jueves, 8 de julio de 2021

CONTRA LAS TESIS RETROPROGRESIVAS QUE DESPRECIAN O QUE IDEALIZAN LA REVOLUCIÓN NEOLÍTICA


 

Ningún ejército puede detener la fuerza de una idea cuando llega a tiempo 

(V. Hugo)


Gracias a un liberal/progresista tan preclaro como Manuel Arias Maldonado (1) me entero de que el Neolítico está de moda. Su último libro, “Desde las ruinas del futuro”, está dedicado a la crisis de la pandemia en curso, cuya tesis central es la idea de que la crisis sistémica en la que estamos no es debida a los excesos de la modernidad -como suelen decir sus críticos- sino a sus carencias e incompletud, es decir, a que la modernidad (por supuesto liberal) todavía está por hacer.

Según Arias Maldonado deberíamos de darle algo más de cuartelillo a esta modernidad, otra oportunidad, porque en sus tres siglos de vida no ha tenido tiempo de mostrar todas sus virtudes. Así, sus supuestos fallos no serían debidos a un déficit original, ontológico y/o estructural, del liberalismo, ni tampoco a su negativa evolución en modo neoliberal/mercantil/estatal/capitalista, sino a problemas en los cambios de nuestra percepción, provocados y agravados en las últimas décadas por “el ascenso de tendencias iliberales (2) de todo tipo”: al éxito electoral de los populismos de izquierda y derecha, al auge de los nacionalismos, al apoyo a líderes autoritarios de inclinaciones decisionistas, a la degradación digital del debate público, etc, de modo que podemos poner nombre propio a estas ideas: Brexit, Trump, Cataluña, Hungría, Turquía, Filipinas, posverdad...a los que yo añadiría orientalismos, mediambientalismos y feminismos.. Ya antes de la pandemia, en 2017, en un artículo titulado “Nostalgia del soberano”, publicado en El País, Arias Maldonado definía este extravío de nuestra percepción de la modernidad como añoranza “de un sujeto colectivo que simplifique las cosas al suministrarnos una identidad política llamada a acabar con la fragmentación social y a resolver todos los problemas que nos afligen, ya sea el terrorismo o la decadencia industrial”.

Arias Maldonado decía por entonces que la recesión (por la crisis financiera de 2008) se ha sumado a la tensión producida por la globalización y la digitalización. Supongo que hoy a esa suma le habrá añadido los efectos debidos a la pandemia. Sin embargo, yo pienso que todavía es pronto para hacer ese cálculo y hasta auguro que podemos llevarnos una gran sorpresa si tales efectos lo que causaran fuera orden y disciplinamiento social. Cierto que la recesión que siguió a la crisis de 2008 vino a tensar unas relaciones sociales que ya estaban sometidas a la doble presión de la globalización y la digitalización y que no es ninguna novedad la extrema atomización social que para la teoría política representa un mayúsculo desafío, en su  improductiva búsqueda de una ética universalista que pudiera ser aplicada en sociedades cada vez más fragmentadas en partidos, movimientos y corporaciones identitarias. Es ilustrativa la descripción de la digitalización que proporciona a cada ciudadano contemporáneo una herramienta expresiva y contradictoria de doble filo: la posibilidad de emitir opiniones individuales en las redes sociales, al tiempo que habitamos burbujas cognitivas que complican extremadamente la posibilidad de un mundo público y común. Y ahí acierta, a mi entender, Arias Maldonado, cuando afirma que ese es el escenario óptimo para la aparición de la nostalgia de un sujeto colectivo, fundamentado en identidades particulares, emocionalmente satisfactorias, como “sujeto soberano llamado a resolver todos los problemas que nos afligen”, entidades abstractas frecuentemente personificadas en un líder carismático. Y pone el ejemplo del Hugo Chávez que dijera: “no soy un individuo, soy el pueblo”, para pasar a concluir que milenios de vida tribal resuenan en esa proclamación de identidad que hacía el ínclito personaje.

Me tendría por un liberal-progresista, tan radical como el politologo al que vengo refiriéndome, si solo me alineara con su teoría de la democracia como sistema perfectible, cuyo sujeto es el individuo y no la colectividad, de no ser porque eso se contradice con la experiencia práctica, personal y colectiva, de esta modernidad liberal y progresista realmente existente. Estando de acuerdo en el carácter retroprogresivo que significa hoy la nostalgia por el Neolítico, no puedo estar más en desacuerdo con la calificación de falsedad que le asigna a la revolución neolítica, precisamente porque es la que con sus innovadores principios vino a anticipar y determinar la futura revolución burguesa, esencialmente moderna, liberal y progresista que defiende Arias Maldonado, cuyos efectos sufre, si no él, sí la mayoría de la humanidad.

Sostengo que la revolución neolítica fue la gran y última revolución que marca el cambio de civilización -no digo que a peor- tras el Paleolítico, y cuyos efectos perduran en un tiempo presente básicamente estructurado sobre los mismos principios que alumbrara dicha revolución neolítica: sedentarismo, cambio alimentario, propiedad privada, poblamiento concentrado en urbanizaciones, cambio radical en la relación con la naturaleza, con afectación de los ecosistemas (antropoceno), cambio no menos radical en la división social del trabajo (con la profundización del patriarcado a partir de los nuevos derechos de propiedad y herencia), aparición del trabajo dependiente y esclavo, formalización del comercio y el mercado, organización jerárquica de la sociedad (primero religiosa y luego dinástica-militar) que dará paso a la fundación y legitimación de ciudades-Estado... todos esos principios como más determinantes.

Inferir de ésto que yo considere al Paleolítico previo como una Arcadia feliz es una presunción tan aventurada como falsa, porque ni yo ni nadie tiene hoy información suficiente para negarlo ni para afirmarlo. Además, pretender hoy una comparación entre  épocas es un ejercicio de imaginación bastante inútil, cuando tenemos por medio miles de años de distancia evolutiva, que marcan enormes diferencias, impidiendo toda comparación realista entre las sociedades de entonces y las de ahora, aunque solo fuera comparativa en lo concerniente a disponibilidad de conocimientos, de tecnología y de experiencia histórica. De ahí que insista en afirmar que estamos todavía en el Neolítico, ahora global y neoliberal, pero neolítico al cabo.

