La estructura del Poder, gráfico del libro
“El asalto al Hades”, de Casilda Rodrigáñez.
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Siempre
pensé que el éxito del capitalismo consistía en su apariencia de sistema “natural”,
fundamentado en un orden muy parecido a la vida real, basado en la competencia
como mecanismo de selección de los individuos y las especies. Así que, por
tanto, su superación pasaba por un
sistema de organización social enfrentado a ese orden natural que nos hace ver
el mundo como una selva, en la que triunfan los individuos depredadores y las
especies más competitivas, todos a costa de sus víctimas, de la inmensa mayoría.
Quienes
no sentimos la necesidad de recurrir a la teoría del relojero-diseñador para entender
y explicar la maravilla que es la vida, en su momento nos abrazamos a la teoría
evolutiva que explicaba ese milagro como sinfonía de la diversidad a partir de
una célula original, de su interacción con un entorno hostil e inanimado, mediante
una estrategia evolutiva basada en la selección natural. Cuando descubrí que
ello generaba desigualdad y sufrimiento en la especie humana, empecé a pensar
en el socialismo como vida en igualdad, pensaba que el socialismo era, por
tanto, una opción moral, con un componente racional y espiritual, que lo
distinguía del orden animal y primario reinante en la naturaleza. Hoy sé que
estaba en un error, sé que la maravilla de la vida humana no precisa de la artificial
separación de cuerpo y alma, materia y espíritu, sé que esa confusión era una
trampa, que me llevaba a mirar el mundo desde la perspectiva del Poder, aún
perteneciendo a la legión de sus víctimas.
Hoy
tengo conciencia de que el Poder impone esa separación para construir la Realidad
a su favor, oponiéndose al fluir anárquico propio de la vida, para su propia
perpetuación, imponiendo un orden social tan expansivo como destructivo,
alimentado con la devastación de toda forma de
vida y, en primer lugar, de la vida humana. He ido descubriendo que el
capitalismo no es sino la forma contemporánea de ese orden totalitario.
Hoy
tengo conocimiento y convencimiento de que se nos ha ocultado la mayor parte de
la historia humana, esos miles de años mantenidos en la oscuridad de los siglos
tenidos por pre-historia, aquellos en los que las sociedades humanas
autorregulaban su convivencia, sin necesidad de dioses, externos ni propios,
sin jerarquía alguna, sin necesidad del Poder ni de sus leyes, que se reproducía
y autorregulaba como lo hace la propia vida de la que formamos parte, la que
logra que se mantenga por los siglos la misma proporción (21% y 78%) del
oxígeno y el nitrógeno que ya existía en la atmósfera cuando la vida se
originaba en la Tierra.
Las
evidencias de la verdad van surgiendo a la luz con cada descubrimiento del arte
y la forma de vida que evidencian los restos arqueológicos de aquellas remotas
edades, las más largas de la vida humana, comparadas con los tres mil años considerados
como “Historia” por nuestra cultura. Una historia falsificada que se inicia con
la jerarquía ya constituida, con las cualidades de la vida humana ya arrasadas
en lo sustancial, con la anarquía derrotada por el regimen impuesto desde el
Poder que cuenta su historia, el que ha
logrado imponerse como sistema único de pensamiento, como orden “natural” y totalitario. Pero la
anarquía, de la que sólo conocemos su continuada derrota, comienza a ser
desvelada como orden propio de la vida
humana y como el más longevo, por las evidencias arqueológicas que ayudan a
reconstruir otra verdad, otra historia. Refuerzan tal evidencia los descubrimientos científicos (simbiogénesis y
autopoiesis) que nos describen la evolución de la vida, toda forma de vida,
como despliegue autogenerativo y
autorregulado de la materia animada.
Vamos
descubriendo cómo la historia que nos ha enseñado el Poder está dedicada a
contar las proezas y batallas de su propio linaje, ocultando los hechos reales
en un infierno, el Hades, invisible e innombrable. Y esta constatación es
ampliable a toda ciencia que tiene una relación asalariada con el Poder para el
que trabaja, que incluye la obligación de ocultar los descubrimientos
científicos que pudieran cuestionarlo. Y
cuando no puede ocultarlos en el Hades, los
integra con interpretaciones favorables al despliegue de sus propios intereses,
extendiendo la confusión a través de los omnipotentes mecanismos inductivos
agrupados en los ministerios del Estado: educativos, publicitarios, legislativos,
persuasivos, coercitivos, represivos…
Acierto
a comprender que la ciencia es por sí necesariamente especulativa, como lo es
todo afán de conocimiento, pero sé que esa especulación es motor de su propia
dinámica, que no reconoce límite, que lleva al conocimiento a cuestionar sus
límites continuamente, que sólo avanza cuando se confirma a sí mismo en la
evidencia de las pruebas contrastadas. Y, sin embargo, también sé que esa
especulación de la ciencia tiene un límite incuestionable, que es el deseo de
la vida, aquello que distingue a la vida de todo cuanto existe, lo que hace que
se explique a sí misma, sin otra ley ni prueba que la de su propio deseo de
existencia.
Sé
que ese deseo de sí misma sólo puede tener al Bien como consecuencia; sé que cuando algo sucede en
contra de esa tendencia, cuando acontece tal disfunción que la vida se siente
bloqueada, sucede la enfermedad…el estado del Mal. Sé, pues, que el mal es una
patología de la vida y que cuando la enfermedad es grave, ésta provoca la
anticipación de la muerte. Pero no confundo la enfermedad con la muerte, pues
entiendo que ésta es parte del proceso de la vida, pues sé que la vida
continuará cuando yo desaparezca, sé que formo parte de todo lo que vive, pero también
sé que la vida es infinitamente más que yo y más que la suma de todos los yos.
