viernes, 4 de febrero de 2022

A CONTRATIEMPO, RODOLFO WALSH

 

De vez en cuando me gusta visitar "Contratiempo", la revista argentina que desde hace dos décadas dirige Zenda Liendivit, la prolífica arquitecta y escritora uruguaya. Me gusta, porque encuentro de vez en cuando verdaderas perlas literarias; y me gusta porque hay en sus contenidos como un deje de nostalgia cultural, de una Europa que ya no existe y que probablemente nunca existió, de no ser en el imaginario bohemio de esos escritores de la América que habla castellano pero a la que Madrid le gusta menos que París o Berlín. 

En esta ocasión he descubierto a Rodolfo Walsh, uno de esos escritores de oficio vital, amarrado a la máquina de escribir tanto como a las contradicciones de su propia experiencia vital. De esos que no encuentran separación entre escribir y vivir, esos que saben que ficción y vida van necesariamente unidas. Gracias a Contratiempo me asomo a su escritura a través de un libro especial, “Ese hombre”, editado tras la muerte del escritor, que recoge apuntes de su diario, anotaciones de esas que los escritores hacen como bocetos, pero que traslucen a veces, como en el caso de Rodolfo Walsh, sus miserias, como la grandeza de un oficio, el de escribir, tomado en serio y con todas sus consecuencias. "Este libro, que reúne sus papeles personales, seguirá ocupando un lugar central para todos aquellos interesados en los derroteros de la conciencia de un escritor cuya complejísima obra todavía hoy nos llama y nos conmueve", así lo presentan. Dejo aquí algunos breves extractos de ese libro, precedidos de una reseña sobre este escritor de raza, de la que es autor César G. Calero, “Rodolfo Walsh, la pluma y la pistola”:

 

"Hay un fusilado que vive", escuchó en el café donde solía jugar al ajedrez. El comentario no era del todo correcto. Del primer fusilado se pasó a un segundo, luego a un tercero… Y resultó que había siete fusilados que vivían. Walsh, de cuna conservadora y católica, se sumergió entonces en una minuciosa investigación sobre los fusilamientos perpetrados durante la sublevación del general Valle en junio de 1956. El resultado fue Operación Masacre, obra de culto del periodismo de denuncia. Veinte años después de su publicación, Walsh se convertiría en objetivo prioritario del régimen cívico-militar que tomó el poder a la brava en 1976. Oficial primero de la organización armada Montoneros, bajo los alias de Esteban y Neurus, el escritor había evolucionado políticamente con los años y estaba decidido a llevar hasta sus últimas consecuencias su compromiso con la lucha revolucionaria. Cuando cayó en una emboscada de un «grupo de tareas» de la dictadura, en marzo de 1977, llevaba un maletín donde horas antes había guardado para su distribución varias copias de su testamento literario, la Carta abierta de un escritor a la Junta Militar. Llevaba también, ajustado a la ingle, un revólver que usaría antes de ser acribillado en una esquina de Buenos Aires.

Ese hombre y otros papeles personales”, Ediciones La Flor. Daniel Link Buenos Aires, 2007


La idea más perturbadora de mi adolescencia fue ese chiste idiota de Rilke: si usted piensa que puede vivir sin escribir, no debe escribir. Mi noviazgo con un muchacha que escribía incomparablemente mejor que yo me redujo a silencio durante cinco años. En la hipópesis de seguir escribiendo, lo que más necesito es una cuota generosa de tiempo. Soy lento, he tardado quince años en pasar del mero nacionalismo a la izquierda; lustros en aprender a armar un cuento, a sentir la respiración de un texto; sé que me falta mucho para poder decir instantáneamente lo que quiero, en su forma óptima; pienso que la literatura es, entre otras cosas, un avance laborioso a través de la propia estupidez.

Me llamo Rodolfo Walsh. Cuando chico, ese nombre no terminaba de convencerme: pensaba que no me serviría, por ejemplo, para ser presidente de la República. Mucho después descubrí que podría pronunciarse como dos yambos aliterados (unidad métrica compuesta por una sílaba breve, sin acento, y una larga acentuada), y eso me gustó. Nací en Choele-Choel, que quiere decir “corazón de palo”. Me ha sido reprochado por varias mujeres.  Así, habría que leer Rodól Fowólsh.

De vuelta en la ciudad terrible, Montevideo, gatos y goteras. Mi última noche en la Habana fue misteriosa. Me sobraban cincuenta pesos y me puse a pensar en Ziomara con su cintura tan fina y su rostro oscuro hierático. Su cuerpo era espléndido, largas piernas africanas y caderas hechas para moverse incansablemente. Solamente sus pechos eran algo blandos, las ( ), los pechos blandos. No hay putas como las de Habana, el último esplendor de un mundo que se cae. Casi todas son suaves y calladas y parecen comprender, son tristes pero saben sonreirse desde dentro. Por lo menos Ziomara sabía. Usan falsos nombres espléndidos, Ziomara, Estrella.../...(Pupé se ha sentado frente a mí, a través de la redonda mesa de vidrio, y cose, casi impidiéndome escribir con su presencia; pero tengo que hacerlo, el mundo en cierto modo es duro, yo lo sé)

Marimon transportaba muertos de Buenos Aires a las provincias para no pagar impuesto.

