martes, 17 de agosto de 2021

LLAMADA AL PACTO VERDE Y PENSAMIENTO CORONAVIRUS

Portada del informe elaborado por ODG, Observatorio de la Deuda en la Globalización (1)


El plan de recuperación convierte el inmenso desafío que enfrentamos en una oportunidad, no solo apoyando la recuperación, sino también invirtiendo en nuestro futuro: el Pacto Verde Europeo y la digitalización.” (Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, exministra de Defensa de Alemania de 2013 a 2019)


La llamada al Pacto Verde, de la Unión Europea y del Estado Español, es a cobro revertido: quien  hace la llamada quiere que la pague el que la recibe. Pero en este caso lo previsto es que la mayor parte de la factura la paguen las próximas generaciones, esa gente que ni recibió la llamada ni podía recibirla, porque todavía no había nacido. La maniobra es hábil, pero no nueva, es como las “facilidades” de una venta a plazos que se anuncia sin entrada y con carencia de cuota durante los primeros meses. No se paga de inmediato, pero se acabará pagando con intereses, y con creces; pero para un obsesivo consumidor de crédito y energía eso es lo de menos, lo importante es que éstos no le falten...y lo que haya de venir ya se verá en su momento.

Los bancos del Estado Español iniciaron en marzo de 2020 (mes y año en que estalló la pandemia) un recorrido alcista en su apelación al organismo presidido por Christine Lagarde (2), coincidiendo con el inicio de la crisis derivada de la expansión del coronavirus. La deuda de los bancos refleja la apelación bruta de las entidades al instituto emisor a través de las operaciones regulares de financiación, que no registró ningún cambio en febrero (un mes antes de la pandemia) y se mantuvo en 261.210 millones de euros, exactamente igual que un mes antes. Según los datos del Banco de España, el incremento en el mes de inicio de la pandemia era del 100,24% en comparación con el mismo mes del ejercicio precedente. Son 65.725 millones de euros la cantidad total “inyectada al sector financiero” y la mayor parte (el 82,7%) proviene exclusivamente de fondos públicos, son 54.353 millones de euros. El Banco de España informó  que la cifra había aumentado en 1.376 millones “por razones del mercado”. De ese rescate, el Estado Español prevee recuperar unos 14.000 millones, en el caso de que las cifras no vuelvan a ser cambiadas, porque la realidad es que hasta ahora solo han sido devueltos 4.477 millones de euros, o sea, un 6,81% de lo inyectado a los bancos a cargo del presupuesto del Estado Español, que no hace falta recordar  procede de los tributos que pagan mayormente la gente trabajadora-consumidora. Esta es la realidad del rescate "que no era rescate" y por eso no nos iba a costar un duro, un crédito del Estado Español a la Banca Nacional, que ésta iba a pagar pero nunca pagó.

Lejos de la recuperación por la crisis financiera de 2008, irrumpió un virus contagioso, propagándose rápidamente por todo el planeta gracias a la gran movilidad de mercancias y personas que propicia la globalización. La pandemia ha acelerado la llegada de un nuevo ciclo en una crisis cíclica persistente, crisis sobre crisis que se confunde y amplifica en medio de un clima de globales emergencias, con alarmas medioambientales, climáticas, energéticas y sanitarias que, sin duda, van a marcar este siglo XXI. Sin estar aclarado todavía el origen del virus y, por tanto de la pandemia, supongamos la casualidad de esta coincidencia, de la sobrecrisis económica, con la pandemia. Su oportunidad no puede ser más evidente, ni menos democrática, la Covid-19 no solo destapa, sino que multiplica el déficit democrático crónico de la sociedad contemporánea. Del miedo se alimentan los autócratas, en las crisis las personas vuelven a buscar líderes y todo anuncia un largo periodo de tiempo en que echaremos de menos la pésima democracia que ya teníamos, cuando veamos “normalizadas” las prácticas totalitarias.

En una reciente entrevista, decía Byung-Chul Han: “Con la pandemia nos dirigimos hacia un régimen de vigilancia biopolítica. No solo nuestras comunicaciones, sino incluso nuestro cuerpo, nuestro estado de salud se convierten en objetos de vigilancia digital. Según Naomi Klein, el shock es un momento favorable para la instalación de un nuevo sistema de reglas. El choque pandémico hará que la biopolítica digital se consolide a nivel mundial, que con su control y su sistema de vigilancia se apodere de nuestro cuerpo, dará lugar a una sociedad disciplinaria biopolítica en la que también se monitorizará constantemente nuestro estado de salud. Occidente se verá obligado a abandonar sus principios liberales; y luego está la amenaza de una sociedad en cuarentena biopolítica en Occidente, en la que quedaría limitada permanentemente nuestra libertad”.

Los emergentes nacionalismos, en todas sus variantes neofascistas se mueven en su salsa, no podían soñar una oportunidad más favorable. Tiene toda la razón Byung-Chul Han cuando afirma que esta pandemia es un espejo que muestra en qué sociedad vivimos, en última instancia basada en el miedo a la muerte. A partir de ahora “sobrevivir se convertirá en algo absoluto, como si estuviéramos en un estado de guerra permanente. Todas las fuerzas vitales se emplearán para prolongar la vida. En una sociedad de la supervivencia se pierde todo sentido de la buena vida. El placer también se sacrificará al propósito más elevado de la propia salud...La pandemia vuelve a hacer visible la muerte, que habíamos suprimido y subcontratado cuidadosamente. La presencia de la muerte en los medios de comunicación está poniendo nerviosa a la gente. La histeria de la supervivencia hace que la sociedad sea tan inhumana”.