Por tanto, mi visión crítica de la modernidad no va por la línea que le sirve a Arias Maldonado para descalificar a quienes hacen esta crítica por comparación con una supuesta era de la abundancia, un bíblico Edén, aquel tiempo humano previo a la revolución neolítica. Yo tampoco me fio de las categóricas afirmaciones al respecto, de historiadores medioambientalistas, como Jared Diamond, ni de eminentes paleontólogos, como Juan Luis Arsuaga, o arqueólogos como William Ruddiman. El antropólogo y anarquista David Graeber, junto al arqueólogo David Wengrow (3) han llamado la atención sobre la representación inadecuada del pasado de la especie y remarcan la importancia de la narrativa histórica, porque ésta también define nuestro sentido de las posibilidades políticas, ya que la mayoría ve la civilización como ve la desigualdad: como una trágica necesidad.

Hay quien sueña con retornar a una utopia del pasado o en encontrar un equivalente industrial al “comunismo primitivo” o, incluso en casos extremos, sueña con destruir todo para volver a ser recolectores, otra vez, como en aquel Paleolítico que imaginan como una Arcadia feliz. Pero, como dicen Graeber y Wengrow, nadie cambia la estructura básica de la historia”. Si la civilización trajo un montón de cosas malas (guerras, impuestos, burocracia, patriarcado, esclavitud, el propio Estado…), hay que reconocer que también hizo posible escribir literatura y filosofía, avances científicos, en medicina por ejemplo, además de muchos otros grandes logros humanos.

Es abrumadora la evidencia, tanto en arqueología como en antropología y disciplinas afines, que nos hacen darnos cuenta, cada vez de forma más clara, de a qué se han parecido los últimos cuarenta milenios de la historia humana que, en casi ningún caso se parecen a la narrativa convencional. Empezamos a asimilar la posibilidad de que nuestra especie no pasara la mayor parte de su historia en pequeñas bandas tribales, que la agricultura no marcara un paso irreversible en la evolución social, que las primeras ciudades pudieran ser igualitarias. Y aún así, a pesar de cierto consenso en estas cuestiones recién reveladas, los investigadores son extrañamente reacios a anunciar sus descubrimientos al público -o incluso a académicos de otras disciplinas- y mucho menos a reflexionar sobre las implicaciones políticas más amplias. Como resultado, la pregunta de Rousseau ¿cuál es el origen de la desigualdad social? sigue siendo punto de partida para quien se pone a reflexionar sobre ésto, asumiendo que la historia más trascendental está por comenzar, a condición de abandonar la inocencia primordial.

Dicen ambos -antropólogo y arqueólogo- que plantear la pregunta de esta manera significa suponer: 1. que hay algo llamado “desigualdad”, 2. que es un problema y 3. que hubo un tiempo en que no existía. Cierto es que desde la crisis financiera del 2008 el “problema de la desigualdad social” ha estado en el centro del debate político. Hay un cierto reconocimiento por parte de intelectuales y clases políticas de que los niveles de desigualdad social están fuera de control y de que la mayoría de los problemas del mundo contemporáneo provienen de ahí, lo que supondría un desafío a las estructuras de poder global. Al contrario que los términos “capital” o “poder de clase”, la palabra “desigualdad” aparece en el debate intelectual y político diseñada para quedarse a medias tintas y llegar a medios compromisos, de tal manera que podríamos imaginar derrocar al capitalismo o romper el poder del Estado, pero imposible imaginar la eliminación de la “desigualdad”. Ni siquiera es obvio en qué podría consistir dicha eliminación, porque ni los individuos somos iguales ni nadie quiere que lo sean.

“Desigualdad” es la manera ideal y perfectamente apropiada que tienen los reformadores tecnócratas para estructurar los problemas sociales, ese tipo de personas que saben muy bien que toda visión real de la transformación social hace mucho tiempo que no forma parte de la agenda política como “alternativa”. El concepto de desigualdad les permite enredar con números, coeficientes, vectores de disfunción, reajuste de regímenes tributarios, iniciativas de bienestar social... por lo que estamos predispuestos a creer en el efecto inevitable de la desigualdad, y que ésta es el resultado inevitable de vivir en sociedades grandes y complejas, en sociedades urbanas tecnológicamente sofisticadas. Este es el mensaje político transmitido: si queremos deshacernos de los problemas de la desigualdad, tendríamos que deshacernos de la mayoría de la población y volver a vivir en pequeñas bandas de recolectores-cazadores, renunciando a los progresos de la modernidad. Y de no quererlo así, lo mejor que podemos esperar es adaptarnos a la forma y tamaño del sistema de dominación que tenemos, incluso cabría pensar en disputar algo más de margen de maniobra dentro del sistema.

Esta sensación de trágica realidad acerca de la desigualdad social, por su orientación a la desesperanza, a un excepticismo y nihilismo ontológicos, le resulta perfectamente funcional a la ciencia social convencional, que nos incita insistentemente a buscar “sociedades igualitarias” que solo podrían existir en pequeñas bandas de neorrurales o neocampesinos emuladores de los antiguos recolectores-cazadores, luego hortelanos y pastores sin solución de continuidad. De ahí que sea tan fundamental un cambio de narrativa, a sabiendas de que, dada la trascendencia colosal de estos temas, necesitaremos años de investigación y debate para entender todas las implicaciones. Como estos dos autores citados, pienso que abandonar la historia de la “inocencia primordial” no significa dejar a un lado el sueño de la emancipación humana. Muy al contrario, con ello la historia humana se transforma en algo mucho más interesante, si es que alguna vez aprendemos a deshacernos de los moldes conceptuales heredados.

Hemos asumido que fue el Paleolítico la única época en que los humanos lograron vivir en genuinas sociedades de iguales, sin clases, castas, líderes hereditarios, o gobierno centralizado; y que ese “feliz” estado de cosas tuvo que acabar en un momento, localizado hace alrededor de diez milenios, más o menos cuando finalizaba la última Edad del Hielo. La propiedad de la tierra y los nuevos vínculos territoriales adquirieron gran trascendencia en el orden social cotidiano, dando lugar a formas de vida y organización social desconocidas, como los dominios feudales y la guerra organizada, mientras que la agricultura permitía la existencia de excedentes que propiciaban la acumulación de riqueza, junto a la influencia más allá del propio grupo de parentesco. El trabajo agrícola y el pastoreo favorecen también el desarrollo de nuevos conocimientos y habilidades, la invención de herramientas y armas sofisticadas, de vehículos para el transporte de productos y enseres, de fortificaciones y estrategias militares, así como surge la necesidad de organizar la política y la religión. Los nuevos agricultores y pastores están preparados para eliminar o integrar a sus vecinos cazadores-recolectores, en una nueva y superior forma de vida, pero menos equitativa.

