El
horizonte de
progreso lineal y
acumulativo que
hasta
hace bien poco guiaba a nuestras modernas sociedades industriales,
ahora
hace
aguas por los cuatro costados. Y nunca
mejor dicho cuando cuatro son los jinetes del
apocalipsis que
cabalgan juntos,
generalmente
identificados
con
las crisis ecológica, económica,
ética y política.
Yo
le añado
una crisis del conocimiento (episteme) como quinto jinete. Valga
este
símil apocalíptico para
describir la falla
de
la
civilización en
la
que sentimos
estar, cuya
dimensión global, sin
precedentes en la historia de la humanidad, parecen
justificar esta adjetivación
de
apocalíptica con
significado de catástrofe, pero conviene
no olvidar que
en
nuestra cultura la
palabra apocalipsis
nos
refiere a un contexto bíblico,
con
significado de “revelación divina”,
por
lo que
el Libro
del Apocalipsis también es
denominado Libro de la Revelación, último
libro del Nuevo Testamento,
considerado
de carácter profético.
Y,
sin embargo, desprovista de esta
contextualización
religiosa, en su origen
griego
primigenio,
apocalypsis
o
revelación significa
“toda
acción
y efecto de correr el velo que encubre lo desconocido”, algo
que nos parece más aproximado a lo que hoy consideramos como
objetivo
de toda ciencia o conocimiento.
Si
aceptamos lo ingente de lo desconocido, su revelación progresiva
justifica
un método de conocimiento necesariamente evolutivo, en contínuo
cambio revelador,
es
decir,
todo
lo contrario a
su estancamiento en paradigmas o
modelos
inamovibles y
ensimismados
en los
particulares
logros de
sus
investigaciones.
Creo
que este
ensimismamiento
es
característico
de
la ciencia académica,
heredera
del pensamiento ilustrado que diera lugar a la moderna
sociedad
industrial, enfocada
en
una
mecanicista
idea
del
progreso, que
hoy
anda
maltrecha y atascada, reacia a toda
evolución-revelación,
a
todo
cambio de
paradigma.
Desde
la
filosofía de la ciencia no puede
ser
resuelta
esta desviación
de unas ciencias que
al
hacerse académicas
y oficiales,
se
resisten a entender
que los
hallazgos de
sus investigaciones son
“explicaciones” de la realidad, es
decir, metáforas
aproximativas y no verdades absolutas, de tal modo que la mejor
ciencia sería
aquella
que consiga
explicar
lo desconocido
en modo más completo, camino de desvelarlo.
Albert
Einstein protagonizó uno de los principales cambios de paradigma
científico del pasado
siglo
XX. Recordemos que tuvo que desenvolverse en una época
en la que todavía era preeminente, en la ciencia
Física, el
paradigma de las leyes enunciadas
por Newton doscientos
años antes,
las
que
definen la
mecánica clásica
(la
de inercia,
la de
relación
entre fuerza y aceleración y la de acción y reacción),
según
la cual todos
los movimientos se atienen a la
formulación matemática de estas leyes.
El
descubrimiento (revelación, una vez más) de la
equivalencia entre masa y energía, el
revolucionario cambio de paradigma que supuso
su
teoría de la relatividad, puso patas arriba al conocimiento
científico de su época y,
sin embargo, su teoría no negaba la
hipótesis de
Newton, sino que la
completaba, aportando
una mejor explicación en el horizonte
de comprender la
esencia y funcionamiento
del
cosmos, entendido
éste
como
un continuo
espacio-tiempo.
Así,
cada nuevo paradigma surge partiendo de otro previo, al que sustituye
o completa,
sin que por norma le sea necesaria su negación. No obstante, el
cambio de paradigma tiende a ser drástico en el campo de las
ciencias, más
cuando
éstas tienden en
la madurez a su estabilidad e
inmovilidad.
Tal
es
el caso de la Física, que a finales del siglo XIX creía
haberlo descubierto todo, sin que le faltase otra cosa que “más
mediciones y más precisas”, según
la famosa frase que pronunciara Lord Kelvin en 1900. Solo habían
pasado
cinco años cuando Albert Einstein publicó su trabajo sobre la
relatividad, que superaba la mecánica de Newton que
fuera el
paradigma
dominante durante los
dos siglos previos.
Este es un buen ejemplo para
lo
que yo pienso
que sucede en la actualidad con la ciencia de la Biología y
su
atadura a la
ley de la selección natural de Darwin, como explicaré más
adelante.
Es
buen ejemplo
porque la teoría de Enstein
redujo
las leyes de Newton a
un caso especial, como
pienso
que acabará sucediendo con la teoría darwiniana. El caso es que
la mecánica de Newton sigue siendo hoy
una
excelente aproximación (explicación)
en
el
contexto específico
de
velocidades que
sean lentas
en comparación con la
velocidad de la luz.
