La
presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, pone mucho
énfasis cuando afirma con insistencia que la Nueva Bauhaus Europea
es “el alma y el sueño del Pacto Verde Europeo”,
destinado a “crear un nuevo estilo de vida, inclusivo y
asequible, con menos CO2“.
En
2020, justo un año después del centenario de la Escuela Bauhaus,
Ursula von der Leyen, propuso la Nueva Bauhaus Europea, como parte
del plan de recuperación de la covid-19 de 750 mil millones de euros
de la Unión Europea. Además, está profundamente relacionado con el
Pacto Verde Europeo y con la propuesta para la reducción de las
emisiones de gases de efecto invernadero. Pero, ¿qué fue la vieja
Bauhaus alemana y qué quiere ser la Nueva Bauhaus europea, dónde y
cómo quieren que vivamos?
Para
empezar a comprenderlo, el punto de partida ha de ser el actual
estancamiento de las inversiones en la construcción de viviendas.
Los masivos fondos destinados al Pacto Verde, junto con sus
orientaciones y regulaciones cerradas a toda otra alternativa,
suponen una oportunidad de oro para la recapitalización de la
industria inmobiliaria y de la construcción, que permitirá
incrementar sus márgenes con el cambio del sistema constructivo
tradicional a otro sistema industrial, beneficiándose de pleno
(junto con los sectores de la energía y el transporte) del nuevo
“mercado verde” capitalista al que la UE denomina “Pacto
Verde”.
Fundada
en 1919 por Walter Gropius, en Weimar (Alemania), la
escuela Bauhaus
fue una escuela de arquitectura, diseño, artesanía y arte cuyo
plan de enseñanza fue pionero en nuevas técnicas y recursos que
enseguida se convirtieron en
los elementos básicos de la cultura visual en toda Europa. La
Bauhaus sufrió
un creciente
acoso por parte de los
nazis, a la que veían como “judío-socialista”, por lo que la
cerraron, provocando así
que muchos de sus
integrantes acabaran
refugiándose
en los EEUU de Norteamérica,
donde continuaron difundiendo el pensamiento Bauhaus. Lo cierto es
que la Bauhaus sentó las
bases del diseño industrial
y gráfico, estableció los
fundamentos académicos de la nueva Arquitectura
Moderna, creando
una nueva estética que llegó a afectar a todos los ámbitos
cotidianos y que aún perdura.
Que
renombren ahora esta iniciativa europea en memoria de la histórica
Bauhus alemana, nos da una buena pista para intuir la finalidad de
esta “nueva” Bauhaus, porque aquella otra no fue sino la
supeditación total del diseño de las viviendas y los espacios
vitales a las necesidades de rentabilidad del capital invertido en su
construcción, reduciendo materiales y mano de obra al mínimo,
asociado todo ello a la estética homogeneizadora,
minimalista-modernista, que caracterizó a los barrios destinados a
enlatar a las familias de los trabajadores en gigantescos bloques de
pisos cúbicos y todos exactamente iguales. Ahora, incluso se
disponen a “mejorar” el plan de la vieja Bauhaus:
industrialización total, reducción máxima de mano de obra y
apertura de nuevos mercados para la exportación. Y, de regalo, todo
un buen rollo ideológico de capitalismo corporativo, “inclusivo,
ecológico y muy sostenible”,
o sea, lo que ya se entiende por “Capitalismo Verde”. No me
extraña que haya quien diga que con la nueva Bauhaus “hemos
pasado de la ensoñación de Marinetti al encaje épico de la pequeña
burguesía fascista en el estado corporativo”.
La
Bauhaus alemana
logró
sobrevivir, incluso con cierto aire
de resistencia, mientras
que
sus principios convirtieron a la Alemania reconstruida en un masivo
horror cúbico, cuya lógica contribuyó decisivamente a dar forma a
un modelo universal de vivienda
social
como ghetto obrero y segregación clasista, representando
la vanguardia del programa urbanístico del totalitario capitalismo
de estado. Walter
Gropius (1883-1969),
fundador y director de la Escuela de la Bauhaus entre
1919
y
1928,
intentó
implantar el modelo a gran escala en EEUU, lo que entonces no fue
posible por las limitaciones regulatorias de entonces, pero
que ahora,
allanado
el camino gracias
al Pacto Verde, sí le resultará viable
al
capital, que
encuentra así una tabla de salvación destinada a superar
su profunda crisis ydispuesto
a
culminar lo que hace
un siglo
no pudo hacer la vieja Bauhaus.
Uno
de los principios establecidos por la Bauhaus desde su fundación es
"la forma sigue a la función" .Tel-Aviv es la ciudad con
más arquitectura Bauhaus. Hay más edificios construidos al estilo
Bauhaus que en cualquier otro lugar del mundo, incluyendo cualquier
ciudad de Alemania. El estilo fue llevado allí en los años treinta
por arquitectos europeos, mayoritariamente alemanes y rusos de la
escuela Bauhaus que huían del régimen nazi.
La
fundación de la Bauhaus se produjo en un momento de crisis del
pensamiento moderno y el auge de la racionalidad técnica occidental
en el conjunto de Europa y particularmente en Alemania. Su creación
se debió a la confluencia de estos factores en las dos primeras
décadas del siglo XX, cuya concreción fue dada por las vanguardias
artísticas del comienzo de siglo.
Al
igual que otros movimientos pertenecientes a la vanguardia artística,
la Bauhaus no se marginó de los procesos político-sociales, sino
que mantuvo un alto grado de contenido crítico y compromiso de
izquierda. La Bauhaus —como demuestran los problemas que tuvo con
políticos que no la veían con simpatía— adquirió la reputación
de “subversiva”.
¿Casas
baratas?
La
producción de viviendas será trasladada a una fábrica, con una
significativa reducción del tiempo de ejecución, que rondará el
50%, así como del 15-20% en cantidad de mano de obra, junto con
reducción de los salarios, dada la descualificación del trabajo en
este modo fabril de producir casas. Se cumple así un principio
básico de la escuela Bauhaus y una tendencia innata de todo
capitalismo: abaratar costes para incrementar beneficios. Hasta ahora
los ensayos previos no eran “suficientemente” rentables, pero lo
serán en adelante, a partir del Pacto Verde. Con el sistema de
construcción industrial “sostenible” disminuyen
significativamente (hasta un 80%) los residuos a pie de obra, así
como las emisiones de CO2, lo que significará, junto a las
cuantiosas subvenciones de la UE, un aporte de beneficios que
rentabilizarán al máximo las inversiones del capital, eso sí, a
condición de producir “bloques” de viviendas a gran escala y con
un “diseño Bauhaus” minimalista, remozado ahora con la
aportación de nuevas tecnologías “verdes” con el fin de crear
un nuevo modelo “integral”, de gran empresa constructora, que
incluirá desde la producción energética al comercio inmobiliario y
concentrará a los proveedores monopolistas de cada sector,
participantes en el proceso fabril. Es previsible una máxima
concentración de la oferta junto a una mayor homogeneidad de los
barrios y urbanizaciones destinadas a las masas trabajadoras y
funcionales a las ńecesidades logísticas del nuevo Mercado Verde.
La
Comisión Europea (CE) presentó la hoja de ruta de su Nueva Bauhaus
Europea para redefinir la sociedad pospandémica, inspirada en el
movimiento alemán que hace un siglo pusiera la arquitectura, el
urbanismo y la tecnología al servicio de la rentabilidad
capitalista. Esta redefinición consiste en darle un barniz de
“sostenibilidad,
inclusión y estética”, con
un discurso de la iniciativa
como
“proyecto de esperanza”
para
después de la crisis de la covid-19. “Va
sobre cómo queremos vivir juntos después de la pandemia mientras
protegemos el planeta y protegemos nuestro medioambiente, sobre
empoderar a los que tienen las soluciones para la crisis climáticas,
sobre conjuntar sostenibilidad con estilo. Va sobrenosotros”,
dijo en un vídeo grabado la presidenta de la Comisión Europea. Un
discurso que
toma como referencia losprincipios
de racionalidad, funcionalismo y heterodoxia estética de la escuela
de arte Bauhausfundada
en 1919. La
Comisión ha planteado una fase previa de lanzamiento con la
pretensión de dotar a la iniciativa de un aire “participativo”,
buscando la complicidad de arquitectos, urbanistas, empresas
constructoras y “start-ups”
innovadoras. Como
en el movimiento Bauhaus histórico, el punto de partida serán los
conceptos “accesible”, “funcional” y “estético”, con el
añadido de “sostenibilidad” en su interpretación
estatal/capìtalista, claro.
