“Sólo podían seguir viviendo a condición de ser como máquinas”
(“Una avanzada del progreso”, de Joseph Conrad, 1897)
Algunas notas previas
*El cosmólogo Max Tegmark, profesor de Física en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), divide el desarrollo de la vida en tres fases a partir de su capacidad de autodiseño: 1.Fase biológica, cuyo hardware y software son fruto de la evolución (por ejemplo las bacterias surgidas hace unos 4.000 millones de años). 2.Fase cultural, cuyo hardware es fruto de la evolución pero en la que la vida pudo diseñar parte de su software. 3.Fase tecnológica, surgida a fines del siglo xx, en la que la vida será capaz de diseñar tanto su hardware como su software. Esta tipología encierra los tres elementos distintivos del transhumanismo: a) la comprensión del ser vivo como un dispositivo, b) la superación tecnológica del ser humano y c) la autodeterminación total del sujeto.
*Antonio Diéguez, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Málaga, es el autor de “Cuerpos inadecuados. El desafío transhumanista a la filosofía” (editorial Herder, 2021). Resume el pensamiento transhumanista afirmando que esta corriente considera que el ser humano se encuentra en un soporte inadecuado, el de su propio cuerpo. Ese es el motivo por el que la tecnología puede brindarnos la oportunidad de rediseñar ese soporte que no se adecúa a la idea transhumana. En este sentido, transhumanismo es aquella filosofía que busca adecuar la realidad humana a la mente transhumana y transformarla desde su ideal meliorativo.
*Del Manifiesto Conspiracionista, 2022, Comité Invisible: “nuestro desacuerdo con los defensores del orden existente no es por la interpretación del mundo, sino por el mundo mismo. No queremos el patibulario mundo que están construyendo. De hecho, pueden quedarse todos los patíbulos para ellos. No es una cuestión de opinión; es una cuestión de incompatibilidad.”
Una mínima conciencia de especie
No había sucedido nunca antes, es la primera vez que los humanos tenemos una mínima conciencia de especie y de habitar un mismo mundo, una Tierra común, sin que todavía sepamos qué hacer con esta nueva conciencia. Está sucediendo porque tampoco nunca antes habíamos tenido un presentimiento de peligro tan cierto y tan común a toda la especie, de compartir un mismo riesgo de extinción. Aunque hubo síntomas previos, que hacían presentir un futuro peligroso, solo empezó a extenderse como sentimiento global tras la destrucción de las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaky, por sendas bombas atómicas, en agosto de 1945.
Conversator, mejor que sapiens
Pienso que la razón por la que los humanos somos una especie animal diferente, se debe a que aprendimos a hablar y a hacer en común. Nuestro apellido de especie, sapiens, es untanto presuntuoso, mejor hubiera sido homo conversator, al menos indicaría una mínima intención de convivir y reproducirnos sin necesidad de matarnos entre nosotros a base de tanta sapiencia tecnológica.
Cuando se renuncia a conversar, la convivencia se convierte en un conflicto permanente e irresoluble, aparece la atomización en masa y la distancia social ocupando el espacio público. Conversar exige una posición igualitaria, horizontal, entre diferentes que hablan; por supuesto que hay comunicación en un decir unidireccional, en lo que le dice el carcelero a un preso, por ejemplo, pero conversar es otra cosa, incompatible con cualquier forma de relación jerárquica, en la que el hacer no puede ser libre, solo sumisa, en el mejor de los casos. La historia humana muestra la derrota contínua de la conversación, los iguales solo pueden serlo confinados en el interior de su piso o de su clase social a lo sumo; solo allí pueden conversar, sin participar en el mundo.
No pudo haber conversación duradera desde que las comunidades humanas fueron organizadas piramidalmente, como Estados. Toda relación jerárquica impide la conversación entre los que hablan, allí no es posible la vida en auténtica libertad y comunidad, lo más un parque humano.
Si pienso ésto es porque pienso que conversar ya supone un reconocimiento previo del otro que habla conmigo. Y, además, tengo comprobado que de la conversación surgen, expontáneamente, cierto que no siempre ni necesariamente, nuevas ideas y proyectos...y también un básico sentimiento, o vínculo, de comunidad entre diferentes, que al conversar se reconocen mutuamente como iguales.
¿Qué tal una república sin Estado?
