“Para ir a la luna es necesario
conocer las leyes de gravitación. Esto no significa que uno se libere de dichas
leyes, significa que pueden ser utilizadas para algo más” (Henri Laborit).
Del conocimiento científico aprendemos la debilidad del verbo
“creer”, que la ciencia no utiliza, limitándose a proponer modelos
explicativos, listos para ser cambiados en cuanto la información adicional
proporcione una contradicción. Muchas personas creen que han encontrado una
“ley de maniobra”, por la que niegan el método científico para no afrontar las
contradicciones, para que sus teorías quepan en el embudo de sus propios
prejuicios, fijando así su prisión mental e intentando imponer sus teorías a
los demás en modo totalitario. Encerrados en sus certezas, empleando siempre como
referencia los mismos esquemas dogmáticos, sin ponerlos nunca en cuestión, se
ven impedidas de participar en el intercambio y pierden así la mayor parte de
su potencialidad humana.
Lo
esencial del pensamiento científico es volver continuamente a examinar el
paradigma dominante, cuyos patrones nos vienen de la religión, de los mitos y
también de algunas corrientes de la filosofía, que a menudo van delante de las
ciencias, como verdades a medida, que se implantan en el inconsciente colectivo
mediante la automatización sociocultural.
Siempre
he entendido que la necesidad de conocimiento nos lleve a investigarlo todo,
pero nunca he entendido como la ciencia se ocupa tan poco de la tarea más
prioritaria de los seres humanos, que no puede ser sino la conservación y
mantenimiento de la vida, cosa imposible sin un esfuerzo de perfección, tarea
que es tan material como espiritual. Por eso me interesa la biopsicosociología, considerada como
ciencia de la complejidad, un conocimiento transdisciplinario que a partir de
las estructuras biológicas estudia las interacciones de la vida a partir del
nivel molecular hasta llegar a las organizaciones sociales. No fue inventada
por Henri Laborit, pero este científico francés fue pionero del
pensamiento complejo y sus investigaciones le llevaron a la conclusión de que
existe un propósito oculto en todas las sociedades, del pasado y del presente,
un propósito residente en la ideología: el propósito de mantener una jerarquía
de dominación. Henri Laborit se había introducido así en el nivel de la
geopolítica, que afectaba a los intereses del mundo financiero y político, lo
que vino a ocasionar el ostracismo al que fue condenado en su propio país.
Hay
que precisar que Laborit basó su estudios en la observación del comportamiento
animal, con cobayas de laboratorio, extrapolando sus conclusiones al
comportamiento humano. Observó tres rasgos conductuales típicos: la búsqueda
(de alimento, de pareja, etc), la gratificación (si en la búsqueda ha
tenido sensación placentera, el individuo persistirá en esa conducta) e
inhibición (si en la búsqueda se produce el fracaso, aparecen como opciones
la huída o la agresión). En este punto la angustia sobreviene
ante aquello que el individuo es incapaz de controlar o dominar. Así, de modo
instintivo-inconsciente, cada individuo busca una situación o estatus dominante
en la sociedad; Laborit dice expresamente: "el individuo en sociedad busca
dominar al otro". Más aún, según Laborit, la "educación" (en
realidad el aprendizaje) promueve que el individuo adquiera estrategias de
dominación. Muchas de tales estrategias pueden parecer todo lo opuesto a la
dominación, por ejemplo, la actitud de adulación; según Laborit, al triunfar la
estrategia de dominio más eficaz, el grupo social logra mayores capacidades de
supervivencia. De sus experimentos con cobayas, Laborit saca las siguientes
conclusiones, que extrapola al psiquismo humano:
-Ante una situación frustrante una
cobaya huirá o intentará controlarla.
-Si la cobaya no puede huir
ni dominar la situación, el
estrés negativo le provocará somatizaciones (o afecciones psicosomáticas) y al
animal le bajarán las defensas del sistema inmunitario hasta que probablemente muera como
consecuencia de las afecciones de origen psicosomático o por “suicidio”. -En cambio, si dos cobayas están en la misma situación, la
"autoagresión" (baja de las defensas, conductas "suicidas",
etc) tiende a atenuarse al compensar el fracaso de la búsqueda con el desvío de
la agresión hacia otro individuo.