Prefiero
hablar de bienes comunales, mejor que de bienes comunes; me parece que
lo común es ambiguo, común puede ser la actividad de una banda
criminal y común a todos sus accionistas puede ser el capital de un
Banco o de una empresa multinacional. Pero no diríamos de estos
“comunes” que son bienes comunales.
Es
muy común la idea de que cada una de las revoluciones tecnológicas
por las que hemos pasado tuvo como consecuencia cambios radicales en
las sociedades humanas. Pensemos en el fuego, la rueda, la noria, la
fragua, los molinos de agua y de viento, el motor de vapor...o, sin
ir más lejos, la revolución digital en la que estamos. Sí, han
sido muchos y muy radicales los cambios en nuestras formas de vivir y
organizarnos, no se pueden negar esas revoluciones tecnológicas de consecuencias sociales, económicas y
políticas que fueron acompañadas, casi siempre, de conflictos
dirimidos en guerras, con balance de millones de vidas
humanas, sacrificadas en cada una de esas revoluciones.
Y, sin
embargo, cuando despliego una mirada con perspectiva histórica de
conjunto, por debajo de todos esos cambios evidentes e
indiscutibles, lo que observo es la permanencia inalterable de una
institución muy arcaica, la Propiedad, junto a sus derivadas,
Patriarcado y Estado. Estas instituciones han sobrevivido a todas las
revoluciones, llegando a determinar el
presente y el futuro inmediato “sin despeinarse”, como si no
tuvieran que ver con ninguna de esas revoluciones y sus
correspondientes masacres. Así, toda la responsabilidad parece ser
de la técnica y del mal uso que de ella hacemos los individuos
humanos, que nos comportamos como el egoísta despreciable que
conceptualizara hace medio siglo Garret Hardin en su “Tragedia de
los comunes” (1968, revista Science).
Estamos
abocados a reconceptuar los comunales, porque en el tiempo presente, en las inéditas y críticas circunstancias actuales,
simplistamente reducidas a un cambio climático y a una transición
energética que no logran ocultar la profundidad y dimensión global
de una crisis civilizacional y sistémica. Ya no nos sirven los
conceptos de bienes comunes acuñados por la historia social
convencional. De algún modo, se ha cumplido el diagnóstico del
científico racista y eugenista Garret Hardin, tan nítidamente
definido en expresiones como éstas: “los comunes para los
plebeyos y el mercado para las élites” o “estamos en un bote
salvavidas y hay que tirar por la borda a todos los que sobran”.
El
paradigma de los bienes comunes todavía vigente es una ruina
conceptual y objetiva. Nada tiene que ver el mundo digital actual,
gobernado por algoritmos al servicio de las élites dominantes, con
el mundo campesino y “comunal” idealizado por quienes siguen
pensando en la posibilidad “revolucionaria” de reeditar aquellos
comunales altomedievales, resistiéndose a comprender que su
histórico declive y fracaso fue debido a su intrínseca naturaleza
“legal”, a partir de Cartas Pueblas y Fueros concedidos como
graciosas concesiones del Estado medieval en su forma
monárquico-feudal, con efímeros lapsus entre cambios de Estado,
como sucediera entre el derrumbe del Estado imperial romano y su relevo por la nueva estructura estatal de los reinos cristiano-visigodos, periodo que en la península ibérica
transcurriera entre los siglos VI y IX aproximadamente.
Un nuevo paradigma
es necesario a la altura de las circunstancias actuales y de la
trágica situación global a la que nos ha conducido el éxito de
la teoría “científica” de Garret Hardin, teoría todavía
mayoritaria entre una enigmática “comunidad científica”,
perfectamente sintonizada con el marco mental y fáctico del orden estatal-capitalista imperante, de inequívoca matriz darwinista y
eugenésica.
La
clave de esta distopía reside, a mi entender, en la
ignorancia de la Propiedad sobre la Tierra y el Conocimiento, como germen y desencadenante
del sistema de dominación desplegado por las élites
dominantes a lo largo de la historia, hasta llegar a su actual
forma global, estatal-capitalista. La institución de la Propiedad ha evolucionado a partir de su simple forma neolítica y ha perdurado hasta lograr
su máxima complejidad, extensión y primacía, en paralelo a la modernización
totalitaria del aparato estatal-mercantil en los dos últimos siglos.
Si
en las dramáticas y globales circunstancias actuales no llegáramos
a entender la necesidad existencial de comunalizar la Tierra y el
Conocimiento humano, tengo por seguro que será mínima nuestra posibilidad de sobrevivir al
colapso civilizacional en el que estamos inmersos. Se trata de
necesidad existencial, de la especie y de cada individuo,
inseparablemente, porque la condición humana nunca estuvo en tan
grave riesgo de extinción a partir de su sistemática vanalización, a
punto de ser sustituida por la gobernanza del Algoritmo, una
inteligencia artificial cuya carencia de rostro no debería hacernos
creer que no tiene detrás mentes concretas, las diseñadoras del
Algoritmo, con la preclara intención “de tirarnos por la borda a todos los
sobrantes”, tal y como propusiera Garret Hardin en su teoría del
bote salvavidas, como inevitable y única solución a la “tragedia de
los comunes”.
El
agotado y fracasado paradigma de los bienes comunes reserva un sitio
preferente para la Propiedad y sólo se justifica a sí mismo
como subsidiario de la propiedad privada, comunes pendientes de su completa privatización por el Estado, como forma sibilina de “bienes públicos” gestionados por las administraciones
estatales. Todo ello, lo público-estatal no logra apaciguar las neuróticas ilusiones
consumistas de la masa clientelar y cautiva. Todavía no saben estas masas
que son marginales por definición sistémica y categórica, una ciudadanía-sujeto de derechos solo mientras éstos
sean funcionales, simultáneamente, a los intereses del Mercado
y de la Hacienda estatal, cachondamente identificados con el “bien común” a criterio del paradigma dominante.
Pueden
seguir, por otros dos siglos o más, discutiendo los científicos sociales
y económicos sobre la metafísica de los comunes, pero el sentido
común me dice que los límites de la propiedad están
precisamente donde comienzan los bienes comunales universales, es
decir, la Tierra y el Conocimiento, ambos en su integridad, lo que
significa la exclusión de la Propiedad para estos bienes raíces, que constituyen la materia
prima del metabolismo de nuestra especie y sobre los que las
comunidades humanas, como cada uno de sus individuos, tienen un
natural “derecho de uso”, pero no, en ningún caso, un derecho de apropiación. Propiedad y comunales son términos contrarios e
incompatibles; y lo son por imperativo categórico de NECESIDAD EXISTENCIAL, que implica la extrema necesidad de abolir el derecho de apropiación sobre los comunales universales y su sustitución por un natural derecho de uso, un derecho natural, nI divino ni estatal, por razón
conjunta, ética y ecológica, de dignidad y supervivencia: para poder sobrevivir a la
vanalización de la vida, como al previsible colapso sistémico que ya
está en marcha...y que más se acelera cuanto más tardemos en
comprenderlo.
Combatir esta distopía conlleva riesgos con los que hay que lidiar, pero
así es la vida toda y especialmente la humana vida, incierta y efímera por naturaleza, siempre abocada
a afrontar y superar los desequilibrios, conflictos e incertidumbres
que la constituyen, enfrentada siempre a la inexorable ley de la
descomposición y siempre impulsada por su poderoso instinto vital y
dual, individual y comunitario.
