miércoles, 24 de agosto de 2022

MARÍA ZAMBRANO: PERSONA Y DEMOCRACIA

 

 


 


Hace 64 años de la publicación del libro de María Zambrano Alarcón (Vélez-Málaga,1904 – Madrid, 1991) titulado “Persona y democracia”, publicado en Puerto Rico en 1958. La autora vivía en Roma desde 1953. Se hizo una segunda edición en 1988 (Barcelona, Anthropos) y otra en 1996 (Madrid, Siruela). En estas dos nuevas ediciones se añadía al título el subtítulo “La historia sacrificial”, además de un prólogo fechado en Madrid, en julio de 1987.

Reconozco que no había leído nada de M.Z. desde mis tiempos del COU y que entonces lo hice por obligación académica. Ha sido todo un descubrimiento este libro dedicado a pensar la relación entre persona y democracia, que viene a ser sintetizado en su tercer capítulo, en el que describe la democracia como “humanización de la sociedad”.

La autora llegó a decir de este libro que es un testimonio de lo que pudo ser la historia y no ha sido: un triunfo glorioso de la vida”. Viene a afirmar que la realidad vivida por el individuo humano a lo largo de la historia ha consistido en lo que alguien ha decidido por él lo que había que hacer, para sentenciar a continuación que a partir de ahora este individuo «debe extender la conciencia histórica al resto de los que integran esta sociedad, abriendo un cauce a una sociedad digna de esta conciencia y de esta persona de donde brota». Se trataría, pues, de lograr una sociedad más humanizada y que su historia actuase sin tener que hacer sacrificios a los dioses, sin que aparezca una deidad que exija nuevos sacrificios...quiere ser consciente de las decisiones que le afectan y protagonista de los aconteceres en los que su vida está involucrada. Cada hombre forma parte de la sociedad y quiere participar en las decisiones; ha pasado ya el tiempo de que otro u otros actúen o decidan por él.

El proceso de humanización de la sociedad: Zambrano tituló la tercera parte de su libro «La humanización de la sociedad: la democracia», en la que quería decir que el hombre habría entrado en una etapa nueva de la historia de la humanidad desde el momento en el que percibió que, como hombre, estaba viviendo necesariamente en una sociedad, dentro de ella, y que solo en ella cobraba su sentido. En una etapa histórica anterior se afirmaba que el hombre se relacionaba con la naturaleza, pero esa relación era aislada, cuando el hombre se había perdido en ella o se había enfrentado con ella para conocerla. Antes de esa relación existió otra con los dioses, pues aquel hombre antiguo en su grupo, tribu o pueblo demandaba protección de aquellos seres divinos mientras le fueron propicios, hasta que esa protección dejó de funcionar. El hombre debió sentir entonces una soledad como individuo que produjo la aparición de la envidia y, con ella, la tragedia de una sociedad fundada en el sacrificio no aceptado: una primera forma de desigualdad entre los hombres (hombres que saben algo, hombres que creen saber y hombres que no saben).

La soledad del hombre le daría una dimensión nueva: la intimidad, en la que está cuando se da cuenta de la nueva situación, tiene que vencer el espanto inicial de estar solo y de no saber quién o quiénes pueden estar cerca. Y llega un momento en que se habitúa a esa soledad y vive de nuevo: es como un terror inicial que triunfa sobre la muerte; un pánico inicial que se suele superar con una relación con lo otro, con el otro, con los otros.

En el segundo apartado del capítulo tercero la reflexión de Zambrano gira en torno al pensamiento de Ortega y Gasset cuando habló de la diferencia entre creencias e ideas: en las creencias se está, las ideas se tienen. Explica Zambrano el sentido preciso de algunas expresiones como la de «individuo» e «individualismo» o la de «liberalismo político» en la democracia. Y rectifica la tendencia general del hombre a identificar el futuro con el origen [de algo nuevo], cuando de manera revolucionaria, creyendo que lo que pretende es algo absolutamente nuevo, lo proyecta en un pasado a modo de Paraíso o de Edad de Oro. Y concluye que no es posible asentar el futuro sobre el pasado. Prosigue matizando la propuesta de Ortega de que «si la historia es [un] sistema», no puede ser como los sistemas lógicos, porque el sistema de la historia no depende de la lógica, sino que se fundamenta en el tiempo futuro, algo que aún no es sino un proyecto, y esta interpretación replantea el conflicto de individuo y sociedad con una solución posible en la idea de Estado (Hegel), que termina siendo una nueva deidad, y en la idea de Rousseau, cuando proponía lo contrario: que fuese desde el individuo como se lograse un pacto interindividual. Si, como decía Ortega, la historia es sistema y se expresa en forma de razón narrativa (no con premisas y consecuencias), la conclusión a la que Zambrano llega es una visión o descubrimiento: el de la persona, es decir, del individuo dotado de conciencia, que se sabe a sí mismo y que se entiende a sí mismo como valor supremo: es un futuro por descubrir, mas no una realidad presente ya explícita.

Sigue un epígrafe dedicado a la primera aparición del individuo —sería mejor decir ciudadano—, que acaeció en la polis griega a partir del siglo VII a.C., cuando esta sociedad abandonó los sistemas tribales, el régimen de fratrías y reinos, así como en otros ámbitos geográficos los sistemas de monarquías absolutas orientales y egipcias. Ser individuo era un privilegio divino —incluso, entre los hebreos, se consideraba que ellos eran no el individuo, sino el pueblo elegido por Dios—. La polis griega significaba la integración en ella de la familia, de la tribu y de la fratría: el individuo griego, es decir, el ciudadano, es uno más entre los restantes ciudadanos, al que por elección se le encomienda la función de gobernar; por tanto, aparece el político elegido en asamblea de ciudadanos, no un heredero o un conquistador del poder por las armas. De esta forma, el hombre griego se presenta como individuo libre de los lazos familiares, tribales, «fraternos», de clase o de sangre. 

