Pero lo cierto es que no sólo son los ateos los que faltan a misa. Sabemos que una buena parte de los que se abstienen son creyentes, fieles que actúan en contra de su religiosa obligación, que no votan por pura desidia y desinterés. Incluso sabemos que entre los ausentes están numerosos creyentes radicales y puristas que no aceptan la intermediación del clero convocante.
La situación sería más clara si todos los ausentes dejaran el sitio de la abstención a sus genuinos titulares, a los no creyentes.
Algo similar sucede con las elecciones, con los oficios religiosos propios de la iglesia política “oficial”, en los que, en buena lógica, debieran participar sólo los creyentes de la religión política y económica “oficial” (la estatal/capitalista), cuyo clero convoca las elecciones al modo en que los fieles son llamados a misa.
La iglesia política cuando hace el recuento de asistentes al oficio electoral acostumbra a meter en el mismo saco del desprecio a todos los ausentes, sean malos creyentes, creyentes radicales o infieles libertarios. Para el clero dominante todos son iguales, abstencionistas irresponsables, ciudadanos despreciables cuyo pecado de abstención les priva de todo derecho a quejarse cada vez que les toca padecer el mal gobierno del clero gobernante.
Y eso está mal, muy mal. A los infieles libertarios nunca se nos ocurriría arrogarnos todo el monto de la abstención o el ateismo. Nunca nuestro desprecio por la dominación humana lo extenderemos a la gente creyente y sumisa con la que convivimos todos los días. Aunque se arrodillen cada domingo por la mañana o acudan a votar cada cuatro años. A cada cual su mérito y cada verdad en su sitio.
La iglesia política cuando hace el recuento de asistentes al oficio electoral acostumbra a meter en el mismo saco del desprecio a todos los ausentes, sean malos creyentes, creyentes radicales o infieles libertarios. Para el clero dominante todos son iguales, abstencionistas irresponsables, ciudadanos despreciables cuyo pecado de abstención les priva de todo derecho a quejarse cada vez que les toca padecer el mal gobierno del clero gobernante.
Y eso está mal, muy mal. A los infieles libertarios nunca se nos ocurriría arrogarnos todo el monto de la abstención o el ateismo. Nunca nuestro desprecio por la dominación humana lo extenderemos a la gente creyente y sumisa con la que convivimos todos los días. Aunque se arrodillen cada domingo por la mañana o acudan a votar cada cuatro años. A cada cual su mérito y cada verdad en su sitio.
PD. Más y mejor que yo lo explica la gente libertaria de Apoyo Mutuo.