La desigualdad se consolida en las concentraciones urbanas cada vez más grandes, y nuestros inconscientes ancestros dan otro paso irreversible hacia la desigualdad: hace unos 6.000 años aparecen las primeras ciudades y con ellas la necesidad de gobiernos centralizados y la aparición de nuevas e inéditas clases de sacerdotes, burócratas y políticos-guerreros que generan sus propios cargos, para mantener el orden y asegurar los suministros y un mínimo de servicios públicos. Con los derechos de propiedad y herencia, las mujeres son secuestradas y tomadas en propiedad, al tiempo que los prisioneros de guerra son reducidos a criados y esclavos. Ya no parece que sea posible librarse de las nuevas desigualdades, implantadas mediante prácticas que se convierten en ley. Al coste de la inocencia primordial, pasamos a ser individuos modernos, que ahora miran con lástima y envidia a aquellas sociedades “tradicionales” o “primitivas” que fueron perdiendo un relato del Progreso ahora entendido como Modernidad y como Historia.

Los cazadores-recolectores habitaban un radio territorial en el que, con toda seguridad, o no tenían competencia o lo protegían peleando ocasionalmente, en forma similar a las bandas de chimpancés. Aún así, nos parece razonable que no tuvieran necesidad de marcar un pedazo de tierra concreto y decir “esto es mío”. La escasez demográfica, junto a la abundancia de territorios permitían, sin duda, desplazarse en caso de invasión por otras bandas o depredadores. Parece sencillo imaginar que estas bandas fueran bastante igualitarias, aunque el liderazgo recayera en aquellos individuos más habilidosos, más inteligentes o más fuertes, aquellos que fueran más confiables, con liderazgos que podrían cambiar con la edad o con la merma de esas habilidades y ventajas individuales.

De la banda a la tribu y de ésta a la primera urbe, mientras los líderes se declaraban a sí mismos como reyes y a poco emperadores. A partir de la vida organizada en grandes concentraciones, la complejidad tuvo que ser creciente y a todos tuvo que parecerles algo inevitable. Pero ya no parecía posible ninguna vuelta atrás, aunque el poder fuera ejercido en forma arbitraria o despótica. Y aunque los jefes promovieran a sus parientes hacia los círculos de poder, haciendo permanente y hereditario su estatus. Diamond afirmaba que las “Poblaciones grandes no podían funcionar sin líderes que tomaran las decisiones, sin ejecutivos que las llevaran a cabo y sin burócratas que administraran las decisiones y las leyes”. Así se burlaba David Graeber de estas conclusiones de Diamond: “por desgracia para todos ustedes, lectores anarquistas que sueñan con vivir sin ningún gobierno estatal, esas son las razones de por qué su sueño no es realista: tendrán que buscar alguna pequeña banda o tribu dispuesta a aceptarte, donde nadie es un extraño y donde los reyes, presidentes y burócratas son innecesarios.” Una triste conclusión para cualquiera (no solo para los anarquistas), que se pregunte por la posible existencia de una alternativa al sistema dominante.

Pero, como afirman Graeber y Wengrow: lo notable es que esos pronunciamientos en realidad no están basados en ninguna clase de evidencia científica. No hay ninguna razón para creer que los grupos de pequeña escala son especialmente propensos a ser igualitarios, o que los grandes necesariamente tengan que tener reyes, presidentes y burócratas. Estos son solo prejuicios mostrados como hechos”.

En el tiempo presente tenemos argumentos para dar por terminado el Holoceno y hemos empezado a hablar del Antropoceno como nueva era geológica o como nueva época histórica de las relaciones entre sociedad y naturaleza, en la que el Neolítico significó el tránsito de la vida nómada a la sedentaria. El arqueólogo William Ruddiman ha sugerido que la revolución agrícola debería ser considerada el comienzo del Antropoceno, lo que eliminaría el Holoceno, ya que la deforestación causada por la agricultura habría determinado el incremento de la temperatura del planeta, con lo que la especie humana habría creado las condiciones de su propia existencia.

Las nuevas posibilidades de cultivo permitieron la explotación creciente de los cereales –trigo, arroz, maíz– que aún hoy son esenciales para la dieta humana. Y fueron los cereales, dice el antropólogo J. C. Scott los que permitieron el crecimiento de la población, el nacimiento de las ciudades, el surgimiento de los Estados y la emergencia de las sociedades complejas. Por la investigación arqueológica más reciente sabemos que la transición entre la vida sedentaria y la adopción de la agricultura es más que posible que fuera mucho más larga de lo que hasta ahora creíamos. La idea de que la agricultura provocó el sedentarismo es cierta, aunque se produjera durante un largo periodo, entre tres mil y cuatro mil años, hasta la conformación de las primeras economías agrarias basadas en la domesticación de plantas y animales.

Dice Arias Maldonado que hoy estamos en condiciones de afirmar dos cosas al respecto: la primera es que durante miles de años la revolución agrícola fue catastrófica para la mayoría de los protagonistas, los registros fósiles muestran que su vida era mucho más dura que la de los cazadores-recolectores; eran de menor estatura, enfermaban a menudo y morían con mayor frecuencia. La segunda conclusión es más política, consiste en identificar un vínculo entre el cultivo del grano y el nacimiento de los primeros Estados, porque el grano es fácilmente tributable, bien visible, divisible, tasable, almacenable, transportable y racionable; de paso, la necesidad de mano de obra condujo al trabajo forzado y al esclavismo, además de incentivar la guerra como medio para la obtención de criados y esclavos.

El antropólogo y anarquista David Graeber, como el arqueólogo David Wengrow, llaman la atención sobre la representación inadecuada del pasado de la especie, para ellos, el relato que nos hemos contado tradicionalmente acerca del origen de la desigualdad, de sello inequívocamente rousseauniano, ha restringido indebidamente nuestro sentido de la posibilidad política. Tendemos a concebir la desigualdad como una trágica necesidad, derivada naturalmente de la complejidad social. Es una falsa narración de la historia que sirve a legitimar un concepto de desigualdad “que conduce a un tratamiento gradual y tecnocrático del problema, lejos de cualquier transformación de calado”. Rousseau presentó una hipótesis o experimento mental sobre el estado de naturaleza, una parábola, no una investigación; ni es cierto que los grupos pequeños hayan de ser igualitarios, ni que los grandes sean necesariamente autoritarios. Se han encontrado restos de arquitectura monumental y enterramientos de hace más de veinte mil años han aparecido con cuerpos de sujetos engalanados, lo que no son precisamente muestras de sociedades igualitarias. Graeber y Wengrow indican que estas muestras son demasiado esporádicas, para otros indican que nunca hubo sociedades igualitarias. Como Arias Maldonado, yo pienso que «desde el principio mismo, los seres humanos experimentaban de manera consciente con distintas posibilidades sociales», por lo que la pregunta relevante no se refiere hoy a los orígenes del sistema de desigualdad social, sino, a ¿por qué nos hemos atascado en el actual?

