jueves, 1 de octubre de 2020

REVOLUCIÓN/TRANSFORMACIÓN: INTEGRAL Y DE CÓDIGO ABIERTO

 

REVOLUCIÓN/TRANSFORMACIÓN

INTEGRAL Y DE CÓDIGO ABIERTO


Quien haya nacido en el siglo XX y esté libre de liberalismo, anarquismo, marxismo y fascismo (en dosis variables), que tire la primera piedra. Todas las ideologías de la ilustración-modernidad burguesa comparten una misma y genérica ignorancia por las mujeres. A estas alturas de la historia, empezamos a comprender la gravedad y trascendencia de ese olvido, que sólo ha cesado en periodos de guerra, con las mujeres utilizadas como obreras de sustitución en la retaguardia y en los breves periodos preelectorales, tras la presunción de que significaban una atractiva masa clientelar, que por su frágil posición económica y social se suponía una masa conservadora, dócil y, por tanto, manejable. Y esa misma presunción es la que a última hora ha llevado al Estado a producir su propio feminismo institucional, del que espera un gran rendimiento.

En su libro “Reencantar el mundo. El feminismo y la política”, dice Silvia Federicci (*) que “la reorganización a gran escala del proceso de acumulación―de la tierra, la casa y el salario― lleva en marcha desde 1973. Se ha considerado la tierra en su totalidad como un oikos a gestionar y no tanto como un terreno de la lucha de clases. Ha surgido un feminismo neoliberal que acepta las «racionalidades» del mercado y considera que el techo, no el hogar, es el centro simbólico de su arquitectura y la escalera, no la mesa redonda, su mobiliario”.

En ese libro Federicci se preocupa de no separar a las mujeres de la comunidad y los comunes, de tal modo que su visión política se acerca a lo integral: no hay comunes sin comunidad y no hay comunidad sin mujeres. Tampoco desvincula su visión feminista de la crítica a la ideología de la propiedad y sus criaturas, Capital y Estado. 

 

La propiedad es posterior y contraria a los comunes. Es concepto cuyo violento origen ha sido bien ocultado, necesitado de hacerse escrito, parapetada su justificación tras un elaborado cuerpo jurídico conveniente a la razón de Estado. Los comunes, bien al contrario, desde siempre fueron convivenciales y pacíficos, orales, prejurídicos y preestatales. Todo eso lo sabe perfectamente Federicci y hace muy bien en no dar respuestas simples. Sus reflexiones vienen a proponer dos campos para una misma tarea emancipatoria: reapropiación de los comunes y lucha colectiva contra las formas en que se nos ha dividido”. Sin embargo, echo en falta completar el sujeto: individual y colectivo.

No es un detalle menor ese olvido de la dimensión individual de la lucha, lo que no deja de ser una contradicción cuando al tiempo se dice “contra las formas en que se nos ha dividido” (o aislado, que es lo mismo); contradicción que se hace aún más evidente en alguna de las obligaciones propuestas en el libro, como la de que “los comunes implican obligaciones, además de derechos”, lo que es una directísima apelación a la responsabilidad personal como reverso inseparable de la libertad individual, no colectiva.


Que “hay que compartir la riqueza” lo dicen hasta los neoliberales...por decir que no quede. Me gusta cuando Federicci dice que “las comunidades de cuidado también son de resistencia, opuestas a las jerarquías sociales” y que “los comunes son el otro de la forma Estado”, aunque yo disienta cuando afirma que “el discurso de los comunes nace de la crisis del Estado”. Yo pienso que los comunes, si lo son, es como práctica y no como “discurso”. No una teoría, sino una práctica histórica preexistente al Estado, cuya verdad y virtud, no siendo discursivas, nunca necesitaron esperar a que se produjera la actual crisis del Estado, ni al desmoronamiento de su “Estadística” (sólo cuantitativa, masificadora).


Bienvenidas/os, pues, neomarxistas, neoanarquistas y neofeministas (los neoliberales están a lo suyo), si comienzan a ver en el estado/nación el vestigio de una era en absoluta decadencia, cuya autodestrucción avanzará sin esperar a la autoconstrucción de los comunes.

la reconstrucción de los comunes, que va muy lenta, que lleva su tiempo, sí, porque en los comunes se parte de casi nada: de individualidades deshechas y aisladas, incapacitadas para la libertad de conciencia, para la convivencia en comunidad y, en definitiva, incapacitadas para el autogobierno...y también, no olvidemos, lastradas con la carga de una memoria histórica que acumula demasiadas derrotas.