En Europa está de moda reunirse a jugar al póker en el aeropuerto. El que pierde se toma el primer avión que se anuncia.

Y simula estar vivo.

Un edificio sombrío, de piedra gris, con almenas, como una cárcel. Jardín, ventanas verdes, reja. Al lado una capilla nueva, de tejado rojo. Arriba un avión traza una R de humo en el cielo azul. Adentro ladra un perro. Mi hermana ha vivido aquí diez años. La calle es ancha, en la vereda de enfrente hay un cine. Muchos negocios.

Una salita de espera, cuadrada, piso de baldosas. Tres sillas y un sofá de madera. Una niñita de seis o siete años, horriblemente gorda, se para y se sienta, curiosa, se aburre; me mira a través del aro de su cartera, inflando los carrillos. En el sofá conversan dos mujeres feas, de anteojos, de edad indefinible. Una es gorda y blanca; la otra morena, con eczema. Ropas grises, beige, negras.

Si en otros mundos hay algas,

Hay jarras; si hay jarras,

Hay casas de remates; si hay

Casas de remates nada

Impide que yo esté en

Alguna de ellas.

Esa estupidez apenas persistente, con que las mujeres esperan algo, un tren, una lancha, un teléfono, hostilizan a los chicos con preguntas de insondable autoevidencia: preguntas sin respuesta porque son la pregunta y la respuesta de algo que de todos modos no interesa a ellas ni a nadie.

Un hombre con bombacha negra, bota de media caña, rastra de monedas, camisa blanca y chaleco y sombrero negro, como un gaucho de vodevil: pero cara de paisano verdadero, que subió en el Parque Urriza. Subió a una lancha, y eso debía ser lo que parecía incongruente, como un almanaque de Alpargatas Company del año 2000. Un juego repetido: que consistía en preguntarse qué serie de circunstancias podían conducirlo a estar sentado, llorando, a orillas de un muelle, con hambre y sin un peso.

Claroscuro del subibaja. El habla diaria está llena de trampas y agujeros. A un hombre riguroso le resulta cada año más difícil decir cualquier cosa sin abrigar la sospecha de que miente o se equivoca. Para designar a los componentes de un mundo esencialmente ambiguo, ¿no habría que usar un idioma tan ambiguo como el mundo, palabras que aplicadas a cualquier realidad afirmaran de ella cosas opuestas? Estas palabras asumirían, por ejemplo, las formas lindofeo, malobueno, odioamor, dichas así, de un golpe, sin respirar y aguantando las consecuencias.                                                                                                                                  Un somero examen de los idiomas más antiguos, y aún de vestigios que quedan en los modernos, parece sugerir que al principio se hablaba así. La expresión china Yüanchin, que significa lejoscerca, fue, durante mucho tiempo, la única manera de establecer el paradero de cualquier cosa, si se exceptúa la posibilidad, nada desdeñable, de afirmar que estaba en el Tung-Hsi, como se nombraba conjuntamente al Este y al Oeste.

La identidad de los opuestos resplandecía en aquellos tiempos inocentes. Cualquiera conocía el inagotable sentido de la palabra Ch’angtuan, que significaba largocorto; del precioso adjetivo Kuei-chien, quería decir carobarato, y de ese verbo o sustantivo, delicado como un jade, Wang-chi, que declaraba el recuerdo del olvido y el olvido del recuerdo.

Más tarde, intervinieron los letrados. Observaron que esa manera de hablar y de pensar, aunque acorde con la íntima esencia de las cosas, conducía al estancamiento y quizá a la aniquilación de la vida, que para conseguir sus fines necesitaba de afirmaciones y negaciones cerradas, o sea, la mitad de cualquier verdad. ¿Cómo se iba a luchar, por ejemplo, contra un enemigo que era malobueno y que, bien mirado, también era un amigo? ¿Cómo separar lo propio de lo ajeno?, ¿cómo discutir el precio?, ¿cómo medir un privilegio? Así que, armados de grandes tijeras, empezaron a cortar en dos las viejas palabras y a llenar el mundo de mentiras útiles.

Cuba escribe. -¿Y qué? - le digo.                                                                                                          -Aquí – me dice- . Gozando de la historia.

El poeta no ha perdido su doble filo de ironía ni la sospecha algo melancólica de la vanidad de su oficio. Pero es difícil hoy en Cuba no burlarse de las viejas dudas, no poner entre las manos nobles y útiles de tu gente esas manos que sólo sabían escribir "me muero”.

Cuando nos vimos por última vez, siete años atrás, Playa Girón maduraba, la contraguerrilla florecía en las montañas de Escambray, el bloqueo más cruel que se haya impuesto a un país americano dislocaba la economía de la isla. Parecía improbable que semejantes presiones no acabaran por deformar ciertos aspectos de la revolución. En ese caso, ¿ qué iba a ser de su literatura?

