No necesitamos vacaciones para hacer viajes interesantes. Donde
vivimos, salimos de casa y el bosque empieza sin enterarnos. A veces una tarde
es suficiente, un rincón del embalse, frente a la isla, entre los robles y al
borde de las praderas, un paseo entre las sombras de un hayedo, un instante de
silencio y ya se oye correr a los corzos. ¿Qué más queremos? El caso es que la semana pasada hizo un tiempo desagradable a pesar de ser junio y disponer
de unos días de vacaciones. Los días han ido pasando sin poder subir a ninguna
de las cumbres que nos teníamos prometidas. Pero una tarde llovió y al rato se encendió una luz extraña que cambió
el devenir de los acontecimientos.
|
El arco iris que surgió frente a nuestra ventana |
|
El cielo se puso pesado y plomizo sobre los tejados |
Por la mañana subimos a Brañosera, nos metimos en un vallejo
imposible por culpa de las vacas y los apretados brezos, logrando salir
malamente al camino que teníamos en el mapa de nuestras cabezas. Queríamos recorrer un hayedo inexplorado por nosotros -que creíamos conocer todos los hayedos de la comarca- que se extiende por la
ladera, que desciende hasta Brañosera desde el circo del Cueto de
Valdecebollas, hasta la parte de la Muñeca. Un poco antes, en un sextil, al abrigo de los vientos junto a los restos de un antiguo corral,
comimos algo tras recolectar un corro de senderuelas que serán nuestra merienda cuando lleguemos a casa. Y entramos en las sombras del hayedo,
cruzamos un arroyo saltarín y enfilamos el descenso del bosque a la brava, pasando junto a
varias hayas centenarias y dejando arriba extensas laderas recubiertas de
arándanos.
|
¿A qué hora pasean los duendes por los bosques de Brañosera? |
|
Estos rincones del bosque tienen la ortografía de un punto y aparte |
A la mañana siguiente, recuperando los malos días perdidos,
decidimos subir a las cumbres que separan Ruesga de Tosande. Enfilamos el
camino de las Calicatas, por donde en tiempos se bajaba el mineral de cobre desde la mina del Landillero, camino que enseguida abandonamos para adentrarnos por el primer hayedo que nos salió por la izquierda, a la altura del Pico de las Cruces, en las vecindades del collado de los Novios, trepando hacia el lugar de los
Recuencos. Alcanzamos allí la boca de una cueva que simulaba ser la cerradura del
roquedo, ya en la divisoria de los valles que se han ido rezagando por debajo de nosotros.
|
Cuando el camino empezaba y tú buscabas flores de lino azul |
|
Entonces, como siempre, improvisamos un camino alternativo |
|
El hayedo al norte de la peña, donde habita el alivio de las sombras |
|
El ojo de la cerradura que abre la travesía del cordal cimero |
Nos encaramamos a la peña para ver en reposo las cumbres cercanas: las del valle de Tosande, el de la famosa Tejera, y también el piedemonte
que se inclina por la Ojeda, hacia las parameras del sur, las que juntan y separan las
cuencas de Carrión y Pisuerga.
|
¿Qué estabas mirando que no decías nada? |
Y desde allí tomamos el norte, dirigiendo nuestros pasos por
la cresta caliza que nos ha de llevar al Pico de la Celada, al que vemos ya cercano,
con la Peña Redonda al fondo y con las altas cumbres de las Fuentes
Carrionas más allá, mientras que al oriente el pantano de Ruesga cierra el horizonte cercado por robledales, bajo las cimas
lejanas de la sierra de Hijar, de Peña Labra, de Cuchillón y Valdecebollas...Podemos distinguir desde aquí nuestra familiar Sierra Corisa y, por debajo, casi
nuestro pueblo, casi nuestra casa.
|
En lo alto de la cresta cuando asomaba el Curavacas |
|
Yo me reía porque con ese pañuelo te parecías a Teresa de Calcuta |
Volvemos la mirada hacia el fondo de Tosande para ver el chozo donde algunas veces hemos almorzado, el bosque que encierra los
tejos milenarios y las verdes praderas que pueblan su fondo ahora seco. Una manada de
caballos nos sale al paso antes de tomar el camino vertical que nos subirá hasta la cima
previa de la Celada.
|
Tosande, verde y cuaternario, el valle que nos tira los tejos |
|
Vimos caballos que pastaban y meditaban al tiempo |
|
Aquí decidimos trepar la peña, obviando la lógica cartesiana |
Superando la trepada, alcanzamos el hito que alguien
amontonó en la cumbre, no sin admirar previamente el colorido de las retamas que
pueblan el collado. Y también las múltiples flores que nacen en los albos e
imposibles jardines de las calizas cimeras, como el jasión morado, como algunas saxífragas o como la pálida sanguinaria que rellena las grietas, que tiene un tacto como de papel crujiente.
|
Un colchón de retamas coloridas |
|
Desconocemos si las plantas saxífregas son afrodisiacas |
|
Crujen cuando las tocas, son de papel y hermosas, son sanguinarias |
Llegando a la Celada, vemos mucho más próxima la cumbre del
Curavacas y aún más la Peña de Santa Lucía y el caserío de Ventanilla, al que
nos dirigimos tomando una senda de bichos que toma el biés para cruzar el humbroso
hayedo que habremos de superar para alcanzar los collados bajeros
donde divisamos una hermosa pradera, desde donde iniciaremos el último descenso, entre los parajes de Valdemolinos y Los Jatos.
|
Desde el Pico de la Celada vimos un eclipse de los Picos de Europa |
|
Confiamos en la inteligencia de las sendas que abren los corzos |
|
El haya que mató un rayo con ayuda del tiempo |
|
El camino que algún día será un río |
|
¿Que por aquí nunca estuvo el escultor Ibarrola? |
A poco de acabarse al bosque, la pista sale a una pradera en
cuyo borde las gentes de Ventanilla hicieron un caño hermoso del que brota un
chorro de agua milagrosa que nos recibe en el lugar de la Loma, donde la escultura de una virgen y unas mesas construyen un singular merendero
eclesiástico, que se acurruca en la sombra para servir de altar una vez al año
y para tomar viandas paganas durante el resto de los días. Bajamos hacia el
cementerio, pasamos junto al templo, creo que de San Vicente, cruzamos el puente y
tomamos el GR1, el sendero de gran recorrido que -parece mentira- llega aquí
desde el mar Mediterráneo, buscando la otra orilla peninsular, oceánica, en las atlánticas y gallegas costas, siguiendo el camino del sol, de
oriente a poniente, por entre los pliegues y entresijos de los valles y cumbres que tejen las
cordilleras, pirenaicas primero y luego cantábricas.
Entre Ventanilla y Ruesga, el GR1 sigue la orilla
cartográfica del embalse, dejándonos ver de lejos la hermosa foto de la puebla de Ventanilla, reflejada en las embalsadas aguas del río breve llamado Rivera, el que surca el Valle Estrecho y que nace
no muy lejos de aquí, en la cabecera del valle, en la enigmática fuente Deshondonada.
Y desde aquí a Ruesga llegamos en menos de una hora...y en diez minutos de coche estamos en
casa, todo un lujo de tarde libre y sin vacaciones, por los altos de Ruesga.
|
Una corza estaba aquí segundos antes de hacer la foto |
|
El camino del GR1, pensando a dónde va, de dónde viene |
|
Ventanilla, pegada al embalse de Ruesga, en mitad del Gran Sendero |
|
El camino, el resumen |
No hay comentarios:
Publicar un comentario