sábado, 29 de septiembre de 2012

EL PODER DE LA NORMALIDAD

Wert, ministro de educación

El ministro de educación del PP, José Ignacio Wert, justifica su nueva ley de educación bajo la pretensión de normalidad, por lo que se propone erradicar, según dice, la parte ideológica que tenía la ley del anterior gobierno, para lograr lo que él considera la excelencia en la educación, basada en el esfuerzo personal y en más competitividad. El ministro es una persona consecuente, él piensa que lo normal es su propia ideología, el capitalismo  neoliberal, y tiene toda la razón. Lo cual no quiere decir que la anterior ley de educación,  la del PSOE, no fuera también normal, sino que era menos normal, es decir, menos neoliberal que la suya. Yo mismo hice las prácticas de magisterio en lo que se denominaba Escuela Normal, en una ciudad tan normal como Valladolid.

Casi a diario,  escuchamos la expresión “yo es que soy una persona normal, soy apolítico”, en boca de personas que tienen posiciones ideológicas inequívocamente conservadoras/capitalistas. Y tienen razón, son personas tan normales como  el señor ministro de educación. La ideología “normal” -el capitalismo- para ellos es apolítica  en la medida en que se sitúa al margen de la disputa entre los partidos por el poder político. La apolítica gente normal dice que lo que le interesa son los asuntos de la vida diaria, no la política, en alabanza de una perversa y radical desconexión  entre la vida  y la política. Si bien, su desinterés por la política no les impide votar en las elecciones. Y ya que votan, lo hacen por los políticos que  consideran más normales, según su propia idea de la normalidad. 
Por otra parte, los políticos normales dicen pelear por los asuntos normales, los que realmente interesan a los ciudadanos normales…y de esta forma, se va  construyendo la ideología de la normalidad: los maestros transmiten los conocimientos normales, los que ayudan a los niños a ser normales, para que de mayores sean trabajadores y ciudadanos normales, incluso excelentemente normales, que diría el ministro Wert, dibujando el perfil del ciudadano perfecto: apolítico y competitivo, o sea, definitivamente normal.

Quizá pudiera ilustrar nuestra percepción de “lo normal” algunas de las cosas que el filósofo hedonista Michel Onfray dice en su Teoría del Cuerpo Enamorado, en referencia al tiempo en que la libido adolescente es secuestrada por el código social: “Lejos de las aproximaciones sensuales, de las búsquedas y de las errancias, lejos de las historias individuales que recapitulan las historias colectivas de la humanidad y hasta de la especie, el cuerpo, educado y, por tanto, constreñido, se abandona a las formas socialmente aceptables de la libido. De ahí el advenimiento de la hipocresía, el engaño a sí mismo y a los otros, el embuste, de ahí también el reinado de la frustración permanente en el terreno de la expansión sexual. Fijado el modelo, todo alejamiento de él resulta culpable: monogamia, procreación, fidelidad y cohabitación proporcionan sus puntos cardinales… La educación sexual impartida por adultos, raramente satisfechos en este asunto, inyecta a menudo una complejidad que dramatiza, culpabiliza y sobre todo normaliza las posibilidades sexuales: en estas horas cardinales para la conquista de una identidad, la triste carne de los mayores se venga y contamina la frescura de las libidos libertarias infantiles. Un sacerdote, entre algunos pedófilos del orfanato donde me pudría, me hizo un discurso de médico, si  no de veterinario, sobre los hombres y las mujeres. Me habló mucho de vergas y úteros, ovarios y testículos, vaginas y escrotos, erecciones y ovulaciones. Seguramente, era su manera de hablar del amor”.

Hay que considerar que el poder tiene hoy costumbres muy liberales y que una vez fijado el sagrado código de “lo normal”, cualquier alejamiento del mismo es  permitido, salvo si  atenta contra su propia sustancia: la propiedad privada y el trabajo asalariado, la economía de mercado y la democracia representativa.

Así pues, la normalidad, aunque generadora de múltiples perversiones, no es tan aburrida como pudiera parecer a primera vista. A quienes no se encuentran a gusto en  la normalidad      -bien porque les parece mediocre, bien por su inclinación a  lo exclusivo o, sencillamente, porque no soportan el olor de la multitud, entre otras posibles causas-, les es permitido un amplio grado de disidencia, de tal  modo que uno puede optar, por ejemplo, por hacerse  friki, ecologista, feminista, budista, incluso anarquista…si bien, lo que más se lleva esta temporada es  la izquierda exotérica, que utiliza un variado menú que, según preferencias personales, incluye un poquito de cada cosa, aunque su principal atención se centra en el goce experimentado en la exploración individual de la cósmica y fraternal  mismidad, alejados del vulgar enfrentamiento entre las clases sociales. 

Concluyo: cuando el ministro de educación dice “normal”, en realidad quiere decir  dominante, hegemónica y, por tanto, cuando hablemos de anticapitalismo, deberíamos referirnos a “otra” normalidad, a otro poder, a otra hegemonía. Así pues, ocupar el Congreso de los Diputados es sólo una parte de ese camino, porque el verdadero poder no está allí, sino en la conquista de esa "otra" normalidad alternativa.

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