Hace
unos meses anduvimos por estas tierras de la Sierra de la Peña, a cuyas cumbres
ascendimos por el barranco de Santa Eulalia. Unos días después, un amigo,
vecino de Castrejón, nos comentó que desde la cercana Velilla de la Peña (antes de Tarilonte) se
puede acceder a otro barranco que está escondido en la sierra, a la altura de esa
pequeña población. Y allá nos fuimos hace unos días, por descubrir ese -para
nosotros- nuevo barranco. Como tenemos por costumbre desde hace unos años, no
nos hemos documentado acerca de la ruta a seguir, no llevamos planos, ni brújulas,
ni GPS, ni falta que nos hace. Ya preguntaremos. Preferimos sorprendernos a
riesgo de dar algún que otro rodeo. No obstante, a nadie recomiendo esta
costumbre, que he adquirido ya entrado en años, tras casi medio siglo de
practicar el montañismo y, en buena parte de ellos, la escalada de dificultad.
Nada
más aparcar junto a la iglesia de Velilla de la Peña, empezamos a caminar en dirección hacia Peña Redonda, pero sin
orientación definida. Al primer paisano que vemos en una de las calles del
pueblo, le preguntamos: “oiga, buenos días,
¿qué por dónde se va al barranco de los valles?, ¿al barranco?...por ese
camino, cruzan un paso de ganado y a la izquierda, dejando a la derecha una
gran pradera donde verán mucho ganado”…¡para qué mas!
A
los cinco minutos se confirma lo que dijo el amable paisano, cruzamos un paso
de ganado, tiramos por el camino de la izquierda y aparece ante nosotros una
majestuosa pradera con mucho ganado al fondo.
Bordeamos
la praderona por un buen camino compactado, que tiene aspecto de ser minero,
siempre con la mole de Peña Redonda cerrando el horizonte.
Bordeamos
también el robledal que llega hasta la pradera, lo atravesamos en algún momento
y llegamos a una fresca y enorme chopera, en la que podemos ver restos de las escombreras de una mina. El camino parece dar la vuelta rodeando la chopera,
pero como lleva intención de ir hacia atrás, de nuevo hacia el pueblo, nosotros
seguimos adelante, siempre hacia la Peña, adentrándonos en un vallejo que se va
estrechando entre más escombreras, hasta llegar a un punto en el que
todo indica que comienza el barranco propiamente dicho, justo donde la roca
caliza aparece, emergiendo de entre el bosque, en contraste con sus verdes
intensos y con los oscuros conglomerados que veníamos viendo por el fondo del
vallejo.
En
este primer tramo del barranco, éste parece intransitable, de tanta vegetación
que lo inunda. Por encima de las albas rocas, podemos apreciar la espesura del
inmenso robledal que puebla las laderas del monte hasta bien arriba de la peña.
Avanzamos sorteando la abundante vegetación, que va
menguando en el fondo del barranco a medida que alcanzamos mayor altura.
Topamos
con un punto de cierta dificultad y preferimos no arriesgar, por lo que, en fácil trepada salimos durante unos metros por encima del barranco, lo que nos
permite ver de nuevo el horizonte abierto y la contundente mole de Peña
Redonda.
Descendemos
nuevamente al fondo del barranco, que ahora se enfila más a derecho, sin tantas
revueltas, ya en pleno reino de la roca pelada, sin apenas vegetación.
Voy
aprendiendo algo de flora, que falta me hace, para lo que Fini se presta, transmitiendome su extensa
sabiduría al respecto. Esto, por ejemplo, es un “sello de salomón”… y me dice
también el nombre en latín, con escaso provecho por mi parte, y luego me cuenta
las propiedades medicinales de las plantas que me va dando a conocer. En
ello, seguimos subiendo por el barranco, que a estas alturas se convierte en un pasillo estrechuco.
Poco más arriba, de repente, el barranco termina
bruscamente en una pradera muy grande, de pasto alpino, que se abre formando
una especie de plató, en el que ya podemos divisar las cumbres que nos rodean y
el valle que hemos decidido seguir de aquí en adelante, en dirección Este.
Seguimos
una senda que va paralela al arroyo que surca el fondo del valle, ahora seco, y echamos una
mirada atrás para ver el camino traído y, ¡cómo no!, la cima de Peña Redonda.
Más adelante nos encontramos en la confluencia de
dos altos valles y decidimos seguir por el de la izquierda, que nos parece más
accesible, para alcanzar el cordal cimero cuanto antes. Ya metidos en esa faena, damos con un chozo a medio reconstruir, de los tradicionales, los que usaban por aquí los pastores en su transhumancia local, buscando en verano el pasto
fresco de las alturas.
Y
en lento ascender, por un terreno pedregoso y resbaladizo en lo más alto,
alcanzamos el deseado collado que -como había imaginado- nos asoma al Valle de
Miranda y nos sitúa en una balconada en la que podemos ver gran parte del macizo de Fuentes
Carrionas, corazón de la alta montaña palentina, con el pico Curavacas
frente a nosotros.
Tras
breve refrigerio, tomamos la decisión de seguir el cordal en dirección Sur,
para asomarnos a la gran llanada que se abre a los pies de la sierra, hacia los
pinares de Saldaña y los campos góticos de Palencia. Calculamos una sucesión de
tres collados para hilar un recorrido que nos permita avanzar por el cordal sin
apenas subir, a la vez que perdiendo la menor altura posible. Vemos ese collado
al fondo y, por debajo, a su altura, también vemos a un corzo curiosón, que
subía hacia el mismo collado que nosotros y que se ha detenido, mirándonos, que
parece esperarnos, hasta que a menos de doscientos metros, huye como un “cuete”,
ladera abajo.
Antes de llegar al collado, echamos la vista hacia
el valle que dejamos a nuestra derecha y por debajo, que desciende en plena
dirección sur y directo hacia el inmenso llano. Unas afiladas formaciones
rocosas enmarcan el valle en su parte alta y, tras su perfil, podemos ver la
silueta del Pico del Fraile, otra de las vecinas y grandes cumbres de esta
Sierra de la Peña.
Llegados
al anhelado collado, iniciamos un vertiginoso y directo descenso entre
pastizales, por lo que parece una riega somera, que enseguida va dando
paso al imperio de la roca viva, donde la paciente agua de los siglos viene escavando
un surco profundo, que en unos pocos millones de años llegará a ser barranco de gran
porte, como el que hemos subido esta mañana. En su parte final, reconocemos el
punto del barranco protagonista -el recien nominado de Tarilonte- en el que desagua, a escasa distancia del plató
en el que éste último arranca su existencia. Desde allí podemos ver la vertiginosa
bajada que hemos seguido por el incipiente barranco que, de momento,
carece de nombre.
Retomamos
el fondo del barranco y descendemos hasta un punto del mismo en el que se
ensancha; y por allí decidimos salir de la hondonada, para ir por su borde, buscando
ahora un terreno más franco, para bajar más rápidamente. Volvemos al barranco
justo en el sitio donde lo iniciamos por la mañana. Y miramos
hacia atrás, por ver si Peña Redonda seguía en su sitio.
Llegando a la chopera ya conocida, nos acercamos a
una fuente que por la mañana nos pasó desapercibida entre los árboles y sus sombras. Sin duda, porque entonces teníamos
la cantimplora llena.
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