Sao Paulo |
Arquitectura
y urbanismo son oficios dedicados a diseñar el hábitat humano, individual y
colectivo, que por su carácter altamente técnico parecen escapar a los
criterios políticos e ideológicos. Sin embargo, cada vez más, a medida que
vamos descubriendo los resortes en los que se sostiene el sistema capitalista,
vemos que estas disciplinas no tienen hoy nada de neutrales, por muy técnicas
que sean. Vamos viendo que las casas y
las ciudades están siendo diseñadas con intención claramente ideológica,
política, para determinar los modos de vida que se corresponden con el modo mercantil
y productivo capitalista, contribuyendo decisivamente a la reproducción del
propio sistema.
A
no ser que decidamos tirarnos por el abismo de la autodestrucción, el modo de
vida al que nos dirigimos se aleja necesariamente del modelo capitalista y, por
tanto, tenemos la necesidad de imaginar urbanismos y arquitecturas
alternativas, enfocadas en la reinvención de los espacios habitables,
fundamentados sobre principios radicalmente opuestos al modo capitalista de habitar
el mundo.
Un urbanismo alternativo está obligado a pensar en un mundo con
ciudades más pequeñas y pueblos más grandes. Contando con que se imponga la
racionalidad demográfica y podamos frenar el crecimiento de la población
mundial, es urgente reducir el tamaño de las inhumanas macromegápolis que hemos
desarrollado en las últimas décadas, como primera y más urgente medida hacia su sostenibilidad futura. Por otra
parte, tenemos que considerar que hemos heredado un medio rural que no es sino el
resto arqueológico de una sociedad agraria aniquilada por el modo de producción
capitalista, por lo que estamos obligados a reinventar el urbanismo apropiado
para este tiempo nuevo, para ese inmenso medio rural, que habrá de recuperar la funcionalidad productiva agraria que le es propia, pero que
debe prepararse para un repoblamiento progresivo, proveniente de las grandes
urbes “a deshabitar”, así como para la ampliación y diversificación de su
economía productiva. Imaginamos un
paisaje futuro habitado y autogestionado por comunidades locales
integradas por ciudades medias y pequeñas y por sus entornos rurales. El
resultado no puede ser otro que el de comunidades equilibradas y
autosuficientes al máximo, un sistema de poblamiento basado en redes de comunidades
locales, autónomas y federalmente interrelacionadas.
Sabemos
también que el modo de producir futuro será incompatible con el sistema de
propiedad actual, basado en la apropiación privada y delictiva de los recursos
comunitarios. De ahí que el urbanismo y la vivienda del futuro deben pensarse
como espacios sociales e igualitarios, es decir, de dominio público. Siendo
lógicamente abolida la propiedad privada de la vivienda, ésta será sustituida
por un derecho de uso mucho más justo y seguro, transmisible como en el sistema
hereditario de la propiedad actual, pero accesible en modo igualitario y definitivamente liberada de toda posibilidad especulativa.
Siendo
imparable el progreso tecnológico, en consecuencia con la evolución del
conocimiento científico, sabemos también
que estamos obligados a reconducir el desarrollo de la tecnología con criterios
de racionalidad ecológica y social, para hacerla democrática, para producir lo
socialmente necesario para todos y lo ecológicamente conveniente para la
sostenibilidad de la vida humana. De ahí que también debamos prepararnos para
integrar tecnologías eficientes, ecológicas y democráticas en nuestros futuros
modos de habitar el mundo.
En
las plazas del mundo se está incubando hoy
una ideología democrática, radical y antiautoritaria, que nos lleva a
rechazar de plano a los intermediarios en todos los niveles de nuestras vidas y,
por tanto, estando abocados a prescindir de éstos tanto en la vida social, como
económica y política, hay que pensar en comunidades autogobernadas, sin
políticos ni funcionarios, sin ejércitos ni empresarios, sin estados y, por
tanto, sin necesidad de los grandes edificios
habitados hoy por los intermediarios de toda calaña, que habrán de ser
derruidos o sustituidos por bibliotecas, teatros, escuelas, paseos, plazas y
jardines.
Para
las ciudades del mañana podríamos ensayar un nuevo modo de hacer arquitectura,
donde la unidad de construcción será la manzana, donde las casas serán modulares,
polivalentes y autodiseñables, tanto individuales como colectivas, flexibles, del
tamaño y funcionalidad que deseen y necesiten sus habitantes. Todas tendrán
soportales para la sombra y la lluvia, todas tendrán un invernadero bajo
cubierta que restituya el suelo rústico que ocupa su planta, donde producir
cosechas de alimentos todo el año, que sumados a los producidos en el
huerto-jardín comunitario, acercarán a la autosuficiencia
alimentaria de sus moradores. Sus tejados captarán el agua de lluvia,
sostendrán eficientes aerogeneradores eólicos y tejas fotovoltaicas, similares
a las cerámicas que cubrirán las
fachadas y las cubiertas de soportales y cobertizos, que producirán la
energía eléctrica necesaria para la vivienda y para la movilidad motorizada de
los vecinos. Casas que tendrán espacio personal de uso múltiple, para taller, oficina o comercio; serán casas habitables y
productivas, útiles y confortables, donde disfrutar de la convivencia, del ocio
y del trabajo personal, autónomo y comunitario. La manzana dispondrá de
espacios colectivos para el encuentro cultural y festivo, para el trabajo cooperativo
y para la ayuda mutua en el cuidado de niños, ancianos y enfermos. Las manzanas formarán plazas y en las plazas
sólo circularán peatones y ciclistas.
Nunca
más nuestras casas serán el último refugio para el trocito de vida que nos
queda después del trabajo asalariado (la esclavitud en su forma actualizada) que,
por fin, habrá desaparecido. Alégrense, pues, los urbanistas y arquitectos con
conciencia, que ya no se verán obligados por el mercado a diseñar urbanizaciones aisladas, con grandes casas
aisladas, estúpidamente lujosas, a la par que ecológicas, para clientes
aislados y tan exclusivos como estúpidos. Se librarán, por fin, de negocios tan
inmorales como el de diseñar barrios verticales y “viviendas sociales”
destinadas a endeudar de por vida a las clases pobres, medias y pringadas.
El
estallido de la burbuja inmobiliaria junto con la crisis financiera actual ha
provocado un inmenso paro que ha colocado en la cruda intemperie a estos
oficios de la arquitectura y el urbanismo. Y, sin embargo, este tiempo muerto es
una gran oportunidad para desarrollar su conocimiento técnico y su imaginación
creativa, porque podrían utilizarlo en
imaginar cómo serán las ciudades democráticas, en anticipar el diseño del mundo postcapitalista que
surgirá de las ruinas de Wall Street…podrían dedicarse, por ejemplo, a diseñar
manzanas.
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