lunes, 25 de junio de 2012

CON DOBLE SENTIDO: HAY CAPITALISMO PARA RATO


Dibujo de Pawla Kuczynskiego

A partir del desencadenamiento de la actual crisis, existe un pensamiento muy extendido en torno a la certeza sobre la descomposición del capitalismo, fundamentado en las abundantes evidencias que la propia crisis nos muestra a diario. Comparto dicha certeza pero no la ingenuidad que lleva a creer que existe un día siguiente al de la descomposición, tras el que se producirá un cambio revolucionario, que nos situará en una sociedad  justa y democrática en unos cuantos días.

Recordemos que la decadencia del sistema soviético  empezó a manifestarse plenamente a partir de la década de los setenta y que con anterioridad a esas fechas, su economía había crecido a igual e incluso a superior ritmo que el de las economías  occidentales. Un proceso de lento retorno al sistema capitalista se  inició en época de Nikita Jrushchov, al comienzo de los años cincuenta, de tal modo que una gran parte de los historiadores y economistas que han estudiado la evolución de aquel sistema, coinciden en la idea de que el colapso económico y político que tuvo lugar a final de los años ochenta venía incubándose desde las reformas  impuestas por la cúpula del partido comunista a lo largo de las dos últimas décadas y que, por tanto, la decadencia del sistema soviético tiene su más acertada explicación en el contexto de las crisis típicamente capitalistas.

En realidad se trataba de un capitalismo burocrático y chapucero, estatal y autoritario, con una peculiar economía caracterizada por imágenes de largas colas de gente, provocadas por la escasez en el consumo, además de por una estructura burocrática del poder que frenaba toda posibilidad de innovación, que promovía  una corrupción persistente, penetrando toda la estructura del estado y de la propia sociedad soviética. Por entonces la gente solía decir, medio en broma: “ellos (los burócratas estatales)  hacen como si nos pagan y nosotros hacemos como si trabajamos”. A la desesperada, Mijail Gorbachov intentó un repertorio de moderados propósitos reformistas, concretados en su Perestroika (reestructuración), en 1987; se trataba de una estrategia política con la que intentaba recuperar la fe de la población en las instituciones políticas del Estado soviético, al tiempo que acoplar la economía soviética al libre comercio global. Pero ya era demasiado tarde, esa estrategia se le fue de las manos junto con todo el poder del Estado, cuya estructura  política y territorial  se descompuso rápidamente, como si de un azucarillo se tratase.

Quienes recurren al ejemplo de la descomposición soviética para mostrar su genérico desprecio por la ideología comunista y para descalificar toda posibilidad de alternativa al capitalismo, muestran una ignorancia supina sobre la verdadera naturaleza capitalista de la economía soviética y, por tanto, sobre las verdaderas causas de su total colapso y descomposición. De hecho, pienso que existen notables similitudes con el proceso de decadencia en el que se halla inmerso hoy  el  capitalismo  neoliberal, el “no comunista”. Lo ha explicado muy bien TakisFotopoulos: “la razón fundamental del fracaso histórico del socialismo estatista en sus dos versiones (socialismo real y socialdemocracia) reside en su intento de unir dos elementos incompatibles: el elemento crecimiento, que expresa la lógica de la economía de mercado, con el elemento justicia social, que expresa la ética socialista. Esto es así porque mientras el crecimiento implica la concentración del poder económico (tanto si es consecuencia del funcionamiento del mecanismo de mercado como si lo es del mecanismo de planificación central), la justicia social está ligada inherentemente a la dispersión del poder económico y a la igualdad y, por tanto, a la democracia económica. El estatismo socialista, en su esfuerzo por hacer que los beneficios del crecimiento alcancen a todos, dando significado universal al Progreso (que fue identificado con crecimiento) intentó crear una economía de crecimiento socialista, desestimando la interdependencia fundamental entre el crecimiento y la concentración de poder económico”.
Ambos capitalismos poseen distinto fenotipo, pero en su genética esencial, comparten idénticos genotipos ideológicos en torno al poder y la economía: la jerarquía de las élites (políticas y económicas) y  la ideología del crecimiento económico identificada con la de progreso.

Quienes sostienen dicha opinión están hoy deslumbrados por el dominio arrollador del nuevo capitalismo chino, si bien, procuran omitir que se trata de un regimen político tan "comunista" y autoritario como lo fuera el de la Unión Soviética. Este nuevo capitalismo chino es hoy su modelo de éxito, el que parece reunir juntas todas la virtudes del libre mercado y la globalización, garantizadas por la férrea protección del Estado (comunista) de la China. 

El capitalismo que nos gobierna, causante de la crisis sistémica a la que ellos denominan financiera, es amante de la globalización, de la libre circulación de mercancías y capitales, pero no de las personas, mucho menos si éstas son pobres.  Son liberales de conveniencia, fieles a su viejo idilio con el poder protector del Estado, posición que se ha visto reforzada con el auge del neocapitalismo chino. En su mismo territorio ideológico, compiten con dos corrientes, por ahora, minoritarias: los neocon y los hacker. Los primeros preferirían medidas más radicales, como la desregulación económica total  y  un Estado reducido a su mínima expresión. Los segundos alientan lo que ya es denominado como capitalismo cognitivo, el de la ética hacker, una economía basada en el conocimiento y en la dispersión de las rentas, asistida por su fe en las redes distribuidas y en una democracia tecnológica y colaborativa.    

Son  los capitalismos que vienen, el capitalismo real y cambiante, el que se resiste a su propia descomposición, el que se reinventa a sí mismo desde la revolución francesa para acá, el nuevo capitalismo de siempre, aliados naturales del nuevo capitalismo oriental, tan chino, tan comunista.

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