Paisaje zen |
Estoy terminando una semana de retiro forzado por la enfermedad. Abatido
por la fiebre, una vez más he comprobado cómo mi cabeza era incapaz de avanzar
en ninguno de los pensamientos que continuamente me asaltaban, cómo se mostraba
reacia a razonar en profundidad, atascándose en cada preámbulo, como negándose
a ello, dejándome sólo frente al abismo vacío -y sorprendentemente liberador- de la
mente en blanco. Una vez más, he podido comprobar cómo funciona mi forma de
meditación zen: a lo asturiano, meditando sin ningún objeto por delante,
concentrando la atención en el simple acto de respirar, sin detenerme en los
pensamientos que me abordan, dejando que la mente vague por las soledades interiores, sin dejar de ver todo cuanto me rodea.
Un amigo mío, monje budista, se reía de mí hace unos años cuando
yo le decía que la meditación zen era
para mí algo muy familiar, porque la venía practicando desde hacía muchos años
y que la había aprendido de mi padre, emigrante asturiano en tierras de
Valladolid, viendo cómo se quedaba mirando al vacío, en completo silencio,
cuando regresaba de la fábrica a las diez de la noche, tras una larga jornada
iniciada a las seis de la mañana; o cuando tenía uno de sus frecuentes periodos
de dolor de muelas o cuando, tras una discusión acalorada, se sentía incómodo
consigo mismo y se apoyaba en la ventana, aparentemente mirando los cables de
la luz que cerraban el paisaje de nuestra calle. Era su forma de meditación, de
mirar hacia dentro y reflexionar sin palabras. Así restablecía él su equilibrio
y volvía a encontrar su sitio en el mundo.
Existe, sin duda, una tradición humana, anterior al propio zen, que es
común a todas las culturas y que consiste en mirar hacia dentro, que
busca una mejor percepción de la realidad, traspasando su apariencia para adoptar un nuevo enfoque de los
problemas y permitiéndonos corregir viejos errores. Puede que eso sea el
“satori”, lo leí en el Musgo de Estrellas (1), el blog de mi amiga Ane: “no es
otra cosa que una mirada intuitiva hacia adentro, el despliegue de un mundo nuevo y previamente
ignorado, en contradicción con el conocimiento intelectual y lógico”
Y agradezco a esta fiebre, que todavía persiste, su utilidad en recordarme
una vez más el pre-zen universal que aprendí de mi padre y que, probablemente, él aprendió de mis abuelos asturianos.
(1) En el frontispicio del blog de Ane leo una
frase de Mary Wollstonecrafft, feminista liberal, que me tienta hacia nuevas
reflexiones: “Ningún hombre elige el mal por ser el mal. Sólo lo confunde con
la felicidad, con el bien que busca”, que bien podría expresar la confusión de
nuestro tiempo, la que lleva a identificar la felicidad con el bien del propio interés, pero la fiebre no me deja...otro día será, pero no me resisto a enviarle a Ane, a quien considero
lúcidamente no feminista, la referencia del último libro de María Prado Esteban
y Felix Rodrigo Mora: “Feminicidio o autoconstrucción de la mujer” (Vídeo de la presentación)
1 comentario:
Jolín Papá, parece increíble que aún puedas estar más "pensador" y reflexivo que de costumbre. Te mando un abrazo para que te mejores. Ánimo que ya viene el Solillo de Primavera
Publicar un comentario