Históricamente
los partidos de la izquierda se han arrogado la representación del
Pueblo, organizados en facciones, como partidos o sindicatos. Y así
siempre tienen la derrota asegurada, incluso cuando ganan las elecciones, porque sus
élites dirigentes siempre han acabado asumiendo los hábitos y
principios corruptos de la derecha.
A
propósito de ello, es muy interesante la reflexión histórica que
hace Félix Rodrigo Mora en su artículo “A los 40 años
de la muerte de Franco, 1975-2015 ¿Por qué el franquismo ganó la
guerra civil?”. Es verdad que la realidad presente es muy
diferente a la de hace 40 años, pero en lo sustancial -el conflicto
permanente entre dominantes y dominados-, las causas últimas
permanecen inalteradas. Por eso me parece oportuna esa reflexión
ahora, cuarenta años después, incluso no asumiendo plenamente los postulados de Félix, que
a mi entender necesitan ser matizados en su crítica a la CNT de
aquel tiempo, que él hace extensiva a todo tiempo y a toda forma de
organización popular.
Yo pienso que la organización expontánea del
Pueblo no se produjo entonces y, menos aún podrá producirse en el
tiempo presente, cuando el poder de dominación ha alcanzado su
máxima perfección totalitaria en la hibridación estructural del
capitalismo y los estados nacionales, desplegada a escala global por
la facción dominante, logrando con ello una victoria ideológica y
estratégica que será difícilmente reversible mientras cuente en su
agenda electoral con la complicidad de una izquierda fracturada en
múltiples facciones que operan con su misma lógica electoral y
"representativa" falsamente democrática. No es por razones meramente estratégicas (la historia
lo ha demostrado una y otra vez), sino porque esa izquierda facciosa
ha interiorizado la lógica del poder y sus mismos principios,
contagiándolos a toda la sociedad. De ahí su responsabilidad
histórica, a la que se debe que “pueblo” e “izquierda” sean hoy conceptos
difusos y no identificables, que no se corresponden entre sí.
Mi
visión de la situación es que, de existir alguna posibilidad de
reversión, ésta sólo puede ser revolucionaria en sentido estricto,
aunque radicalmente nueva en su despliegue operativo, una
organización verdaderamente horizontal, que por sí misma anticipe
la sociedad democrática en su forma integral (ética, política,
económica, social y ecológica), autogobernada en asambleas
municipales soberanas, en competencia frontal con la actual
organización estatal-capitalista de la sociedad; asambleas
obligadamente minoritarias en principio, progresivamente dotadas de
una economía comunal alternativa, a partir de cooperativas
integrales, con capacidad creciente de ir extendiendo, generando, redes sociales de
solidaridad y ayuda mutua, redes confederales de cooperación en
todas las escalas territoriales, de lo local a lo global, con un horizonte estratégico bien
nítido: agrietar hasta disolver las estructuras económicas y políticas en las que se fundamenta el poder ideológico y fáctico de la facción
totalitaria hoy dominante.
Para ello hay que revisar y restaurar
nuestros conceptos de “Pueblo” -como sociedad
democrática/comunal- y de “Izquierda” -como fase histórica en la
que la sociedad se libera de la dominación y se autoconstruye
como “Pueblo”: una sociedad de individuos libres y capaces de
convivir como iguales.
En
su deriva histórica, las facciones políticas y sindicales que han
degradado a la izquierda, que han encontrado su acomodo en la institucionalización de la derrota permanente, están bloqueando esa posibilidad. Por eso
que no debamos seguir esperando a que algún día lo comprendan. Hay
que hacerlo, aún esperando su incomprensión e, incluso, su
enfrentamiento.
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