Para sobrevivir, sacrificaremos voluntariamente la sociabilidad, el sentimiento de comunidad y la cercanía, todo lo que hace que la vida merezca la pena. El estado de pandemia logra que se acepte sin cuestionar la limitación de las concesiones ("derechos") a las que el mismo Estado nos tenía acostumbrados. La caridad, como la solidaridad, se manifiestan como distanciamiento y la virología suple a la teología en una sociedad temerosa, convertida en audiencia cautiva, que otorga a los virólogos y economistas oficiales una absoluta soberanía en la interpretación “oficial” de los hechos. Salvar el pellejo propio, la economía, será, al fin, la consigna global del pensamiento coronavirus, el soñado pensamiento único.

En la referida entrevista, el filósofo coreano relata la parábola contenida en el cuento de Simbad el Marino: en un viaje, Simbad y su compañero llegan a una pequeña isla que parece un jardín paradisíaco, se dan un festín y disfrutan caminando. Encienden un fuego y lo celebran. Y de repente la isla se tambalea, los árboles se caen. La isla era en realidad el lomo de un pez gigante que había estado inmóvil durante tanto tiempo que se había acumulado arena encima y habían crecido árboles sobre él. El calor del fuego en su lomo es lo que saca al pez gigante de su sueño. Se zambulle en las profundidades y Simbad es arrojado al mar”.

Mientras esto llega, como por la puerta de atrás de la pandemia, el Estado Español y todos los de la Unión Europea, cuelan un Plan de Recuperación que a partir de hechos consumados vamos sabiendo de qué se trata y cuáles son las implicaciones económicas de las políticas energéticas y climáticas: la más gigantesca de todas las transferencias de rentas - de las masas trabajadoras a las empresas capitalistas-, jamás realizada por Estado alguno.

La ciencia aprieta. Al tiempo que dice defender que estamos al borde del colapso ecológico, con un aumento continuado de las emisiones de CO2 y con la pérdida masiva de biodiversidad, por otro lado certifica que el avance de la actividad humana en los ecosistemas facilita el salto del virus de animales a nuestra especie, como ha pasado con la COVID-19. Es difícil no reconocer que alguna responsabilidad tendrá la economía capitalista y sus máximos beneficiarios. Acrecentada su prisa por la pandemia, hace año y medio idearon programas de reformas de la economía, ad hoc de la pandemia. Este nuevo concepto se llama Green New Deal, presentado como ventana de oportunidad para hacer visibles unos “pactos verdes” muy confusos y nada verdes.  En estos pactos se pueden encontrar posiciones neoliberales y neokeynesianas, como el Pacto Verde Europeo, progresistas, de los demócratas en EE. UU., coaliciones de activistas e investigadores europeos que publicaron el Nuevo Pacto Verde para Europa, organizaciones latinoamericanas postextractivistas que han impulsado el Pacto Ecosocial del Sur, o pactos verdes feministas que lanzan sus demandas desde el ecofeminismo, según relata el informe del Observatorio de la Deuda en la Globalización, dependiente de la Fundación Rosa Luxemburgo (3).

Supongamos que  no haya habido planificación alguna de todas las coincidencias, de la pandemia con las grandes planes económicos  puestos en marcha. Aún contando que todo fuera fruto de la casualidad, lo cierto y comprobable, a través de los hechos ya consumados, es una transformación radical de nuestras sociedades a partir de hechos  con  aspecto de ser objetivos estratégicos: reducción selectiva de la población,  máximo control social y máxima concentración, aún más, del poder económico. 

La llegada de la pandemia a Europa ha establecido una “relación virtuosa” entre la crisis económica y la pandemia, pasando el Pacto Verde Europeo a ser el marco de referencia para la recuperación económica, un pacto llamado a ser la nueva estrategia de crecimiento de una “economía verde y digital”. La pandemia, en vez de subordinar ese plan, lo ha proyectado a lo más alto de las agendas políticas, pero sus asociadas contradicciones emergen, incluso entre una ciudadanía europea centrada en la pandemia: crecimiento verde bajo el supuesto de que se puede crecer y, a la vez, reducir drásticamente el consumo y las emisiones; extractivismo para la transformación tecnológica, sin importar demasiado su viabilidad biofísica o los impactos en comunidades del Sur Global; empleo bajo una digitalización que quiere más máquinas y menos personas, y una recuperación verde con instrumentos como el Next Generation EU, cargado de miles de millones de dinero público, que está ampliando el “consenso verde” de las grandes corporaciones multinacionales, por la oportunidad que éste ofrece para transformar su modelo de negocio.

Todo ésto es lo que significan estos Pactos Verdes en tiempo de pandemia, conformando este momento histórico en el que los Estados y sus corporaciones están tomando graves decisiones a gran velocidad, como hechos consumados, justificados tras la pantalla de emergencias sanitarias y ecológicas, que ya están determinando nuestras vidas y las de próximas generaciones. Con toda seguridad, el futuro se disputa ahora.


Notas:

(1) Pactos Verdes en tiempos de pandemia. Informe elaborado por ODG, Observatorio de la Deuda en la Globalización. 

Descarga: https://odg.cat/es/publicacion/pactos-verdes-pandemias/

(2) Christine Lagarde es presidenta del Banco Central Europeo desde noviembre de 2019. Anteriormente, fue la directora gerenta del Fondo Monetario Internacional (de 2011 a 2019).