Al mismo tiempo, como dicen Graeber y Wengrow, hablar de las ciudades como entidades desigualitarias o autoritarias tampoco sería del todo justo: hay ciudades muy viejas, que preceden con mucho al surgimiento de gobiernos autoritarios o de la administración burocratizada, que se organizaron sobre bases igualitaria; y no existen pruebas concluyentes de que las estructuras jerárquicas de gobierno sean consecuencia inevitable de la organización social a gran escala. Por eso, dicen ambos autores que tendemos a pensar que la democracia o la igualdad social son incompatibles con la moderna y compleja sociedad de masas. Su conclusión es que para crear nuevas posibilidades políticas en el siglo XXI, tendríamos que empezar por cambiar la narrativa histórica que nos hemos contado para explicar la evolución de nuestra especie.

Lo cierto y más novedoso hoy, lo que no podíamos imaginar antes, es que la denostada globalización pudiera tener algún efecto positivo, como es el surgimiento de una conciencia global en nuestra especie, de vulnerabilidad e interdependencia a escala global, entre individuos y entre sociedades, así como del conjunto de la especie respecto de la Naturaleza de la que formamos parte. Y es precisamente en este contexto real, de conciencia comunitaria global, es ahí donde considero que se abre una valiosa e inmensa posibilidad de un pacto comunal, global y local, que nos permita acometer la revolución integral necesaria para la superación de la civilización neolítica que hoy, once o doce milenios después, y en su actual forma estatal-capitalista, sigue lastrando la evolución de la especie humana.

Sin menospreciar la complejidad del mundo actual, ni de la tarea colosal que representa el proyecto de revolución integral, mi hipótesis parte de considerar a los derechos de propiedad y de herencia como el nudo gordiano a desatar. Lo diré concisamente: de no abolir estos derechos referidos a la Tierra toda y a todo el Conocimiento humano, no habrá forma de salir de este tobogán civilizatorio por el que nos deslizamos aceleradamente hacia nuestra propia extinción. La apropiación transmisible de la tierra y del conocimiento, sea individual o colectiva, privada o pública, siempre dará lugar a la acumulación capitalista, a la concentración de poder, al exceso de consumo energético y a la depredación mercantil de los bienes naturales que sirven al sustento de la vida, a la biodiversidad y al equilibrio ecológico de los ecosistemas terrestres. Solo con su erradicación será posible aproximarnos a formas de autogobierno o democracia real, solo si sustituimos el derecho de apropiación por un derecho universal de uso, administrado democráticamente por las comunidades convivenciales en regimen de responsabilidad moral y ecológica universal; solo restringiendo la apropiación privada a los bienes mobiliarios y a los producidos mediante trabajo individual o doméstico, solo así podremos impedir la concentración de poderes -militares, legales, culturales, económicos y políticos- generadores de Ordenes o Estados dominantes sobre la Naturaleza de la que somos parte.

Defender la propiedad individual de la tierra y del conocimiento, o esperar a que se vacíen las grandes urbes en las que hoy vive la mayoría de la población mundial, y seguir pensando que el autogobierno en democracia directa solo es posible en pequeñas comunidades aldeanas, al modo campesino-altomedieval, conduce a reforzar el estado de modernidad liberal que tiene sustento en el principìo neolítico de propiedad. Y que solo conduce a nuevos fracasos, al nihilismo y a la cronificación del estado de melancolía.


Notas:

(1) Manuel Arias Maldonado (Málaga, 1974) es un politólogo y escritor especializado en ciencia política, biopolítica y sistemas de gobierno. Su tesis doctoral (2001) estuvo dedicada a “Naturaleza, sociedad, democracia. Una crítica reconstructiva del ecologismo político”. En su ensayo sobre “La Democracia Sentimental: Política y emociones en el siglo XXI” se pregunta: ¿somos individuos políticamente racionales o más bien ciudadanos sentimentales? ¿Pueden explicarse los problemas de la democracia contemporánea como un efecto del peso de las emociones en el proceso político y la vida social? ¿O hay que rescatar a los afectos de su descrédito tradicional e integrarlos en una concepción más realista del ser humano?

(2) Según la wikipedia, una democracia iliberal es un sistema de gobierno en el que, aunque se celebren elecciones, los ciudadanos no tienen conocimiento de las actividades de quienes ejercen el poder real.Los gobernantes de una democracia iliberal pueden ignorar o eludir los límites constitucionales de su poder y también tienden a ignorar la voluntad de la minoría. Las elecciones en una democracia iliberal son a menudo manipuladas o amañadas y se utilizan para legitimar y consolidar en el poder al titular del gobierno.

(3) Se hace referencia aquí al texto “¿Cómo cambiar el curso de la historia humana? (al menos, la parte que ya ocurrió)”, del que son autores el antropólogo David Graeber y el arqueólogo David Wengrow. Dicho texto fue publicado originalmente en https://www.eurozine.com/change-course-human-history/ y ha sido publicado en castellano por El Salto: https://www.elsaltodiario.com/el-rumor-de-las-multitudes/como-cambiar-el-curso-de-la-historia-humana-o-al-menos-lo-que-ya-paso. En nota previa se informa del fallecimiento del antropólogo y activista David Graeber el pasado 3 de septiembre. El artículo, publicado en 2018, incluye los aspectos fundamentales que ambos autores tenían previsto tratar en su próximo libro conjunto.



viernes, 2 de julio de 2021

TARDE MAYOR

 

...Me lo veía venir mientras subía del cereal a las brañas y peñas de esta Castilla cántabra- grisazulada-hijadalga en jirones como el cielo de esta tarde mayor despeinada tras un instante de pasión en su propio espejo ensimismada.
 
