El libro de István Mészáros |
Refundar la democracia es la tarea del presente para el futuro;
ello es posible ahora, cuando hemos alcanzado un punto de no retorno en que el
sistema, todavía hegemónico, ha mostrado
su carencia absoluta de viabilidad en el futuro, porque no dispone de
soluciones productivas, porque el valor de uso de las cosas ha alcanzado una
tasa aceleradamente decreciente y, en definitiva, porque su metabolismo social se ha vuelto incontrolable y destructivo en
su propia lógica. La
precarización de la fuerza humana que trabaja y el creciente agotamiento de los
recursos naturales no tienen paralelos en toda la era moderna; la relación
metabólica entre el hombre, la tecnología y la naturaleza, conducida por la
lógica del capital, se halla subordinada a los parámetros de éste, del sistema
productor de mercancías, de la economía de mercado y, en definitiva, subordinada a su sistema de acumulación de capital y concentración de poder.
Aún en fase de descomposición, este potente sistema de
poder que lo sostiene, intentará resistir y alargarse indefinidamente en manos de la pequeña parte de la sociedad que detenta los resortes
de los que proviene su fuerza hegemónica: la apropiación privada del bien común
primario (la Tierra y sus recursos), el trabajo asalariado (origen de la acumulación del
capital), la economía de mercado (que determina una asignación de los recursos
que reproduce el sistema de acumulación) y la institucionalización del control
social a través del aparato político del Estado. Todas estas herramientas del
poder son las que dan solidez a la situación de privilegio de esa pequeña parte de
la sociedad, sostenida bajo la ficción (¡eso sí que es una utopía!) de que será
posible su extensión universal a todos los seres humanos.
Es un poder esencialmente extraparlamentario, que vertebra una estructura social que abarca todos los órdenes de la vida social: en la familia, en la cultura, en las escuelas y en la universidad, en las empresas y lugares de trabajo, en el consumo, en el ocio...en todo.
Es un poder esencialmente extraparlamentario, que vertebra una estructura social que abarca todos los órdenes de la vida social: en la familia, en la cultura, en las escuelas y en la universidad, en las empresas y lugares de trabajo, en el consumo, en el ocio...en todo.
Sabemos, por tanto, que para superar este sistema de poder totalitario será necesario un largo periodo de confrontación, resistencia y creatividad social, que en realidad ya tuvo su inicio desde el nacimiento del
capitalismo en su forma actual, hace más de dos siglos.
Pero ahora estamos en el despertar de una conciencia universal de cambio, urgida por la aceleración del proceso de descomposición, desencadenado por el nuevo paradigma tecnológico y la globalización consiguiente, junto con un conocimiento científico y más exacto acerca de las razones por las que fracasaron los precedentes intentos por superar el capitalismo (me refiero al socialismo de estado y a la socialdemocracia). Dichos fracasos contribuyeron notablemente a fortalecer la posición hegemónica del capital durante un periodo de relativa bonanza, ya concluído. En el momento actual, asistimos al comienzo de otras formas de resistencia a la descomposición desde dentro del propio sistema. Primero, fue el maquillaje ecológico del sistema productivo y del sistema de participación política a través de la ficción democrática de la intermediación (eso que llaman “democracia representativa” y que resulta no ser ninguna de las dos cosas).
Y como el capital es ya incapaz de extraer valor del trabajo asalariado y de unos recursos naturales que son limitados, hemos entrado en la última fase de resistencia capitalista, en la que estamos viendo irrumpir nuevas variantes que pretenden mantener el estatus vigente; los más notables intentos son los que pretenden expandir el proceso de acumulación capitalista hacia el “procomún”, entendido éste como conjunto de los bienes comunes inmateriales. Aunque específicamente se ha denominado “capitalismo cognitivo” al que se centra en la explotación del conocimiento humano, “biocapitalismo” sería la acepción más amplia y genérica, referida al proceso de acumulación basado en la explotación de todas las facultades humanas. En la lógica biocapitalista, lo que define a la actividad humana es la capacidad de crear valor añadido, de producir formas de vida y de innovar permanente. Este asalto al “procomún”, centrado en las posibilidades abiertas por la tecnología para la creación de valor a partir del conocimiento, enmascara una omisión fundamental, referida al “procomún” más principal y secuestrado, que es la propia Tierra junto con sus recursos naturales, la base material que permite el metabolismo de la sociedad, o sea, el desarrollo y mantenimiento de la vida humana.
