jueves, 15 de agosto de 2013

DONDE SIGUE PRESA LA ANARQUÍA, EL OCULTO SECRETO DE LA BUENA VIDA

La estructura del  Poder, gráfico del libro
 “El asalto al Hades”, de Casilda Rodrigáñez. 

Siempre pensé que el éxito del capitalismo consistía en su apariencia de sistema “natural”, fundamentado en un orden muy parecido a la vida real, basado en la competencia como mecanismo de selección de los individuos y las especies. Así que, por tanto, su superación pasaba por  un sistema de organización social enfrentado a ese orden natural que nos hace ver el mundo como una selva, en la que triunfan los individuos depredadores y las especies más competitivas, todos a costa de sus víctimas, de la inmensa mayoría.


Quienes no sentimos la necesidad de recurrir a la teoría del relojero-diseñador para entender y explicar la maravilla que es la vida, en su momento nos abrazamos a la teoría evolutiva que explicaba ese milagro como sinfonía de la diversidad a partir de una célula original, de su interacción con un entorno hostil e inanimado, mediante una estrategia evolutiva basada en la selección natural. Cuando descubrí que ello generaba desigualdad y sufrimiento en la especie humana, empecé a pensar en el socialismo como vida en igualdad, pensaba que el socialismo era, por tanto, una opción moral, con un componente racional y espiritual, que lo distinguía del orden animal y primario reinante en la naturaleza. Hoy sé que estaba en un error, sé que la maravilla de la vida humana no precisa de la artificial separación de cuerpo y alma, materia y espíritu, sé que esa confusión era una trampa, que me llevaba a mirar el mundo desde la perspectiva del Poder, aún perteneciendo a la legión de sus víctimas.

Hoy tengo conciencia de que el Poder impone esa separación para construir la Realidad a su favor, oponiéndose al fluir anárquico propio de la vida, para su propia perpetuación, imponiendo un orden social tan expansivo como destructivo, alimentado con la devastación de toda forma de  vida y, en primer lugar, de la vida humana. He ido descubriendo que el capitalismo no es sino la forma contemporánea de ese orden totalitario.

Hoy tengo conocimiento y convencimiento de que se nos ha ocultado la mayor parte de la historia humana, esos miles de años mantenidos en la oscuridad de los siglos tenidos por pre-historia, aquellos en los que las sociedades humanas autorregulaban su convivencia, sin necesidad de dioses, externos ni propios, sin jerarquía alguna, sin necesidad del Poder ni de sus leyes, que se reproducía y autorregulaba como lo hace la propia vida de la que formamos parte, la que logra que se mantenga por los siglos la misma proporción (21% y 78%) del oxígeno y el nitrógeno que ya existía en la atmósfera cuando la vida se originaba en la Tierra.

Las evidencias de la verdad van surgiendo a la luz con cada descubrimiento del arte y la forma de vida que evidencian los restos arqueológicos de aquellas remotas edades, las más largas de la vida humana, comparadas con los tres mil años considerados como “Historia” por nuestra cultura. Una historia falsificada que se inicia con la jerarquía ya constituida, con las cualidades de la vida humana ya arrasadas en lo sustancial, con la anarquía derrotada por el regimen impuesto desde el Poder que cuenta su historia,  el que ha logrado imponerse como sistema único de pensamiento,  como orden “natural” y totalitario. Pero la anarquía, de la que sólo conocemos su continuada derrota, comienza a ser desvelada como orden  propio de la vida humana y como el más longevo, por las evidencias arqueológicas que ayudan a reconstruir otra verdad, otra historia. Refuerzan tal evidencia los  descubrimientos científicos (simbiogénesis y autopoiesis) que nos describen la evolución de la vida, toda forma de vida, como despliegue autogenerativo  y autorregulado de la materia animada.  

Vamos descubriendo cómo la historia que nos ha enseñado el Poder está dedicada a contar las proezas y batallas de su propio linaje, ocultando los hechos reales en un infierno, el Hades, invisible e innombrable. Y esta constatación es ampliable a toda ciencia que tiene una relación asalariada con el Poder para el que trabaja, que incluye la obligación de ocultar los descubrimientos científicos  que pudieran cuestionarlo. Y cuando no puede ocultarlos en el Hades,  los integra con interpretaciones favorables al despliegue de sus propios intereses, extendiendo la confusión a través de los omnipotentes mecanismos inductivos agrupados en los ministerios del Estado: educativos, publicitarios, legislativos, persuasivos, coercitivos, represivos…

Acierto a comprender que la ciencia es por sí necesariamente especulativa, como lo es todo afán de conocimiento, pero sé que esa especulación es motor de su propia dinámica, que no reconoce límite, que lleva al conocimiento a cuestionar sus límites continuamente, que sólo avanza cuando se confirma a sí mismo en la evidencia de las pruebas contrastadas. Y, sin embargo, también sé que esa especulación de la ciencia tiene un límite incuestionable, que es el deseo de la vida, aquello que distingue a la vida de todo cuanto existe, lo que hace que se explique a sí misma, sin otra ley ni prueba que la de su propio deseo de existencia.

Sé que ese deseo de sí misma sólo puede tener al Bien  como consecuencia; sé que cuando algo sucede en contra de esa tendencia, cuando acontece tal disfunción que la vida se siente bloqueada, sucede la enfermedad…el estado del Mal. Sé, pues, que el mal es una patología de la vida y que cuando la enfermedad es grave, ésta provoca la anticipación de la muerte. Pero no confundo la enfermedad con la muerte, pues entiendo que ésta es parte del proceso de la vida, pues sé que la vida continuará cuando yo desaparezca, sé que formo parte de todo lo que vive, pero también sé que la vida es infinitamente más que yo y más que la suma de todos los yos.

