse de Lomilla, aunque perteneciente al término de
Vallespinoso de Aguilar. El proyecto, con una inversión
prevista de 7,3 millones de euros para una potencia unitaria de 2.000
kilovatios, es de la empresa Suministros
Eólicos del Norte, radicada en Córdoba.
Igualmente
es oportuno recordar que, aunque en su día, cuando se construyó el primer parque
eólico en Barruelo de Santullán, el del Pical, hubo una importante contestación social, también es cierto que numerosas juntas
vecinales mostraron su entusiasmo por instalarlos en sus pueblos, atraídos por
los ingresos que ello podía suponerles. Son esas mismas juntas vecinales -fundamentalmente
las que no se rigen por concejo abierto- las que ahora claman por la pérdida de
su "autonomía" que, entre otras cacicadas, les permitiría firmar contratos de
instalación cuando se abra la veda eólica, más todavía, al margen de la
voluntad de sus propios vecinos como de los de otros pueblos afectados. Mientras las juntas vecinales funcionen sin concejo abierto, su defensa me parece estéril, tiempo perdido.
En
todo caso, creo que la industria eólica merece nuestro rechazo frontal por razones
políticas de fondo y por encima de la defensa de nuestro patrimonio local. El
siguiente texto de Miguel Amorós nos ayuda a comprender esas razones, que nos deberían llevar a detener la expansión de esta industria en nuestros territorios rurales, como en
cualquier otra parte del mundo:
Resumen:
“…En resumidas cuentas, la energía
eólica no surge en el mercado global para sustituir a ningún otro tipo de
energía, pues sólo para reducir significativamente el número de térmicas de
carbón-fuel o de nucleares necesitaríamos un “parque” cada tres o cuatro kilómetros
cuadrados. Simplemente aparece para contribuir al crecimiento de la economía de
mercado. No es ni siquiera renovable, puesto que la construcción de centrales y
la fabricación de turbinas requieren una gran cantidad de combustibles fósiles
que cuestiona la limpieza de la producción final. No disminuye pues la emisión
de dióxido de carbono a la atmósfera, ni contribuye a detener el cambio
climático. Tampoco rebaja el precio del kwh, ni reduce la dependencia de los
Estados sin yacimientos de petróleo o gas. La producción de energía eólica es,
ante todo, un gran negocio en manos de un oligopolio multinacional que pone el
territorio en explotación a fin de mantener viables las conurbaciones. De esta
manera los derechos e intereses de los habitantes rurales son sacrificados en
aras del mantenimiento de unas condiciones de consumo suficiente para la masa
de asalariados que se amontonan en ellas. Es en definitiva una pieza más del
nuevo capitalismo “sostenible”, aquel donde el territorio ambiental y
socialmente deteriorado se transforma en mercado, y por consiguiente, en fuente
de beneficio privado exclusivo protegido por el Estado. Es una prueba más de la
carrera suicida de una civilización industrial con necesidades masivas de
energía pero con cada vez menos petróleo, una civilización enferma y decadente
de la que conviene salir…”
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