 
 


 Esto es lo que me encontré en la carretera mientras subía a casa ayer por la tarde. Tuve que parar para hacer una foto antes que se velara con la noche. No me pude aguantar y lo pinté con un poema encima mejor que el mío de Jorge Guillén.


miércoles, 30 de junio de 2021

AIRE, AIRE...LIBRE Y COMUNAL

 

Me interesa mucho la historia y la ciencia en general, me interesa mucho conocer lo que piensa y ha pensado la gente cuya experiencia y conocimiento de la historia y de la ciencia son superiores a los míos, pero siempre que quiero tener y mostrar mi propia opinión me enfrento al mismo dilema: ¿acaso no puedo pensar por mí mismo?, aunque eso pudiera llevarme a parecidos pensamientos y aún reconociendo la posible influencia de todo lo leído, aún así, ¿no merece la pena hacerlo, pensar por uno mismo usando los libros para consultas, comparaciones y comprobaciones?

Pues eso me pasa cuando pienso en las cuestiones fundamentales que nos afectan en este tiempo de infoxicación y propaganda, que me fuerzo a pensar sin periódicos, televisiones, ni libros al lado, con el papel en blanco y a pecho descubierto, porque en ello veo una mejora de mi propia inteligencia y sentido autónomo de la vida, sin verme previamente condicionado en dicho esfuerzo por obligaciones o, más bien, pretensiones de “calidad científica” por delante de mi propia conciencia. No solo la mente, mi cuerpo y su experiencia me informan de estar hoy, junto a mi especie, en un ambiente irrespirable, submarino, a punto de asfixia en el fondo de una piscina, metáfora-resumen del tiempo y lugar de esta civilización capitalista que ha comprimido el espacio y el tiempo hasta reducirlo al tamaño de una piscina. Sé que no es infundada mi intuición, lo sé por sus efectos, toneladas de plásticos, de enfermos terminales y de cadáveres en suspensión, que veo acumular y depositarse aquí, en el fondo de la piscina (que a buen seguro viene de "peces", nosotros...los criados en esta piscifactoría).

Cuando alguien se está ahogando, no piensa en subir un poco para ganar unos metros, sino en subir cuanto antes a la superficie en busca de aire. A eso me refiero cuando hablo de compartir la tierra y el conocimiento como base de todo programa político en esta hora en la que se ha tocado fondo y ya no queda tiempo para especulaciones filocientíficas y dilaciones reformistas. Y no queda otra que tirar para arriba y llenar de oxígeno los pulmones. Llámalo revolución integral o pura necesidad, llámalo como quieras.

Me ofrecen un equipo de buceo de lo más sofisticado, lo último en tecnología, que podría permitirme respirar gracias a una reserva ilimitada de oxígeno embotellado, que podría llevar cómodamente encima, sólo es cuestión de práctica. Me dicen que llegas a acostumbrarte fácilmente, que ese oxigeno artificial es muy puro y que, incluso, cabe la posibilidad futura de poder desarrollar branquias como los peces, a fuerza de costumbre, pudiendo llegar a prescindir de toda esa carga. Al fin y al cabo, ¿no venimos de ahí?, ¿no fuimos en un principio animales marinos?, ¿no han sobrevivido las ballenas, mamíferos como nosotros, durante millones de años, bien adaptadas a vivir en el agua, razonablemente felices?

Me dicen que es cuestión de raciocinio, ni de intuición ni de conciencia, que hay que aceptar la realidad como es y aprender a navegar en ella. Pero no se me va de la cabeza que unos metros más arriba, por encima de la superficie de la piscina, pueda haber otra realidad al aire libre, donde podría respirar por mí mismo, sin gafas de buceo, sin mascarillas de respiración artificial, ni dependencia del suministro industrial de oxígeno embotellado. No sé muy bien de donde me vendrá esa idea, si será ancestral memoria o mera ilusión de pez que quisiera ser humano. No le des más vueltas, no es más que un sueño, me dicen, una ingenua utopía...pero es que a mí no se me quita de la cabeza ese aire de allá arriba.

La ingenuidad, como la inocencia,  está mal vista, ambas son virtudes despreciadas y vemos a todas horas cómo a partir de habernos acostumbrado a banalizar el mal, se llega también a banalizar el bien. Y, sin embargo, tengo la certeza de que este orden canalla en el que vivimos ya se hubiera derrumbado de no ser que mucha gente todavía practica la empatía, que se levanta cada mañana con idea de reiniciar de nuevo la vida, dispuesta a sumar gestos de cuidado y amabilidad...que sí, que pueden parecer pequeños y pasar desapercibidos, pero que son los que frenan buena parte de los odios y guerras cotidianas a las que “naturalmente” somos impulsados desde la ciencia de la competitividad, en alianza con nuestro más primario instinto de supervivencia. No es que a esa gente se les niegue cualquier esperanza de otro mundo mejor, es que ni siquiera se les concede que puedan pensar en ninguno mundo, ninguno que no sea repetición de este averiado e irrespirable mundo mercantil.

Podría pensar en términos medios, pensar que poco a poco se podrían conseguir logros más altos; pero habiendo tocado fondo, resulta que en el descenso hemos gastado la mayor parte de la reserva de oxígeno que cabe en los pulmones. Por eso que no sea cuestión de método, más o menos científico, ni de sobreponerse a la relatividad de las leyes físicas y morales, es que ya no podemos entretenernos en eso, tenemos que tirar cuanto antes para arriba, donde nos dicen nuestros pulmones que puede haber un aire tan comunal como libre.

viernes, 25 de junio de 2021

CAMBIO CLIMÁTICO, PACTO VERDE Y MELANCOLÍA PROGRESISTA

 

Ilustración de la revista "Anfibia" (Buenos Aires)

 

Según el relato oficial, el Pacto Verde es la supuesta solución a los efectos catastróficos de un cambio climático que, supuestamente, tiene entidad apocalíptica. La estafa no puede ser más vieja ni más eficaz: te inoculan una enfermedad para después venderte la inyección que te puede curar.

La que no es supuesta es la realidad de un sistema dominante cuyo funcionamiento, por sus propios fundamentos y dinámicas, genera necesariamente desastres ambientales como nunca haya presenciado la humanidad en su dilatada historia. Unos efectos que van más allá del cambio climático, arrasando la biodiversidad del planeta y, por tanto, alterando grave e irreversiblemente el equilibrio ecológico del ecosistema terrestre, agotando recursos naturales que ya no podrán utilizar las futuras generaciones humanas, degradando tierras, océanos, ríos y, más grave aún, degradando la naturaleza social, convivencial y comunitaria de nuestra especie, mediante  economías de mercado y democracias estatales que aíslan a los individuos y los enfrentan en fratricida competencia por la propiedad y el consumo, convirtiéndolos de facto en clientes cautivos, dada su absoluta dependencia de un orden totalitario que en menos de tres siglos ha logrado hegemonía a escala global.