El
pensamiento propietarista dominante se basa en una interesada
y atávica desconfianza en la capacidad de los individuos humanos para su
autogobierno, olvida las pruebas históricas que demuestran la posibilidad del autogobierno -y, por tanto, de la democracia -, a condición de ausencia de la Propiedad. Quienes profesan esta desconfianza no pueden
siquiera imaginar la vida humana sin Propiedad y, por tanto, sin
Patriarcado y sin Estado. La teoría de Garret Hardin presupone, sin
pruebas, la incapacidad humana para la autogestión o autogobierno. Y digo sin pruebas, porque nunca, al menos desde hace diez mil años, pudo la humanidad vivir liberada de la
institución de la Propiedad, ni de sus consecuencias patriarcales-estatales, ni libre de su innata violencia.
Hoy
“la tragedia de los bienes comunales” consiste en que ni siquiera
quienes los defienden comprendan su actual trascendencia en la inédita
situación trágica en la que está inmersa la especie humana, ni comprendan la
directa relación de esta tragedia con la institución histórica de la Propiedad como derecho a la apropiación de los comunales universales. Cuando nos
referimos a la Tierra y al Conocimiento no llegan a comprender la diferencia
abismal entre derecho de uso y derecho de apropiación.
Mirar por el espejo retrovisor es absolutamente
necesario cuando se quiere ir marcha atrás. De no ser así, sigue siendo
conveniente, pero solo a condición de que nos sirva para tener referencias en la marcha hacia adelante, pero no nos distraiga del camino por el que vamos, con grave riesgo
de estrellarnos.
La guerra permanente contra los entes biológicos que han
construido, regulan y mantienen la vida en nuestro Planeta es
el síntoma más grave de una civilización alienada de la
realidad que camina hacia su autodestrucción.
La guerra contra bacterias y virus: una lucha autodestructiva Autor Máximo Sandín.
Las dos obras fundacionales que constituyen la base teórico-filosófica del pensamiento occidental contemporáneo, de la concepción de la realidad, de la sociedad, de la vida, y que han sido determinantes en las relaciones de los seres humanos entre sí y con la Naturaleza son “La riqueza de las naciones” de Adam Smith y “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia” de Charles Darwin. La concepción de la naturaleza y la sociedad como un campo de batalla en el que dos fuerzas abstractas, la selección natural y la mano invisible del mercado rigen los destinos de los competidores, ha conducido a una degradación de las relaciones humanas y de los hombres con la naturaleza sin precedentes en nuestra historia que está poniendo a la humanidad al borde del precipicio. El creciente abismo entre los países victimas de la colonización europea y los países colonizadores, las decenas de guerras permanentes, siempre originadas por oscuros intereses económicos, la destrucción imparable de ecosistemas marinos y terrestres… sólo pueden conducir a la Humanidad a un callejón sin salida. La gran industria farmacéutica se puede considerar, dentro de este proceso destructivo, un claro exponente de la aplicación de estos principios y de sus funestas consecuencias. La concepción del organismo humano y de la salud como un campo para el mercado, como un objeto de negocio, unida a la visión reduccionista y competitiva de los fenómenos naturales ha conducido a una distorsión de la función que, supuestamente, le corresponde, que puede llegar a constituir un factor más a añadir a los desencadenantes de la catástrofe. Un ejemplo dramáticamente ilustrativo de los peligros de esta concepción es el alarmante aumento de la resistencia bacteriana a los antibióticos, que puede llegar a convertirse en una grave amenaza para la población mundial, al dejarla inerme ante las infecciones (Alekshun M. N. y Levy S. B. 2007). El origen de este problema se encuentra en los dos conceptos mencionados anteriormente, que se traducen en el uso abusivo de antibióticos ante el menor síntoma de infección, su utilización masiva para actividades comerciales como el engorde de ganado, y su comercialización con evidente ánimo de lucro, pero, sobre todo, de la consideración de las bacterias como patógenos, “competidores” que hay que eliminar.
Esta concepción pudo estar justificada por la forma como se descubrieron las bacterias, antes “inexistentes”. El hecho de que su entrada en escena fuera debido a su aspecto patógeno, unido a la concepción darvinista de la naturaleza según la cual, la competencia es el nexo de unión entre todos sus componentes, las estigmatizó con el sambenito de microorganismos productores de enfermedades que, por tanto, había que eliminar. Sin embargo, los descubrimientos recientes sobre su verdadero carácter y sus funciones fundamentales para la vida en nuestro planeta han transformado radicalmente las antiguas ideas. Las bacterias fueron fundamentales para la aparición de la vida en la Tierra, al hacer la atmósfera adecuada para la vida tal como la conocemos mediante el proceso de fotosíntesis (Margulis y Sagan, 1995). También fueron responsables de la misma vida: las células que componen todos los organismos fueron formadas por fusiones de distintos tipos de bacterias de las que sus secuencias génicas se pueden identificar en los organismos actuales (Gupta, 2000). En la actualidad, son los elementos básicos de la cadena trófica en el mar y en la tierra y en el aire (Howard et al., 2006; Lambais et al., 2006) y siguen siendo fundamentales en el mantenimiento de la vida: “Purifican el agua, degradan las sustancias tóxicas, y reciclan los productos de desecho, reponen el dióxido de carbono a la atmósfera y hacen disponible a las plantas el nitrógeno de la atmósfera. Sin ellas, los continentes serían desiertos que albergarían poco más que líquenes”. (Gewin,2006), incluso en el interior y el exterior de los organismos (en el humano su número es diez veces superior al de sus células componentes). La mayor parte de ellas son todavía desconocidas y se calcula que su biomasa total es mayor que la biomasa vegetal terrestre. Con estos datos resulta evidente que su carácter patógeno es absolutamente minoritario y que en realidad es debido a alteraciones de su funcionamiento natural producidas por algún tipo de agresión ambiental ante la que reaccionan intercambiando lo que se conoce como “islotes de patogenicidad” ( Brzuszkiewicz et al., 2006) una reacción que, en realidad, es una reproducción intensiva para hacer frente a la agresión ambiental. De hecho, se ha comprobado que los antibióticos no son realmente “armas” antibacterianas, sino señales de comunicación que, en condiciones naturales, utilizan, entre otras cosas, para controlar su población: “Lo que los investigadores conocen sobre los microbios productores de antibióticos viene fundamentalmente de estudiarlos en altos números como cultivos puros en el laboratorio, unas condiciones artificiales comparadas con su número y diversidad encontrados en el suelo” (Mlot, 2009). A pesar de todos estos datos reales, se puede comprobar cómo la industria farmacéutica sigue buscando “nuevas armas” para combatir a las bacterias (Pearson, 2006).
Los virus han seguido, con unos años de retraso, el mismo camino que las bacterias, debido a que su descubrimiento fue más tardío a causa de su menor tamaño. Descubiertos por Stanley en la enfermedad del “mosaico del tabaco” fueron, lógicamente, dentro de la óptica competitiva de la naturaleza, incluidos en la lista de “rivales a eliminar”. Es evidente que algunos de ellos provocan enfermedades, algunas terribles, pero, ¿no estará en el origen de éstas algún proceso semejante al que ya parece evidente en las bacterias? Veamos los datos más recientes al respecto: El número estimado de virus en la Tierra es de cinco a veinticinco veces más que el de bacterias. Su aparición en la Tierra fue simultánea con la de las bacterias (Woese, 2002) y la parte de las características de la célula eucariota no existentes en bacterias (ARN mensajero, cromosomas lineales y separación de la transcripción de la traslación) se han identificado como de procedencia viral (Bell, 2001). Las actividades de los virus en los ecosistemas marinos y terrestres (Williamson, K. E., Wommack, K. E. y Radosevich, M., 2003; Suttle, C. A., 2005) son, al igual que las de las bacterias, fundamentales.