Tal es la diferencia de fuerzas, que resulta quimérico cualquier proyecto de victoria directa sobre el Estado. Un combate frontal concluiría en un nuevo y seguro fracaso para quienes tienen menos capacidad de resistencia en las condiciones de la selva. Pero tampoco se puede esperar a la autodestrucción de la Bestia, aunque ya la estamos viendo suceder, su largo historial de violencia nos hace dudar de una pronta y pacífica disolución, ni menos aún sospechamos que su degradación vaya a provocar el resurgimiento de los comunes. Éstos habrán de ser autoconstruidos en medio de un mundo en ruinas y a partir del mínimo rescoldo que ha logrado sobrevivir a nuestra maltrecha memoria colectiva. Tendríamos que haber aprendido antes las lecciones de la historia, que los comunes no pueden ser lo que no son, ni Estado, ni Capital, ni cuestión de Género.



El estado/nación, vestigio de una era en decadencia, que quiso lo imposible, ser comunidad. De ahí su inexorable y acelerada deriva, hacia su quiebra total.Su apariencia de comunidad depende totalmente de su eficacia discursiva-representativa y de la aplicación eficiente de su fuerza mediática e institucional, de su fuerza legal y bruta al cabo, pero también depende de la debilidad del individuo que produce el Estado, de su aislamiento social, del abandono y pérdida de su libertad de conciencia, de su incapacidad para la vida convivencial, da igual cualquier pretensión de fingir alternancia, igual que se vista de neoliberalismo o de progresismo, da igual, ni el más perfecto Estado puede concluir en algo que no sea fascismo, en acatamiento y veneración de las masas por la jerarquía y la autoridad, por un orden social que exonera a los individuos de la pesada carga de la libertad. Todo ello a cambio de una diversidad uniformada, multiculturalismo lo llaman, un “cómodo” infierno de igualdad, lo más contrario a la voluntad de con-vivir responsablemente, en libertad y comunidad.

A los activistas orientados hacia los partidos políticos y las contiendas electorales, hacia la burocracia, sus leyes y normativas, les sentaría bien empezar a involucrarse en la vida política, en un grado más profundo y menos superficial, en el mundo de la práctica social y la cultura comunitaria popular, por ejemplo.

Las formas convencionales de hacer política, mediante las instituciones convencionales y sus métodos establecidos, o al albor de su todopoderoso aparato mediático, sencillamente no pueden propiciar nada que mínimamente pueda aproximarse a la transformación integral hoy necesaria. No es tarea fácil, porque el aparato dominante ha inoculado sus premisas en lo más profundo de nuestra conciencia y de nuestra cultura; pero, si realmente queremos escapar de su lógica sofocante, no queda otra que investigar a fondo sobre todo ésto; ¿de qué otra forma podemos escapar a esa aberrante lógica, por la que primero agotamos el medio natural -al tiempo que a nosotros mismos-, produciendo mercancías sin límite ni sentido, y luego nos vemos obligados a una colosal tarea de reparación y reciclaje de todo lo producido/consumido, con nosotros incluidos en el mismo lote? Y todo eso para que la rueda siga girando sin parar, eternamente.

¿Y cómo tomar iniciativas propias, cuando la totalidad de nuestras vidas son dependientes de la evolución de los mercados financieros y de la infinidad de leyes y normas estatales, a su vez dependientes de la voluntad de esos mismos mercados, dopados y protegidos por los estados?. ¿Y cómo emprender nuevos caminos, cuando las directrices básicas del capitalismo son omnipresentes en nuestras vidas y conciencias individuales y erosionan cuanto tenemos en común, incluido el más básico equilibrio ecológico del que depende la reproducción de la vida toda?, ¿cómo juntar fuerzas y hacer unidad sindical sin fraternidad popular, metiendo la lucha de clases en la agenda capitalista, convirtiendo la asamblea en oficina de comité de empresa “liberado”, a nómina del Estado?


¿Cómo abordar un cambio tan profundo sin desentrañar antes nuestra íntima concepción del humano social que somos y del mundo?, lo que para nosotros significa ser humanos, nuestro concepto de la naturaleza de la que somos parte, todas nuestras rutinarias ideas sobre la existencia y el conocimiento...