Diciembre 31, 68. Situación. Terminar el año con el zapato izquierdo visiblemente roto, mil quinientos pesos en el bolsillo, incapacitado para hacer regalos y desganado para recibirlos; con mil cosas pendientes, postergadas o mal hechas; en un estado casi permanente de mal humor o de abulia. Es posible que haya “mejorado” algo. Que esa mejoría es lo que me pone de tan pésimo humor. La política se ha reimplantado violentamente en mi vida. Pero eso destruye en gran parte mi proyecto anterior, el ascético gozo de la creación literaria aislada; el status; la situación económica; la mayoría de los compromisos; muchas amistades, etc.

Es posible que, al fin, me convierta en un revolucionario. Pero eso tiene un comienzo muy poco noble, casi grosero. Es fácil trazar el proyecto de un arte agitativo, virulento, sin concesiones. Pero es duro llevarlo a cabo. Exige una capacidad de trabajo que todavía no poseo. Me refiero principalmente a métodos de trabajo. Hace años que vengo trabajando por eliminar cosas que formaban una “infraestructura” errónea, la bebida, el cigarrillo, los malos horarios, la pereza y las postergaciones consiguientes, la autolástima, el desorden, la falta de disciplina, la consiguiente falta de alegría y de confianza; todo eso ensamblado en una estructura mental que seguía siendo burguesa.

Este año sólo he progresado en dos cosas. No bebo, lo que ha mejorado mi salud o, por lo menos, compensado el “deterioro”. Empiezo a asimilar lo básico del marxismo, y mi “nivel de conciencia” es hoy bastante mayor. Estoy mucho más jugado. No aceptaría hoy incluir una cita de un bufón como Manucho en la contratapa de un libro (se refiere Rodolfo Walsh a la contratapa de la primera edición de su libro “Un kilo de oro”, editado en Buenos Aires, 1967), ni vacilaría en rechazar una beca en USA, etc. Me he pasado “casi” enteramente al campo del pueblo que, además -y de eso sí estoy convencido – me brinda las mejores posibilidades literarias. Quiero decir que prefiero toda la vida ser un Eduardo Gutiérrez y no un Groussac; un Arlt y no un Cortázar.

Pero decir estas cosas, escribirlas, me desalienta, me da sueño; eso significa que hay un duro núcleo de resistencia que rechaza todo ésto como una banalidad; que preferiría mantener la fachada inescrutable sobre mis verdaderas contradicciones; suspender el análisis y seguir proponiéndome al mundo como un figurón, ligeramente martirizado por las circunstancias.   

Me está faltando coraje.                                                                                                                         

Lo que sucede es que me paso al campo del pueblo, pero no creo que vamos a ganar: en vida mía por lo menos. ¡En vida mía! Porque esa es la clave: lo que pase después no me importa mucho, y entonces sigo siendo un burgués, más recalcitrante aún.

martes, 1 de febrero de 2022

UN ENCUENTRO CON LAS JUVENTUDES CASTELLANAS REVOLUCIONARIAS (?)



Asisto en Burgos al segundo encuentro de invierno de las Juventudes Castellanas, hasta hace poco autodenominadas "Juventudes Castellanas Revolucionarias". Es un encuentro abierto, lo que es de agradecer, y aún así cuento solo dos o tres personas de cierta edad, yo entre ellas. Presentan el encuentro dos mujeres jóvenes, con un discurso fluido en el que explican el objetivo que justifica estos encuentros: superar la fragmentación que tanto debilita la fuerza social de la izquierda anticapitalista. Escucho algunos enunciados previos que me parecen acertados y que muestran la honradez intelectual de quienes promueven estos encuentros. Dicen que “asumen la derrota de las anteriores propuestas revolucionarias, como del movimiento revolucionario actual, porque se han demostrado inservibles, muchas veces por servir a los objetivos partidistas, por ser dogmáticas y acríticas, por asumir propuestas interclasistas, por afincarse en el corto plazo y en la inmediatez, por ser parciales y utilizadas en aspectos aislados de la realidad renunciando a propuestas que apuestan por el análisis de la totalidad capitalista, etc. Ante esta realidad decadente, hemos decidido que la duda sea nuestra aliada, partir de la incertidumbre para construir algo nuevo, en un proceso donde la crítica y la reformulación de conclusiones sean constantes”.

A este encuentro le han dado el título “Pensando la totalidad capitalista, organizando capacidades revolucionarias”, como proceso de de profundización teórica y reflexión crítica sobre las carencias teóricas y estratégicas de las prácticas militantes, a partir de la cual se pueda elaborar un marco común de análisis de la totalidad capitalista.

Pero la honradez intelectual, que reconozco, resulta que puede ser compatible con un diagnóstico erróneo. Y si ésto fuera así, el intento volvería a ser inservible una vez más. Y ésto es lo que pienso que les puede suceder a estos jóvenes militantes, cuando definen los conceptos de totalidad, subsunción y lógica del valor, “porque son los que articulan la lectura de El Capital". Con tal punto de partida, todo el esfuerzo posterior nace sentenciado de antemano y, a mi entender, volverá a quemar el ánimo revolucionario de muchos de estos jóvenes.

