Asamblea del 15M en Valencia |
Hay quien, de modo excesivamente simple, piensa
que el 15M, al igual que las protestas de la Primavera Árabe y las que se
sucedieron por diferentes países del mundo,
no son protestas proletarias, que
en realidad se trata de la rebelión de un importante sector de la “burguesía
asalariada” contra la amenaza de ser reducidos a proletarios y que, estando nutrida mayoritariamente por jóvenes
estudiantes, su principal motivación es que la educación superior ha dejado de
garantizarles un salario excedente en su posterior vida laboral.
Sin dejar de ser parcialmente cierto, no hay que
echar en olvido las explosivas revueltas acaecidas en el Reino Unido, en
Francia, en Portugal y en Grecia, protagonizadas por gente realmente excluida del sistema. Recordemos también que la revuelta en
Egipto comenzó siendo una protesta de esa burguesía asalariada -como la
denomina Slavoj Zizek- de jóvenes instruidos y carentes de perspectivas de futuro,
que derivó en una rebelión socialmente mucho más amplia,
dirigida a lograr el derrocamiento del regimen
de Hosni Mubarak.
Con la perspectiva que otorga el paso del tiempo,
la evolución del movimiento se nos
presenta como muy desigual. De lo que sí podemos ya estar seguros es de que no
se trata de un movimiento global que señale en la dirección de una “democracia real”, pudiendo afirmar que, con caracter general, se trata de un movimiento que expresa la descomposición de las clases
medias intelectuales a las que el capitalismo postindustrial ya es incapaz de
garantizar los privilegios otrora concedidos mediante el estado de bienestar, a
cambio de proporcionar un colchón de "estabilidad y paz social”.
Al respecto, David de Ugarte realizó un pronóstico acertado hace muchos meses: “el único
consenso unánime del movimiento quincemista es la necesidad de consensos unánimes…
de ahí su ausencia de programa. La deliberación se convierte en mera expresión
de un descontento informe y no argumentado y el «movimiento» en inmovilidad,
pero, por lo mismo, se hace incriticable”. Me interesa mucho su reflexión al respecto, en
la que expresa la radical diferencia entre espacio deliberativo y espacio
democrático, según lo cual, la deliberación atiende a la lógica de la
abundancia, produciendo diversidad y no homogeneidad; se delibera sobre todo, se delibera sin esperanza ni necesidad de consenso, por lo que la deliberación se queda en
plurarquía, que no es democracia, ya que
ésta precisa una previa identidad de la comunidad, del “nosotros” que se reune en asamblea. La
plurarquía desarrollada por el 15M genera un “participacionismo” que evoluciona
hacia la dirección que acaba marcando una “oligarquía participativa”, siendo
imposible construir cualquier unanimidad y anulando así toda capacidad de
propuesta. Se resume de este modo el carácter expresionista del movimiento,
viciado desde sus orígenes por la cultura
adhesionista practicada en facebook: “esto me gusta o no me gusta”, pero
no me compromete.
Aún así, algo de bueno quedará como poso; son las numerosas iniciativas surgidas en no
pocas asambleas locales, que han evolucionado hacia la construcción de
proyectos alternativos: cooperativas, centros sociales autogestionados,
monedas locales, huertos colectivos, ateneos culturales, centros de ayuda
mutua,…pero eso, con ser mucho, es manifiestamente insuficiente, hay que dar un paso más, porque todas esas iniciativas sólo tienen futuro si
son capaces de converger en un movimiento social potente que tenga, como objetivo prioritario, pararle los pies a la oligarquía que nos gobierna y frenar la insoportable agresión que está sufriendo
mucha gente excluida por el sistema dominante, bajo el pretexto de la crisis
financiera.
Con todo, el acierto más trascendente del 15M es,
sin duda, su cuestionamiento -todavía superficial- de la falsa democracia neoliberal. Bien es cierto
que existe el riesgo de que la proclama
por una "democracia real” pueda quedarse en una reivindicación de calado
reformista, satisfecha con unos retoques de la ley electoral y de la constitución española. De lo que se trata ahora es de profundizar en
lo que significa el denunciado “secuestro de la democracia” proclamado desde
las manifestaciones de la última semana de septiembre (“Rodea
el Congreso”) y reelaborar una alternativa fundamentada en una concepción
radicalmente nueva de la democracia, crítica y autónoma respecto de todas las
formulaciones históricas anteriores, una democracia definida en su sentido
pleno: social, económico, político y ecológico; una formulación que
necesariamente habrá de ser antisistémica, dada la absoluta incompatibilidad
del capitalismo con la democracia. Este es el consenso fundamental, el más básico, urgente y necesario.
Se trata, por tanto, de promover la constitución
de un movimiento constituido por asambleas autónomas locales, progresiva y territorialmente
federadas en un proceso gradual que apunte hacia la deconstrucción institucional del
Estado. El programa básico ya lo tenemos, se
llama Democracia y es muy claro: igualdad social, política y económica,
reintegrando a la sociedad con la naturaleza. Su desarrollo, su estrategia y su ritmo habrán de ser decididos por las asambleas
en el proceso de confrontación con
el Estado, que deberá abarcar todos los frentes posibles.
El paso previo debiera consistir en transformar
la plurarquía de las actuales asambleas locales en verdaderas comunidades
políticas locales en torno a dicho programa, teniendo como objetivo inmediato
la integración en dichas asambleas de todos los ciudadanos y ciudadanas que en
cada comunidad local (barrios, pueblos y ciudades), se reconozcan a sí
mismos como demócratas y, por tanto, como
anticapitalistas, tengan o no afiliación partidaria, sindicalista, ecologista o
feminista.
Hay que superar la ineficiente fragmentación actual
de las luchas sociales, integrándolas en un único bloque democrático y anticapitalista, operativo en todos
los frentes, generador de nuevas y
autónomas instituciones al margen del Estado, en todos los ámbitos de la sociedad. Hay que
alcanzar la madurez y la capacidad organizativa suficientes que permitan disputar
el poder municipal y convertirlo en el contrapoder desde el que difuminar al estado capitalista, sustituyéndolo por una
democracia plena. Para ello no hace falta crear ningún partido político, porque
las asambleas locales son en sí mismas agrupaciones de electores que pueden
presentarse a las elecciones municipales. No veo otra forma de superar el
quincemismo.
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