Se inicia en esta década la siguiente fase de la gran estafa, la tecno-ecológica. Pero bien matizada y planificada, un mágico cóctel de tecnología y ecología, presuntamente científico, "lo mejor" para la continuidad del empleo servil y de los negocios que se nutren de este empleo, tecnología en la estantería  del supermercado global, junto con ecología casera y conservadora en tierra propia, al tiempo que depredadora  en tierra ajena. Con dobles negocios por todas partes: desertizar el extranjero para, con la ganancia, ajardinar la casa propia, provocando emigraciones desde los desiertos del sur hacia los jardines del norte, para emplear criadas, jardineros y camareros  a precio de saldo, con lo que eso supone en ahorro de gasto en sueldos nacionales. Y así todos quedan supuestamente contentos, porque todos creen salir ganando: el emigrante que consigue mejorar su sueldo aunque su comunidad y su  país se arruinen; el trabajador nacional, que aunque gane menos que antes, podrá cobrar el subsidio de paro y la  jubilación gracias a las criadas, jardineros y camareros neocotizantes...por lo que  todos estarán contentos y agradecidos, siempre en deuda con el Estado, como siempre lo estuvieron los buenos empresarios empleadores, que gracias a esta sintonía podrán conservar intacto su negocio, tan trabajosa y mágicamente conseguido.

Ni es la primera vez que la humanidad afronta un calentamiento global del planeta, ni es creíble que, incluso en el peor de los escenarios previstos (que sería una subida de 5º en la temperatura media del planeta), eso pueda significar un peligro de tal envergadura que hiciera inevitable la extinción de nuestra especie. No cuando nunca antes la humanidad tuvo tanta experiencia y conocimiento, como ahora, para poder afrontarlo. Pero el dramatismo es parte imprescindible del guión previsto, tengamos en cuenta que sólo un enunciado apocalíptico puede concitar una masiva y suficiente adhesión al Pacto Verde, presentado como única forma de evitar "lo peor". Y si no sale bien, siempre será culpa de quienes no se sumaron a esta iniciativa “ecológica global”, panda de extremistas, negacionistas y conspiranoicos.

En ningún caso podrá ser una catástrofe final, sin que quiera con ésto minimizar el problema, ni decir que el cambio climático, aún en las previsiones más moderadas, no llegue a ocasionar grandísimos costes humanos...pero que serán mucho más graves si las poblaciones más afectadas, posiblemente cientos de millones de humanos, lo sufren bajo las condiciones de vida impuestas por el orden estatal-capitalista.

No tengo razones suficientes que me permitan negar los datos científicos. A partir de los mismos, es perfectamente constatable la progresión geométrica del deterioro ambiental en la secuencia histórica del desarrollo capitalista, significativamente agravado a partir de las dos guerras mundiales. Es real un agravamiento progresivo de los datos, en correlación con la aceleración desarrollista experimentada tras esa convulsa época que corresponde a buena parte del pasado siglo XX. Y, aún así, si albergara alguna duda, ésta no afectaría a la identificación de la mayor de las obviedades: que el Pacto Verde proyectado es la tabla de salvación, la más conveniente para un sistema que se ahoga en su propia crisis y que si quiere sobrevivir está obligado a huir hacia adelante, sea cual sea el precio. Es inevitable que su incapacidad para pensar y producir buen progreso humano no traiga consigo la generalización de la guerra, la destrucción de los ecosistemas, la vanalización de la vida en general y de la humana en particular. Porque el Pacto Verde y su milonga de la transición energética no tratan de salvar a la humanidad del cambio climático, sino de reflotar un transatlántico capitalista que hace agua por sus cuatro costados.

Me viene a la memoria algo que dijo hace años Ocalan, el eterno preso kurdo, cuando oponía su método del sentido al método científico que maneja el capitalismo; porque, ¿de qué vale la complejidad analítica y cuantitativa de este método de conocimiento si carece de sentido vital, si su objetivación positivista es un contrasentido que transforma al sujeto humano separándolo de la Naturaleza, convirtiendo en objeto a ésta y al propio sujeto, llegando al trágico absurdo de manejar "científicamente" - como objetos- a la naturaleza toda, lo que incluye al resto de humanos e, incluso, a sí mismos.

Reconozco que me ha inspirado esta reflexión la lectura de un artículo del partido Izquierda Comunista en su web “Communia”. Y estoy plenamente de acuerdo con su diagnóstico, que entiende el Pacto Verde como “no-solución capitalista” y donde se afirma que tanto los economistas como sus estadísticas señalan que “los costes del cambio climático son contenibles dentro de una estrategia sostenible de crecimiento (=acumulación) del capital. No es por eso que el Pacto Verde se haya puesto en marcha. Tampoco para evitar costes humanos. Tras más de un millón de muertos directos censados por el Covid está bastante claro que el capitalismo y el estado están dispuestos a sacrificar las vidas que hagan falta para mantener la rentabilidad del capital. El objetivo y esencia del Pacto Verde no es salvar el medio natural, ni vidas humanas, ni siquiera evitar daños climáticos para sus beneficios: es organizar la mayor transferencia de rentas del trabajo al capital desde las dos guerras mundiales. Su puesta en marcha lo está haciendo evidente con brutalidad a ambos lados del Atlántico, en los precios de la energía, la vivienda, el urbanismo, la alimentación, el transporte…” Y concluyen que “El Pacto Verde utiliza la idea de emergencia climática para imponer una unión sagrada climática vista como necesidad universal, lo que no es más que una estrategia para revalorizar inversiones y reanimar el capital. Dejémoslo claro: el Pacto Verde, en el mejor de los casos puede reducir emisiones de CO2 y metano, pero esa estrategia es solo un objetivo instrumental, una guía. Y lo que es más importante, no va a armonizar las relaciones entre Humanidad y Naturaleza, las va a agravar”.