Vengo diciendo desde hace años que la izquierda autodenominada revolucionaria, padece un síndrome de autodestrucción voluntaria, algo así como una fatalidad paradójica, queriendo ser teórica válvula de escape, que en la práxis social y política actúa como tapón que  ahoga todo impulso revolucionario, precisamente por partir de una comprensión parcial y sesgada del capitalismo, no como totalidad, no como civilización, sino solo como sistema productivo. Como la mayoría de los marxistas adultos, estos jóvenes corren el riesgo de hacer una lectura superficial de Marx, ese que a sí mismo, en su época madura ya se reconocía como no marxista.

Karlos Marx fue un intelectual propio de su tiempo, que no podía, como nosotros sí podemos, pensar  las consecuencias del pasado a futuro. La teoría marxista, como las otras ideologías “modernas”, propias de la revolución burguesa (liberalismos, proletarismos y fascismos), siguen atadas al paradigma burgués de la modernidad centrado en la idea de “progreso”, como anverso y reverso de la misma moneda; no aportan, no pueden aportar, ninguna novedad desde ese punto de partida, ninguna propuesta realmente alternativa a la misma civilización capitalista que estas ideologías “modernas” ayudaron a construir, fundadas sobre una común ilusión de “progreso”, de matriz inequívocamente burguesa, matizada en segmentos ideológicos, facciosos o partidistas.

Los neomarxismos de hoy se muestran incapaces de superar esa concepción burguesa de la historia, como relato lineal que su propio imaginario moderno sigue interpretando como devenir inevitablemente abocado hacia el máximo desarrollo de las capacidades productivas, atribuidas gratuitamente al modelo de producción capitalista, y que en la ortodoxa cosmovisión marxista sería la condición previa y necesaria para la revolución proletaria universal y, por ende, para el advenimiento de una nueva “civilización socialista”.

Están sobrepasados estos neomarxistas, jóvenes y mayores, por el exitoso marketing de las nuevas políticas identitarias, por los neoliberalismos y neofascismos populistas. Le han comprado sus genuinas técnicas y estrategias, las que apelan a la emoción identitaria, ecologista, feminista y nacionalista, saliendo trasquilados de tal empeño cuando una y otra vez queda en evidencia que la masa electoral prefiere el modelo economicista, el genuinamente totalitario, el estatal-capitalista.

La actual pandemia pasará a la historia como muestra evidente de la trágica desorientación de estas militancias de izquierdas, que una vez más han favorecido el triunfo estratégico de la globalización capitalista, del control social propiamente demofascista, en la que los teóricosanticapitalistas” han callado como Judas, confundiendo el orden sanitario con la razón de Estado, dejando el campo libre al auge del totalitarismo, que ha sabido autojustificarse con una ridícula oposición “antivacunas y conspiranoica”, perfectamente funcional y prefabricada desde el aparato mediático estatal.

Siguen pensando parcialmente el capitalismo, como “novedad” histórica surgida hace poco más de dos siglos, ignorando todos sus antecedentes, todos los sucesos y procesos históricos que lo condicionaron y conformaron hasta llegar a ser el orden totalitario que nos ha conducido a la encerrona en la que hoy estamos atrapados. Y mientras, malgastan su energía en nostalgias revolucionarias, con ilusas pretensiones de comprender la “totalidad capitalista” mediante relecturas de “El Capital”, ignoran la revolución capitalista que ya está en marcha, la tercera revolución industrial, que mejor comprenderían si leyeran a Jeremy Rifkin, sin abominar por ello de la magnífica obra de Karlos Marx, tan útil para explicar el capitalismo industrial, como inservible para comprender el neocapitalismo de nuestro tiempo.

Tengamos presente que las revoluciones no tienen a la izquierda como sentido único y que la única revolución hoy en proceso es netamente capitalista. ¿Cómo afrontar la resistencia y el ataque al capitalismo en su totalidad, cómo, armados de materialismo histórico, cuando este neocapitalismo se dispone a prescindir de la materialidad, como ya lo está haciendo? Es como querer clavar puntas con un palo.

Efectivamente, la propiedad no le interesa a este capitalismo revolucionario, ya se está deshaciendo de ella como de la mayor parte de los medios de producción. Ya no quiere producir, ya no le interesa, porque la propiedad y la producción por sí ya no  es suficientemente rentable en la época de la robotización. Mejor que la propiedad esté subordinada, pero en manos de  otros, que produzcan ellos. Por ejemplo, ¿no veis que Amazon no ,fabrica nada de lo que vende, que Uber no tiene ni un solo coche y ni un solo conductor en nómina, como Airbnb no tiene ni un apartamento turístico, ni un solo hotel?

La materia prima del nuevo capitalismo son los datos y el control del Acceso a los bienes y servicios empieza a ser ya el nuevo Capital, que ni Marx ni nadie pudo imaginar, no ya en el siglo XIX, ni siquiera hace unos años. ¿Es que no veis en qué consiste el negocio de Facebook y cómo está mudando al “metaverso” porque ya se siente obsoleto ante el Wechat chino, que le supera en mucho, porque acumula más datos, el neocapital que acrecienta su poder de control social, de control de la propiedad de los medios de producción y los mercados, no veis que en el control del Acceso está el magro de la ganancia y del poder neocapitalista?, ¿es que no veis cómo los de Silicon Valley  están espabilando, copiando la ingeniería de datos, el algoritmo neocapitalista, clave del éxito tecnológico y geopolítico de la China “comunista”?

