miércoles, 23 de junio de 2021

A FAVOR DE LA CASA

Foto de Architectuur Wijzer (Bélgica)

  

Contra cortijos, masías, caseríos, fincas, chalets, bloques de pisos o apartamentos y todas las formas derivadas del sistema neolítico de apropiación de la tierra


Todas estas formas de “habitar” son variantes de una misma ideología individualista y propietarista, viviendas con formas derivadas - aunque cueste creerlo-, de la villas griegas y romanas, de los medievales castillos feudales y de las modernas mansiones burguesas, pasando por las primeras urbanizaciones de adosados y también, cómo no, por la “vivienda social” o proletaria de la postrera modernidad industrial.

Para el poder (gente desempleada), esta última forma “social” fue la más eficiente para sus intereses económicos y políticos, porque permitía levantar con rapidez barrios y bloques en las periferias, donde meter en lata a la gente empleada y a otros aún más pobres, haciendo con ello un triple negocio: se gastaba poco espacio, se obtenían buenas ganancias en tal negocio constructivo y, además, se conseguía otro gran beneficio añadido, este ideológico, consistente en facilitar al proletariado cumplir su sueño, su pequeña ilusión de propietario pequeñoburgués, con sus propias escrituras de propiedad, a imitación de la gente “de bien”, hacerse propietarios como los burgueses de toda la vida, fueran éstos de primera o segunda categoría, nobles, mercaderes, prestamistas, mandos intermedios, funcionarios y profesionales “liberales”, hacerse propietarios como ellos, con mucho sacrificio pero, ¡por fin, propietarios!

Se estrenaba así una nueva forma de pequeña propiedad privada en apartamentos y pisitos sociales, que a todos convertían en honrados ciudadanos, dignamente integrados en la sociedad Moderna y definitivamente bien encarrilados en la senda del Progreso. ¿Quién se lo iba a decir a aquellos sedentarios agricultores del Neolítico, primeros propietarios, que sin saberlo pusieron los cimientos del aberrante sistema que ya hace miles de años empezó a llamarse Estado o Imperio y que desde hace bien poco -poco más de dos siglos- también se llama Capitalismo.

Toda forma de propiedad de la Tierra, individual o colectiva, es antisocial y antiecológica. Sí, no tengo término medio y lo sé a conciencia. Cierto que yo prefiero "la casa", y no es sólo porque a mí me guste más, también tengo razones sociales y políticas, a fuerza de éticas y ecológicas.

La casa permite versiones plurales y creativas de vida en comunidad, pero con intimidad; puede ser vecinal en modo convivencial y permite la individualidad sin aislamiento social. Eso sí, a condición de habitarla mediante derecho de uso y no de propiedad. Espero que la vivienda llegue a ser un bien comunal-vecinal, porque no se me ocurre otro modo mejor de hábitat humano, que sea social y ecológicamente razonable. Algún día, también espero convencer de ésto a quienes enseñan arquitectura y urbanismo. Mi modelo es “la casa en manzana”, unidades de casas no adosadas, que conforman una unidad urbana mayor, que a su vez es unidad constructiva de un barrio, como éste lo es también de una nueva ciudad, una comunitaria, ni rural-aldeana, ni de hormigón vertical: una urbe de tamaño convivencial...y se acabó la batalla campo-ciudad.

Las casas que digo tienen huerto en vez de jardín, lo tienen en la zona interior de la manzana, un huerto comunitario en el que cada casa cultiva su parte proporcional que, si quiere, comparte. En medio de este huerto estaría bien construir, antes incluso que las casas, un edificio de planta baja destinado a usos comunitarios, con amplio salón de reuniones y encuentros, junto a un espacio de cuidados donde atender a personas mayores y niños, además de cocina y lavadora colectivas.

