Laboratorio del Procomún, de MediaLab Prado |
Sigo
con asiduidad el blog "Nómada" de Juan Freire, como
también sigo con interés los trabajos del Laboratorio del Procomún, al que JF
está vinculado. Acabo de leer un artículo suyo titulado ¿Qué es (y qué no es) el procomún? losfantasmas de lo comunitario, que él mismo considera
como un resumen de su pensamiento al respecto. A mi manera y desde hace tiempo,
vengo reflexionando también sobre el procomún, aprovechando las valiosas
aportaciones de ambos medios, aunque con divergencias significativas respecto a la
corriente de pensamiento hacker en la
que les sitúo. Este último artículo de JF provoca mi siguiente aportación acerca
del ser o no ser del procomún y sus fantasmas asociados:
En principio, estoy plenamente de
acuerdo con la definición de JF: “el
procomún es lo que acontece cuando un grupo de personas conviven sin que
intervenga un agente externo que regule sus vidas”. Pero en lo que sigue, pasa por alto que en el “capitalismo
real” eso es absolutamente imposible, porque el agente externo tiene
omnipresencia religiosa, como propiedad-mercado-estado: tres agentes distintos
y un sólo Poder verdadero. De ahí que el procomún no pueda acontecer.
Reconozco que la desaparición del
agente externo no conllevaría la desaparición del conflicto, como tampoco conllevaría
la abolición del pecado, ni barra libre
para la dicha eterna. Pero sí afirmo que sería la condición necesaria para la
producción del procomún, tanto en el sentido de “suceso” que apunta J.F, como
en el sentido de “materia” que yo añado
y defiendo.
Hay que agradecer a la cultura hacker
su valiosa ayuda en la actualización ideológica del procomún, lo que es
compatible con un reparo, al que me sumo, acerca de su limitada concepción del
mismo, que yo veo centrada en el ámbito del conocimiento y las nuevas tecnologías. Yo
comparto esa “aplicación” del procomún cognitivo, como tantas otras
aplicaciones tecnológicas que están abriendo nuevos caminos orientados a
compartir el conocimiento humano y a mejorar nuestras vidas. Pero el procomún
que ahora intentamos y necesitamos actualizar no es otra cosa que los bienes
comunes de siempre, los que conciernen
tanto al Conocimiento –propio de nuestra especie- como a la Naturaleza, de la
que somos una parte y cuyos recursos compartimos con el resto de especies
vivas.
No está justificado limitar los bienes
comunes al exclusivo campo del conocimiento cuando la convivencia como la propia
supervivencia de la sociedad humana están totalmente condicionadas por los bienes naturales, cuya
“comunalidad” es previa a la institución de la propiedad por el Estado, que convierte un hecho de
naturaleza violenta- la apropiación individual de lo común- en un derecho y a
éste en la suprema razón del Estado.
Creo que la comunalidad de los bienes
naturales cuestiona en su raíz la institución estatal y su ideología
propietaria; y, en consecuencia, niega la legitimidad del Estado para otorgar “derechos” de
apropiación individual sobre bienes que son comunales por razón natural, previa
y superior al Estado. A esa razón previa cabe sumar hoy la racionalidad
ecológica y democrática.
Es comprensible que tengamos
dificultades para entender ésto cuando llevamos siglos utilizando
cotidianamente esta lógica estatal. Su
asimilación ideológica forma parte
sustancial de nuestra cultura y es comprensible que ello nos lleve a considerar
esta lógica como “la realidad”, verdad incuestionable
y eterna.
Ahora, iniciando el siglo XXI, sumidos en una crisis generalizada, cuando percibimos el abismo suicida
al que nos lleva el agotamiento de los recursos naturales, quizá empecemos
a identificar éstos como bienes comunes y, más allá, como procomún
universal. Ahora quizá empecemos a vislumbrar cómo la ideología del
mercado ha fundamentado la hegemónica
religión del progreso, cómo su lógica
nutre la acumulación de capital y cómo sostiene
la reproducción sistemática e institucionalizada del insaciable mecanismo
expoliador de los recursos naturales, al que mucha gente sigue nombrando con el
inocente apodo de “mercado libre”.
Por eso, cada día que pasa es menos
difícil visualizar qué es el procomún y más fácil identificar los fantasmas que lo ocultan.
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