La existencia de la clase
políticoempresarial y de la clase asalariada representa la insoportable contradicción en
la que se fundamenta el actual sistema estatalcapitalista, que ha ido
formándose a lo largo de los siglos, mediante la inercia que genera la
concentración del poder en sus formas -políticas y económicas-, artificialmente diferenciadas.
La clase políticoempresarial invade un
espacio que no le es propio, que corresponde a la totalidad de las personas y aunque
la representación que se arroga fuera ejercida sin corrupción y con mayor justicia,
la democracia seguiría siendo objetivo revolucionario y civilizatorio,
irrenunciable para la humanidad. El autogobierno de la convivencia humana es un
fin en sí mismo, un fin con doble e inseparable objetivo: la calidad del
individuo y la calidad de la sociedad.
No cabe otra definición de la democracia, por lo que la clase políticoempresarial representa al conglomerado estado-capital y es, por tanto, la antítesis de la democracia.
La clase asalariada es el reverso
de ese error, ocupa un espacio que tampoco le es propio, porque en ninguna
de sus formas es aceptable que la mayoría de la humanidad esté excluida de la
responsabilidad de decidir sobre la producción de los bienes materiales que sirven para la perpetuación de la vida humana. Aunque el actual sistema productivo fuera
benigno para la satisfacción de las necesidades materiales, seguiría siendo una
forma de esclavitud, espiritualmente insoportable. La clase asalariada
representa la pervivencia del capitalismo, la forma actual de la esclavitud,
por muchas teorías que lo adornen.
Participar en la producción de
los bienes materiales y participar
en las decisiones que sirven para organizar la convivencia en sociedad no pueden
seguir siendo considerados como derechos, sino como obligaciones del ser humano.
No participar es renunciar a ser responsable, es aceptar decisiones impuestas,
es una errónea interpretación de la libertad, fundamentada sólo en los derechos
del individuo frente a la sociedad, con ignorancia de sus obligaciones.
La renuncia de la libertad
implica la dejación del poder y la responsabilidad de cada individuo y, por tanto, la concentración
de ese poder y esa responsabilidad en favor de otros individuos; esa dejación es el origen del sistema
de dominio-sumisión al que hemos llegado, siguiendo la inercia de un perverso
mecanismo que nos empuja en dirección contraria al progreso humano.
Decidir sobre la economía es un
acto político, por lo que la economía no puede ser considerada sino como
espacio subsidiario, parte material de la política. De ahí que ambos espacios,
económico y político, sean inseparables, como el cuerpo y el espíritu.
La separación del cuerpo y el espíritu significa la muerte en la cultura cristiana, por lo que según esta
cultura, hoy estamos muertos...puede que sea verdad, puede que la vida
sea otra cosa, más próxima a la democracia, a la libertad.
"Nuestra primera necesidad no es de organización, sino de orientación. Un cambio de dirección y actitud". Lewis Mumford
"Nuestra primera necesidad no es de organización, sino de orientación. Un cambio de dirección y actitud". Lewis Mumford
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