Sé, pues, que no lucho contra la muerte, sino contra la enfermedad que daña  la vida, contra la mala calidad de la vida que provoca el Poder. Por las evidencias del conocimiento científico, sé que la vida humana se extinguirá con la Tierra, es inevitable, sé que la eternidad de la vida no es posible sin la eternidad de la Tierra, pero ello no me impide luchar por lo que sí es posible, por la derrota de la enfermedad y la restitución de la salud que la sigue. No ignoro que tal impulso tiene una dimensión trágica, que es el negativo de la vida, que es sólo ego, sólo yo, aquel que sólo tiene conocimiento de sí mismo. Sé que a pesar de esta conciencia trágica, la vida sigue la inexorable ley de su propio deseo; y sé que en este punto del conocimiento, puedo elegir (¿eso es libertad?): puedo adaptarme a la enfermedad como estrategia de supervivencia que me permita soportarla, aceptándola como realidad impuesta y totalitaria, como normalizado y llevadero valle de lágrimas, a fuerza de la costumbre; o puedo optar por rebelarme ante  esa impostura de la verdad. Y todo ello, a sabiendas de que el final de ambas opciones es trágico, que concluye en la extinción de la vida toda. Pero aún así, elijo luchar contra la enfermedad, contra la devastación de la vida y su consecuencia final, la anticipación de la muerte definitiva. Y lo hago porque es mi deseo, aunque sé que no me pertenece, que es de la vida toda, pero que me impulsa a combatir el Mal y que me  une, aún más, a la vida. Pues bien: a esa resistencia personal y activa que decide enfrentarse al Mal podríamos llamarla virtud o camino de perfección. Y si lograra extenderse, haciéndose colectiva, podríamos llamarla revolución integral.

También afirmo que soy inocente, como todos los que conocen el origen del mal; que soy víctima, como todos los que padecen el mal, los que son aniquilados; pero sé que también soy cómplice, como todos los inocentes y víctimas que intentan sobrevivir en medio de la devastación de la vida, del mal “natural” que impera en el mundo. Sé que mi inocencia original  proviene del tiempo antíguo, en el que no había jerarquías ni ley distinta a la complacencia mutua de las criaturas, al deseo de vivir; sé que mi inocencia procede del tiempo en que la convivencia humana se autorregulaba, según su propia ley, la de la vida toda; sé que procede del tiempo en que el deseo de bienestar de cada individuo era satisfecho con el bienestar de la comunidad, mediante una compleja organización basada en la ayuda mutua. Y también sé que hubo un día en que algunos pocos individuos inocularon y propagaron la enfermedad de la jerarquía a través de los símbolos contenidos en los mitos y en la religión…y sé que es muy difícil explicar esto, porque tras aquella enfermedad vino la semántica a confundirlo todo, llamando convivencia a la lucha fratricida por la supervivencia, propiedad al robo y democracia al fascismo camuflado.

Sé que amamos y llamamos “madre” a una impostora, la que nos entrega al  Padre y al Estado para que nos eduque y amaestre en el arte de la dominación y la sumisión, la voluntaria servidumbre que le es complementaria. Sé que comparto con mis iguales una gran herida, causada por la falta de “madre” verdadera, como sé que todas las criaturas sufrimos por esa carencia primordial, sé que todos y todas somos inocentes víctimas, inocentes cómplices de esa universal orfandad. Pero sé también que sus consecuencia es el triunfo de un amor falso e impostado, es  la institucionalización del miedo a la carencia, el que nubla la abundancia del amor verdadero. Sé quién obtiene beneficio de ello, sólo algunos individuos que detentan el Poder, los que comercian con la farmacia que inocula y expande la enfermedad. Sólo ellos y ellas se benefician, sólo una minoría, sólo el Mal. Y, mientras eso ocurre, nos vamos acercando al colapso de la vida humana, y la definitiva muerte se nos va anticipando. 

Si no conocemos -si no tenemos conciencia- de la impostura patho-lógica de la Realidad en que vivimos, el sacrificio de Edipo nos parecerá lógico: por matar a su padre y procrear con su madre. Pero si alcanzamos a conocer la verdad de la historia,  reconoceremos su inocencia y, entonces, nuestra misión no puede ser otra que ayudarle, que redimirle del sentimiento de culpabilidad que le llevó a arrancarse los ojos.

Sé que disolver el ego es la tarea primordial de la virtud, el tránsito necesario para la extinción de la enfermedad de la vida. Sé que en esa disolución ha de consistir lo que merezca ser tenido por revolución integral…no por nada, sólo por superar el sufrimiento, por evitar la enfermedad, por recuperar el deseo de vivir, sólo por eso, por no morir de mala manera y antes de tiempo. ¿Qué porqué lo sé?...la verdad es que no lo sé, pero sé que es lo que he elegido: asaltar el Hades, la oculta mazmorra del Poder, donde sigue presa la anarquía, el secreto de la buena vida.


PD: Vaya mi agradecimiento a Casilda Rodrigáñez, librepensadora, cuyas averiguaciones sobre el origen patriarcal del sistema de jerarquía y sumisión en que vivimos, me ayudan a ir construyendo el sentido de la vida como revolución integral, al que ella denomina “El asalto al Hades”, como el título de uno de sus valiosos libros.   






1 comentario:

Hugo dijo...

Enhorabuena por el blog, Nanin. Lo descubrí hace unos días y me quedé gratamente sorprendido, tanto por los temas tratados como por la calidad de las entradas ;o)

Un saludo.