Si después de siete mil años de vivir gobernados bajo Estados, sin parar de matarnos y hasta devastar el planeta, aún estamos como estamos, se me ocurre proponer una dirección diferente: una república convivencial, sin Estado y, por tanto, sin clases, donde la política no sea una industria del poder, ni oficio profesional, nada aparte de la convivencia cotidiana, que no consista en vociferar sino en conversar, no en mandar callar o en mandar hacer, sino en un hablar y hacer en común, para que lo de sapiens sea por algo.
Antes, necesitaríamos comprender eso que es el Estado: una realidad histórica y, por tanto, contingente, temporal y no eterna. La herramienta de la que se han servido las élites propietarias y gobernantes durante los siete mil años de edad que cumple el Estado, la herramienta que les ha permitido hacerse dueñas de la Tierra, del Conocimiento y, de paso, de los cuerpos humanos y del resto de especies. Sin esta comprensión, será (casi) imposible superar el sistema de “vida capitalista" que ya no soportan ni ellas, las élites capitalistas, que para sobrevivir en el mundo que se avecina se conforman con conservar su mejor herramienta, el Estado. Esa revolución ya está en marcha y es la suya, porque suya es la iniciativa y porque ellas han ganado la lucha de clases que viene siendo la historia del homo sapiens.
Foucault lo llamó biopolítica y ellas transhumanismo
Lo llaman así porque siguen creyendo que el capitalismo ha sido y es una forma de humanismo, con algunos fallos, sí, y por eso están dispuestas a mejorarlo. Se proponen superar tecnológicamente nuestra rudimentaria naturaleza animal, para liberarnos de estos cuerpos que arrastramos, tan vulnerables y precarios (como ahora se dice), tan rústicos e imperfectos, ¿para qué seguir cargando cuerpos (hardward) enfermizos y caprichosos, cuerpos deseantes e impredecibles, contenedores de cerebros (software) dotados de un sistema lógico-informático anticuado y no menos impredecible, pudiendo disponer de cuerpos con piezas de repuesto garantizado y cerebros siempre nuevos, a cada poco actualizados? Eso es lo que anuncian, que sin ese lastre seremos felices sin necesidad de comer perdices, ni nada.
A partir del descubrimiento de la célula, el poder político creyó hallar el principio de la biología, aquello que le permitiría manipular eso que desde entonces llamaron “vida”. No sabían que célula viene de celda, ni que los cuerpos que forman éstas carecen de explicación y sentido, sin vínculo entre ellas y sin participar en el mundo. Célula o cuerpo, celda con prefijo bio que confunde, que solo sirve a la propaganda de una ciencia comercial y militar, mercenaria al servicio del poder, que por eso un tal Foucault lo llamó biopolítica.
“Las células son los verdaderos ciudadanos autónomos, que reunidos por miles de millones, constituyen nuestro cuerpo, el Estado Celular (Ernst Haeckel, 1899). Celda de monasterio, celda de cárcel, celda de comisaría: hete aquí una civilización que ha visto en la celda -esto es, en la célula- la unidad elemental de la vida. En nuestros días, el autor de Ni Dios ni Gen, el biólogo Jean Jacques Kupiec, considerando que la biología dominante, con su determinismo genético no deja lugar a la variación aleatoria, defiende una concepción anarquista de lo vivo.
Desde que se dedica a dar caza a los terroristas (básicamente conspiracionistas), la contrainsurgencia pretende extirparlos quirúrgicamente del cuerpo social en tanto que cuerpos cancerosos, lo que vuelve un tanto sospechosa la concepción que Occidente tiene del cáncer”. (fragmento del Manifiesto Conspiracionista, 2022)
Ese concepto jerárquico/religioso de la existencia
Es una pena que tan poca gente lo vea: cómo, detrás del espectáculo de un mundo empeñado en la innovación constante, éste permanece estático, girando sin parar sobre un eje fijo, que no cambia desde hace unos cuantos miles de años. Lo mismo que le sucede a ese hamster que pedalea sin cesar en su jaula paranoica, rotando y rotando, como un poseso, que no logra moverse del sitio por mucho que acelere. No verlo condena a nuestra especie a una deriva incapaz de salir de ese carril de vía única, que rota y rota pensando que “progresa”, sí, inexorablemente, por puro agotamiento: hacia su propia extinción.