En
“ La
estructura de las revoluciones científicas”, publicada
en 1.962,
decía
Thomas
Kuhn
que
"...las
sucesivas transiciones de un paradigma a otro mediante
alguna revolución, es el patrón de desarrollo usual de la ciencia
madura".
Este
libro es
un análisis sobre la historia de la ciencia, que
marcó un hito en la sociología
del conocimiento y la
epistemología,
provocando
la popularización de los términos “paradigma” y “cambio de
paradigma”. Fue
una obra
revolucionaria en
cuanto que
establecía
la necesidad de aplicar
una
perspectiva histórica a los desarrollos científicos, asumiendo
que la ciencia es una empresa humana y que
como
tal es
histórica
y,
en
consecuencia,
sujeta
a transformaciones.
Significó
por
sí misma un "cambio paradigmático" en la historia, la
sociología y la filosofía de la ciencia. Khun
decía
en
esa obra que
un paradigma provee al científico de
cuestiones tan
importantes como
éstas:
de un
entendimiento de la naturaleza esencial
del objeto que investiga, de
una
base a
partir de la que puede
elaborar maneras nuevas y particulares de observar el mundo y que,
como resultado,
quienes
comparten un
mismo
paradigma también comparten un acuerdo acerca de las preguntas
primarias que deben ser hechas respecto del fenómeno estudiado.
Estructurado
el saber académicamente, en modo analógico-mecanicista, parcelado
en compartimentos estancos, su comprensión de la realidad estudiada
tiene inmensas dificultades para encontrar amplitud
y complitud
en sus explicaciones, autolimitadas
al área de conocimiento que previamente ha compartimentado...y
por sus propias contradicciones.
Su especialización opera así en contra de su evolución y
en contra
del método científico en el que dice apoyarse. Y
a eso hay que sumarle lo
que supone la
dependencia de corporaciones
políticas,
industriales y financieras, dependencia
que no solo es
funcional y financiera, sino
que incluye una inevitable contaminación ideológica, todo eso en un
mismo paquete.
Así,
lo que esas
ciencias
hacen,
con
demasiada frecuencia no
se corresponde con lo que dicen
que piensan...¿nos
suena ésto?, ¿acaso
no es comparable con lo que sucede en el
ámbito
de
los
programas electorales en
política?
Pues
bien, el caso de la Biología es específico
entre todas las ciencias si
nos referimos
a su resistencia
al cambio. Sobre
todo, es
muy
especial
si lo comparamos con la ciencia Física que sí ha sabido
desarrollarse en forma abierta a la interconexión
con otras ciencias, hasta llegar, con la teoría cuántica, a dar
explicaciones más
completas de
la realidad física
observada,
una
realidad que
no
ignora al
observador,
sino que
lo
integra.
Es
muy especial la inmovilidad de la Biología, su resistencia al cambio
de paradigma, sin duda por su tradicional enfoque zoocentrista y, aún
más, por
su acomodación
a la cosmovisión
política que todavía es la dominante en nuestra época, la de un
orden social competitivo,
funcional
a
los presupuestos mecanicistas de la modernidad burguesa y su
ilustrado
pensamiento
de
clase superior.
Desde
la perspectiva científica, a
la teoría de la selección natural le viene muy mal su
atadura a este orden político,
porque
la reduce a
su utilidad
instrumental
al
servicio de
dicho
orden
dominante, cuya
inversa
matriz
democrática (totalitarismo estatal) e
inversa
matriz
ecológica
(economía
capitalista),
harán
cuanto puedan con
tal de
evitar el cambio de paradigma. Evitar
el debate “biológico”, impedir la visibilidad de todo
pensamiento crítico mínimamente disidente, su ignorancia en los
medios de masas y en los programas educativos,
contrasta con la apertura a la
crítica y al
debate que
tiene lugar en
otras áreas del conocimiento, más todavía en una época en que los
grandes avances científicos provocan nuevas interrogantes que
demandan respuestas más
completas,
debates
abiertos,
junto a la
cooperación e interrelación de múltiples áreas de la
investigación científica. Lo vemos en la Física,
en
sus
interrelaciones
cooperativas
con
la química, la geología
y, esperemos que pronto, con la biología. Y
lo
vemos también
con
la Historia,
que clamorosamente demanda la cooperación con
la antropología, la arqueología y, aún en mayor medida, con
la sociología y la psicología social.
Y
sin embargo, la Biología no puede ser más refractaria
ni
más cerrada a toda posibilidad de cambio de paradigma; y
aún lo
es más
desde
la aparición de la hipótesis
Gaia, de James
Lovelock y Lynn Margulis, hipótesis
que ve
y explica el
planeta Tierra en su integridad,
incluyendo seres vivos, océanos, rocas y atmósfera, funcionando
como un organismo
vivo
que
modifica activamente su composición interna para asegurar su
supervivencia. Centrada
en su confrontación con la
religiosa teoría del
Creacionismo
y
con
la
hipótesis, del Diseño
Inteligente
-no
necesariamente religiosa-,
la biología académica,
pública
y privada, encuentra
falsa excusa para su cierre a toda
posibilidad de evolución,
y
también excusa para ningunear
al
emergente
paradigma
de la
nueva
biología, el
que
se abre a partir de la hipótesis Gaia.