El nuevo capitalismo no esconde su programa, que es el del Foro Económico Mundial o Foro de Davos, que está escrito y es público: es el New Green Deal y la Agenda 2030, es el de la Transición Energética y el Pacto Verde "que nos salvará del Cambio Climático”, es el programa de la Unión Europea, de la Federación Rusa, India, Brasil, USA, Japón, todo el Sureste Asiático, del Islam petrolero, del Reino Unido de la Gran Bretaña o Canadá, entre otras muchas corporaciones estatal-capitalistas, más o menos subsidiarias o competidoras en bloques, al igual que compiten en los mercados comerciales o electorales, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda incluyendo a sus respectivos centros; es el programa compartido por empresas, bancos, industrias, partidos, sindicatos y Estados de toda calaña ideológica, un programa global y público que no necesita ocultarse porque tiene sumisos y adictos de sobra, porque cuenta con la acostumbrada ignorancia del resto: los que habitan en la Inopia o están a por uvas. Es el programa inspirado en el pensamiento estratégico de Jeremy Rifkin, asesor de todos ellos.

La denominación de “tercera revolución industrial” está bien traída, aunque es del todo errónea cuando define como “primera” a la del siglo XVIII. Veamos: ¿acaso no es la institución de la apropiación de la Tierra  como “propiedad” y “medio de producción” (a poco de empezar el Neolítico), el germen de un nuevo mundo, no significó la verdadera primera revolución industrial a poco de producir excedentes, que propiciaran la praxis del Comercio y el Mercado?, ¿ignoramos que la sociedad se convirtió entonces en Patriarcado por razón de aquel nuevo derecho de propiedad sobre la tierra y del consecuente derecho de "herencia legítima”, que precisaba incluir en la propiedad a las mujeres-madre junto a los esclavos, aquellos que por no ser propietarios estaban obligados a trabajar para la Propiedad?, ¿es que nadie se acuerda de que el primer Estado nació en Sumeria hace unos seis mil años y no en el siglo XVIII, no por gracia de la burguesía moderna, y que nació como alianza de propietarios de la tierra con sacerdotes, propietarios del conocimiento, y con guerreros mercenarios, a su vez propietarios de las armas y del arte de la guerra?...pues bien, esos son los exactos ingredientes básicos del capitalismo de siempre, desde el más primitivo propietarismo neolítico al más sofisticado capitalismo postmoderno: apropiación o robo de la Tierra Común, institución del Patriarcado, del Estado, del monopolio del Conocimiento y del uso de la Violencia, ¿o no?

Cada “derecho” es una concesión del Estado, exactamente eso, no es sino “gracia” estatal, digan lo que digan las pancartas en las manifestaciones o la carta a los reyes magos que son los Derechos Humanos, que realmente solo garantizan el derecho de propiedad. “No existirían los derechos sin el Estado”, dicen los adoradores del mismo. Claro que no, sin Estado no podrían existir el derecho a la apropiación  de la Tierra y del Conocimiento humano (los Comunales Universales), o el derecho a la propiedad de las vidas, de las mujeres-madre o las de la gente asalariada.  No, sin Estado no existiría el “contrato social” que nos ata a un orden global que, en lo sustancial, sigue siendo esclavista, patriarcal, estatal y neolítico. No, sin Estado el capitalismo no duraría un par de días.  

¿Y cómo podrían comprender todo ésto quienes gastan su energía social en insultos mutuos, los falsos “comunistas” y los verdaderos “fascistas”, los que compiten en su fascinación por un orden capitalista global,  administrado y custodiado por los estados nacionales?...no, no pueden comprenderlo, ni pueden leer la Historia si no es acríticamente, al modo inculcado en la Escuela, por cierto, una invención estatal de los modernos liberales “antiestalistas”, escuela estatal en todas sus variantes públicas y privadas.

A punto de ser, como dice Jeremy Rifkin,una sociedad sin trabajo”, suena ilusa esa esperanza eterna de las izquierdas, depositada en el despertar revolucionario de una conciencia de clase desaparecida, hace tiempo, por los pasillos de sindicatos e hipermercados; una clase sin conciencia y la conciencia de una clase declarada “sobrante” en la nueva sociedad tecnológica “sin trabajo”. Resulta patética la demanda izquierdista de un “renta básica universal” (invento neoliberal), destinada a contener la rebelión de los masas sin trabajo, sin Acceso a la propiedad y al consumo. Otra vez desnortadas, estas izquierdas se disponen a representar su ya histórico rol, el de Tapón.