Seguimos usando el mismo pensamiento que traemos desde el Neolítico Medio, cuando siendo campesinos sedentarios, agricultores tribales, pasamos a ser campesinos urbanos, mercantiles, patriarcales y, al cabo, estatales. Practicábamos la agricultura conservando el instinto depredador que nos hiciera prosperar en la evolución como cazadores-recolectores. Entonces no podíamos pararnos a pensar en lo que diría Darwin muchos siglos más tarde, acerca de la evolución natural. Solo podíamos comprender la existencia como básica lucha por la supervivencia, en medio de una Tierra que, paralela a los cielos, era como éstos, inmensa y plana también, además de inhóspita y peligrosa, toda repleta de bestias. Por la agricultura nos hicimos animales “más humanos”, que se pensaron a sí mismos como descendientes de los dioses y que enseguida fundaron ciudades en las que levantar templos, donde mediar y alternar con los dioses para obtener sus favores. Y mercados donde intercambiar excedentes, para la obtención y acumulación de ganancias, cuantas más mejor. Y, sin embargo, el capitalismo ya estaba inventado en su matriz primigenia. Incluso antes de la aparición de los primeros homínidos, cada especie lo practicaba a su manera y según sus posibilidades. Las hormigas son un buen ejemplo de especie capitalista. El capitalismo humano siguió su propio camino “natural”, y de hay su popularidad y su éxito, hasta ahora. Bastante más sofisticado que el de las hormigas, inventó la agricultura, la ciudad, el templo, el mercado, la esclavitud, el patriarcado y de remate el Estado. Tuvo que hacerlo para defender el derecho individual al cultivo y presura de la tierra salvaje. Así de natural creció la afición a la acumulación de grandes propiedades y excedentes, el Capital, eso que se piensa “burgués y moderno” pero cuya huella fósil quedó impresa en los campos y ciudades, los burgos, a poco de concluir el Cuaternario. Se piensa que el Capital y su religión (capitalismo) fueron invento del Estado-Nación-Moderno, se pasa por alto que éste fue inventado por aquel Capitalismo Primitivo, poscuaternario.
Aquel tosco capitalismo dio un gran salto cuando las tribus de cazadores-recolectores dejaron de ser nómadas, tribus matriarcales, al poco de inventar la agricultura. Cierto que la civilización agraria tardó tiempo en hacerse netamente patriarcal, que la mujer-madre pudo ser el centro de la vida social de la tribu durante los primeros siglos de la agricultura; pero fue así solo hasta que una alianza de grandes propietarios y sacerdotes, secundados por mercenarios, constituyeron el primer Estado en las fértiles llanuras de Sumeria. Tuvieron que hacerlo para defender, con armas y leyes, el derecho a la presura o propiedad de la Tierra y proteger, en consecuencia, la transmisión legítima del Capital, instaurando el derecho de herencia. ¿Y a quién podía corresponder ese derecho, sino los hijos "legítimos", los nacidos en la hacienda-propiedad de sus “legítimos” padres, a quién sino a los paridos por una mujer-madre? Que así, “de natural”, ella misma pasó a ser propiedad de su cónyuge, el macho propietario. Por eso, a su “naturalidad” se debe que el patriarcado y la esclavitud hayan tenido tanto éxito histórico como el Capitalismo y como su principal herramienta, el Estado.
Además, sin el trabajo de siervos y esclavos resultaba imposible una economía "natural"; imposible el progreso del Capital sin la defensa y protección del Estado, lo que permitía acumular propiedades y acrecentar el beneficio. Imposible, si el derecho a la apropiación de tierras productivas no incluía el derecho de los grandes propietarios a servirse del trabajo esclavo, imprescindible para la producción del Capital. Tan natural como el propio capitalismo fue su necesidad de la esclavitud. Pero tampoco ésta fue una innovación tan reciente, porque “los otros”, los extranjeros, emigrantes y extraños, los "sin-tierra", desde antiguo ya nacían destinados a ser esclavos. En la lucha por la supervivencia, todo competidor-propietario era o socio o enemigo natural, mientras que todo sin-tierra resultaba útil como esclavo.
