Wert, ministro de educación |
El
ministro de educación del PP, José Ignacio Wert, justifica su
nueva ley de educación bajo la pretensión de normalidad, por lo que se
propone erradicar, según dice, la parte ideológica que tenía la ley del anterior
gobierno, para lograr lo que él considera la excelencia en la educación, basada
en el esfuerzo personal y en más competitividad. El ministro es una persona consecuente,
él piensa que lo normal es su propia ideología, el capitalismo neoliberal, y tiene toda la razón. Lo cual no quiere decir que la anterior ley de educación, la del PSOE, no fuera también normal, sino que
era menos normal, es decir, menos neoliberal que la suya. Yo mismo hice las
prácticas de magisterio en lo que se denominaba Escuela Normal, en una
ciudad tan normal como Valladolid.
Casi
a diario, escuchamos la expresión “yo es
que soy una persona normal, soy apolítico”, en boca de personas que tienen
posiciones ideológicas inequívocamente conservadoras/capitalistas. Y tienen
razón, son personas tan normales como el
señor ministro de educación. La ideología “normal” -el capitalismo- para ellos
es apolítica en la medida en que se sitúa al
margen de la disputa entre los partidos por el poder político. La apolítica gente normal dice que lo que le interesa son los asuntos de la vida diaria, no la
política, en alabanza de una perversa y radical desconexión entre la vida y la política. Si bien,
su desinterés por la política no les impide votar en las elecciones. Y ya que
votan, lo hacen por los políticos que
consideran más normales, según su propia idea de la normalidad.
Por
otra parte, los políticos normales dicen pelear por los asuntos normales, los
que realmente interesan a los ciudadanos normales…y de esta forma, se va construyendo la ideología de la normalidad: los maestros
transmiten los conocimientos normales, los que ayudan a los niños a ser
normales, para que de mayores sean trabajadores y ciudadanos normales, incluso excelentemente normales,
que diría el ministro Wert, dibujando el perfil del ciudadano perfecto:
apolítico y competitivo, o sea, definitivamente normal.
Quizá pudiera ilustrar
nuestra percepción de “lo normal” algunas de las cosas que el filósofo hedonista Michel Onfray dice en su Teoría del Cuerpo Enamorado, en referencia
al tiempo en que la libido adolescente es secuestrada por el código social: “Lejos de las aproximaciones sensuales, de
las búsquedas y de las errancias, lejos de las historias individuales que
recapitulan las historias colectivas de la humanidad y hasta de la especie, el
cuerpo, educado y, por tanto, constreñido, se abandona a las formas socialmente
aceptables de la libido. De ahí el advenimiento de la hipocresía, el engaño a
sí mismo y a los otros, el embuste, de ahí también el reinado de la frustración
permanente en el terreno de la expansión sexual. Fijado el modelo, todo
alejamiento de él resulta culpable: monogamia, procreación, fidelidad y
cohabitación proporcionan sus puntos cardinales… La educación sexual impartida por adultos, raramente satisfechos en
este asunto, inyecta a menudo una complejidad que dramatiza, culpabiliza y sobre
todo normaliza las posibilidades sexuales: en estas horas cardinales para la
conquista de una identidad, la triste carne de los mayores se venga y contamina
la frescura de las libidos libertarias infantiles. Un sacerdote, entre algunos
pedófilos del orfanato donde me pudría, me hizo un discurso de médico, si no de veterinario, sobre los hombres y las
mujeres. Me habló mucho de vergas y úteros, ovarios y testículos, vaginas y
escrotos, erecciones y ovulaciones. Seguramente, era su manera de hablar del amor”.
Hay
que considerar que el poder tiene hoy costumbres muy liberales y que una vez
fijado el sagrado código de “lo normal”, cualquier alejamiento del mismo
es permitido, salvo si atenta contra su propia sustancia: la propiedad
privada y el trabajo asalariado, la economía de mercado y la democracia
representativa.
Así pues, la normalidad, aunque
generadora de múltiples perversiones, no es tan aburrida como pudiera parecer a
primera vista. A quienes no se encuentran a gusto en la normalidad -bien porque les parece mediocre, bien por su inclinación a lo exclusivo o, sencillamente,
porque no soportan el olor de la multitud, entre otras posibles causas-, les es
permitido un amplio grado de disidencia, de tal modo que uno puede optar,
por ejemplo, por hacerse friki,
ecologista, feminista, budista, incluso anarquista…si bien, lo que más se lleva
esta temporada es la
izquierda exotérica, que utiliza un variado menú que, según preferencias
personales, incluye un poquito de cada cosa, aunque su principal atención se
centra en el goce experimentado en la exploración individual de la cósmica y
fraternal mismidad, alejados del vulgar enfrentamiento entre las clases
sociales.
Concluyo:
cuando el ministro de educación dice “normal”, en realidad quiere decir dominante, hegemónica y, por tanto, cuando
hablemos de anticapitalismo, deberíamos referirnos a “otra” normalidad, a otro
poder, a otra hegemonía. Así pues, ocupar el Congreso de los Diputados es sólo una parte de ese camino, porque el verdadero poder no está allí, sino en la conquista de esa "otra" normalidad alternativa.
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