En los suelos, actúan como elementos de comunicación entre las bacterias mediante la transferencia genética horizontal (Ben Jacob, E. et al., 2005) en el mar tienen actividades tan significativas como estas: En las aguas superficiales del mar hay un valor medio de 10.000 millones de diferentes tipos de virus por litro. Su densidad depende de la riqueza en nutrientes del agua y de la profundidad, pero siguen siendo muy abundantes en aguas abisales. Su papel ecológico consiste en el mantenimiento del equilibrio entre las diferentes especies que componen el placton marino (y como consecuencia del resto de la cadena trófica) y entre los diferentes tipos de bacterias, destruyéndolas cuando las hay en exceso. Como los virus son inertes, y se difunden pasivamente, cuando sus "huéspedes" específicos son demasiado abundantes son más susceptibles de ser infectados. Así evitan los excesos de bacterias y algas, cuya enorme capacidad de reproducción podría provocar graves desequilibrios ecológicos, llegando a cubrir grandes superficies marinas. Al mismo tiempo, la materia orgánica liberada tras la destrucción de sus huéspedes, enriquece en nutrientes el agua. Su papel biogeoquímico es que los derivados sulfurosos producidos por sus actividades, contribuye... ¡a la nucleación de las nubes! A su vez, los virus son controlados por la luz del sol (principalmente por los rayos ultravioleta) que los deteriora, y cuya intensidad depende de la profundidad del agua y de la densidad de materia orgánica en la superficie, con lo que todo el sistema se regula a sí mismo. (Fuhrman, 1999). Hasta el 80% de las secuencias de los virus marinos y terrestres no son conocidas en ningún organismo animal ni vegetal. (Villareal, 2004). En cuanto a sus actividades en los organismos, los datos que se están obteniendo los convierten en los elementos fundamentales en la construcción de la vida. Además de las características de la célula eucariota no existentes en las bacterias que se han identificado como procedentes de virus, más significativo aún es el hecho de que la inmensa mayor parte de los genomas animales y vegetales está formada por virus endógenos que se expresan como parte constituyente de éstos (Britten, R.J., 2004) y elementos móviles y secuencias repetidas derivadas de virus que se han considerado erróneamente durante años “ADN basura” gracias a la “aportación científica” de Richard Dawkins con su pernicioso libro “El gen egoísta” (Sandín, 2001; Von Sternberg, R., 2002). Entre éstas, los genes homeóticos fundamentales, responsables del desarrollo embrionario, cuya disposición en los cromosomas de secuencias repetidas en tandem revela un evidente origen en retrotransposones (capaces de hacer, con la ayuda del genoma, duplicaciones de sí mismos), a su vez derivados de retrovirus (Wagner, G. P. et al., 2003; GarcíaFernández, J., 2005). Una de las funciones más llamativas es la realizada por los virus endógenos W, cuya misión en los mamíferos consiste en la formación de la placenta, la fusión del sincitio-trofoblasto y la inmunosupresión materna durante el embarazo (Venables et al., 1995; Harris, 1998; Mi et al., 2000; Muir et al., 2004). Pero la cantidad, no sólo de “genes” sino de proteínas fundamentales en los organismos eucariotas (especialmente multicelulares) no existentes en bacterias y adquiridas de virus sería inacabable (Adams y Cory, 1998; Barry y McFadden, 1999; Markine-Goriaynoff et al., 2004; Gabus et al., 2001; Medstrand y Mag, 1998; Jamain et al., 2001 ), aunque, en ocasiones, los propios descubridores, llevados por la interpretación darwinista las consideran aparecidas misteriosamente (“al azar”) en los eucariotas y adquiridas por los virus (Hughes & Friedman, 2003) a los que acusan de “secuestradores”, “saboteadores” o “imitadores” (Markine-Goriaynoff et al., 2004) sin tener en cuenta que los virus en estado libre son absolutamente inertes, y que es la célula la que utiliza y activa los componentes de los virus (Cohen, 2008). Por eso, resultan absurdas las acusaciones, que estamos cansados de oír, de que los virus “mutan para evadir las defensas del hospedador”. Las “mutaciones” se producen durante los procesos de integración en el ADN celular debido a que la retrotranscriptasa viral no corrige los “errores de copia”.
En definitiva, e independientemente de la incapacidad para la comprensión de la importante función de los virus en la evolución y los procesos de la vida motivada por la asfixiante concepción reduccionista y competitiva de las ideas dominantes en Biología, los datos están disponibles en los genomas secuenciados hasta ahora. En el genoma humano se han identificado entre 90.0000 y 300.0000 secuencias derivadas de virus. La variabilidad de las cifras es debida a que depende de que se tengan en consideración virus completos o secuencias parciales derivadas de virus. Es decir, también están en nuestro interior. Cumpliendo funciones imprescindibles para la vida. Pero también sabemos que los virus endógenos se pueden activar y “malignizar” como consecuencia de agresiones ambientales (Ter-Grigorov, et al., 1997; Gaunt, Ch. y Tracy, S., 1995). Es decir, por más que la concepción dominante de la naturaleza, la que nos parecen querer imponer los interesados en la lucha contra ella, sea la de un sórdido campo de batalla plagado de “competidores” a los que hay que eliminar, lo que nos muestra la realidad es una naturaleza de una enorme complejidad en la que todos sus componentes están interconectados y son imprescindibles para el mantenimiento de la vida. Y que son las rupturas de las condiciones naturales, muchas de ellas causadas por esta visión reduccionista y competitiva de los fenómenos de la vida, las que están conduciendo a convertir a la naturaleza desequilibrada en un verdadero campo de batalla en el que tenemos todas las de perder. El peligroso avance de la resistencia bacteriana a los antibióticos se puede considerar como el más claro exponente de las consecuencias de la irrupción de la competencia y el mercado en la naturaleza, pero hay otra consecuencia de esta actitud que nos puede dar una pista de hasta donde pueden llegar si se continúa por este camino: Desde 1992 hasta 1999, el periodista Edward Hooper siguió el rastro de la aparición del SIDA hasta un laboratorio en Stanleyville en el interior del Congo, por entonces belga, en el que un equipo dirigido por el Dr. Hilary Koprowski, elaboró una vacuna contra la polio utilizando como sustrato riñones de chimpancé y macaco. El “ensayo” de esta vacuna activa tuvo lugar entre 1957 y 1960, mediante un método muy habitual “en aquellos tiempos”, la vacunación de más de un millón de niños en diversas “colonias” de la zona. Niños cuyas condiciones de vida (y, por tanto, de salud) no eran precisamente las más adecuadas. En un debate en el que el periodista expuso sus datos, Hooper fue vapuleado públicamente por una comisión de científicos que negaron rotundamente esa relación, aunque no se consiguió encontrar ninguna muestra de las vacunas. Parece comprensible que los científicos no quieran ni siquiera pensar en esa posibilidad. Desde entonces, se han publicado varios “rigurosos” estudios que asociaban el origen del sida con mercados africanos en los que era práctica habitual la venta de carne de mono o, más recientemente, “retrasando” la fecha de aparición hasta el siglo XIX mediante un supuesto “reloj molecular” basado en la comparación de cambios en las secuencias genéticas de virus. Lo que ni Hooper ni Koprowsky podían saber era que los mamíferos tenemos virus endógenos que se expresan en los linfocitos y que son responsables de la inmunodepresión materna durante el embarazo. En la actualidad, Koprowsky es uno de los científicos con más patentes a su nombre.
Las barreras de especie son un obstáculo natural para evitar el salto de virus de una especie a otra. Son necesarias unas condiciones extremas de estrés ambiental o unas manipulaciones totalmente antinaturales para que esto ocurra. Y todo esto nos lleva al cuestionamiento de de muchos conceptos ampliamente asumidos que, como ajeno profesionalmente al campo de la medicina, sólo me atrevo a plantear a los expertos en forma de preguntas para que sean ellos los que consideren su pertinencia: Si tememos en cuenta que las secuencias genéticas de los virus endógenos y sus derivados están implicadas en procesos de desarrollo embrionario (Prabhakar et al., 2008), se expresan en todos los tejidos y en muchos procesos metabólicos (Sen y Steiner, 2004), inmunológicos (Medstrand y Mag, 1998), ¿cuál es la verdadera relación de los virus con el cáncer o con las enfermedades autoinmunes? ¿son causa o consecuencia? Es decir, ¿existen epidemias de cáncer o artritis o son los tejidos afectados los que emiten partículas virales (Seifarth et al., 1995)? Si tenemos en cuenta que la inmunidad es un fenómeno natural que cuenta con sus propios procesos para garantizar el equilibrio con los microorganismos del entorno, la introducción artificial de microorganismos “atenuados” o partes de ellos en el organismo ¿no producirá una distorsión de los mecanismos naturales incluyendo un posible debilitamiento del sistema inmune que favorecería la posterior susceptibilidad a distintas enfermedades?