No puede ser más paradójica esta evolución neolítica de las sociedades capitalistas contemporáneas; asistimos a una insólita lucha de clases: por una parte, “anticapitalistas” que dicen querer derribar al sistema, por “antinatural”, pero que se resisten a hacerlo dada su total dependencia del mismo. De la otra parte, consumados “capitalistas” que quieren cargárselo porque ya no es rentable y porque se ha vuelto ineficiente, por “demasiado natural”...y pueden hacerlo. Pero ambas partes tienen un problema común, al menos en apariencia: se ha roto el vínculo por el que se necesitaban mutuamente, y ya solo los asalariados están interesados en conservar un sistema en el que ellos no caben por ser innecesarios; pero siguen pensando en hacerse con la poderosa herramienta capitalista, el Estado, pensando que si ya no saben, ni pueden vivir de la Tierra, quizá pudieran vivir del Estado. Todavía no se han enterado de que el Estado no produce nada y que eso es imposible, porque al Estado ya no le cuadran las cuentas y en adelante ya solo podrá dar una renta básica a muy pocos, a los estrictamente necesarios.
La razón capitalista y la fuerza del Estado
Basada exclusivamente en la fuerza del Estado, solo se sustenta esta razón de fuerza referida a los tiempos recientes, solo a partir de considerar la tecnología nuclear de los ejércitos contemporáneos, pero no se justifica su absoluto predominio durante los siglos previos a la invención del arma atómica. No se explica sin contar con la sumisión mayoritaria de los desposeídos y gobernados, solo se explica si aceptamos que la evolución de homo sapiens, al menos hasta ahora, ha seguido un camino paralelo al de las hormigas capitalistas. Es así aunque comparar la organización social de humanos y hormigas revuelva nuestras exquisitas vísceras. Véase, si no, la organización piramidal-colaborativa de un hormiguero, su natural división en clases sociales: reina, princesas, zánganos, niñeras, soldados y obreras...¿puede haber más parecido con cualquier monarquía (o república) constitucional que se considere?
El agotamiento del sistema hormiguero
Llegados al total agotamiento energético (por no decir petrolero) del orden social basado en el "sistema hormiguero”, seguir discutiendo sobre lo que fue el pasado, si fue más o menos natural o legítimo, puede ser un ejercicio intelectual entretenido, pero nada práctico, y completamente inútil a presente y a futuro. Las hormigas podrán seguir con su sistema hasta el fin de los tiempos, pero nosotros no, porque de seguir ahí sabemos que seremos sacrificados. Hay que abandonar el hormiguero, tenemos que hacerlo por mucho que otro mundo nos parezca imposible.
Somos la única especie que cuenta su propia historia, ninguna otra tiene una Historia. La cuestión que hoy se nos plantea, por primera vez en esa historia, no consiste, como otras veces, en cómo tomar el poder, no, la cuestión ya no va de optar por una u otra forma de capitalismo, si privado o estatal, es mucho más urgente y elemental, está planteada como posibilidad, o no, de sobrevivir al agotamiento de este sistema.
A día de hoy, transhumanismo
Esta urgencia explica que la inteligencia de las élites haya tomado la delantera y hasta que parezcan más “anticapitalistas” que nosotros, los gobernados y sin-tierras, que estamos más necesitados del capitalismo que ellas, que ni sabemos plantar una lechuga que llevarnos a la boca, ni tenemos tierra donde hacerlo. Y, lo peor: no tenemos un proyecto alternativo para salvar el pellejo, ni, mucho menos, para gobernar el futuro nosotros mismos. Ni ganas tenemos.
Como dije, se ha roto la dependencia mutua entre patrones y asalariados, la que sostenía el orden social-capitalista a la vez que nutría la lucha de clases; el desarrollo hipertecnológico, la devastación de la biosfera, y el agotamiento de la energía fósil que permitió el espectacular desarrollo económico en el último siglo, nos han convertido en factores obsoletos y prescindibles, en una masa humana cuya supervivencia depende totalmente de la venta de su trabajo en un mercado laboral que ya no necesita nuestro trabajo. Mejor que nosotros, las élites han comprendido el drama existencial de nuestra especie y se disponen, por eso, a ejecutar su propio proyecto de supervivencia, el que vienen diseñando desde hace décadas, cuando en el tiempo de la Guerra Fría empezaron a calcular que su propio agotamiento sería inevitable.