(3) La Fundación Rosa Luxemburgo (Rosa-Luxemburg-Stiftung) es una institución de formación política con oficinas en África, América, Asia, Europa y Oriente Medio, que busca contribuir a la construcción de una sociedad más democrática e igualitaria, promoviendo talleres, seminarios, investigaciones, reflexión y debate sobre alternativas al capitalismo. Web: https://rosalux-ba.org/quienes-somos/

domingo, 15 de agosto de 2021

SOBRE LA MODA (?) PALEOLÍTICA

 

 

Los hombres pueden ser tan provincianos en el tiempo como en el espacio. Podemos preguntarnos si la mentalidad científica del mundo moderno no es un ejemplo de tal limitación provinciana. (Alfred North Whitehead, 1861-1947)

 

El término hermenéutica expresaba originalmente la comprensión y explicación de una sentencia oscura y enigmática de los dioses u oráculo, que precisaba una interpretación correcta. Ya en el siglo XX, Martin Heidegger, en su análisis de la comprensión, afirmaba que, cualquiera que sea, presenta una estructura circular: toda interpretación, para producir comprensión, debe ya tener comprendido lo que va a interpretar”. El sociólogo Max Weber se ocupó también del desarrollo de este concepto.

Heidegger afirmaba que “existir es comprender”, con lo que la cuestión deja de estar centrada en la interpretación para estarlo en la comprensión: “un modo de ser-en-el-mundo más directo, no mediado, mucho más complejo que un simple modo de conocer”. Sostuvo la necesidad de una “hermenéutica especial de la empatía”, que disolviera el “problema de las otras mentes”, situando este problema en el contexto del relacionarse humano. Su hermenéutica de la facticidad se convierte en una filosofía que identifica la verdad con una interpretación situada históricamente. La interpretación de textos siempre revela algo acerca del contexto social en el cual se escribieron, por lo que la hermenéutica es considerada la escuela de pensamiento opuesta al positivismo, corriente que limita la validez del método científico solo a lo verificable empíricamente, que defiende como única forma válida de conocimiento.

Recientemente (2016), Henryk Skolimowski, en su libro “La mente participativa” se preguntaba: ¿Qué papel juega la mente en la construcción de la realidad? ¿Existe una verdad absoluta y verificable, o bien, como apuntó Kant y la física cuántica parece constatar, las verdades dependen de las percepciones, la sensibilidad y las facultades cognitivas de la mente humana?

Habitamos un tiempo  que parece un lugar, un sitio convulso en el que algo que considerábamos estable sólo lo es en su apariencia, lo que nos produce un sentimiento contradictorio, entre la fe tecnológica y la incertidumbre ontológica, algo así como lo que dicen sentir quienes habitan territorios sometidos a frecuentes y periódicos movimientos sísmicos. 

Hay quienes entienden este tiempo como “gozne”,  lugar-momento que define una simetría, visagra entre dos eras y dos concepciones opuestas de la realidad, un lugar y tiempo de metamorfosis en la percepción y en el conocimiento o ciencia, del cosmos y de la naturaleza (eso que hoy llamamos “el planeta”), sin certeza alguna sobre el modo en que suceden las relaciones entre individuo, especie, planeta y cosmos; ni entre pasado, presente y futuro, si como un simple Todo, de natural permanente y estable, si como un complejo y caótico proceso de relaciones conflictivas entre las partes.

Hay una ciencia que sigue la herencia de Newton, buscadora de seguridades, de explicaciones a partir de certezas absolutas y cuantificables estadísticamente, es decir, matematizables. Y otra ciencia que, sin negar la valía del legado de Newton, a partir de los recientes avances de la Física ha empezado a vislumbrar una realidad distinta, que intenta explicar no condicionada al deseo de un orden armónico y estable (que sería solo aparente e ilusorio), sino como inestabilidad constituyente, un desequilibrio que sería creativo por sí mismo.

Si trasladamos esta diferencia a nuestra cotidiana experiencia vital, observamos sustanciales diferencias de actitud: entre conformismo sumiso que en todo cambio aprecia peligro de inestabilidad, e inconformismo rebelde que aprecia la creatividad como oportunidad que proviene del cambio.



Eminentes científicos, como Ilya Prigogen y John W. Whitehead, hicieron el camino desde la lógica matemática a la filosofía de la ciencia, un camino todavía no asimilado por la ciencia dominante. Estos y otros muchos empezaron a vislumbrar que la vida no se atiene a las matemáticas. Su imprevisibilidad y complejidad, junto a la irreversibilidad del tiempo, escapan al idealismo matemático y determinista basado en leyes estables y exactas. Como dice Juan Arnau, “la espontaneidad, la sorpresa y el asombro del vivir se encuentran muy lejos de la armonía y perfección matemática”. Siendo maravillosas, las matemáticas son abstractas, cuantitativas e incoloras, mientras la vida es otra cosa, a menudo imperfecta, luminosa, oscura, al tiempo deslumbrante e imperfecta. El mismo Arnau dice algo que me parece trascendente: que Newton redujo el color a un número (ángulo de refracción) y que al hacerlo, como el alquimista que siempre quiso ser, permutó lo cualitativo por lo cuantitativo y que en esta operación está la clave que explica el estado de crisis continuada, multidimiensional y sistémica, del mundo moderno.

La ilustrada edad moderna redujo la naturaleza a su parte inanimada y con la revolución industrial impulsó la colonización y explotación indiscriminada de la Tierra, con el resultado que hoy percibimos como alarmante pérdida de biodiversidad, agotamiento energético, riesgos biológicos y climáticos, demografía y emigraciones desbocadas...un mundo que mucho tiene que ver con la mentalidad propietaria y gobernante estrenada en el neolítico; pero también con la revolución científica que propulsara Newton y la Física matemática en el siglo XVIII, que todavía monopoliza la explicación del mundo, afectando al resto de las ciencias y en especial a la biología, resistente a su observación por la filosofía y por el resto de las ciencias que se ocupan de la vida.