Es importante señalar que hubo esclavos y que existía una diferencia entre el trato que recibían los esclavos públicos —del Estado, de la polis— y el de los esclavos privados, que solía ser mejor, por propio interés del amo.

Zambrano distingue lo que se entiende por clase y por individuo. La clase social de los hombres libres no tiene un ancestro que los denomine y caracterice, a diferencia de la familia, tribu y fratría; ha perdido su cualidad sagrada y, por tanto, es solo una agrupación humana; y constituye una clase social: la de los ciudadanos libres. Es así como en Grecia surge a la vez el hombre (libre), el ciudadano, el hombre sin ninguna máscara, y, al mismo tiempo, perdura el grupo de los esclavos, de quienes no alcanzaban el nivel de ciudadanía. La nueva condición del hombre valdrá más que antes al ser, primero, hombre libre y, en segundo lugar, tener un valor distintivo respecto al esclavo. Ya no influye su origen de sangre ni tampoco que haya estado revestido de poder. Lo que cuenta desde que el hombre es considerado ciudadano y libre es el hecho de que se convierte, se «revela» como medida, como una unidad constitutiva de una sociedad nueva: la polis.

Y posteriormente vuelve al tema de las ideas y creencias de Ortega y Gasset, para recordar los puntos que distinguen las unas de las otras:

-Las ideas son hijas de la duda, pensamientos que surgen de la soledad del hombre y, por tanto, son individuales; quien piensa en ideas está pensando orientado hacia el futuro y lo prepara.

-Las creencias pertenecen al pasado y las usamos y aplicamos sin darnos cuenta en muchas ocasiones, dado que vivimos de ellas; las creencias no solemos pensarlas, sino que las sentimos llegar de un pasado más o menos lejano y nos dan seguridad cuando el porvenir se oscurece y se cierra. En las sociedades primarias solo hay creencias, entre las cuales destacan religiones, cuyos dioses se enmascaran y, a veces, aterrorizan a los hombres, lo que impide que en dichas sociedades haya libertad. Por otro lado, las culturas en las que el hombre no se ha revelado en su valor propio, como ser racional, no pueden tener filosofía, sino tal vez una sabiduría o una poesía religiosa o narrativa, pero sin capacidad de razonar humanamente, porque se carece de libertad para pensar y actuar.

Zambrano recordará que Teognis de Mégara (localidad cercana a Atenas), quien vivió en el siglo vi a.C.  cantaba en sus versos que «los hombres eran propiedad de los dioses». Si Sócrates dijo lo que dijo a finales del siglo V a.C.(«Solo sé que no sé nada...») y fue condenado a muerte y ejecutado en el 399, la frase de Teognis no habría tenido sentido si se hubiese pronunciado en el siglo IV a.C. La actitud del hombre griego y su forma de pensar respecto a los dioses había cambiado radicalmente a lo largo del siglo V a.C. Sócrates será condenado a muerte por ser fiel a sus ideas y creencias y, sobre todo, por decir que era consciente de no saber nada y, por ello, ser el más sabio. Sócrates supo hacer gala de su condición de hombre libre cuando apelaba a su conciencia y a su pensamiento, dijera la polis lo que dijera; pero estaba dispuesto a acatar la sentencia que se dictase por respeto y coherencia de hombre libre que ha de aceptar el juego democrático. Y lo aceptó, a pesar de que le ofrecieron poder escapar de la cárcel; quiso que se cumpliera la sentencia del tribunal para hacer patente el error de la justicia ateniense, por muy democrática que fuese considerada.

Hasta esos siglos de aparición del hombre como individuo, el hombre había aparecido siempre enmascarado como perteneciente a una clase social, en una función (pública) o como alguien extraordinario por encima o por debajo de lo humano. Al irse desarrollando este nuevo hombre en la vida ciudadana, se fue despojando de las máscaras para quedarse solo con la imagen simple de hombre. 

Y decía María Zambrano que la democracia tiene una dimensión temporal, que lleva tiempo, mucho tiempo. El tiempo necesario para el contraste de pareceres, el uso público de la razón, el debate libre, la formación de consensos, la revisión de las decisiones, la exigencia de responsabilidades: la calidad de estos procesos es incompatible con la prisa. De tal modo que al respecto acababa sentenciando:

“las sociedades donde la gente “no tiene tiempo” no pueden permitirse la democracia. Dicho sea de paso: ésa es una de las razones del antagonismo profundo entre capitalismo –con su impulso hacia la constante aceleración—y democracia. Sin olvidar nunca que sin democracia en las fábricas y oficinas y campos, sin democracia en los centros de trabajo, no hay democracia. Y que sin democracia para decidir sobre la investigación científica y el desarrollo tecnológico, en este nuestro mundo de potencia tecnocientífica creciente, no hay democracia.” 

 Nota: es muy recomendable esta comunicación de Enric Luján (https://interferencia.digital), grabada en video: “El pensamiento político de María Zambrano”, accesible con este enlace: 

 https://youtu.be/5n5hKH6tjl8

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