Mientras la masa del hormiguero humano se revuelve y disputa una batalla estéril, entre globalistas y nacionalistas, conspiranoicos y colaboracionistas, machistas y feministas, entre ecologistas verdes y colorados, izquierdas o derechas más o menos fachas y populistas, ellas, las élites, las anónimas accionistas del viejo sistema capitalista, hace tiempo que pusieron a trabajar su inteligencia de supervivientes natos. Han creado una masa útil de pintorescos conspiranoicos como antes crearon naciones-hormiguero y sus correspondientes “enemigos”. Promueven conspiraciones de entretenimiento, para conspiracionistas aficionados, mientras ellos conspiran contra nosotros profesional y efectivamente: para sobrevivir, que ese es “el asunto” ahora, lo que más les importa en estos terminales tiempos del viejo capitalismo.
Su proyecto se llama “transhumanismo” y ya forma parte de nuestros hábitos cotidianos, en la economía diaria, en la cultura y en la política, sin necesidad de organizarse como partido político. La invasión de dispositivos tecnológicos es su avanzadilla, a la que la mayoría de humanos ya somos adictos. El proyecto transhumanista no es tan nuevo como pudiera parecernos; ya en los años veinte del siglo pasado, J.B.Sanderson Haldane (1892-1964), el biólogo fundador de la genética de poblaciones, avanzó que la tecnología sería capaz de conseguir que los seres humanos pudieran vivir fuera del Planeta Tierra. El biólogo J.S. Huxley (1887-1975), que además de hermano del autor de “Un Mundo Feliz” (Aldous Huxley), fuera el primer director general de la UNESCO, fundador del Fondo Mundial para la Naturaleza y secretario de la Sociedad Zoológica de Londres, popularizó el término "transhumanismo". Interesado principalmente por la eugenesia como posibilidad de controlar la evolución humana, JS Huxley concibió el transhumanismo como medio de conseguir la mejora de la raza humana a través de las técnicas que por entonces se empezaban a estudiar en el contexto filosófico-científico de la eugenesia, originalmente emparentada con el darwinismo social.
Podemos llamarlo transhumanismo, aunque sus titulares hagan un uso discreto del término. Da igual, es la cultura de lo “trans” inducida en las costumbres de las sociedades contemporáneas: trans-former, trans-género, trans-sexual, trans-modernidad, trans-nacional, trans-capitalismo...Marisa Belausteguigoitia, mejicana y doctora en estudios culturales por la Universidad de Berkeley, reconoce un nuevo campo epistemológico para “lo trans”, que según ella no es un inter (entre territorios), sino un “más allá de”: “con lo trans se genera otro territorio, no se pasa una frontera, sino que se transgrede los contenidos de esos espacios, de esos cuerpos que se atraviesan, quedan transgredidos y afectados. Al decir “lo trans” se cambia la perspectiva del sujeto y su relación con el objeto. Lo trans genera un campo de existencia de algo nuevo y complejo”.
Coincido con Belausteguigoitia en una sola cosa: cuando dice que la modernidad ha fracasado; solo que ella dice que “por no haber entendido lo trans” y yo que por agotamiento de sí misma (y del petróleo, que no se nos olvide). Con todo, el transhumanismo no es un proyecto monolítico, en su interior está dividido en una compleja red de facciones que compiten por gobernar el futuro. Estas son solo algunas de esas facciones:
-Extropianismo: es la corriente más volcada en la eugenesia. -Postpoliticismo: defiende el abandono o superación de las ideas políticas por medio de la tecnología, porque si tenemos una superinteligencia ésta podría tomar todas las decisiones de la sociedad muchísimo mejor que los seres humanos y, por tanto, no sería necesaria la política. -Immortalismo: sostiene que la prolongación de la vida y la inmortalidad tecnológica es posible y deseable. -Postgenerismo: consiste en la superación de los géneros a través de la biotecnología avanzada y tecnologías de reproducción asistida. Lo presentan como una forma de ayudar a las mujeres, llegando a afirmar que éstas han sido maldecidas con la carga del embarazo, el parto y la crianza, y que la tecnología puede liberarlas de esta carga. No habría entonces hombres y mujeres, sino sólo cyborgs de género neutro. -Singularitarianismo: se centra en hacer avanzar la singularidad lo antes posible. -Tecnogaianismo: consiste en aprovechar todas las nuevas tecnologías para intentar devolver a la tierra a su estado natural, restaurando todo el daño que hemos hecho a la tierra los seres humanos.
