Desde
la racionalidad democrática y desde el sentido común, desde el impulso conjunto
de la razón y el deseo.
Margaret
Tatcher ha dejado dicho que “la sociedad no existe, que lo que existen son los
individuos, hombres y mujeres; que existen
las familias y el gobierno que trabaja con ellos, y que ellos se ocupan
más que nada de sí mismos”, ¡cuánto fundamento tenía la Tatcher al afirmar ésto,
qué bien supo resumir en estas frases la esencia del sistema político al que ha
consagrado su larga vida! ¡Y cuántas veces habrá sido elogiado “su sentido
práctico”, tantas veces refrendado por millones de electores!
Retirada
de la política y más que octogenaria, ahí sigue en pie, como un monumento vivo
a la sinrazón de este mundo, superpoblado de individuos aislados, ayudados por
los gobiernos en la ocupación de sí mismos, sobreviviendo al sinsentido de la
propia vida. Sin Dios, sin Revolución, sin Sociedad,… ¿qué podemos hacer, sino
dedicar nuestras cortas vidas a sobrevivir postmodernamente, en constante y
patológica duda acerca del sentido de nuestras vidas?... pues lo que hacemos, que es vivir
a la deriva, entregados a la religión que nos queda, la del dinero, la
de su ilusoria recompensa, al espectáculo que el consumo nos procura, el que nos permite llenar el
inmenso vacío dejado por la difunta sociedad, industrial y moderna, huérfanos, en gótico
luto por sus anticuadas y universales creencias.
Fue
Cornelius Castoriadis, el filósofo grecofrancés, quien mejor supo describir esa
vacuidad vital en la que habita la inmensa mayoría de los individuos contemporáneos,
nuestros vecinos y familiares, nosotros mismos. El fue quien, desde el
pensamiento crítico, abordó esa carencia de significado vital, dotándola de
categoría política, abriendo nuevos caminos para el moribundo pensamiento democrático,
tan maltrecho y enclenque tras muchas, demasiadas derrotas, que perfilan un
diagnóstico grave, un coma social, un encefalograma plano. El pensamiento de
Castoriadis sigue siendo hoy una fuente inagotable de inspiración para
emprender nuevos caminos desde el
irreductible sentido de la democracia como expresión política del
sentido común. Y también como deseo. Democracia porque la deseamos, porque queremos
instituimos a nosotros mismos en comunidad, como seres sociales y autónomos, porque
es nuestra voluntad que así sea, porque emerge empujado y por encima de la razón misma,
como resumen y compendio de ésta. Podríamos en su defensa echar mano de sólidos
argumentos, como también podríamos prescindir de los mismos; nos basta una razón superior
a la suma de sus partes, una razón tan individual como social y universal, fundamentada
en el deseo de una buena vida compartida, de un mundo decente, porque deseamos vivir una vida digna y la
deseamos también para quienes habitan este mundo con nosotros y para los que habrán de habitarlo después. Porque sin ese deseo vemos nuestra propia vida carente de sentido, una estúpida vida
amarrada al carrito de la compra, a la espera de que nos llegue el turno, la
hora de pagar en la caja del Súper.
Me
duelen los testículos cada vez que leo la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, cada vez que compruebo asombrado el respeto reverencial con que es
considerada esa burla a la inteligencia humana, que tras la aseada literatura
de sus mandamientos, encubre y protege el pecado universal, el dominio y
explotación de unos seres humanos por otros, en nombre de la dignidad humana, ¡y
con mayúsculas!: en nombre de la Libertad y la Igualdad…¡qué broma tan macabra!...aunque
fuera el último ser humano en sostener este juicio, seguiría refiriéndome a la
Democracia sin cambiarle el nombre, sin duda alguna sobre su identidad,
coincidente con la razón libertaria-igualitaria, el sentido común y el deseo.
Sin que para ello me haga falta alzar la voz, en perfecta compatibilidad con la moderación extrema que me lleva a respetar
la vida, incluso la de quien mata cada día.
Incluso un
pensador de la democracia tan considerado como Norberto Bonobbio, tan moderado, filósofo socialista y liberal, sentenció la incoherencia de su propio pensamiento
democrático a través de sus prolíficas averiguaciones en torno al conflicto
entre libertad e igualdad, en su frustrado intento por desentrañar el núcleo de
la divergencia entre izquierda y derecha, a la búsqueda de pacíficas, moderadas
y democráticas aproximaciones. Intentó resolverlo caracterizando por separado
ambas cosas, decía que la libertad se refiere a lo individual y que la igualdad
se refiere a lo social. Como si ambas cosas pudieran existir por separado, como
si Robinson Crusoe fuera socialmente libre
por vivir sólo en una Isla, como si más de mil trescientos millones
de chinos fueran individualmente iguales
por vivir en un Estado igualitario.
Me
sumo a la postura de Castoriadis y asumo la carga de mis personales
incoherencias; por principio, no acepto las definiciones tradicionales de la filosofía, no
acepto quedar encerrado en los estériles confines del saber compartimentado y especializado,
me limito a todo lo pensable, reflexiono sobre lo que me da la gana y sin
excluir nada. A sabiendas de que ha llegado el momento de escoger, que pasó la
hora del juego izquierdas-derechas, que la elección es entre arriba y abajo, entre
capitalismo o democracia… a sabiendas de que en este juego nos va la vida.
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