 Con todo, les deseo suerte a estas juventudes castellanas y, contra todo pronóstico, deseo que esta vez acierten y que, como dijeron en Burgos, al menos teóricamente sean capaces de apostar por un “análisis real de la totalidad capitalista”. Salud y suerte, que por algo se empieza. Mientras, el tozudo e irredento optimista que soy, tengo por seguro que, aunque ni ellos ni yo lo veamos, la Emancipación sucederá. Será la cuarta revolución universal y será Comunal, tan global como local, sucederá  no porque esté predeterminada, sucederá porque convertirnos en robots no es una opción.

viernes, 31 de diciembre de 2021

¡SALUD Y FUTURIDAD!

 

No espero novedades del año a punto de iniciarse, sólo más de lo mismo. Ya sabemos que lo esperado y lo deseado suelen seguir caminos divergentes. Hubo un tiempo en que por estas fechas la mayoría de la gente presentía que el 1 de enero se abría una puerta y que el correr de los días traería algunas novedades positivas. Pero eso se acabó, y conste que no pienso que sea cosa de ahora, por la pandemia ni por el cambio climático, sino que viene de años atrás. La novedad conlleva sorpresa y como ya nada sorprende, no hay novedad que merezca tal nombre. Puede que no hayamos perdido toda esperanza e interés en las posibilidades y el porvenir, al menos no del todo, pero lo cierto es que hemos convertido el optimismo en un elemento sospechoso, un sucedáneo de la ingenuidad, y eso se debe, pienso, a que somos postmodernos.

El pensamiento sobre un final de los tiempos (un hoy sin mañana), no es nada moderno; mil años antes de Cristo y tres mil antes de Francis Fukuyama, los seguidores de la religión zoroastriana ya creían en un final de los tiempos. A ellos se deben los conceptos dualistas de cielo e infierno, la diferencia entre ángeles y demonios, así como la invención de un Día del Juicio Final. El cristianismo heredó aquellas viejas creencias y las integró en su ideología salvacionista. Muchos siglos después, la época denominada “modernavino a continuar este esquema, pero cambiando el “cielo” por el advenimiento de un futuro absolutamente novedoso para el conjunto de la humanidad, que unos modernos pensaron en modo patrón y otros en modo proletario...lógico, era el momento en que se acababan de inventar la fábrica y la escuela con el propósito de encerrar y salvar del feudalismo a la inculta humanidad campesina...¡ay!, aquella fábrica y aquella escuela modernas donde fuimos creados nosotros, los actuales humanos postmodernos, esos descreídos.

Y aún así de poseídos como estamos, por tal incredulidad, casi todos pensamos como dice Ezequiel Gatto (*): incluso hoy, cuando numerosos fenómenos socioambientales, tecnológicos y sociales nos inclinan a visiones escatológicas, seguimos viviendo bajo la hipótesis sensible de que el mundo continuará existiendo. Al menos hasta dentro de un rato, hasta mañana, hasta el año próximo”.

Me conmueve esta intacta fe en la eternidad del tiempo, que persevera infatigable sobre nuestra acostumbrado excepticismo, me conmueve por su ingenuidad, por su mezcla de ignorancia y alegría que, al cabo, no quiere sino celebrar la vida. 

 

 

Tenemos que salir aunque no queramos salir. Tenemos que salir, así que no vale la pena entretener una disyuntiva que no existe, o una pregunta para la que sabemos de antemano la respuesta. Alguien tiene que trabajar y pagar el alquiler, los alimentos, la gasolina, todas las cuentas. Alguien tiene que levantarse temprano y quitarse las legañas de los ojos y meterse bajo la regadera. Alguien tiene que peinarse y, luego, vestirse, y maldecir mientras se viste, porque qué perra vida, la verdad, qué doble moral esa que nos designa como trabajadores esenciales mientras nos arroja a diario, sin el mayor miramiento, a la arena del coliseo junto a los leones del virus como la carne de cañón que somos. Así que aquí vamos, pues, porque no hay otra. O mejor: porque bien podría haber otra, pero no hay”.

Es la voz de Cristina Rivera, autora mexicana que vive en los EEUU, socióloga y profesora en el departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Houston. Acabo de leer un breve texto suyo titulado “Instrucciones para abrir una puerta”. Su voz es la de alguien que abre la puerta para salir de casa, como si fuera la primera vez, durante el confinamiento por la pandemia y se pregunta: “¿Qué será ahora estar allá afuera, en público, frente al cuerpo inaudito de alguien más otra vez? Abrimos la puerta. No paramos, porque una vez que se abre una puerta no hay manera de desabrirla, y todo entra: el miedo, por supuesto, pero sobre todo el aire, el gusto, el alborozo...”

Lo dice como si la vida fuera a empezar en ese momento:

Abrimos la puerta de par en par porque estamos hartos de cuidarnos, hartos de estar solos, hartos de pretender que ésto algún día acabará. Le damos la vuelta a la perilla y, sin más, con la fe intacta en la inmortalidad, o con la convicción absoluta de que vivir así no vale la pena. Le damos la vuelta a la perilla, abrimos la puerta no para salir, sino para el que quiera entrar”.