Y, finalmente, si tenemos en cuenta que la existencia en la naturaleza de “virus recombinantes” procedentes de dos especies diferentes es tan extraña que posiblemente sea inexistente debido a la extremada especificidad de los virus. ¿De dónde vienen esos extraños virus con secuencias procedentes de cerdos, aves y humanos? En el caso hipotético de que los verdaderos intereses de la industria farmacéutica fueran los beneficios económicos, la enfermedad se convertiría en un negocio, pero las vacunas serían, sin la menor duda, el mejor negocio. Ya hemos visto repetidamente hasta donde pueden llegar las dos industrias que, junto con la farmacéutica, constituyen los mercados que más dinero “generan” en el mundo: la petrolera y la armamentística. Sería un duro golpe para los ciudadanos convencidos de que están en buenas manos comprobar que una industria aparentemente dedicada a cuidar la salud de los ciudadanos fuera en realidad otra siniestra máquina acumuladora de dinero capaz de participar en las turbias maquinaciones de sus compañeras de ranking como, por ejemplo, controlar prestigiosas organizaciones internacionales para favorecer sus propios intereses.
La concepción de la naturaleza basada en el modelo económico y social del azar como fuente de variación (oportunidades) y la competencia como motor de cambio (progreso) impone la necesidad de "competidores" ya sean imaginarios o creados previamente por nosotros y está dañando gravemente el equilibrio natural que conecta todos los seres vivos. Pero la Naturaleza tiene sus propias reglas en las que todo, hasta el menor microorganismo y la última molécula, están involucrados en el mantenimiento y regulación de la vida sobre la Tierra y tiene una gran capacidad de recuperación ante las peores catástrofes ambientales. El ataque permanente a los elementos fundamentales en esta regulación, la agresión a la “red de la vida”, puede tener unas consecuencias que, para nuestra desgracia, sólo podremos comprobar cuando la Naturaleza recobre el equilibrio.
BIBLIOGRAFÍA
ADAMS, J.M. & CORY, S. 1998. The Bcl-2 protein family: arbiters of cell survival. Science, 28: 1322-1326. ALEKSHUN M. N. and LEVY S. B. 2007. Molecular Mechanisms of Antibacterial Multidrug Resistance. Cell, doi:10.1016/j.cell.2007.03.004 BARRY, M. & MCFadden, G. 1998. Apoptosis regulators from DNA viruses. Current Opinion Immunology 10: 422-430. BELL, P. J. 2001. Viral eukaryogenesis: was the ancestor of the nucleus a complex DNA virus? Journal of Molecular Evolution 53(3): 251-256.
BEN JACOB, E, AHARONOV, Y. AND ASPIRA, Y. (2005). Bacteria harnessing complexity. Biofilms.1, 239- 263
BRITTEN, R. J. (2004). Coding sequences of functioning human genes derived entirely from mobile element sequences PNAS vol. 101 no. 48, 16825–16830.
BRZUSZKIEWICZ, E. et al., 2006. How to become a uropathogen: Comparative genomic analysis of extraintestinal pathogenic Escherichia coli strains. PNAS, vol. 103 no. 34 12879-12884
COHEN, J. (2008) HIV Gets By With a Lot of Help From Human Host. Science, Vol. 319. no. 5860, pp. 143 - 144
DAWKINS, R. 1993 : El gen egoísta. Biblioteca Científica Salvat.
FUHRMAN, J. A. 1999. Marine viruses and their biogeochemical and ecological effects. Nature,399:541-548.
GABUS, C., AUXILIEN, S., PECHOUX, C., DORMONT, D., SWIETNICKI, W., MORILLAS, M., SUREWICZ, W., NANDI, P. & DARLIX, J.L. 2001. The prion protein has DNA strand transfer properties similar to retroviral nucleocapsid protein. Journal of Molecular Biology 307 (4): 1011-1021.
GARCIA-FERNÀNDEZ, J. (2005). The genesis and evolution of homeobox gene clusters. Nature Reviews Genetics Volume 6, 881-892. GAUNT, Ch. y TRACY, S. 1995. Deficient diet evokes nasty heart virus. Nature Medicine, 1 (5): 405-406.
GEWIN, V. 2006. Genomics: Discovery in the dirt. Nature .Published online: 25 January 2006; | doi:10.1038/439384a
GUPTA, R. S. 2000. The natural evolutionary relationships among prokaryotes.Crit. Rev. Microbiol. 26: 111-131.
HARRIS, J.R. 1998. Placental endogenous retrovirus (ERV): Structural, functional and evolutionary significance. BioEssays 20: 307-316. HOWARD, E. C. et al., 2006. Bacterial Taxa That Limit Sulfur Flux from the Ocean. Science, Vol. 314. no. 5799, pp. 649 – 652. HUGHES, A.L. & FRIEDMAN, R. 2003. Genome-Wide Survey for Genes Horizontaly Transferred from Cellular Organisms to Baculoviruses. Molecular Biology and Evolution 20 (6): 979-987. JAMAIN, S., GIRONDOT, M., LEROY, P., CLERGUE, M., QUACH, H., FELLOUS, M. & BOURGERON, T. 2001. Transduction of the human gene FAM8A1 by endogenous retrovirus during primate evolution. Genomics 78: 38-45. LAMBAIS, M. R. et al., 2006. Bacterial Diversity in Tree Canopies of the Atlantic Forest Science, Vol. 312. no. 5782, p. 1917
MARGULIS, L. y SAGAN, D. 1995. What is life?. Simon & Schuster. New York, London.
MARKINE-GORIAYNOFF, N. & al. 2004. Glycosiltransferases encoded by viruses. Journal of General Virology 85: 2741-2754. MEDSTRAND, P. & MAG, D.L. 1998. Human-Specific Integrations of the HERV-K Endogenous Retrovirus Family. Journal of Virology 72 (12): 9782-9787. MI, S., XINHUA LEE, XIANG-PING LI, GEERTRUIDA M. VELDMAN, HEATHER FINNERTY, LISA RACIE, EDWARD LAVALLIE, XIANGYANG TANG, PHILIPPE EDOUARD, STEVE HOWES, JAMES C. KEITH & JOHN M. MCCOY 2000. Syncitin is a captive retroviral envelope protein involved in human placental morphogenesis. Nature 403: 785-789. MLOT, C. 2009. Antibiotics in Nature: Beyond Biological Warfare. Science, Vol. 324. no. 5935, pp. 1637 - 1639 MUIR, A., LEVER, A. & MOFFETT, A. 2004. “Expression and functions of human endogenous retrovirus in the placenta: an update. Placenta 25 (A): 16-25. PEARSON, H. 2006. Antibiotic faces uncertain future. Nature, Vol 441, 18, 260261.
PRABHAKAR, S. AND VISEL, A. (2008). Human-Specific Gain of Function in a Developmental Enhancer. Science Vol. 321. no. 5894, pp. 1346 - 1350 SANDÍN, M. 2001. Las “sorpresas” del genoma. Bol. R. Soc. Hist. Nat. (Sec. Biol.), 96 (3-4), 345-352. SEIFARTH, W. et al., 1995. Retrovirus-like particles released from the human breast cancer cell line T47-D display type B- and C- related endogenous viral sequences. J. Virol. Vol 69 Nº 10.
SEN, CH-H. & STEINER, L.A. 2004. Genome Structure and Thymic Expression of an Endogenous Retrovirus in Zebrafish. Journal of Virology 78 (2): 899-911.