(Fuente: “El desafío del transhumanismo: cuerpo, autenticidad y sentido”, de Sara Lumbreras)
Un manifiesto anticolaboracionista
Acabo de leer el “Manifiesto Conspiracionista”, escrito por el colectivo francés y anarquista autodenominado Comité Invisible, en el que se describe al detalle cómo la crisis sanitaria de la pandemia causante del Covid19 es el último y gran ensayo del “Preparedness”, anteproyecto experimental, transhumanista, que tiene ya una larga historia de ensayos, que se remontan a los tiempos de la Guerra Fría y aún antes, con precedentes bien significativos y concluyentes:
¿Hay que recordar que el Foro Económico Mundial, fundado en 1971 por klaus Schwab -admirador de Karl Popper- con el objetivo de “educar en el capitalismo a países que parecen resistirse a ojos de la comunidad internacional”, reúne en sus pequeños saraos a las mil mayores empresas del mundo? En uno de los documentos relativos a este ejercicio puede leerse: “los gobiernos tendrán que colaborar con las empresas de comunicación para investigar y desarrollar enfoques más sofisticados, para contrarrestar la desinformación. Esto significa desarrollar la capacidad de inundar los medios con información rápida, precisa y coherente (…) Por su parte, la prensa debe compremeterse a dar prioridad a los mensajes oficiales y a eliminar los falsos, también por medio de las tecnologías”.
(...)
La pandemic preparedness figura expresamente en la agenda global desde 2002. Surge de una estrategia militar harto más ambiciosa y un poco más antigua: la all-hazards preparedness, la preparación contra todos los peligros posibles. La preparedness es una vieja noción que se remonta por lo menos a la Segunda Guerra Mundial. Fue entonces el caballo de batalla de todo tipo de manifestaciones patrocinadas por la facción más imperial del capital americano, aquella que ardía en deseos de conquistar, mediante la entrada en la guerra, los mercados mundiales. Los ingenieros veían la Primera Guerra Mundial no como un desastre para la civilización, sino como una oportunidad única para poner en práctica sus ideas”.
Ciencias
del comportamiento, cibernética y psicología social...aplicadas al viejo arte
policial/militar de doblegar la voluntad de un interrogado o de un
prisionero, todo actualizado y largamente ensayado, toda una
experiencia científico-militar al servicio de la manipulación de
individuos y masas, todo un oficio y una auténtica industria del
control social, perfectamente actualizada, tecnificada y programada al
servicio de empresas y gobiernos...hacen que suene a chiste la
importancia y el peligro que le asignan a unos conspiracionistas
amateurs que pudieran atentar contra toda esta industria del control social,
que tiene a los Estados, a las Empresas, a las Administraciones
Públicas, a los Medios de Comunicación, a Policías y Ejércitos, a
Centros de Investigación Científica, a Laboratorios y
Universidades...todos dedicados profesionalmente a la Conspiración,
todos los días y a todas las horas. No hace falta ser un infiltrado,
ni tener una gran inteligencia, para saber que lo de “inventar enemigos”
forma parte de la vieja estrategia que durante siglos ha servido para
reclutar patriotas voluntarios para las guerras, porque nadie
estaría dispuesto a jugar su vida por defender al Estado, pero sí
para luchar contra los “enemigos de la Patria”...lo cierto es que
les sigue funcionando. Y a propósito de ésto, me fijo en algunas cosas que se dicen en el Manifiesto Conspiracionista, cosas como éstas:
“El derecho a la privacidad se está erosionando, la (auto)censura está aumentando rápidamente, la salud del individuo se está convirtiendo cada vez más en un asunto de Estado, el número de acciones intrusivas por parte de los servicios de seguridad está aumentando exponencialmente: en las últimas décadas, el control del gobierno sobre la vida privada de personas va en aumento, mano a mano. La visión distópica evocada por Hannah Arendt de que después de la caída del nazismo y el estalinismo surgiría un nuevo tipo de totalitarismo, dirigido por burócratas y tecnócratas aburridos, es sorprendentemente realista en el horizonte social.
(…)
El mundo está en las garras de la formación masiva, un tipo de hipnosis peligrosa y colectiva, mientras somos testigos de la soledad, la ansiedad flotante y el miedo que da paso a la censura, la pérdida de privacidad y la entrega de libertades. Todo está impulsado por una narrativa de crisis singular y enfocada que prohíbe los puntos de vista disidentes y se basa en el pensamiento grupal destructivo.