Para la Mecánica Clásica el tiempo guarda una asombrosa simetría hacia el pasado igual que hacia el futuro, es decir, que se puede calcular la posición y trayectoria de cualquier móvil, ya sea hacia el pasado o bien predecir su ubicación en el futuro. Sin embargo, en la experiencia cotidiana, observamos que para el ser humano esta simetría no existe y que la complejidad de las causas de sus actos producen tantas variables que es imposible seguir la línea del tiempo hacia atrás o proyectarla a futuro.  

Prigogine, autor de la teoría del Caos, lo explica así: “Guiado por el instinto, me fui interesando por la termodinámica, un campo de la ciencia donde se manifiesta la “flecha del tiempo”, y que en la época en que comencé mi trabajo como investigador no era un área de la física que gozara de gran predilección entre los científicos”. 

Esta concepción del tiempo es la de su irreversibilidad. Esta disparidad entre el tiempo de la física clásica y el tiempo de la existencia llamó fuertemente la atención de Prigogine, quien consideró que esta dislocación ha sido, en cierta manera, causante del “olvido del hombre” por la ley natural, colocado al margen de unas leyes que no pueden aplicarse a un ser tan impredecible. Hoy sabemos que la evolución termodinámica genera tanto orden como desorden. No hay necesidad de contraponer una explicación "científica" del tiempo a la comprensión que del tiempo tenemos en la común y cotidiana experiencia humana, por la que sabemos que el tiempo avanza y no tiene marcha atrás.


Recientemente he escrito sobre el Neolítico como era no superada y que incluye a esta modernidad tardía en la que estamos, a la que también denominamos postmodernidad, seguramente porque no encontrando la forma de superarla, nos vemos obligados a convenir una forzada prórroga.

Me basaba en una hipótesis que me sigue pareciendo válida: del Neolítico proceden todos los componentes, los más importantes, que definen las modernas sociedades contemporáneas, a las que en su conjunto percibimos como “sistema mundo” moderno, por haber alcanzado contextualización e interdependencia de alcance global. Me refiero a componentes que no son solo ideas, sino hechos sobre todo, instituciones que en esta hora de la globalización continúan, de facto, condicionando el devenir humano en forma más totalitaria que nunca antes y en modo conveniente a la reproducción de un orden "estable" o “estado” a cargo de las élites propietarias, clase dominante cuyo “derecho de propiedad” incluyó, desde el principio, un asociado “derecho de gobierno”, sobre la naturaleza y sobre sus habitantes “otros”. Así fueron “naturalizados” unos derechos de propiedad y de gobierno, impuestos sobre unos previos y naturales bienes comunales universales, Tierra y Conocimiento.

En concreto me refiero a derechos puramente neolíticos, como los de “presura” (apropiación o propiedad de la tierra) y de herencia; y, por supuesto, me refiero a las instituciones derivadas de esos derechos previamente establecidos: patriarcado, esclavitud, mercado...instituciones reunidas en una, el Estado, institución neolítica por excelencia.No digo que haya relación directa de causa-efecto entre Propiedad y  Estado, digo que es su condición necesaria, al igual que la herencia y el patriarcado desde antíguo, y el capitalismo desde hace tres siglos (que, por cierto, no es por casualidad que tenga la misma edad del Estado moderno).

En la modernidad tardía no puede ser más palpable la persistente huella de aquellas instituciones constituyentes del Estado desde sus orígenes: 

-En la situación de las mujeres, que siguen siendo la primera clase esclava, progresivamente “igualadas” en grado de esclavitud a los hombres asalariados, moderna calificación de la esclavitud.

-En el sistema productivo capitalista, basado en la acumulación-concentración de capital y en su mercantil sistema distributivo basado en la mano automática -presumiblemente “inocente”- del mercado.

-En la organización política “democrática”, con base clasista y jerárquica en todas sus variantes estatales -monarquías, repúblicas, dictaduras-, todas totalitarias, con solo diferencias de grado. 

-Podemos verlo en el criterio extractivo y depredador de las economías “nacionales”, que priorizan el beneficio en modo exclusivamente privado, siempre con intención “recaudatoria y contable” ...que, en definitiva, componen un conjunto imposible de explicar sin la existencia estructural del Estado, que no por casualidad es compendio de todos esos elementos que, perfeccionados en su operativa, son constituyentes inequívocos del actual Estado Moderno, del que cabe pensar, razonablemente, que no es sino la moderna actualización de aquel embrionario Estado neolítico que iniciaran las élites sacerdotales y militares de hace unos siete mil años.

Deducir que con esta afirmación estoy defendiendo un regreso a la era preestatal del Paleolítico, como supuesta “Arcadia feliz”, es un truco dialéctico que no se sostiene. Mejor dicho, que solo se sostiene desde una interpretación puramente ideológica, propia de las ideologías que comparten el mismo pensamiento moderno: liberalismos, proletarismos y fascismos. Así, unos podrán decir que “cualquier tiempo pasado siempre fue mejor” y otros que “siempre será mejor cualquier tiempo futuro”. Dirán lo uno y lo otro y lo argumentarán convenientemente con tal de que encaje en su previo mapa ideológico.