SUTTLE, C. A. (2005). Viruses in the sea. Nature 437, 356-361 TER-GRIGOROV, S.V., et al., 1997. A new transmissible AIDS-like disease in mice induced by alloinmune stimuli. Nature Medicine, 3 (1): 37-41.
THE GENOME SEQUENCING CONSORTIUM 2001. Initial sequencing and analysis of the human genome. Nature.409, 860-921. VENABLES, P. J. 1995. Abundance of an endogenous retroviral envelope protein in placental trophoblast suggests a biological function. Virology 211: 589-592. VILLARREAL, L. P. (2004). Viruses and the Evolution of Life. ASM Press, Washington.
VON STERNBERG, R. (2002). On the Roles of Repetitive DNA Elements in the context of a Unified Genomic-Epigenetic System. Annals of the New York Academy of Sciences, 981: 154-188.
WAGNER, G. P., AMEMIYA, C. AND RUDDLE, F. (2003). Hox cluster duplications and the opportunity for evolutionary novelties. PNAS vol.100 no. 25, 14603–14606
WILLIAMSON, K.E., WOMMACK, K.E. AND RADOSEVICH, M. (2003). Sampling Natural Viral Communities from Soil for Culture-Independent Analyses. Applied and Environmental Microbiology, Vol. 69, No. 11, p. 6628-6633 WOESE, C. R. (2002). On the evolution of cells. PNAS vol. 99 no. 13, 8742-8747. ZILLIG, W. y ARNOLD, P. 1999. Tras la pista de los virus primordiales. Mundo Científico. Nº 200.
“Decir
que la guerra contra el imperio parte de la vida cotidiana, de lo
ordinario, que emana del elemento ético, es proponer un nuevo
concepto de guerra, despojado de todo contenido militar. Si la guerra
es asimétrica no es en razón de las fuerzas que están presentes en
ella, sino porque los insurgentes y los contrainsurgentes no están
librando la misma guerra. Por eso la noción de guerra social no es
adecuada. Da lugar a la ilusión fatal de simetría en el conflicto
con esta sociedad, como si la batalla tuviera lugar en los mismos
planos de representación de la realidad. Si realmente hay una guerra
asimétrica entre las personas y los gobiernos es porque lo que nos
diferencia es una asimetría en la definición misma de la guerra.
No
habrá solución social a la presente situación. En principio porque
el vago agregado de medios, de instituciones y de burbujas
individuales al que se llama por antífrasis “sociedad” no tiene
consistencia, y a continuación porque no existe lenguaje para la
experiencia común. Y no se comparten las riquezas si no se comparte
un lenguaje. Hizo falta medio siglo de lucha en torno a las Luces
para forjar la posibilidad de la Revolución francesa, y un siglo de
lucha sobre el trabajo para parir el temible “Estado providencia”.
Las luchas crean el lenguaje en el que se dice el nuevo orden. Nada
parecido existe hoy en día. Europa es un continente arruinado que va
a hacer a escondidas sus compras a Lidl y viaja en low cost para
poder hacerlo todavía. Ninguno de los “problemas” que se
formulan en el lenguaje social admite solución”. (Texto
del Comité Invisible).
Pensar
es una acción propia y exclusiva de un único y concreto órgano
corporal, es algo propio de un concreto individuo humano. El
pensamiento sólo puede ser acto individual, porque no existe un
cerebro que sea común a dos o más cuerpos y, por tanto, hablar de
un “pensamiento colectivo o social” es referirse a algo irreal o imaginario. Este modo de “pensar el pensamiento” forma
parte del amplio repertorio del Imaginario Moderno, conformado a partir del pleno dominio cultural del aparato
estatal-mercantil desde su “modernización ilustrada y
liberal”, operada en el tránsito del siglo XVII al XVIII. En vez
de pensamiento social o colectivo, es mucho más ajustado a la
realidad hablar de “mentalidad”, en el sentido que explicara el
historiador Jacques Le Goff, como sucedáneo de “weltanschauung”,
que en lengua alemana significa la forma de concebir el mundo y la
vida, que logra hacerse viral -ésto lo digo yo-, por costumbre, que
podrá ser expontánea o inducida. Por eso mantengo que la
mentalidad mayoritaria de la sociedad contemporánea se corresponde
con el Imaginario ilustrado o moderno, desplegado
a partir de la modernización del aparato institucional dominante, a su modo estatal/capitalista, que en la actualidad sigue
intentando su global extensión e implantación.
Si
convenimos que un “paradigma” es una explicación de la realidad
mejor que la precedente (Thomas Khun), asistimos a la emergencia de
un nuevo paradigma, que yo denomino, provisionalmente, del realismo ético
(experiencial y científico), superador del
decadente paradigma del realismo paraético, imaginario
y pseudocientífico, constituido como
“mentalidad moderna, liberal-progresista e identitarista”.
Tenemos
un inmenso problema de comunicación cuando las palabras
(significantes) que usamos significan conceptos (significados)
diferentes y hasta contradictorios, que no se corresponden con la
realidad. Son muchas las palabras que, como “democracia” o
“revolución”, por ejemplo, han sido asimiladas por la moderna
“ideología del progreso”, logrando producir e imponer
significados que corresponden a la cosmovisión e intereses de las
élites que controlan la producción cultural y su reproducción
social. Se trata de significados ajustados a los intereses y
cosmovisión propia de aquellas élites que cuenten con suficiente
poder para hacerlo. La costumbre hace el resto, hasta lograr que los
“modernos” significados acaben por imponerse como mentalidad o
cosmovisión dominante.
Necesitamos
definir un vocabulario con fundamento en un método de
conocimiento teórico-práctico basado en un realismo ético,
asentado simultáneamente sobre el conocimiento científico, dialécticamente contrastado con el sentido común
resultante de la experiencia vital, personal y social, del común
humano. Valga
como ejemplo la palabra “democracia”. Morfológimante formada por
dos lexemas o raíces, cada una de ellas con un
significado referencial (demo=pueblo y cracia=gobierno) que, juntas,
modifican y completan su significación, componiendo un nuevo
significante (palabra) con nuevo significado (idea o concepto)
comprensible por los hablantes y definido por una entidad que puede
ser real (correspondiente a lo físico o material) o imaginaria
(correspondiente a algo pensado o ideal). Veamos:
-El
lexema “demo/pueblo” puede referirse al conjunto de la población
habitante de un concreto territorio, sea urbano o más amplio
(comarcal, regional, continental o global), luego no hay una única
definición de “pueblo”, como tampoco la hay de “territorio”
que, a su vez, puede referir a diferentes realidades físicas
definidas por cada tipo de poblamiento. Pues bien, en la palabra
“democracia” según la utiliza el imaginario moderno, demo o
pueblo adopta el significado de pueblo “nacional”, referido al
conjunto de habitantes incluidos por cada Estado en un artificial y
variable contenedor territorial. -El
lexema “cracia/gobierno” puede referirse indistintamente a
“gobierno de un sujeto” colectivo (lo que sería gobierno de sí,
autonomía o autocracia), como también puede referirse a
“gobernación de un objeto” (lo que sería heteronomía o
dictocracia). Por tanto, el “pueblo” puede ser sujeto soberano
(gobernante) o puede ser objeto sometido (gobernado), según sea el
tipo de democracia que consideremos, si real o imaginaria
(representativa).
A
partir de esta indefinición, el imaginario progresista-moderno ha
logrado implantar un significado imaginario para la palabra
democracia, a la medida de su propia cosmovisión: un
ilusorio “pueblo o nación estatal” gobernado por
representantes de su soberanía, haciendo
equivaler una “realidad” imaginada - el Pueblo o Nación
soberana - con su “representación” o Parlamento, constituido por
facciones ideológicas (partidos); es decir, otorgando categoría de
realidad a conceptos imaginarios, obrando ese colosal "despiste" que
consiste en identificar territorio y mapa, realidad e imagen.