(…)
El totalitarismo no es una coincidencia y no se forma en el vacío. Surge de una psicosis colectiva que ha seguido un guión predecible a lo largo de la historia, su formación gana fuerza y velocidad con cada generación, desde los jacobinos hasta los nazis y los estalinistas, a medida que avanza la tecnología. Los gobiernos, los medios de comunicación y otras fuerzas mecanizadas utilizan el miedo, la soledad y el aislamiento para desmoralizar a las poblaciones y ejercer control, persuadiendo a grandes grupos de personas para que actúen en contra de sus propios intereses, siempre con resultados destructivos.
(…)
En La psicología del totalitarismo, el profesor de psicología clínica de renombre mundial Mattias Desmet deconstruye las condiciones sociales que permiten que se arraigue esta psicosis colectiva. Al observar nuestra situación actual e identificar el fenómeno de la “formación de masas”, un tipo de hipnosis colectiva, ilustra claramente lo cerca que estamos de rendirnos a los regímenes totalitarios. Con análisis detallados, ejemplos y resultados de años de investigación, Desmet presenta los pasos que conducen a la formación masiva, que incluyen:
-Una sensación general de soledad y falta de conexiones y vínculos sociales.
-Una falta de significado: 'trabajos de mierda', insatisfactorios, que no ofrecen un propósito.
-Ansiedad y descontento flotantes, que surgen de la soledad y la falta de sentido.
-Manifestación de frustración y agresión por ansiedad.
-Surgimiento de una narrativa consistente, de funcionarios gubernamentales, medios de comunicación, etc., que explota y canaliza la frustración y la ansiedad.
Además de un análisis psicológico claro, y basándose en el trabajo esencial de Hannah Arendt sobre el totalitarismo (Los orígenes del totalitarismo), Desmet ofrece una aguda crítica del 'pensamiento grupal' cultural que existía antes de la pandemia y se avanzó durante la crisis de COVID. Advierte contra los peligros de nuestro panorama social actual, el consumo de medios y la dependencia de tecnologías de manipulación y luego ofrece soluciones simples, tanto individuales como colectivas, para evitar el sacrificio voluntario de nuestras libertades.
(…)
Jamás ha sido tan imprevisible nuestro futuro, jamás hemos dependido tanto de las fuerzas políticas, fuerzas que parecen pura insania y en las que no puede confiarse si se atiene uno al sentido común y al propio interés. Es como si la Humanidad se hubiera dividido a sí misma entre quienes creen en la omnipotencia humana (los que piensan que todo es posible si uno sabe organizar las masas para lograr ese fin) y entre aquellos para los que la impotencia ha sido la experiencia más importante de sus vidas. (Hanna Arendt, Los orígenes del totalitarismo)
(…)
La cristalización del fenómeno del totalitarismo lo convierte en un régimen que sigue leyes suprahumanas que rigen el universo: las leyes de la Naturaleza y su desarrollo en el fascismo, y las de la Historia y su desarrollo en el estalinismo; y por ello ambos afirman perseguir alcanzar la Humanidad y plasmar la justicia en la Tierra.
Las ideologías totalitarias explican el pasado y anticipan el futuro, son redondas, cerradas, no hay lugar para la impredecibilidad de la acción humana, luego hay que negarla; se trata de transformar la propia naturaleza humana para acomodarla a la Idea, sea ésta la Naturaleza o la Historia. Una vez esto aceptado, el individuo se vuelve superfluo, solo es un engranaje, luego queda eliminada la pluralidad, la espontaneidad y la imprevisibilidad característica de los seres humanos, y éstos quedan reducidos entonces a pura animalidad.
Apruebo la mayor parte de lo que dice el Comité Invisible en su Manifiesto Conspiracionista, porque yo también me siento identificado con esos “enemigos de la sociedad que contagian el Covid a los buenos ciudadanos”; yo también me he sentido acosado por la Autoridad Sanitaria, y condenado a sufrir el aislamiento social y la indiferencia, incluso por “amigos” y vecinos. No obstante, y entendiendo lo que tienen en la cabeza, eso de que “lo vivo es anarquista” y que yo comparto, sigo esperando que algún día me expliquen, estos amigos franceses del Comité Invisible, cómo piensan ellos que “lo vivo-humano" podría vivir libremente, cómo participar en el mundo, sin necesidad de ser gobernado, es decir: cómo, sin Capital ni Estado.