Como la
luna, la realidad tiene una cara oscura que, si no se piensa en ello (siguiendo
un patrón de comportamiento
bastante estúpido), parecería no existir
cuando (en realidad) es un componente propio (de la propia realidad) que, como en la cara oculta del satélite, puede
afectar poco - desde un cero por ciento en caso de luna llena-, hasta un ciento por cien, como en el caso de eclipse total. No sé
todavía qué es la estupidez, pero la presiento, sé que está ahí fuera y sé que
forma parte de mí mismo, sé que su presencia es imponente, como una fuerza
universal que las ciencias físicas
harían bien en no despreciar cuando hacen sus cálculos sobre la entropía hacía
la que estúpidamente avanzamos, nosotros y todos los universos, con todos los bichitos que pudieran poblarlos, como a la deriva y estúpidamente
sin sentido.
Vivimos con
inmensa ansiedad estos tiempos de cambio, tiempos apasionantes en los que
experimentamos la sensación contagiosa de que algo grande tiene que ocurrir, de
que grandes cambios están a punto de producirse, constituyentes de un mundo
realmente nuevo y mejor…pero al momento
se nos pasa el pedo revolucionario y entramos en razones asamblearias: que si
la ley electoral, que si el estado de bienestar, que si más becas para los
niños, que si trabajo para todos, que si
la ley hipotecaria, que si la condonación de la deuda nacional, que si la soberanía alimentaria, la dieta sana y el chalet ecológico…