Sigo estando de acuerdo cuando se refieren a la ruptura por el capitalismo de la relación entre humanidad y naturaleza, y que restaurar esta relación exige constituir un metabolismo común a partir de restaurar previamente la comunidad humana universal. Y no puedo estar más de acuerdo cuando se refieren a la respuesta reaccionaria de la pequeña burguesía en apoyo del Pacto Verde: El problema de estas capas intermedias es que su objetivo primario, mantener su posición social dentro del sistema, las alinea con una comprensión capitalista del mundo…incluso cuando se rebelan contra sus consecuencias. No tienen un modelo alternativo: no pueden imaginar un mundo en el que el capitalismo o sus premisas no existan, porque dejarían de existir ellos mismos como clase. Son por ello impotentes políticamente y reaccionarios históricamente. Y por eso sus reivindicaciones acaban siendo fácilmente instrumentalizadas por el estado o por grupos de la clase dirigente contra los trabajadores”.

Hasta ahí no podríamos estar más de acuerdo. Y me asombra positivamente su descreimiento del Estado y su intuición de comunidad, que veo como un avance. Pero ahí concluyen mis coincidencias, porque el remedio que proponen es el mismo de todos los viejos y nuevos marxistas: esperar confiadamente a la resurrección de una conciencia proletaria tan improbable como inexistente, tanto como la misma clase proletaria que sustenta su religiosa fe progresista. No han comprendido todavía que su cosmovisión economicista retroalimenta el germen propietarista que afecta hoy por igual a dominantes y dominados. Todavía no han comprendido que los trabajadores del capitalismo contemporáneo, incluso los más pobres, por serlo no devienen necesariamente en revolucionarios porque, gracias a la modernidad desarrollista-progresista inoculada por liberales y marxistas, lo que ellos quieren es ser propietarios, como los ricos.  

Quedan todos así sumidos en la melancolía revolucionaria, como estatuas de sal, ese es su nuevo estado desde hace al menos medio siglo,  desde la demolición del muro de Berlín seguida del continuado fiasco en todas las últimas revoluciones "proletarias y populistas".

¿Todavía hay quien crea que es casualidad el resurgimiento actual de los viejos totalitarismos, en este preámbulo del programa neoliberal compuesto de Agenda Climática, Pacto Verde y  Transición Energética?, ¿es que no sabe nadie que esos cafres son su fuerza de reserva, por si les sale mal la jugada tecnoecológica?

A ésto debe referirse Markus Gabriel, el filósofo neoilustrado e hiperrealista de moda en Alemania, cuando sentencia:  “si no logramos hacer realidad un progreso moral que implique valores universales para el siglo XXI —y por lo tanto, para todos los seres humanos—, caeremos en un abismo de una profundidad inimaginable”. Al igual que me sucede con muchos ecosocialistas y ecofeministas, neomarxistas y neoanarquistas, estoy de acuerdo a medias, lo que no deja de ser una forma de empezar a entenderse. Yo les propongo un pacto global del común, un acuerdo de convivencialidad y comunalidad a partir de principios universales, que cualquier individuo puede comprender y aplicar en comunidad, libre y responsablemente. Ni siquiera pido que dejen de pensar como liberales, feministas, anarquistas, marxistas o ilustrados progresistas, les pido un mínimo acuerdo sobre principios universales que caben en menos de tres renglones: 1, cuidado y respeto por la vida humana como por todas las formas de vida, 2, declaración unilateral de la tierra y el conocimiento como bienes comunales universales y 3, democracia comunitaria o de verdad.

Y a todos les recuerdo que sabemos cuando un principio es acertado solo cuando lo medimos por los hechos morales, ¿verdad o no, señor Markus?

miércoles, 23 de junio de 2021

EL SALTO A LA CONVIVENCIA

 

Omnia sunt communia, obra de Paco Garabato

 

Recomiendo la lectura del artículo dedicado a la convivencialidad, recién publicado por Sara Escribano en el blog “Bienes Comunes” de El Salto, centrada en la obra de Ivan Illich:

https://www.elsaltodiario.com/la-comunal/la-convivencialidad?fbclid=IwAR1LQ2ZLNpRBfcz2DQvZ2dnT-7rKS5gU-gBl3o_Ly3ay00i7pOinlg_ZDDo

Para leer o descargar el libro “La convencialidad” de Ivan Illich, seguir este enlace:

http://habitat.aq.upm.es/boletin/n26/aiill.html

Cita adjunta: “En el seminario de enero de 1972 en el centro Intercultural de Documentación (CIDOC) de Cuernavaca, Iván Illich compartió con un grupo de latinoamericanos la siguiente hipótesis: «existen características técnicas en los medios de producción que hacen imposible su control en un proceso político. Sólo una sociedad que acepte la necesidad de escoger un techo común a ciertas dimensiones técnicas en sus medios de producción tiene alternativas políticas.

De la discusión de esta hipótesis surgió su libro “La convivencialidad” en el que Illich esbozó una crítica general de la sociedad industrial en un marco conceptual que permitía analizar conjuntamente la degradación ambiental de consecuencias catastróficas, la marcada polarización social en un mundo caracterizado por la sobreprogramación (institucionalización obligatoria) de los individuos y la obsolescencia planificada de los artefactos tecnológicos, y la creciente impotencia e ineptitud de la gente para moldear su entorno físico y social como consecuencia del monopolio radical ejercido por las instituciones modernas”.

Hernando Calla, texto “La convivencialidad de Ivan Illich, ¿una teoría general de las herramientas?” Web: https://www.ivanillich.org.mx/



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A FAVOR DE LA CASA

Foto de Architectuur Wijzer (Bélgica)

  

Contra cortijos, masías, caseríos, fincas, chalets, bloques de pisos o apartamentos y todas las formas derivadas del sistema neolítico de apropiación de la tierra


Todas estas formas de “habitar” son variantes de una misma ideología individualista y propietarista, viviendas con formas derivadas - aunque cueste creerlo-, de la villas griegas y romanas, de los medievales castillos feudales y de las modernas mansiones burguesas, pasando por las primeras urbanizaciones de adosados y también, cómo no, por la “vivienda social” o proletaria de la postrera modernidad industrial.

Para el poder (gente desempleada), esta última forma “social” fue la más eficiente para sus intereses económicos y políticos, porque permitía levantar con rapidez barrios y bloques en las periferias, donde meter en lata a la gente empleada y a otros aún más pobres, haciendo con ello un triple negocio: se gastaba poco espacio, se obtenían buenas ganancias en tal negocio constructivo y, además, se conseguía otro gran beneficio añadido, este ideológico, consistente en facilitar al proletariado cumplir su sueño, su pequeña ilusión de propietario pequeñoburgués, con sus propias escrituras de propiedad, a imitación de la gente “de bien”, hacerse propietarios como los burgueses de toda la vida, fueran éstos de primera o segunda categoría, nobles, mercaderes, prestamistas, mandos intermedios, funcionarios y profesionales “liberales”, hacerse propietarios como ellos, con mucho sacrificio pero, ¡por fin, propietarios!