Lo dice como si, cuando se abre la puerta a la vida, no hubiera marcha atrás:

Y claro que nos pasa por la cabeza que sí, que algo puede suceder, pero mientras no suceda, mientras nadie caiga, mientras ninguno de nosotros aparezca con la cabeza gacha y la palabra positivo colgando de la voz cada vez más grave, seguiremos sosteniendo la puerta abierta para que sigan entrando los conocidos y los desconocidos hasta que no quepa nadie más y la fiesta tenga que extenderse por las escaleras y, después, por el estrecho jardín hasta cubrir la banqueta y, en apenas un rato, la mitad de la calle. Seguramente algún vecino llamará a la policía de un momento a otro, y la patrulla pasará a vuelta de rueda con las luces rojiazules y las sirenas encendidas. Y nosotros, medio borrachos pero serenos, medio exultantes pero educados, le diremos que sí, oficial, ya vamos a parar esto, cómo se nos ocurrió, qué clase de irresponsabilidad. Gracias, oficial, ya vamos a parar. Pero no paramos porque una vez que se abre una puerta no hay manera de desabrirla, y todo entra: el miedo, por supuesto, pero sobre todo el aire, el gusto, el alborozo, el recuerdo de una vida que casi estuvimos a punto de vivir y que ahora, cuerpo a cuerpo, tan cerca del sudor de los otros, casi enredados entre sus cabellos, pareciera estar a punto de empezar”.

A veces, como ahora, la literatura parece salvarnos de la realidad, nos consuela, nos conmueve y entendemos sus historias mejor que la propia realidad. No dejamos de autoengañarnos mientras soñamos evasiones de la realidad, soñamos para adentro porque somos postmodernos, íntimos narcisos que dejaron de soñar hacia afuera, incapaces de proyectar el sueño sobre la realidad misma, haciendo de ésta la materia de nuestros sueños...No, eso no podemos hacerlo porque nos hemos creído que no es posible otra realidad distinta a ésta y, mucho menos, una que pudiera ser mejor. Es contundente la lógica postmoderna: si no hay futuro, ¿para qué imaginar otra vida, de qué sirve soñar?...mejor disfrutar de lo que hay o, al menos, hacer lo que sea para no ir a peor, no, mejor que sea la literatura, el cine, los videojuegos o la televisión quienes sueñen otros mundos por nosotros, mejor que nos lo den hecho, que nos ahorren ese trabajo como hacen los medios de comunicación que se dedican a crear nuestra pública opinión

 Durante años, el liberalismo estuvo culpando a las utopías de todos nuestros males, desde el nazismo hasta la Unión Soviética. Y un día nos despertamos y es el capitalismo el que sueña con ellas”. Esto dice Alejandro Galliano (*) en un libro titulado “¿Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no?” . Se trata, como dice el subtítulo, de un breve manual de las ideas de izquierda para pensar el futuro. Para Galliano, la frase “hoy es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, que Frederic Jameson atribuyera a un anónimo, describe la imposibilidad contemporánea de pensar un futuro distinto al presente: “en efecto, el impulso utópico no es un ejercicio fantasioso sino una especulación realista que toma experiencias concretas como modelos para futuros realizables”. Por eso afirma que la crisis del pensamiento utópico es la manifestación de un problema mayor, la ausencia de imágenes de futuros alternativos, que para Galliano comenzara en torno al año 2000 como una reducción del horizonte de expectativas, según concepto del historiador alemán Reinhart Koselleckes, como sensación de extinción del futuro: “Los grandes proyectos que ordenaron las expectativas del siglo XX se habían agotado, desde las vanguardias estéticas hasta el propio pensamiento moderno, pasando por el comunismo”.  

Mientras las izquierdas han dado por imposible pensar ningún futuro, el orden capitalista no para de narrar y anunciar futuros delirantes. Galliano propone pensar la economía social y el decrecionismo como dos filosofías de la miseria, vinculadas al animalismo: no solo comparten profundas raíces religiosas sino también una vocación por animalizar al ser humano: tanto la reproducción material como la idea de una naturaleza intocable coinciden en entendernos fundamentalmente como un conjunto de seres con necesidades biológicas en un entorno material finito en el que debemos limitarnos a subsistir “. El autor hace una crítica a la sociedad de la postescasez: “el materialismo no dialéctico lleva a ver el motor del cambio histórico en tecnologías y fuentes energéticas sin preguntarse por las fuerzas sociales que las conducen”, concluyendo que “todos los modelos de postescasez parten del supuesto del desempleo tecnológico y la consiguiente necesidad de establecer un ingreso por fuera del salario, llámese ingreso básico universal, renta básica o salario social”.

Incluso hay parte de las izquierdas que comparten las concepciones transhumanistas, Galliano los resume como aquellos “que están dispuestos a sacrificar su condición humana con tal de no morir, ni sufrir, ni fallar; personas convencidas de que el cuerpo y la mente pueden mejorarse gracias a la tecnología hasta dejar detrás su naturaleza (...), un movimiento intelectual que propone emanciparnos de la naturaleza a través de la tecnología”. Llega a considerar que hay sectores de izquierda que plantean modos de pensar las luchas actuales: “algunos de los más dinámicos y productivos movimientos sociales de la actualidad se constituyen en torno a problemáticas vinculadas con el control del cuerpo (aborto, identidad sexual, calidad alimentaria...)”.