Pero ahora estamos en el despertar de una conciencia universal de cambio, urgida por la aceleración del proceso de descomposición, desencadenado por el nuevo paradigma tecnológico y la globalización consiguiente, junto con un conocimiento científico y más exacto acerca de las razones por las que fracasaron los precedentes intentos por superar el capitalismo (me refiero al socialismo de estado y a la socialdemocracia). Dichos fracasos contribuyeron notablemente a fortalecer la posición hegemónica del capital durante un periodo de relativa bonanza, ya concluído. En el momento actual, asistimos al comienzo de otras formas de resistencia a la descomposición desde dentro del propio sistema. Primero, fue el maquillaje ecológico del sistema productivo y del sistema de participación política a través de la ficción democrática de la intermediación (eso que llaman “democracia representativa” y que resulta no ser ninguna de las dos cosas).
Y como el capital es ya incapaz de extraer valor del trabajo asalariado y de unos recursos naturales que son limitados, hemos entrado en la última fase de resistencia capitalista, en la que estamos viendo irrumpir nuevas variantes que pretenden mantener el estatus vigente; los más notables intentos son los que pretenden expandir el proceso de acumulación capitalista hacia el “procomún”, entendido éste como conjunto de los bienes comunes inmateriales. Aunque específicamente se ha denominado “capitalismo cognitivo” al que se centra en la explotación del conocimiento humano, “biocapitalismo” sería la acepción más amplia y genérica, referida al proceso de acumulación basado en la explotación de todas las facultades humanas. En la lógica biocapitalista, lo que define a la actividad humana es la capacidad de crear valor añadido, de producir formas de vida y de innovar permanente. Este asalto al “procomún”, centrado en las posibilidades abiertas por la tecnología para la creación de valor a partir del conocimiento, enmascara una omisión fundamental, referida al “procomún” más principal y secuestrado, que es la propia Tierra junto con sus recursos naturales, la base material que permite el metabolismo de la sociedad, o sea, el desarrollo y mantenimiento de la vida humana.
En “Más allá del capital”, dice István Mészáros que “la
lógica del capital estructura su metabolismo social y su sistema de control en el ámbito extraparlamentario, cualquier intento de superar este sistema de
metabolismo social que se restrinja a la esfera institucional o parlamentaria está condenado al fracaso. Sólo un vasto movimiento de masas,
radical y extraparlamentario, puede
ser capaz de destruir el sistema de dominio social del capital.
Consecuentemente, el proceso de autoemancipación del trabajo no puede restringirse al ámbito de
la política”.
El pensamiento
crítico de István Meszaros, de raíz marxista, y el de Takis Fotopoulos, de raíz libertaria,
parecen converger así en una misma dirección estratégica: “el
desafío mayor del mundo del trabajo y de los movimientos sociales, que tienen
como núcleo la clase trabajadora, es crear e
inventar nuevas formas de actuación, autónomas, capaces de articular
íntimamente las luchas sociales, eliminando la separación, introducida por el
capital, entre acción económica (realizada por los sindicatos) y acción
política parlamentaria (realizada por los partidos políticos). Esta división
favorece al capital, que fractura y fragmenta aún más el movimiento político de
los trabajadores”… también “la
efectiva emancipación de las mujeres de las diversas formas de opresión,
junto con el combate contra la destrucción, sin precedentes, de la naturaleza,
son movimientos emancipatorios dotados de una cuestión
específica, que se integran al
proceso de autoemancipación de la humanidad”.
Así, pues, ir más allá del capital,
significa hoy conocer bien todos los mecanismos que reproducen la acumulación
de capital y la concentración de poder (incluídas sus nuevas variantes en torno
al procomún inmaterial y el biocapitalismo), superando la lógica del capital desde el
pensamiento crítico; y desde la acción, escapando del círculo vicioso que caracteriza a
las prácticas antagonistas de la izquierda
tradicional, prácticas institucionalizadas por el capital y su complemento, el Estado, que nos envuelven en su propia dinámica y nos sitúan una y otra vez
en el mismo sitio: en un lugar sin salida.
Vayamos, pues, más allá del parlamento, de
los sindicatos y del quincemismo: vayamos más allá del capital.
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