Pienso que ésto es debido a un sesgo de su común método de conocimiento, racional, sí, no digo que no, pero falsamente materialista, acostumbrado a imaginar la realidad mediante su representación ideológica, mediante “mapas” o ideas, sin tener en cuenta la verdad objetiva que resulta del roce directo entre sujeto y objeto, relación que además de compleja es cambiante, conflictiva, relativa y deducible a partir de la experiencia humana directa. Caminar con el auxilio de un mapa está bien siempre que se tenga en cuenta que el mapa es solo una referencia, no más que una imagen o realidad “gráfica” que no deberíamos confundir con la realidad misma del terreno, al que el mapa o idea “solo” representan. Es erróneo, a mi entender, el calificativo de “materialismo histórico” atribuido a una ideología marxista fundada sobre un determinismo idealista, según el cual, “necesariamente” el Estado y el Mercado constituyen la fase previa de una futura sociedad “ideal”, que será primero socialista-con-Estado y finalmente comunista-sin-Estado. La verdad histórica no puede ser más evidente, más material, más concreta, ni más compleja... ni más contraria a tal idealismo abstracto. ¿Con ésto quiero decir que son mejores el liberalismo o el fascismo? No, a no ser que se insista en el mismo truco dialéctico. ¿Entonces, está definitivamente atascada la evolución de las ciencias sociales, ya no cabe pensar un paradigma nuevo, superador del modernizado paradigma neolitico?, ¿es que la presura o apropiación de lo común, como el gobierno a cargo de la clase social dominante, son hechos irreversibles como el tiempo, son ya para siempre?

No es cierto que esté de moda el Paleolítico. Lo que sí es moda neoliberal es decirlo, a sabiendas de que es moda solo entre la facción desesperada de neocomunistas, neoanarquistas y neorruralistas nostálgicos de un imaginario paraíso de la abundancia y la felicidad, que sitúan en un Paleolítico supuestamente comunista. Dicen ésto los neoliberales como estrategia comunicativa, propagandística, buscando solo el desprestigio indiscriminado de toda oposición a su moderno Estado neolítico. La única novedad es que ahora lo hacen con una estrategia bien calculada, con un novedoso modo liberal-eco-socialista-feminista, una especie de renovación del viejo “contrato social”, ahora basado en un pacto “verde” e “igualitario”, buscando relegitimar al mismo Estado de siempre.Ya trabajan en ese nuevo formato nacional-mercantil-global. Los proletarismos, básicamente occidentales, apesadumbrados por sus antecedentes históricos repletos de fracasos, esperan sentados a que exploten las contradicciones liberales, a que despierten las adormiladas conciencias de clase, para su “definitivo” asalto al Estado. Y los fascistas, orientales y occidentales, están igualmente al acecho, esperando su nueva oportunidad, que esperan habrá de venir del presumible fracaso de liberales y proletaristas.

¿Dónde, entonces, encontraremos posibilidad de cambio real, que no sea solo esperanza, quienes pensamos en la necesidad de alumbrar un paradigma nuevo, superador de las nefastas consecuencias del paradigma originado en el Neolítico? Pienso que pudiera haber alguna posibilidad a condición de que buena parte del proletarismo dejara de actuar como sistema paliativo de la modernidad liberal-estatal-capitalista y, en definitiva, si dejaran de actuar como tapón profiláctico, condón que reduce al mínimo la posibilidad de alumbrar una nueva era postneolítica: ni propietarista, ni patriarcal, ni colonial, ni esclavista, ni capitalista, ni depredadora, ni, por tanto, estatalista. Convencerlos es parte principal de la estrategia revolucionaria, sería ganar casi la mitad de la batalla que hay por delante. 

Todavía hay muchos “progresistas” que, con nostalgia, ven al Estado en retirada, como dicen (pero no hacen) los neoliberales; que no ven la responsabilidad del mercado capitalista y del Estado en la globalización de los problemas energéticos, climáticos, sanitarios...que ven en esta globalización la oportunidad de conformar espacios de entendimiento y cooperación entre los mercados y los estados nacionales; creen que las emergencias ambientales y energéticas - y hasta la pandemia- están acelerando este entendimiento y que todo apunta a un orden mundial de tinte tecnoecológico, incluso igualitario y hasta feminista. No quieren ver la lucha a muerte que mantienen los Estados entre sí, tan patente en los nacionalismos emergentes y en las guerras comerciales desatadas entre bloques estatales, de naturaleza inequívocamente imperial y colonial, que pugnan por hacerse con la mayor cuota del mercado global, y no precisamente por el entendimiento y el bien de la humanidad.

De ahí la necesidad de un nuevo pensamiento y proyecto revolucionario, cuya condición necesaria sea la de partir de un nuevo marco científico, superador del caduco paradigma matemático propio de la modernidad neolítica: este batiburrillo ideológico, comercial y guerrero que entre sí se traen los neoliberalismos, neoproletarismos y neofascismos, defensores todos de la herencia histórica de aquel remoto Neolítico. Estoy hablando de una transición opuesta a la del Neolítico respecto del Paleolítico, pero no menos revolucionaria. 

lunes, 2 de agosto de 2021

DE LA TIERRA Y EL CONOCIMIENTO, LA OTRA GLOBALIZACIÓN POSIBLE

 

 

La globalización que vivimos parece conducirnos directamente a la extinción de nuestra especie; y si todavía no lo pensamos, al menos lo intuimos en este momento histórico de máxima alerta, respecto de un presente que nos lleva a barruntar futuros extremadamente inciertos. Para acostumbrarnos a la idea de un más que probable colapso, ya hace unos años que está en marcha una intensa y universal campaña de la industria cinematográfica, dedicada a contarnos cientos de historias sobre grandes desastres naturales, incluidas pandemias e inavasiones extraterrestres, historias de supervivencia extrema en medio de todo tipo de desastres apocalípticos, historias que sirven para familiarizarnos con la idea del colapso.

