Hace
64 años de la publicación del libro de María Zambrano Alarcón
(Vélez-Málaga,1904 – Madrid, 1991) titulado “Persona y
democracia”, publicado en Puerto Rico en 1958. La autora vivía en
Roma desde 1953. Se hizo una segunda edición en 1988 (Barcelona,
Anthropos) y otra en 1996 (Madrid, Siruela). En estas dos nuevas
ediciones se añadía al título el subtítulo “La historia
sacrificial”, además de un prólogo fechado en Madrid, en julio de
1987.
Reconozco
que no había leído nada de M.Z. desde mis tiempos del COU y que
entonces lo hice por obligación académica. Ha sido todo un
descubrimiento este libro dedicado a pensar la relación entre
persona y democracia, que viene a ser sintetizado en su tercer
capítulo, en el que describe la democracia como “humanización
de la sociedad”.
La
autora llegó a decir de este libro que es “un
testimonio de lo que pudo ser la historia y no ha sido: un triunfo
glorioso de la vida”. Viene a
afirmar que la realidad vivida por el individuo humano a lo largo de
la historia ha consistido en lo que alguien ha decidido por él lo
que había que hacer, para sentenciar a continuación que a partir de
ahora este individuo «debe extender la conciencia histórica
al resto de los que integran esta sociedad, abriendo un cauce a una
sociedad digna de esta conciencia y de esta persona de donde
brota». Se trataría, pues, de lograr una sociedad más humanizada y
que su historia actuase sin tener que hacer sacrificios a los dioses,
sin que aparezca una deidad que exija nuevos sacrificios...quiere ser
consciente de las decisiones que le afectan y protagonista de los
aconteceres en los que su vida está involucrada. Cada hombre forma
parte de la sociedad y quiere participar en las decisiones; ha pasado
ya el tiempo de que otro u otros actúen o decidan por él.
El
proceso de humanización de la sociedad: Zambrano
tituló la tercera parte de su libro «La humanización de la
sociedad: la democracia», en la que quería decir que el hombre
habría entrado en una etapa nueva de la historia de la humanidad
desde el momento en el que percibió que, como hombre, estaba
viviendo necesariamente en una sociedad, dentro de ella, y que solo
en ella cobraba su sentido. En una etapa histórica anterior se
afirmaba que el hombre se relacionaba con la naturaleza, pero esa
relación era aislada, cuando el hombre se había perdido en ella o
se había enfrentado con ella para conocerla. Antes
de esa relación existió otra con los dioses, pues aquel hombre
antiguo en su grupo, tribu o pueblo demandaba protección de aquellos
seres divinos mientras le fueron propicios, hasta que esa protección
dejó de funcionar. El hombre debió sentir entonces una soledad como
individuo que produjo la aparición de la envidia y, con ella, la
tragedia de una sociedad fundada en el sacrificio no aceptado: una
primera forma de desigualdad entre los hombres (hombres que saben
algo, hombres que creen saber y hombres que no saben).
La
soledad del hombre le daría una dimensión nueva: la intimidad, en
la que está cuando se da cuenta de la nueva situación, tiene que
vencer el espanto inicial de estar solo y de no saber quién o
quiénes pueden estar cerca. Y llega un momento en que se habitúa a
esa soledad y vive de nuevo: es como un terror inicial que triunfa
sobre la muerte; un pánico inicial que se suele superar con una
relación con lo otro, con el otro, con los otros.
En
el segundo apartado del capítulo tercero la reflexión de Zambrano
gira en torno al pensamiento de Ortega y Gasset cuando habló de la
diferencia entre creencias e ideas: en las creencias se está, las
ideas se tienen. Explica Zambrano el sentido preciso de algunas
expresiones como la de «individuo» e «individualismo» o la de
«liberalismo político» en la democracia. Y rectifica la tendencia
general del hombre a identificar el futuro con el origen [de algo
nuevo], cuando de manera revolucionaria, creyendo que lo que pretende
es algo absolutamente nuevo, lo proyecta en un pasado a modo de
Paraíso o de Edad de Oro. Y concluye que no es posible asentar el
futuro sobre el pasado. Prosigue matizando la propuesta de Ortega de
que «si la historia es [un] sistema», no puede ser como los
sistemas lógicos, porque el sistema de la historia no depende de la
lógica, sino que se fundamenta en el tiempo futuro, algo que aún no
es sino un proyecto, y esta interpretación replantea el conflicto de
individuo y sociedad con una solución posible en la idea de Estado
(Hegel), que termina siendo una nueva deidad, y en la idea de
Rousseau, cuando proponía lo contrario: que fuese desde el individuo
como se lograse un pacto interindividual. Si, como decía Ortega, la
historia es sistema y se expresa en forma de razón narrativa (no con
premisas y consecuencias), la conclusión a la que Zambrano llega es
una visión o descubrimiento: el de la persona, es decir, del
individuo dotado de conciencia, que se sabe a sí mismo y que se
entiende a sí mismo como valor supremo: es un futuro por descubrir,
mas no una realidad presente ya explícita.
Sigue
un epígrafe dedicado a la primera aparición del individuo —sería
mejor decir ciudadano—, que acaeció en la polis griega a partir
del siglo VII a.C., cuando esta sociedad abandonó los sistemas
tribales, el régimen de fratrías y reinos, así como en otros
ámbitos geográficos los sistemas de monarquías absolutas
orientales y egipcias. Ser individuo era un privilegio divino
—incluso, entre los hebreos, se consideraba que ellos eran no el
individuo, sino el pueblo elegido por Dios—. La polis griega
significaba la integración en ella de la familia, de la tribu y de
la fratría: el individuo griego, es decir, el ciudadano, es uno más
entre los restantes ciudadanos, al que por elección se le encomienda
la función de gobernar; por tanto, aparece el político elegido en
asamblea de ciudadanos, no un heredero o un conquistador del poder
por las armas. De esta forma, el hombre griego se presenta como
individuo libre de los lazos familiares, tribales, «fraternos», de
clase o de sangre.