Estará bien un pequeño jardín corrido, sin vallas, delante de las casas. Imagino un espacio entre casa y casa, bajo cubierta, para charlar o donde resguardar de la intemperie a vehículos y aperos. Las casas tendrán tres plantas como mucho, incluyendo la de calle y la bajo cubierta, que será corrida, destinada a invernadero comunitario, con techo-solarium que caliente la casa y aproveche la energía solar y eólica, acercándose lo más posible a la autonomía energética de cada casa y cada manzana (no más de cuarenta o cincuenta casas). Intercalados en esta planta bajo cubierta, podrían quedar integrados unos cuantos apartamentos de acceso independiente, para uso temporal de jóvenes en edad de emanciparse, así como para uso de invitados temporales.

Y algunos detalles no menos importantes: cada casa tendrá en planta baja un recibidor junto a un espacio grande de uso múltiple (oficina-tienda-taller y almacén), donde realizar trabajos y hacer intercambios de productos y servicios, destinando la planta alta al resto de necesidades habitacionales, como sala de estar, cocina-comedor, aseo y dormitorios. En cualquier geografía y clima vendrá muy bien que toda la manzana disponga de aceras o viales peatonales bajo soportales corridos, que protejan a los transeúntes del sol, como del frío o de la lluvia, situando en paralelo viales para bicicletas y otros vehículos de transporte público y privado de velocidad lenta, que serán diseñados y fabricados con tecnologías autónomas propias, personal y/o comunitariamente en cada caso.

Viviendas con intimidad doméstica, formando manzanas comunitarias que a su vez se integran y articulan con plazas dedicadas a servicios públicos y espacios verdes, bien integradas en el conjunto del entramado urbano. Viviendas y manzanas comunitarias que, incluso ahora, en medio de una economía todavía capitalista, pueden acometerse como proyectos cooperativos, similares a otros modelos comunitarios ya experimentados en Dinamarca, Suecia, Uruguay, Bélgica, Alemania o Cataluña (Sostre Civic), el modelo de “cooperativas de uso” que, básicamente, consiste en que la propiedad de la vivienda siempre reside en la cooperativa (no en sus socios individuales) y en las que sus miembros participan y disfrutan de un uso indefinido de la vivienda a través de un derecho de uso asequible (1), todos estos proyectos a futuro podrían contemplar la participación directa en los trabajos de construcción durante la fase destinada a estructura, infraestructura y equipamiento básicos, dejando la terminación de cada vivienda a sus respectivos usuarios, según sus propias necesidades, gusto y creatividad.

Autonomía personal y comunitaria, autonomía como deber voluntariamente adoptado, por responsabilidad y para no cargar a los demás y a la sociedad con obligaciones que son propias. Construir y cultivar tienen que ser actividades integradas en el hacer personal y comunitario, como parte sustancial de esta autonomía convivencial y libertad efectiva, junto con la comunalidad de la tierra y la vivienda (que, no olvidemos, se asienta sobre la tierra común, como todas las edificaciones e infraestructuras). Esta autonomía es principio elemental y de radical trascendencia social, ética, ecológica y política.

La mentalidad propietarista impregnó y determinó la cosmovisión de las gentes y generaciones a lo largo de la historia, pasando desapercibida durante los siglos en que la superpoblación y el deterioro ecológico no tenían la trágica consistencia y dimensión global que hoy tienen y pudo ser considerada una mentalidad “normal”.

Solo desde la carencia de sentido común y de la realidad del tiempo presente, puede pensarse hoy que cabe alguna solución propietarista a la crisis ecológica, agravante de la más general y sistémica crisis civilizacional. Mientras persista el derecho de propiedad privada sobre la tierra y la vivienda, en vez del derecho de uso, mientras no prime el derecho universal al uso de la tierra -incluyente de los de cultivo y vivienda-, mientras no sea interiorizado mayoritariamente como deber personal y comunitario, hablar de sostenibilidad seguirá siendo solo un entretenimiento intelectual para políticos, sociólogos, ecólogos y ecologistas de salón.


Nota:

(1) Ver https://blognanin.blogspot.com/2011/02/techo-civico.html



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