Sé,
pues, que no lucho contra la muerte, sino contra la enfermedad que daña la vida, contra la mala calidad de la vida que
provoca el Poder. Por las evidencias del conocimiento científico, sé que la
vida humana se extinguirá con la Tierra, es inevitable, sé que la eternidad de
la vida no es posible sin la eternidad de la Tierra, pero ello no me impide
luchar por lo que sí es posible, por la derrota de la enfermedad y la restitución
de la salud que la sigue. No ignoro que tal impulso tiene una dimensión trágica,
que es el negativo de la vida, que es sólo ego, sólo yo, aquel que sólo tiene
conocimiento de sí mismo. Sé que a pesar de esta conciencia trágica, la vida
sigue la inexorable ley de su propio deseo; y sé que en este punto del
conocimiento, puedo elegir (¿eso es libertad?): puedo adaptarme a la enfermedad
como estrategia de supervivencia que me permita soportarla, aceptándola como
realidad impuesta y totalitaria, como normalizado y llevadero valle de lágrimas,
a fuerza de la costumbre; o puedo optar por rebelarme ante esa impostura de la verdad. Y todo ello, a
sabiendas de que el final de ambas opciones es trágico, que concluye en la
extinción de la vida toda. Pero aún así, elijo luchar contra la enfermedad,
contra la devastación de la vida y su consecuencia final, la anticipación de la
muerte definitiva. Y lo hago porque es mi deseo, aunque sé que no me pertenece,
que es de la vida toda, pero que me impulsa a combatir el Mal y que me une, aún más, a la vida. Pues bien: a esa
resistencia personal y activa que decide enfrentarse al Mal podríamos llamarla
virtud o camino de perfección. Y si lograra extenderse, haciéndose colectiva,
podríamos llamarla revolución integral.
También
afirmo que soy inocente, como todos los que conocen el origen del mal; que soy
víctima, como todos los que padecen el mal, los que son aniquilados; pero sé
que también soy cómplice, como todos los inocentes y víctimas que intentan
sobrevivir en medio de la devastación de la vida, del mal “natural” que impera
en el mundo. Sé que mi inocencia original proviene del tiempo antíguo, en el que no
había jerarquías ni ley distinta a la complacencia mutua de las criaturas, al
deseo de vivir; sé que mi inocencia procede del tiempo en que la convivencia
humana se autorregulaba, según su propia ley, la de la vida toda; sé que
procede del tiempo en que el deseo de bienestar de cada individuo era
satisfecho con el bienestar de la comunidad, mediante una compleja organización
basada en la ayuda mutua. Y también sé que hubo un día en que algunos pocos individuos
inocularon y propagaron la enfermedad de la jerarquía a través de los símbolos
contenidos en los mitos y en la religión…y sé que es muy difícil explicar esto,
porque tras aquella enfermedad vino la semántica a confundirlo todo, llamando convivencia
a la lucha fratricida por la supervivencia, propiedad al robo y democracia al
fascismo camuflado.
Sé
que amamos y llamamos “madre” a una impostora, la que nos entrega al Padre y al Estado para que nos eduque y
amaestre en el arte de la dominación y la sumisión, la voluntaria servidumbre
que le es complementaria. Sé que comparto con mis iguales una gran herida,
causada por la falta de “madre” verdadera, como sé que todas las criaturas
sufrimos por esa carencia primordial, sé que todos y todas somos inocentes
víctimas, inocentes cómplices de esa universal orfandad. Pero sé también que sus
consecuencia es el triunfo de un amor falso e impostado, es la institucionalización del miedo a la
carencia, el que nubla la abundancia del amor verdadero. Sé quién obtiene
beneficio de ello, sólo algunos individuos que detentan el Poder, los que
comercian con la farmacia que inocula y expande la enfermedad. Sólo ellos y
ellas se benefician, sólo una minoría, sólo el Mal. Y, mientras eso ocurre, nos
vamos acercando al colapso de la vida humana, y la definitiva muerte se nos va
anticipando.
Si
no conocemos -si no tenemos conciencia- de la impostura patho-lógica de la Realidad
en que vivimos, el sacrificio de Edipo nos parecerá lógico: por matar a su
padre y procrear con su madre. Pero si alcanzamos a conocer la verdad de la
historia, reconoceremos su inocencia y,
entonces, nuestra misión no puede ser otra que ayudarle, que redimirle del
sentimiento de culpabilidad que le llevó a arrancarse los ojos.
Sé
que disolver el ego es la tarea primordial de la virtud, el tránsito necesario
para la extinción de la enfermedad de la vida. Sé que en esa disolución ha de
consistir lo que merezca ser tenido por revolución integral…no por nada, sólo
por superar el sufrimiento, por evitar la enfermedad, por recuperar el deseo de
vivir, sólo por eso, por no morir de mala manera y antes de tiempo. ¿Qué porqué
lo sé?...la verdad es que no lo sé, pero sé que es lo que he elegido: asaltar
el Hades, la oculta mazmorra del Poder, donde sigue presa la anarquía, el
secreto de la buena vida.
PD: Vaya mi agradecimiento a Casilda Rodrigáñez, librepensadora, cuyas averiguaciones
sobre el origen patriarcal del sistema de jerarquía y sumisión en que vivimos,
me ayudan a ir construyendo el sentido de la vida como revolución integral, al que
ella denomina “El asalto al Hades”, como
el título de uno de sus valiosos libros.
1 comentario:
Enhorabuena por el blog, Nanin. Lo descubrí hace unos días y me quedé gratamente sorprendido, tanto por los temas tratados como por la calidad de las entradas ;o)
Un saludo.
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