Supongo que a estas alturas de los tiempos no hay necesidad de explicar que estamos en una globalización desplegada en torno al más primario de nuestros instintos, el de supervivencia individual, naturalmente dirigido a lograr las mejores condiciones de supervivencia individual mediante la acumulación de propiedad y el máximo consumo de energía. Hoy contamos con la perspectiva histórica suficiente, que nos permite situar el inicio de esta mentalidad acumuladora en ese día inugural de la era neolítica en que alguien dijo “esta tierra es exclusivamente mía”. 

Si entendemos la evolución humana solo en una única dirección lineal, si cada época histórica significara necesariamente un salto de progreso respecto a cada época precedente, esa lógica lineal nos llevará a creer que nuestra especie experimentó un gran avance evolutivo al dejar atrás el comunitarismo tribal y nómada propio de la era precedente, la paleolítica. Pero los procesos evolutivos, aunque sigan la línea histórica del paso del tiempo, pienso yo que no siguen lógicas tan simples ni tan lineales. Lo sabemos por nuestra propia experiencia vital: no siempre los presentes que vivimos son mejores que los pasados, lo que nos lleva a pensar con fundamento empírico que los futuros posibles no serán, necesariamente, mejores que los actuales tiempos. Y si cierto es que no podemos situar el inicio del capitalismo en aquella remota época, sí podemos afirmar que entonces quedaron sentadas las condiciones que harían posible su desarrollo posterior: los derechos de propiedad y herencia, de patriarcado y esclavismo...y el aparato estatal, origen de los primeros imperios y de su colosal desarrollo militar, para la apropiación colonial-esclavista de nuevas tierras y poblaciones.

Renegar de nuestra condición animal nos ha llevado a la presuntuosa creencia de haber logrado inteligencia superior y suficiente para soñar una existencia humana al margen de las leyes que rigen al resto de las especies. Hemos llegado a creer que era posible el manejo a conveniencia de las demás especies al servicio de la nuestra; y muy pronto, esta ideología no tardaría en extenderse para esclavizar a individuos de la propia especie. Incluso hemos llegado a creer que podíamos superar los límites de la materia, que la ley de la entropía no iba con nosotros, que no nos concernía aunque supiéramos que rige el curso del Universo. Lo hemos llegado a creer sin cálculo de su alcance real, ni de su continua expansión, que según vamos sabiendo alcanza mucho más allá del mínimo horizonte que tenemos a la vista en este pequeño planeta que habitamos, y más allá de todas las distancias imaginables en términos de espacio y tiempo. La misma técnica que nos hiciera humanos y nos distinguiera entre las especies animales, con sus espectaculares logros nos hizo creer en un mágico poder tecnológico, que nos permitiría superar todos los límites de la Naturaleza y hasta el poder antes atribuido  a los dioses.

Pero no, el futuro estará condicionado, pero no necesariamente está predeterminado; no al menos mientras no demos por perdida la posibilidad de un cambio de rumbo, de una básica rebeldía frente al poder de las élites que a estas alturas de los siglos han logrado concentrar y acumular para sí la propiedad de la Tierra y del Conocimiento humano. Y que lo han hecho con tal éxito que les ha permitido imponer un regimen global y totalitario, de pura heteronomía, tan normalizado que nos cuesta llamarlo por su nombre vulgar, “capitalismo”...y es comprensible esta dificultad, porque, ¿cómo llamar capitalista a un presunto enemigo con el que compartimos un mismo pensamiento neolítico, acumulador, propietarista, patriarcal y consumista?

Las élites que gobiernan el mundo no abrigan ninguna duda sobre la continuidad de la especie humana, se las ve convencidas de ser ellas su garantía. Siempre pensaron que los pueblos son chusma, una suma de individuos que, por su condición de débiles o imbéciles, o por su mala suerte, naturalmente conforman una masa amorfa y autodestructiva. Nunca antes pudieron siquiera soñar esas élites con deshacerse de la chusma, por su utilidad como esclavos o asalariados a su servicio, ¡qué hubiera sido de sus propiedades y gobiernos, sin el trabajo de esa chusma a lo largo de los estatales siglos! Pero hoy sí, hoy han empezado a acariciar ese sueño, ahora que el trabajo humano empieza a ser obsoleto y perfectamente prescindible gracias a la tecnología, igual en los campos que en las fábricas y oficinas del mundo. 

Calculan que todavía queda un tiempo por delante en que, si no como trabajadores, sí necesitan todavía a la chusma como consumidores, pero no toda, solo aquella parte que pueda seguir comprando sus mercancías, que con tanta gente sin trabajo, los estados no alcanzarán a repartir otra cosa que mínimos ingresos vitales, lo que ya denominan rentas básicas o de supervivencia. Saben que eso conlleva un gran riesgo de frustración consumista generalizada, con seguridad seguida de inevitables olas de malestar social y grandes revueltas por todas partes. Tan es así, que ya han previsto la aparición de grandes masas de chalecos amarillos y por eso se han dado tanta prisa en imprimir un acelerón preventivo, a fin de neutralizar esas intenciones de la chusma; tendrán que hacerlo cuanto antes y, a ser posible, sin levantar grandes sospechas.

Me sería bien fácil decir que van a deshacerse de la gente sobrante, provocando un par de pandemias seguidas. Y aunque ésto es tecnológicamente posible y no sea del todo descartable, pienso que no lo harán tan evidente, que optarán por una estrategia más difusa, bien camuflada entre un montón de causas múltiples: guerras comerciales, hambrunas, proliferación simultánea de enfermedades incurables, forzadas emigraciones masivas, climáticas, económicas o políticas y, tal como ensayaron muchas otras veces, una sucesión de pequeñas guerras locales. Todo ello formando parte de una agenda mundial impresentable -y oculta por tanto- obviamente dirigida a recuperar el equilibrio financiero perdido.