Es
importante señalar que hubo esclavos y que existía una diferencia
entre el trato que recibían los esclavos públicos —del Estado, de
la polis— y el de los esclavos privados, que solía ser mejor, por
propio interés del amo.
Zambrano
distingue lo que se entiende por clase y por individuo. La clase
social de los hombres libres no tiene un ancestro que los denomine y
caracterice, a diferencia de la familia, tribu y fratría; ha perdido
su cualidad sagrada y, por tanto, es solo una agrupación humana; y
constituye una clase social: la de los ciudadanos libres. Es así
como en Grecia surge a la vez el hombre (libre), el ciudadano, el
hombre sin ninguna máscara, y, al mismo tiempo, perdura el grupo de
los esclavos, de quienes no alcanzaban el nivel de ciudadanía. La
nueva condición del hombre valdrá más que antes al ser, primero,
hombre libre y, en segundo lugar, tener un valor distintivo respecto
al esclavo. Ya no influye su origen de sangre ni tampoco que haya
estado revestido de poder. Lo que cuenta desde que el hombre es
considerado ciudadano y libre es el hecho de que se convierte, se
«revela» como medida, como una unidad constitutiva de una sociedad
nueva: la polis.
Y posteriormente vuelve al tema de las ideas y creencias de Ortega y Gasset, para
recordar los puntos que distinguen las unas de las otras:
-Las
ideas son hijas de la duda, pensamientos que surgen de la soledad del
hombre y, por tanto, son individuales; quien piensa en ideas está
pensando orientado hacia el futuro y lo prepara.
-Las
creencias pertenecen al pasado y las usamos y aplicamos sin darnos
cuenta en muchas ocasiones, dado que vivimos de ellas; las creencias
no solemos pensarlas, sino que las sentimos llegar de un pasado más
o menos lejano y nos dan seguridad cuando el porvenir se oscurece y
se cierra. En las sociedades primarias solo hay creencias, entre las
cuales destacan religiones, cuyos dioses se enmascaran y, a veces,
aterrorizan a los hombres, lo que impide que en dichas sociedades
haya libertad. Por otro lado, las culturas en las que el hombre no se
ha revelado en su valor propio, como ser racional, no pueden tener
filosofía, sino tal vez una sabiduría o una poesía religiosa o
narrativa, pero sin capacidad de razonar humanamente, porque se
carece de libertad para pensar y actuar.
Zambrano
recordará que Teognis de Mégara (localidad cercana a Atenas), quien
vivió en el siglo vi a.C.
cantaba en sus versos que «los hombres eran propiedad de los
dioses». Si Sócrates dijo lo que dijo a finales del siglo V
a.C.(«Solo sé que no sé nada...») y fue condenado a muerte y
ejecutado en el 399, la frase de Teognis no habría tenido sentido si
se hubiese pronunciado en el siglo IV a.C. La actitud del hombre
griego y su forma de pensar respecto a los dioses había cambiado
radicalmente a lo largo del siglo V a.C. Sócrates será condenado a
muerte por ser fiel a
sus ideas y creencias y, sobre todo, por decir que era consciente de
no saber nada y, por ello, ser el más sabio. Sócrates supo hacer
gala de su condición de hombre libre cuando apelaba a su conciencia
y a su pensamiento, dijera la polis lo que dijera; pero estaba
dispuesto a acatar la sentencia que se dictase por respeto y
coherencia de hombre libre que ha de aceptar el juego democrático. Y
lo aceptó, a pesar de que le ofrecieron poder escapar de la cárcel;
quiso que se cumpliera la sentencia del tribunal para hacer patente
el error de la justicia ateniense, por muy democrática que fuese
considerada.
Hasta
esos siglos de aparición del hombre como individuo, el hombre había
aparecido siempre enmascarado como perteneciente a una clase social,
en una función (pública) o como alguien extraordinario por encima o
por debajo de lo humano. Al irse desarrollando este nuevo hombre en
la vida ciudadana, se fue despojando de las máscaras para quedarse
solo con la imagen simple de hombre.
Y decía
María Zambrano que la
democracia tiene una
dimensión temporal, que
lleva tiempo, mucho tiempo. El tiempo necesario para el
contraste de pareceres, el uso público de la razón, el debate
libre, la formación de consensos, la revisión de las decisiones, la
exigencia de responsabilidades: la calidad de estos procesos es
incompatible con la prisa. De tal modo que al respecto acababa
sentenciando:
“las sociedades donde la gente “no tiene tiempo”
no pueden permitirse la democracia. Dicho sea de paso: ésa es una
de las razones del antagonismo profundo entre capitalismo –con su
impulso hacia la constante aceleración—y democracia. Sin
olvidar nunca que sin democracia en las fábricas y oficinas y
campos, sin democracia en los centros de trabajo, no hay democracia.
Y que sin democracia para decidir sobre la investigación científica
y el desarrollo tecnológico, en este nuestro mundo de potencia
tecnocientífica creciente, no hay democracia.”
Nota: es muy recomendable esta comunicación de Enric Luján (https://interferencia.digital), grabada en video: “El
pensamiento político de María Zambrano”, accesible con este enlace: