sábado, 16 de febrero de 2013

REPENSAR LA POLÍTICA



Desde la racionalidad democrática y desde el sentido común, desde el impulso conjunto de la razón y el deseo.

Margaret Tatcher ha dejado dicho que “la sociedad no existe, que lo que existen son los individuos, hombres y mujeres; que existen  las familias y el gobierno que trabaja con ellos, y que ellos se ocupan más que nada de sí mismos”, ¡cuánto fundamento tenía la Tatcher al afirmar ésto, qué bien supo resumir en estas frases la esencia del sistema político al que ha consagrado su larga vida! ¡Y cuántas veces habrá sido elogiado “su sentido práctico”, tantas veces refrendado por millones de electores!  

Retirada de la política y más que octogenaria, ahí sigue en pie, como un monumento vivo a la sinrazón de este mundo, superpoblado de individuos aislados, ayudados por los gobiernos en la ocupación de sí mismos, sobreviviendo al sinsentido de la propia vida. Sin Dios, sin Revolución, sin Sociedad,… ¿qué podemos hacer, sino dedicar nuestras cortas vidas a sobrevivir postmodernamente, en constante y patológica duda acerca del sentido de nuestras vidas?... pues lo que hacemos, que es vivir a la deriva, entregados a la  religión que nos queda, la del dinero, la de su ilusoria recompensa, al espectáculo que el consumo  nos procura, el que nos permite llenar el inmenso vacío dejado por la difunta sociedad, industrial y moderna, huérfanos, en gótico luto por sus anticuadas y universales creencias.
Fue Cornelius Castoriadis, el filósofo grecofrancés, quien mejor supo describir esa vacuidad vital en la que habita la inmensa mayoría de los individuos contemporáneos, nuestros vecinos y familiares, nosotros mismos. El fue quien, desde el pensamiento crítico, abordó esa carencia de significado vital, dotándola de categoría política, abriendo nuevos caminos para el moribundo pensamiento democrático, tan maltrecho y enclenque tras muchas, demasiadas derrotas, que perfilan un diagnóstico grave, un coma social, un encefalograma plano. El pensamiento de Castoriadis sigue siendo hoy una fuente inagotable de inspiración para emprender nuevos caminos desde el  irreductible sentido de la democracia como expresión política del sentido común. Y también como deseo. Democracia porque la deseamos, porque queremos instituimos a nosotros mismos en comunidad, como seres sociales y autónomos, porque es nuestra voluntad que así sea, porque emerge empujado y por encima de la razón misma, como resumen y compendio de ésta. Podríamos en su defensa echar mano de sólidos argumentos, como también podríamos prescindir de los mismos; nos basta una razón superior a la suma de sus partes, una razón tan individual como social y universal, fundamentada en el deseo de una buena vida compartida,  de un mundo decente,  porque deseamos vivir una vida digna y la deseamos también para quienes habitan este mundo con nosotros y para los que habrán de habitarlo después. Porque sin ese deseo vemos nuestra propia vida carente de sentido, una estúpida vida amarrada al carrito de la compra, a la espera de que nos llegue el turno, la hora de pagar en la caja del Súper.

Me duelen los testículos cada vez que leo la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cada vez que compruebo asombrado el respeto reverencial con que es considerada esa burla a la inteligencia humana, que tras la aseada literatura de sus mandamientos, encubre y protege el pecado universal, el dominio y explotación de unos seres humanos por otros, en nombre de la dignidad humana, ¡y con mayúsculas!: en nombre de la Libertad y la Igualdad…¡qué broma tan macabra!...aunque fuera el último ser humano en sostener este juicio, seguiría refiriéndome a la Democracia sin cambiarle el nombre, sin duda alguna sobre su identidad, coincidente con la razón libertaria-igualitaria, el sentido común y el deseo. Sin que para ello me haga falta alzar la voz, en perfecta compatibilidad  con la moderación extrema que me lleva a respetar la vida, incluso la de quien mata cada día.

Incluso un pensador de la democracia  tan considerado como Norberto Bonobbio, tan moderado, filósofo socialista y liberal, sentenció la incoherencia de su propio pensamiento democrático a través de sus prolíficas averiguaciones en torno al conflicto entre libertad e igualdad, en su frustrado intento por desentrañar el núcleo de la divergencia entre izquierda y derecha, a la búsqueda de pacíficas, moderadas y democráticas aproximaciones. Intentó resolverlo caracterizando por separado ambas cosas, decía que la libertad se refiere a lo individual y que la igualdad se refiere a lo social. Como si ambas cosas pudieran existir por separado, como si Robinson Crusoe fuera socialmente libre  por vivir sólo en una Isla, como si más de mil trescientos millones de  chinos fueran individualmente iguales por vivir en un Estado igualitario.

Me sumo a la postura de Castoriadis y asumo la carga de mis personales incoherencias; por principio, no acepto las definiciones tradicionales de la filosofía, no acepto quedar encerrado en los estériles confines del saber compartimentado y especializado, me limito a todo lo pensable, reflexiono sobre lo que me da la gana y sin excluir nada. A sabiendas de que ha llegado el momento de escoger, que pasó la hora del juego izquierdas-derechas, que la elección es entre arriba y abajo, entre capitalismo o democracia… a sabiendas de que en este juego nos va la vida.


1 comentario:

Anónimo dijo...
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