Una vez más, incluso desde “la izquierda que critica a la izquierda”, son imaginables muchas variantes de anticapitalismos, todas menos estas dos: pensar en la apropiación de los medios de producción que constituyen el capitalismo en todas sus versiones (hasta la última 4.0.) y la de pensar en disolver el aparato de control social que es el Estado, como si en éste aparato residiera la última y toda la esperanza de futuro de las izquierdas.

Y es que somos postmodernos incluso para criticar la postmodernidad. No me resisto a repensar que hubo largos siglos en los que la palabra "futuro" estuvo marcada por valoraciones positivas, que servían como formas de anticipación. Llegados a la modernidad, alcanzados sus deslumbrantes logros de progreso, las consideraciones positivas fueron desplazadas y el significante “futuro” perdió esa aura de entusiasmo, se volvió una noción ambivalente y hasta sombría. Ahora escuchamos con frecuencia que podría no haber futuro (nihilismo), que no se puede imaginar el futuro excepto como aniquilamiento (catastrofismo) o como un presente eterno (presentismo) que nos condena a la repetición invariable de un tiempo igual a sí mismo.

Por eso que me gusta el concepto de futuridad, que Ezequiel Gatto explica como entremedio frágil, virtualidad de acontecimientos, posibilidad de que haya posibilidades. La futuridad no se agota ni se realiza, es la posibilidad de que algo se realice. Así la inmanencia del futuro en el presente no se agota en una proyección, expectativa o juicio de valor y es posible definir. Es posible definir la futuridad como dijera Alfred North Whitehead: “un hecho general sin suceso actual”. Me interesa mucho esta diferencia entre futuro y futuridad, para no pensar linealmente el futuro y porque pienso que así esta diferencia resulta productiva, que amplía el campo de la exploración y la estrategia,  no lo reduce a imágenes o proyectos, que también incluye ética, ecología, infraestructura, gramática, lógica, códigos, sentido común, novedades, sentimientos, imprevistos y sorpresas.

Este es, a mi entender, el momento histórico en que estamos hoy, a punto de estrenar el calendario de un año nuevo: el orden dominante se sabe inviable y lo sabe mejor que nosotros, por eso que ha decidido cómo salvarse: soñando un futuro en el que no cabemos el resto. Todo eso de la Agenda 2030, el Pacto Verde o New Deal y la Transición Energética, es para ganar tiempo, metiendo miedo con las apocalípticas amenazas del Cambio Climático, todo para ganarle tiempo al tiempo, porque saben mejor que nosotros que las soluciones propuestas son provisionales, solo para mientras sucede el inevitable colapso por agotamiento de la energía fósil, el petróleo, que ha sostenido un modo de vida que desaparecerá con esa energía. Porque saben, mejor que nosotros, que las nuevas energías "alternativas" conllevan un incremento en el gasto de las fósiles, saben que no hay minerales suficientes para las nuevas energías como saben que éstas ni son renovables ni tienen futuro más allá de un par de décadas como máximo, porque saben muy bien, mejor que nosotros, que nunca podrán reemplazar a las energías fósiles, que nunca más será posible reeditar el sueño de modernidad vivido durante los dos últimos siglos. 

Mejor que la gente pensemos en el cambio climático antes que en una vida sin coche. Piensan que soportaremos mejor las miserías derivadas del cambio climático o de pandemias, todo antes que una vida sin coche, saben que eso sería el detonante para una gran rebelión de las masas que acabaría con Todo. Por eso que sueñen con salvar a la humanidad, no a toda, porque la Tierra ya no da para ello, pero sí a una importante selección integrada por los “mejores”, por aquellos humanos más inteligentes, más sanos y más fuertes. Ese es, sin duda, su sueño de futuro. Y no hace falta ser tan inteligentes como ellos para ver las señales de su plan en el presente.

De ahí mi modesta última llamada, apelando a la futuridad más que al futuro, en este final de año. Llamo a la anticipación utópica de los que somos tontos, enfermos y pobres, a no seguir más las indicaciones de esosmejores", más listos, más sanos y más ricos que nosotros, a quienes por nuestra propia debilidad e ignorancia concedimos un día el título de “autoridad competente” y, con ello, la propiedad y el gobierno de la Tierra y de las gentes. Pero, ¿lo hicimos para siempre?...me resisto, y por eso que yo hable de realismo utópico a 31 de diciembre de este 2021.

Notas: 

 (*) Ezequiel Gatto es investigador  en el espacio de Investigaciones Socio-históricas Regionales (ISHIR) / Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) de Argentina. Profesor de Teoría Sociológica en la Universidad Nacional de Rosario (UNR), traductor y coordinador de talleres,  participa del Grupo de Investigación en Futuridades (GIF) y de la editorial Tinta Limón.

(**) Alejandro Galiano, nacido en Tigre (provincia de Buenos Aires, Argentina) en 1978, es docente en Historia y Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires. Su libro “¿Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no?” fue editado por Siglo XXI Editores, de Méjico.