Sí,
tengo
fundadas
dudas de que
el
cambio de
paradigma suceda
“a tiempo”, pero, de suceder,
será revolucionario en mucha
mayor
medida que
lo
está siendo
ya
en
otros campos del conocimiento. La
Biología dejará
entonces
de
ser sostén ideológico del aberrante regimen político actual,
que
consume
la
naturaleza y
estructura
la sociedad humana fundamentada
en el mecanismo competitivo
de
la selección natural, con
falso
fundamento
científico
que no puede ocultar su pretensión
de
concretarse como proyecto eugenésico, en contra del sentido propio o
autopoiético
que
manifiestan
todos
los
organismos vivos,
que a cada instante
contrarían
la
visión mecanicista de una
hipótesis
de la selección natural secuestrada políticamente
desde
época victoriana,
reducida su significación científica al servicio de ideologías
políticas
de
inequívoca
matriz
totalitaria,
con
ecología inversa (economías
capitalistas)
y democracia inversa (sociedades
estatalizadas).
Me
pronuncio a favor de la hipótesis científica
de Gaia
como
organismo, formulada por Carlos de Castro (*) a partir de las
aportaciones de Lovelock,
Margulis, Maturana, Varela, Máximo
Sandín
y tantos otros investigadores, porque esta hipótesis completa y
explica mejor la realidad que observo y siento, además
de ser congruente con mi intuitivo sentido integral de la vida,
dotada ésta
con
propósito
propio en
todas sus formas,
que
para
nuestra especie interpreto como
sentido comunitario,
convivencial,
cooperativo y
solidario,
perfectamente
compatible con el
método científico y
con la teoría de la evolución (eso
sí,
liberada
ésta
de
su
histórico secuestro).
Ahora,
en el curso de la actual pandemia, en medio de un viscoso ambiente
mediático
nítidamente totalitario,
con
una
razón
científica militarizada,
abortada toda posibilidad de disidencia, ahora
mejor que
nunca, puedo comprender
la
furiosa
carga
de
intuición científica contenida
en
el
viejo eslogan anarquista: “Ni Dios, ni Estado, ni Patrón”. Y
es que la intuición empieza a tener reconocimiento científico,
cuestión de tiempo. Se
lo digo a los negacionistas del conocimiento, de
su
evolución.
Acabando
de escribir ésto, me llega un escrito de Paco Puche (**), publicado
en la web de rebelión.org, titulado “De nuevo con Lynn Margulis”,
que
me reconforta del cabreo que tengo estos días, en los que siento
vergüenza ajena ante el
espectáculo
totalitario-mediático
que
se repite cada día desde hace más de un año. En ese artículo dice
el autor que
“el
nuevo conocimiento de la biología altera la visión de nuestra
evolución como una competición continuada y sanguinaria entre
individuos y especies. La vida no conquistó el planeta mediante
combates, sino gracias a la cooperación. Las formas de vida se
multiplicaron y se hicieron más completas asociándose a otras y
no matándolas, como sostuvo
Margulis”...”Finalmente, Margulis nos consuela y nos advierte que
recuperado del ataque copernicano y de la agresión darwiniana, el
antropocentrismo ha sido barrido por el soplo de Gaia. Este soplo,
sin embargo, no debería enviarnos a nuevos abismos de desilusión o
desesperación existenciales. Antes, al contrario, regocijarnos por
las nuevas verdades de nuestra pertenencia esencial, de nuestra
relativa escasa importancia, y de nuestra completa dependencia de una
biosfera que ha tenido una vida siempre enteramente propia. He aquí
la buena nueva”.
Por
eso que cuento con que la Tierra hará esta vez lo que viene haciendo
desde hace varios miles de millones de años: recomponerse, restaurar
el equilibrio que permite la evolución de la vida. Lo hará con o
sin humanos, de nosotros depende a
condición de
comprender que todo lo que ahora nos sucede es histórico y, como
tal, es cambiante.
Notas:
(**)
Carlos de Castro Carranza
es profesor de
Física
y de Historia de la Ciencia, biólogo
y doctor
especialista en energía y modelado del sistema-mundo. Autor
de “Reencontrando a Gaia. A hombros de James Lovelock y Lynn
Margulis”, libro en el que expone su cosmovisión científica a
partir de la Teoría Gaia.
(***)
Paco Puche es
ingeniero, ecologista, economista y librero jubilado. Miembro de
Ecologistas en Acción y de la Red de Economía Ecológica.