Es en este contexto en el que entiendo la perfección de su estrategia de Transición recién desplegada, tan hábilmente titulada “Pacto Verde” y tan bien pintada de colores igualitarios: de género, ecológicos, tecnológicos y hasta de patrióticos colores. Así, las víctimas, como las de cualquier guerra, asumirán como propia la culpa de la derrota, o la achacarán a su mala suerte, pero nunca la endosarán a los generales de su propio ejército ni, menos aún, a los desconocidos funcionarios que les alistaron en esas guerras. Yo tengo una visión del inmediato futuro que explicaré sencillamente a sabiendas de la inmensa complejidad implícita. Sólo caben dos opciones: seguir el curso de los acontecimientos, arrastrando el culo por el tobogán que traemos, o un salto social y comunitario, para intentar la vida en tierra firme. Las dos conllevan riesgo, sí, pero así es la vida. La tercera vía, la del ruego a la virgencita (“que me quede como estoy”), de sobra sabemos que no funciona.

La Tierra nos remite a nuestra condición animal y el Conocimiento humano a nuestra naturaleza de especie social. Dejar la Tierra y el Conocimiento en propiedad de las élites les ha regalado el poder de dominación global que hoy tienen, con resultado catastrófico que solo ahora empezamos a vislumbrar. Su pretensión de virtud siempre fue puro cinismo corporativo, propio de gobernantes y propietarios, una pretensión siempre totalitaria y con igual resultado, sea con malos o con buenos modales. Podemos darle todas las vueltas que queramos, pero no queda otra salida que una revolución integral y glocal, radicalmente ética y ecológica, asumiendo que la globalización es tan irreversible como lo es la tecnología o la vida en las ciudades, que lo posible es darle la vuelta: relocalizar la producción y el control de la tecnología para dedicarla a las verdaderas necesidades humanas, reducir el consumo a niveles del equilibrio metabólico, desurbanizar y democratizar la convivencia igual en campos que en ciudades, haciéndose responsable cada comunidad de su propia autosuficiencia, con ayuda mutua e intercambio solidario de la producción excedente. O más de lo mismo, pero mucho peor...no queda otra, que podría comenzar con un Pacto del Común por la abolición de los derechos de propiedad sobre los bienes comunales, empezando por los universales: la Tierra y el Conocimiento.

sábado, 31 de julio de 2021

ESPAÑA PUEDE

 

Se me junta esta reflexión con la celebración de unos deslucidos juegos olímpicos, exclusivamente televisivos, en un Tokyo donde dicen los locutores que hace un calor tan húmedo y viscoso que hay participantes que se desmayan, de la pájara que les entra. Tiene más razón que un santo, Pedro García Olivo, cuando compara y salva el valor del esfuerzo personal, frente a su absurda práctica deportiva profesional: Qué hermoso es el esfuerzo!...otra cosa es el deporte, ese circo, apoteósis de los egos, del comercio y del negocio, de la política, de las banderas y de las naciones. Jacques Ellul lo denunció sin remilgos: individuos compitiendo para alimentar su sucio y enorme amor propio; prepotencia del mercado, de los estados y de la razón tecnológica; maltrato del cuerpo y de la vida entera, puesta al servicio de objetivos patéticos...Los deportistas viven como monjes, reprimiéndose y restringiéndose, auto-torturándose, para colgarse, en el mejor de los casos, unas medallas que los sancionan como tristísimos idiotas (1). Grecia nos legó muchos horrores: el clasismo; el patriarcado optimizado; la voluntad de aniquilar a los diferentes, a los extraños; la pseudo-democracia; el gusto por los imperios, etcétera. Y también nos dejó las Olimpiadas...Echamos los deportistas a los leones, como antaño; pero hoy las bestias son mediáticas, burocráticas y financieras. Sin embargo, las gentes del deporte ya no son esclavas: son masoquistas de sí, se prestan voluntariamente a una tinglado hediondo. El deporte es dañino, insano, mientras que el esfuerzo, por el contrario, aparece como una garantía de vida buena”.

El espectáculo deportivo en general y el deporte olímpico en especial, han sido hábilmente manejados por el poder para hacer pedagogía nacionalista, a modo de “natural” ideología política que cae sobre las masas y sobre cada telespectador como cae el clima de estos días sobre Tokyo, así de natural, húmedo, caliente y viscoso. Desde su original uso político en el circo romano, al sistematizado uso propagandístico que hiciera el III Reich, el deporte-espectáculo ha sido utilizado desde la antigüedad por los estados e imperios para estimular las emociones “comunitarias”, como estrategia que sirve para inocular la mentalidad “nacionalista”, la idea de una “comunidad nacional”, en las mentes individuales como en el imaginario colectivo.

Llueve sobre mojado en este momento histórico, el de una global crisis sistémica que vemos presentarse como síntesis de varias crisis arrastradas durante las últimas décadas y ahora amontonadas, del ecosistema global en todas las dimensiones de la realidad: ecológica, económica, política y ética o de valores... y es en este momento cuando el poder recurre a reclamar de la ciudadanía esta misma mentalidad competitiva, deportivo-nacionalista, tirando del sobado lema “sí se puede” en su versión casera, “España puede”, nombre-lema dado por el gobierno español a su plan de reconstrucción y resiliencia, inspirado en la Agenda del Cambio, en la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas; un plan que se sustenta en cuatro pilares pensados para vertebrar la transformación del conjunto de la economía española: 1.Transición Ecológica, 2.Transformación Digital, 3.Igualdad de género y 4.Cohesión social-territorial.