En
plena pandemia del covid-19 (twitter de 24 jun 2020), Ana Botín, presidenta del
Banco Santander y miembro del consejo de administración de
Coca-Cola, decía: “Necesitamos un nuevo contrato social para
construir un mundo más sostenible. Luchar contra el cambio climático
o dar una educación del siglo XXI son retos que tenemos que afrontar
entre todos. La crisis del coronavirus, que ahora está golpeando a
Latinoamérica, es un ejemplo más”.
Todo
parece indicar que ya estamos en ese tránsito hacia un nuevo
contrato social, acelerado por la pandemia en curso. Es más que una
intuición y no es que lo veamos venir, es que ya lo tenemos encima
tras el ensayo global que ha supuesto la gestión de la pandemia por
la inmensa mayoría de los Estados: un nuevo orden social denominado “nueva
normalidad”, cuyas directrices generales nos vienen
predeterminadas por una lógica imparable, a priori incuestionable
por su naturaleza científico-tecnológica: combatir el cambio
climático mediante una radical transición energética y lograr un
modo de crecimiento sostenible o ecológico de la economía
capitalista, sustentada ésta en un desarrollo hipertecnológico.
¿Quién va a oponerse a esta lógica, quién se atreverá a ir
contra lo que está diciendo la “comunidad científica”, ese
misterioso sujeto colectivo, de expertos que son los que
realmente “saben”?
Junto a
la decidida apuesta de la mayor parte de las élites económico-políticas, expresada
por Ana Botín, se manifiestan voces más “conservadoras”, que afirman la
condición de falacia de esta apuesta por un nuevo contrato social.
Falacia es un argumento que pareciendo válido no lo es y, según
esta opinión conservadora, la idea de un nuevo contrato social es
una falacia en toda regla, se parte de que la realidad, por ser
mejorable hay que cambiarla, se argumenta que nuestra
realidad cambió cuando se abolió el antiguo régimen gracias al
contrato social vigente,
y se
concluye que necesitamos un nuevo contrato social para mejorar
la realidad del presente. Hablar
de un “nuevo” contrato social suena atractivo, el
calificativo “social” nos conecta con la idea de justicia, y si se
acompaña de las palabras igualdad, dignidad o sostenibilidad parece
que es más necesario todavía. Pero
dicen estas voces conservadoras que
en un ámbito nacional un nuevo contrato social no sería más que
una nueva Constitución,
en
un ámbito Europeo estaríamos ante un nuevo Tratado de la UE y en un
ámbito global, estaríamos hablando de una nueva Declaración de los
Derechos Humanos...y
se preguntan: ¿cambiaría
nuestra realidad si reescribiéramos esas normas?, a
lo que responden con un rotundo No, al tiempo que también se
preguntan: ¿por qué no hacemos un esfuerzo mayor en cumplir las
normas que ya tenemos para que las injusticias o las desigualdades
que han aparecido en la última década y que aparecerán en las
próximas sean contenidas? No
necesitamos un nuevo contrato social, dicen, un
nuevo contrato no solucionará el cambio climático, ni la pobreza,
ni la desigualdad, no garantizará que cumplamos lo que venimos
incumpliendo reiteradamente, todo lo cual parece tan razonable, al
menos, como lo que dice Ana Botín.
Por tanto, ante la encrucijada
que se nos presenta, habría esas dos posiciones igualmente oficiales. Pero yo
mantengo una posición propia que, como diría el ínclito y
recientemente fallecido Alfonso Sastre, “por propia voluntad se
sitúa al margen de los márgenes”, lo que explicaré a
continuación, no sin antes recordar a quien ésto lea una obviedad
que suele pasar desapercibida, como es que las personas “comunes”
también podemos pensar, reflexionar, leer y estudiar, al menos tanto
y con similar capacidad de acierto o error que cualquier “experto”.
El
considerado como “vigente” contrato social es inexistente, solo
es una idea, algo que nunca existió tras la descomposición del
Antíguo Regimen, ni escrito ni firmado por las partes, es decir,
entre la ciudadanía y el Estado liberal. Cuando se formuló la
teoría del contrato social por el filósofo jacobino Jean Jacques
Rousseau, el conocimiento científico apenas estaba dando sus
primeros pasos allá por el siglo XVIII. Es, pues, una suposición,
una idea que simboliza un supuesto acuerdo por el que las partes se
comprometen a respetar una serie de derechos y deberes, compromiso y
responsabilidad que, si buscamos una analogía ilustrativa, bien pudiera servirnos el contrato laboral, por el que un empresario y un trabajador
se comprometen con unos determinados acuerdos, que rubrican,
presumiblemente con libertad y en condiciones de igualdad. Pero no
hace falta ser jurista para saber que ésto es radicalmente falso,
que el contrato laboral no es una firma entre iguales y que, en
realidad, una de las partes se ve obligada a aceptar las condiciones
por razón de necesidad, tratándose, por tanto, de un contrato
impuesto, que viene a expresar la esencial relación de sumisión y
dependencia de una parte (el trabajador) respecto de la otra (el
empresario). Pues en el caso del Contrato Social la situación es aún
peor, porque se trata de un contrato igualmente simbólico y,
además, no estando escrito ni firmado por nadie, su sistemático
incumplimiento viene a ser la norma.
Las
dos posiciones “oficiales” enfrentadas que antes señalé, solo
aparentemente parecen “razonables”: los partidarios de un “nuevo
pacto social” porque piensan que el actual nos ha traído a una
situación insostenible, y los partidarios de una posición
conservadora porque piensan que dicha situación es consecuencia del
incumplimiento del pacto social vigente. Pero ambas posiciones
ignoran los orígenes y antecedentes históricos de tales
incumplimientos y consecuencias, solo se fijan en sus efectos y no en
sus causas.
Las
obligaciones y derechos que cualquier ciudadano adquiere al
incorporarse a una sociedad es a lo que Rousseau denominó “contrato
social”, un contrato simbólico e implícito que adquiere todo
ciudadano por serlo. Antes que
Rousseau, los filósofos ingleses Thomas Hobbes y John Locke
trataron esta cuestión con la misma pretensión de responder a ¿cómo
el hombre pasa de encontrarse en un estado de naturaleza, donde la
libertad de la que disfruta es máxima; a formar una sociedad
encabezada y dirigida por el Estado, donde la libertad es cercenada y
en el que se encuentra al manejo
y servicio del
déspota de turno?¿Acertaba Platón cuando afirmaba que “la
justicia es un acuerdo entre egoístas racionales"?.
La
desigualdad, la pobreza o la injusticia llevan preocupando al ser
humano a lo largo de toda la historia de la humanidad. Un nuevo
contrato social que ignore los avances científico-tecnológicos
y sus consecuencias no solucionará los mismos problemas que no fueron resueltos durante
los siglos pasados. Si es necesario un nuevo contrato social ha de
tener en cuenta que las personas pueden ser objeto de manipulación,
hoy más que nunca, gracias a las nuevas ciencias y tecnologías, condicionando
así el destino de la humanidad.
El
“contrato social” es una especie de mito de la época moderna,
como lo es la “nación”, ambos son producidos desde las instancias de
ese poder absoluto que conocemos como “Estado” y que a sí mismo se
presenta como “comunidad nacional”. Forma parte de este mito la
creencia de que el contrato social surge tras la descomposición del
Antíguo Regimen a cargo del Estado Moderno, el liberal que se
conformara a partir de las revoluciones americana y francesa, junto a
la revolución industrial inglesa. Pienso que el cambio real fue solo
nominal, referido a la denominación, por la que la misma situación
de sumisión y dependencia de los ciudadanos respecto del orden
estatal dominante pasaba a denominarse “contrato social” de forma
imaginaria, dando por hecho que la democracia liberal disipaba
por sí misma toda posibilidad de vuelta al totalitarismo del Antíguo
Regimen feudal.