Laborit
se dio cuenta de que el inconsciente es un instrumento temido, no tanto por su
contenido reprimido, sino porque su expresión es demasiado dolorosa y porque su
contenido es castigado por el veredicto sociocultural, como todo lo que es
contrario a lo permitido y que así fue clasificado en el cerebro desde el
nacimiento. Pero él también se dio cuenta de que sigue ahí, guiando las acciones
humanas; es el inconsciente existente y realmente activo, de tal modo que la
personalidad de un ser humano construye un paquete de juicios de valor, de
prejuicios, de lugares comunes y miedos que, según avanza la edad, se
convierten en los más rígidos y menos cuestionados. Cuando se extrae una piedra
de este edificio, todo él se derriba, descubre que la angustia y la ansiedad sólo
se detendrá con la muerte, en el genocidio o en la guerra. Laborit estaba
empezando a comprender los mecanismos por los cuales, a través de la historia
como en el presente, se han establecido las relaciones jerárquicas de dominio.
A
pesar del orgullo que sentimos por nuestro extraordinario rendimiento técnico, los
seres humanos estamos, todavía, en manos de los mecanismos primarios de la
evolución. Y, sin embargo, los pasos que estamos dando no son el resultado de
una revolución proactiva, sino de la implacable necesidad. En resumen, Laborit
afirma que tanto la lucha competitiva como el apoyo mutuo han permitido la
evolución, pero que no son antagónicos, sino complementarios, ya que cada uno constituye un nuevo nivel de
organización. Pero en el nivel al que ha llegado la especie humana, nos hace
presentir que la lucha competitiva podrá dar lugar a su desaparición, mientras
que el apoyo mutuo, tan esencial, parece muy difícil de lograr.
Recientemente
he conocido la obra de CasildaRodrigáñez, quien afirma que “la neurología de las
últimas décadas está explicando cómo se somatizan las relaciones de dominación
en los cuerpos humanos, cómo se forma un sistema neurológico, neuroendocrino y
neuromuscular, para desarrollar y mantener un acorazamiento interno, que por un
lado neutraliza la producción y la expansión del placer, mermando nuestra
capacidad vital, y por otro, nos capacita tanto para dominar como para sufrir
la dominación”. El libro en el que ésto dice es: “La represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente”.
En
otras palabras, el estado de sumisión no sólo es un concepto filosófico y
político, sino que también es conocido en términos científicos. El pensamiento
de Casilda Rodrigáñez da un paso hacia delante, aún reconociendo la labor
pionera de Henri Laborit que, en sus palabras, “explicó hace años lo que nos sucede
neurológicamente cuando ante una situación adversa no podemos ni huir ni
luchar, y no tenemos otra alternativa que la sumisión”. Pero Laborit se refería
a las personas adultas, sin haber investigado la etapa de formación primal,
siendo en la actualidad Nils Bergman
el científico que está ofreciendo una explicación
muy concreta y precisa de cómo acontece este fenómeno en los bebés recien
nacidos; en el vídeo “Somos mamíferos. Recuperando el paradigma original”, podemos acercarnos al conocimiento de sus ideas al
respecto.
Casilda
Rodrigáñez nos descubre y argumenta los mecanismos de la sumisión desde el
nacimiento, contemplando a la represión del deseo materno como el principal de
estos mecanismos, con lo que abre un campo de investigación y pensamiento absolutamente
nuevo y radical, que explicaría el origen del patriarcado y el sistema de
poder-sumisión asociado en el que todavía vivimos: “en la historia del
patriarcado, nos encontramos con las sublimaciones más o menos místicas de las
tradiciones orientales y judeocristianas…y también con las modernas
positivistas-conductistas de la llamada inteligencia
emocional, que se proponen alfabetizarnos
emocionalmente para nuestra mejor adaptación a las relaciones generales de
dominación (y al orden sexual falocrático que lo sustenta). Así es como hoy, a
la sublimación se la llama educación
emocional”. Y todo ello, “para desviar el malestar producido por el sistema
y evitar que se transforme en la indignación, en la rabia y en la cólera
propiciadoras de la rebeldía”.
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