domingo, 20 de enero de 2013

LOS FANTASMAS DEL PROCOMÚN

Laboratorio del Procomún, de MediaLab Prado

Sigo con asiduidad el blog "Nómada" de Juan Freire, como también sigo con interés los trabajos del Laboratorio del Procomún, al que JF está vinculado. Acabo de leer un artículo suyo titulado   ¿Qué es (y qué no es) el procomún? losfantasmas de lo comunitario, que él mismo considera como un resumen de su pensamiento al respecto. A mi manera y desde hace tiempo, vengo reflexionando también sobre el procomún, aprovechando las valiosas aportaciones de ambos medios, aunque con  divergencias significativas respecto a la corriente de pensamiento hacker  en la que les sitúo. Este último artículo de JF provoca mi siguiente aportación acerca del ser o no ser del procomún y sus fantasmas asociados:
En principio, estoy plenamente de acuerdo con la definición de  JF: “el procomún es lo que acontece cuando un grupo de personas conviven sin que intervenga un agente externo que regule sus vidas”. Pero en lo que sigue, pasa por alto que en el  “capitalismo real” eso es absolutamente imposible, porque el agente externo tiene omnipresencia religiosa, como propiedad-mercado-estado: tres agentes distintos y un sólo Poder verdadero. De ahí que el procomún no pueda acontecer.
Reconozco que la desaparición del agente externo no conllevaría la desaparición del conflicto, como tampoco conllevaría la abolición del pecado,  ni barra libre para la dicha eterna. Pero sí afirmo que sería la condición necesaria para la producción del procomún, tanto en el sentido de “suceso” que apunta J.F, como en el sentido de “materia” que  yo añado y defiendo.

Hay que agradecer a la cultura hacker su valiosa ayuda en la actualización ideológica del procomún, lo que es compatible con un reparo, al que me sumo, acerca de su limitada concepción del mismo, que yo veo centrada en el ámbito del conocimiento y las nuevas tecnologías. Yo comparto esa “aplicación” del procomún cognitivo, como tantas otras aplicaciones tecnológicas que están abriendo nuevos caminos orientados a compartir el conocimiento humano y a mejorar nuestras vidas. Pero el procomún que ahora intentamos y necesitamos actualizar no es otra cosa que los bienes comunes  de siempre, los que conciernen tanto al Conocimiento –propio de nuestra especie- como a la Naturaleza, de la que somos una parte y cuyos recursos compartimos con el resto de especies vivas.
No está justificado limitar los bienes comunes al exclusivo campo del conocimiento cuando la convivencia como la propia supervivencia de la sociedad humana están totalmente  condicionadas por los bienes naturales, cuya “comunalidad” es previa a la institución de la propiedad  por el Estado, que convierte un hecho de naturaleza violenta- la apropiación individual de lo común- en un derecho y a éste en  la suprema razón del Estado.
Creo que la comunalidad de los bienes naturales cuestiona en su raíz la institución estatal y su ideología propietaria; y, en consecuencia, niega la legitimidad  del Estado para otorgar “derechos” de apropiación individual sobre bienes que son comunales por razón natural, previa y superior al Estado. A esa razón previa cabe sumar hoy la racionalidad ecológica y democrática.
Es comprensible que tengamos dificultades para entender ésto cuando llevamos siglos utilizando cotidianamente esta lógica estatal.  Su asimilación  ideológica forma parte sustancial de nuestra cultura y es comprensible que ello nos lleve a considerar esta lógica como “la realidad”,  verdad incuestionable y eterna.
Ahora, iniciando el siglo XXI, sumidos en una crisis generalizada, cuando percibimos el abismo suicida al que nos lleva el agotamiento de los recursos naturales, quizá empecemos a  identificar éstos  como bienes comunes y, más allá, como procomún universal. Ahora quizá empecemos a vislumbrar cómo la ideología del mercado  ha fundamentado la hegemónica religión del progreso, cómo su   lógica nutre la acumulación de capital y cómo sostiene  la reproducción sistemática e institucionalizada del insaciable mecanismo expoliador de los recursos naturales, al que mucha gente sigue nombrando con el inocente apodo de “mercado libre”. 
Por eso, cada día que pasa es menos difícil visualizar qué es el procomún y más fácil  identificar  los fantasmas que lo ocultan.

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