Es muy desconocido que “Yes, we can” (sí se puede) es una marca registrada del Sindicato de Campesinos de Phoenix (Arizona, USA), empleada por primera vez en 1972 durante una huelga de hambre. Pero si se hizo viral fue porque el ínclito Barack Obama lo adoptó durante las primarias del Partido Demócrata en 2004 y, sobre todo, como tema central en todos sus discursos a partir de 2008. Durante la crisis económica de 2008 (2) y a partir de la enorme popularidad de Obama, el lema ¡Yes, we can! inspiró a varios movimientos surgidos en la ola del movimiento del 15M en España: la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (2013), el partido Podemos (2014) o la coalición “Catalunya Sí que es Pot” (2015). Incluso en Venezuela, en 2019, el títere opositor Juan Guaidó empleó este mismo lema.España Puede”, si llega a ser posible, lo será gracias y sobre todo a un previo y exhaustivo entrenamiento en la sumisión por parte de la ciudadanía, durante esta inacabable pandemia, tan bien instrumentalizada, con un control absoluto del relato oficial y sus mensajes, con máxima eficiencia propagandística...con miles de horas de emisión mediática dirigida y monotemática (ya casi van dos años), sin concesión alguna al debate y a la libertad de expresión... infumable para ninguna democracia mínima, incluso admitiendo la oficial “verdad” científica. Con este entrenamiento, espera el estado español que cuele la idea de “resiliencia”, la palabrita de moda, el mágico concepto por el que se supone que resistiremos “juntos como nación”, a todo lo que nos caiga por encima.

Nunca antes estuvimos tan cerca de cumplir la profecía de Groucho Marx: "La humanidad, partiendo de la nada y con su solo esfuerzo, ha llegado a alcanzar las más altas cotas de miseria." Es el pensamiento de un cómico genial, que atinaba a resumir, sin rodeos filosóficos, la definición del arte de la política: buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”, siguiendo este proceso:  

1.Destrozas el mundo con tus negocios. 2. Le buscas una solución que parezca “justa” socialmente y razonablemente “ecológica”, que aunque sepas que no funcionará, a la mayoría le parezca lógica y perfectamente creíble, mientras a tí te sirve para ganar tiempo y dinero. 3. Emites un diagnóstico con marchamo científico, avalado por estudios que tú mismo has encargado. 4. Te dispones a redondear el negocio creando nuevos nichos de inversión rentable, ofreciéndote para arreglar aquello que previamente has destrozado... 

No me digan que no es un plan genial, genial y propio de una inteligencia estatal que, en última instancia, es militar y que actúa perfectamente sincronizada con los capitales nacionales y globales, surfeando sus pequeñas diferencias internas, inevitables entre sucursales  que compiten por una mejor cuota de mercado

Se llaman Fondos de Inversión y son el magro financiero del actual poder capitalista, corporativo y global. Al igual que la inteligencia militar están perfectamente camuflados detrás de los aparatos estatales que sirven al capitalismo patrio. Superan el PIB de la mayoría de las “naciones” y su perfil es tan difuso que se presta muy bien a estimular la imaginación de las gentes, provocando un pensamiento tan fantasioso como confuso, que llamaremos conspiranoico, fácilmente utilizable como barrera de humo y para crear  un ridículo y utilísimo tancredo de turno.

En esta hipercrisis con pinta de terminal, no sería acertado presentar a los Fondos de Inversión como salvadores de las naciones; para eso resultan más presentables los aparatos estatales, que tanto les gustan a la clientela progresista, que así estará entretenida en discutir los detalles, pero no el núcleo del asunto, sentados siempre al lado de la causa global del crecimiento y la transición ecológica, entusiastas de la resiliencia y del “común” objetivo nacional de progreso. Por eso este plan, con este lema de “España Puede”, cuenta con un cálculo de adhesión partidaria y popular tan fácilmente previsible; lo sacarán adelante con escasas resistencias, con cierto éxito inicial, al menos a corto plazo. Tal es el efecto espectacular que despiertan las obras en los cerebros pensionistas de la masa social. Pero se van a dar una ostia de tamaño cósmico, sin tener que esperar al largo plazo, en cuanto afloren los límites y las primeras contradicciones irresolubles, en cuanto sean palpables los resultados prácticos de este mágico Plan. Y veremos qué tienen pensado para entonces; y si nosotros, la gente, seremos capaces de espabilar en este próximo tiempo de oficial resiliencia por decreto.

Nunca antes el estado español había intentado una operación de transferencia de rentas tan colosal, del mundo del trabajo al del capital. Nunca un timo de estas dimensiones había sido ensayado y, mucho menos, contando con la complacencia mayoritaria de las víctimas. Sucederá, porque ahora se dan las condiciones idóneas: el estado dispone de la coartada perfecta para poder salvarle el culo al capital...eso sí, de momento. 

 

 Notas:

(1) Conviene aclarar que en la baja Edad Media, el término idiota se utilizaba para designar a los monjes incapaces de leer las Sagradas Escrituras. En su uso inicial se aplicaba a un ciudadano privado y egoísta que no se ocupaba de los asuntos públicos. En latín, la palabra idiota (una persona normal y corriente) precedió al término del latín tardío que significa «persona sin educación» o «ignorante». Su significado y la forma moderna data de alrededor del año 1300, del francés antiguo idiote (sin educación o persona ignorante).

(2) La Crisis Financiera Global de 2008 tuvo como causa directa el colapso de la burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos, que a partir de 2007 provocó la crisis denominada “de las hipotecas subprime”.