Esta
relación de sometimiento y dominación es una constante, al menos
desde que tenemos constancia de la existencia del Estado, es decir,
desde hace al menos los diez mil años que nos separan del primer
Estado surgido en la Mesopotamia o Creciente Fértil. Y es así
porque esa es la naturaleza misma del Estado desde sus orígenes
hasta hoy. La "nación" creada por cada Estado desde su orígen le
sirve para darle contenido (social) a su continente territorial. Pero
al mito de la nación, el Estado contemporáneo le ha añadido otro
mito nuevo, el de la “comunidad científica”, otro sujeto
abstracto cuya razón “científico-tecnológica” hoy contribuye
decisivamente a sustentar la legitimación del aparato estatal.
Pienso que en realidad la mayor parte del pensamiento
contemporáneo se sustenta en similares mitos, propios de la
Ilustración burguesa, como ideas o mentalidades inducidas por el
Estado gracias a su dominio sobre la naturaleza y la sociedad, lo que
solo es posible mediante un despliegue institucional que jamás
pudieron siquiera soñar ninguno de los Estados o Imperios
precedentes.
Por
supuesto que me interesan los efectos de la dominación estatal, pero
también me interesa averiguar sus causas. No puede ser que sigamos
ignorando que todo el pensamiento moderno hoy dominante, es
esencialmente propietarista y estatalista, perfeccionado durante
milenios. No puede ser que, continúe camuflado bajo el barniz
progresista de la Modernidad. No puede ser que se siga pensando en la
apropiación o robo de la Tierra y del Conocimiento como un hecho
“natural”, un Derecho Humano. De esa “naturalidad” deriva la
naturalización del aparato del poder estatal, que la mayoría de la
sociedad siga creyendo en la absoluta e incuestionable necesidad del
Estado como institución garante de un Orden y una Justicia que nunca
podrían darse en su ausencia, dado que tanto los individuos como sus
comunidades “somos incapaces de
gobernarnos por nosotros mismos”. Necesitamos, según esta
creencia, aceptar un poder o autoridad superior (sea divina al estilo
antiguo y medieval, o sea humana al estilo moderno), como única solución
al caos en el que presumiblemente viviríamos de no aceptar ese
“contrato social” por el que nos sometemos voluntaria e
implícitamente al Estado por el hecho de vivir en sociedad.
Pienso
que hasta ahora no se dieron las circunstancias que pudieran hacernos
dudar de esta creencia en la necesidad del Estado. La superpoblación
y la masiva concentración urbana, la disolución de las
individualidades en el anonimato de las masas políticas (nacionales)
y económicas (mercados), junto a la disipación de las comunidades
convivenciales naturales y a la dramática dimensión global de
la crisis ecológica, de la crisis epistémica relativa al
conocimiento científico y su validación... a mayores de otras
crisis añadidas y de no menor trascendencia, como las de los
sistemas económicos (modelo de producción capitalista) y políticos
(su corrupto modelo democrático-liberal). Adaptarse hoy al contrato
social vigente supone fiar toda esperanza de futuro en un Estado
parapetado tras una abstracta autoridad científico-tecnológica, más
interesada en soluciones económicas o de mercado que en soluciones
verdaderamente éticas, sociales y ecológicas. Pero las calamitosas
evidencias de su intrínseca negatividad, está permitiendo que aflore una masiva
percepción de incertidumbre, que empieza a cuestionar la totalidad
del sistema, al tiempo que a vislumbrar otras posibles
cosmovisiones, la posibilidad real de otras formas de concebir el
mundo y nuestro modo de relacionarnos, entre nosotros y con ese mundo/naturaleza
del que hasta ahora creíamos ser una especie aparte y por encima.
No
puedo comprender la última era de la evolución humana si no es
contando con este continuado Estado de Sumisión por parte de
individuos y comunidades. No sin ignorar también la continuada
tensión-confrontación de individuos y comunidades frente a todas
las formas que el Estado ha venido adoptando a lo largo de su
milenaria existencia. No sin averiguar las razones de esta
continuada derrota. Hemos visto aflorar esta tensión en todos los
intentos revolucionarios, guiados por el deseo de autonomía
individual o colectiva frente a la autoridad del Estado, a pesar de que estas
revoluciones fueron casi siempre “internas” al orden estatal, es
decir, una lucha de facciones estatales que entre sí se disputaban
el poder y, en definitiva, el manejo de la sociedad por el Estado.
Nunca
antes fue posible pensar un verdadero pacto social entre verdaderos
iguales, es decir, sin participación de ninguna instancia de poder
ajeno y superior . Ahora pienso que sí es posible, y es una gran
paradoja que tengamos que agradecérselo al Estado de Desastre
resultante de la globalización capitalista y a su intrínseca
negatividad, que por primera vez en la historia humana hayamos adquirido
una cierta conciencia de especie y hasta un mínimo sentido de
responsabilidad universal ante la devastación de la naturaleza, como
ante la vanalización de la vida en general y de la humana vida en
especial.
Deberíamos
no sólo aprender de los errores “revolucionarios”, también de
las artes empleadas por el sistema de dominación, si queremos atinar
con la estrategia revolucionaria y a escala global, que ahora sí es
posible, pienso yo, en este convulso siglo XXI. Me refiero, por
ejemplo, a las ciencias del comportamiento humano, desarrolladas por
el sistema de dominación para su marketing comercial, como para su
marketing cultural y político. Por estas ciencias el poder de las
élites conoce muy bien el mecanismo mental por el que las clases
bajas emulan el comportamiento de las clases medias y éstas, a su
vez, el comportamiento de la clase alta. Así supieron el modo de
desactivar la lucha de clases sin necesidad de combatir su teoría marxista o anarquista,
solo con créditos y supermercados, vistiendo de justicia e igualdad
el “natural” sentimiento de envidia que lleva a la emulación, primero del
consumo y luego de la ideología.
Los
descubrimientos que han dado lugar a las ciencias del comportamiento
guardan relación con los postulados básicos de la teoría del
contrato social de las que partían Platón, Hobbes, Locke y
Rousseau. Cuando
se formuló la teoría del contrato social el conocimiento científico
apenas estaba dando sus primeros pasos y
todavía no se vislumbraban los posibles usos perversos de tal
conocimiento científico a favor del control social.
Daniel
Kanheman
y Richard
Thaler son
losautores
de las teorías de la economía
conductual y
los sesgos
cognitivos,que
explican por qué a veces podemos ser tan “irracionalmente
predecibles”. El sesgo del presente es
quizás el más importante, porque es
el culpable de que busquemos
automáticamente la recompensa inmediata frente al largo plazo.
El término “sesgo cognitivo” fue
acuñado en 1972 por Daniel Khanemal y Amos Tversky,
dos de los padres de la
economía conductual y se
refiere a la forma que tiene el cerebro de analizar en pocos segundos
la información que recibe y tomar una decisión de forma casi
automática e instintiva. No
se basan, pues,
en un pensamiento racional y lógico, dejan fuera el análisis en
favor de la acción, impulsándonos a tomar decisiones que no siempre
son las idóneas; son
atajos que la
mente usa
cuando tiene que procesar rápidamente información para actuar en
consecuencia. Los sesgos cognitivos también hacen que desechemos las
opiniones que no coinciden con la nuestra; o nos empujan a dar más
peso a acontecimientos recientes que a los pasados. Se trata de
distorsiones en la percepción de la realidad que nublan el juicio.
Al
mecanismo de emulación que antes mencioné, la teoría de la
economía conductual lo denomina
“sesgo del arrastre”,
por el que
hacemos
algo sólo porque las personas que nos rodean lo hacen; éste
es uno de los sesgos más poderosos y uno de los principales impulsos
del
consumo y
es
el que nos
inclina a
llevar un estilo de vida concreto sólo porque el resto de nuestro
entorno
lo hace.
Las
élites que ahora hablan de un nuevo contrato social lo hacen
contando con el manejo de los conocimientos científicos y
tecnológicos que el poder les permite. Así saben muy bien cómo
los individuos tomamos nuestras decisiones y eso les sirve para
perfeccionar su sistema de control sobre individuos y sociedades. A
quienes coincidimos en la apuesta por un proceso revolucionario integral, sobre la base
ética de un pacto global y local entre iguales, nos interesa mucho no
ignorar nada de todo ésto.