Se estrenaba así una nueva forma de pequeña propiedad privada en apartamentos y pisitos sociales, que a todos convertían en honrados ciudadanos, dignamente integrados en la sociedad Moderna y definitivamente bien encarrilados en la senda del Progreso. ¿Quién se lo iba a decir a aquellos sedentarios agricultores del Neolítico, primeros propietarios, que sin saberlo pusieron los cimientos del aberrante sistema que ya hace miles de años empezó a llamarse Estado o Imperio y que desde hace bien poco -poco más de dos siglos- también se llama Capitalismo.

Toda forma de propiedad de la Tierra, individual o colectiva, es antisocial y antiecológica. Sí, no tengo término medio y lo sé a conciencia. Cierto que yo prefiero "la casa", y no es sólo porque a mí me guste más, también tengo razones sociales y políticas, a fuerza de éticas y ecológicas.

La casa permite versiones plurales y creativas de vida en comunidad, pero con intimidad; puede ser vecinal en modo convivencial y permite la individualidad sin aislamiento social. Eso sí, a condición de habitarla mediante derecho de uso y no de propiedad. Espero que la vivienda llegue a ser un bien comunal-vecinal, porque no se me ocurre otro modo mejor de hábitat humano, que sea social y ecológicamente razonable. Algún día, también espero convencer de ésto a quienes enseñan arquitectura y urbanismo. Mi modelo es “la casa en manzana”, unidades de casas no adosadas, que conforman una unidad urbana mayor, que a su vez es unidad constructiva de un barrio, como éste lo es también de una nueva ciudad, una comunitaria, ni rural-aldeana, ni de hormigón vertical: una urbe de tamaño convivencial...y se acabó la batalla campo-ciudad.

Las casas que digo tienen huerto en vez de jardín, lo tienen en la zona interior de la manzana, un huerto comunitario en el que cada casa cultiva su parte proporcional que, si quiere, comparte. En medio de este huerto estaría bien construir, antes incluso que las casas, un edificio de planta baja destinado a usos comunitarios, con amplio salón de reuniones y encuentros, junto a un espacio de cuidados donde atender a personas mayores y niños, además de cocina y lavadora colectivas.

Estará bien un pequeño jardín corrido, sin vallas, delante de las casas. Imagino un espacio entre casa y casa, bajo cubierta, para charlar o donde resguardar de la intemperie a vehículos y aperos. Las casas tendrán tres plantas como mucho, incluyendo la de calle y la bajo cubierta, que será corrida, destinada a invernadero comunitario, con techo-solarium que caliente la casa y aproveche la energía solar y eólica, acercándose lo más posible a la autonomía energética de cada casa y cada manzana (no más de cuarenta o cincuenta casas). Intercalados en esta planta bajo cubierta, podrían quedar integrados unos cuantos apartamentos de acceso independiente, para uso temporal de jóvenes en edad de emanciparse, así como para uso de invitados temporales.

Y algunos detalles no menos importantes: cada casa tendrá en planta baja un recibidor junto a un espacio grande de uso múltiple (oficina-tienda-taller y almacén), donde realizar trabajos y hacer intercambios de productos y servicios, destinando la planta alta al resto de necesidades habitacionales, como sala de estar, cocina-comedor, aseo y dormitorios. En cualquier geografía y clima vendrá muy bien que toda la manzana disponga de aceras o viales peatonales bajo soportales corridos, que protejan a los transeúntes del sol, como del frío o de la lluvia, situando en paralelo viales para bicicletas y otros vehículos de transporte público y privado de velocidad lenta, que serán diseñados y fabricados con tecnologías autónomas propias, personal y/o comunitariamente en cada caso.

Viviendas con intimidad doméstica, formando manzanas comunitarias que a su vez se integran y articulan con plazas dedicadas a servicios públicos y espacios verdes, bien integradas en el conjunto del entramado urbano. Viviendas y manzanas comunitarias que, incluso ahora, en medio de una economía todavía capitalista, pueden acometerse como proyectos cooperativos, similares a otros modelos comunitarios ya experimentados en Dinamarca, Suecia, Uruguay, Bélgica, Alemania o Cataluña (Sostre Civic), el modelo de “cooperativas de uso” que, básicamente, consiste en que la propiedad de la vivienda siempre reside en la cooperativa (no en sus socios individuales) y en las que sus miembros participan y disfrutan de un uso indefinido de la vivienda a través de un derecho de uso asequible (1), todos estos proyectos a futuro podrían contemplar la participación directa en los trabajos de construcción durante la fase destinada a estructura, infraestructura y equipamiento básicos, dejando la terminación de cada vivienda a sus respectivos usuarios, según sus propias necesidades, gusto y creatividad.

Autonomía personal y comunitaria, autonomía como deber voluntariamente adoptado, por responsabilidad y para no cargar a los demás y a la sociedad con obligaciones que son propias. Construir y cultivar tienen que ser actividades integradas en el hacer personal y comunitario, como parte sustancial de esta autonomía convivencial y libertad efectiva, junto con la comunalidad de la tierra y la vivienda (que, no olvidemos, se asienta sobre la tierra común, como todas las edificaciones e infraestructuras). Esta autonomía es principio elemental y de radical trascendencia social, ética, ecológica y política.

La mentalidad propietarista impregnó y determinó la cosmovisión de las gentes y generaciones a lo largo de la historia, pasando desapercibida durante los siglos en que la superpoblación y el deterioro ecológico no tenían la trágica consistencia y dimensión global que hoy tienen y pudo ser considerada una mentalidad “normal”.

Solo desde la carencia de sentido común y de la realidad del tiempo presente, puede pensarse hoy que cabe alguna solución propietarista a la crisis ecológica, agravante de la más general y sistémica crisis civilizacional. Mientras persista el derecho de propiedad privada sobre la tierra y la vivienda, en vez del derecho de uso, mientras no prime el derecho universal al uso de la tierra -incluyente de los de cultivo y vivienda-, mientras no sea interiorizado mayoritariamente como deber personal y comunitario, hablar de sostenibilidad seguirá siendo solo un entretenimiento intelectual para políticos, sociólogos, ecólogos y ecologistas de salón.


Nota:

(1) Ver https://blognanin.blogspot.com/2011/02/techo-civico.html