El sentimiento de decadencia que inunda nuestra época es tan general como borroso y abstracto, compartido por infinidad de experiencias personales y colectivas muy diferentes, opuestas y contradictorias, sin duda determinadas por los diferentes contextos físicos y sociales, pero, sobre todo, por la ideología dominante, convertida a lo largo de muchos años en filtro y costumbre, determinante no sólo de la realidad cotidiana, sino también de nuestro modo de comprenderla y explicarla, sin otra semántica posible que la enseñada en aulas, oficinas y fábricas, conforme a la ideología de las élites mandantes. Cultura dominante e interiorizada, que individual y colectivamente es reproducida a partir de las diferencias personales, con resultado de un mosaico tan extenso como monótono, que parece abrumadoramente diverso y complejo, que no puede ser más confuso e incomprensible, generando impotencia y frustración en ese individuo devastado que somos, rendido al pensamiento débil, al que se le presentan tres básicas opciones: a) la más conservadora: “virgencita, virgencita, que me quede como estoy”; b) la reformista, “los experimentos con gaseosa”: mejoremos lo que tenemos, a ver si al menos podemos volver a la casilla del estado de bienestar; c) la nihilista: “yo a lo mío y que el mundo se vaya a la mierda si quiere”... mejor empezar de cero, que todo reviente y se pudra, para que nazca otro mundo, el que sea, pero “nuevo”.


La necesidad de un pensamiento fuerte nunca fue tan vital ni tan apremiante. El mediambientalismo de última hora, impuesto por la agenda neoliberal en su decadente deriva, ha logrado desprestigiar toda visión del mundo que ponga a nuestra especie en el centro, que sea antropocéntrica. Ante las catástrofes naturales que vemos sucederse, como la extinción de muchas especies, la contaminación a escala global, el cambio climático, o las sucesivas pandemias, abundan lamentos como que “la Tierra nos habla y no la escuchamos”, extendiendo un sentimiento de culpa indiscriminado, repartido universalmente, del que nadie se libra. Visto así, nadie en concreto envenena la atmósfera y las aguas de los océanos, nadie en concreto quema los bosques de la Amazonía, nadie en concreto es responsable de la agricultura industrial que agota la fertilidad de la tierra, nadie la deforesta, nadie la erosiona y nadie provoca su desertificación. Nadie es responsable de la medicina industrial que vive de enfermar a la gente, nadie es responsable en concreto, ahora todos somos culpables y todos estamos llamados a remediarlo, mediante exhaustivas campañas mediáticas, que distribuyen una culpa indiscriminada y universal, que apelan al despertar de una conciencia ecológica, que ahora, ¡mangas verdes!, se ha convertido en agenda global, cultural, comercial y política, de los mismos aparatos estatales que hasta ayer fomentaran la sistemática devastación de la Tierra y su biodiversidad.

Con tal aval no debería quedar sitio para duda alguna: el ecologismo, como los identitarismos de nuevo cuño, nacionalistas y de género, son los nuevos nichos de negocio a escala global, al modo de repentina pasión boy-scout de fin de semana, entre “ecologista-nacionalista-feminista”, una pizca de cada, que le sirve de flotador al sistema, pero que también destapa su falta de vergüenza y sólo retrasa su definitivo hundimiento.


Digámoslo cuanto antes: a la Tierra le importa un pepino que la especie humana se extinga. Es más, ni le importa ni le puede importar, ni eso ni nada, porque carece de conciencia propia. A ver si nos enteramos: hasta donde sabemos, la Tierra es un pequeño planeta entre otros miles de millones (¡quién sabe) que, como ellos, carece de conciencia y voluntad propia, que ni habla ni escucha, ni siente ni padece. Los únicos interesados en mantener la vida en la Tierra somos nosotros, los humanos. Ni siquiera le interesa al resto de seres vivos, que también carecen de conciencia y que todo su interés se concentra en comer, reproducirse y evitar ser comido. Sin despeinarse, la Tierra puede volver a ser una bola de magma y gases deambulando por el cosmos, perfectamente deshabitada, abandonada al azar y a la inercia de las esferas, tan convulsa como tranquila, sin ni siquiera una mínima bacteria encima y sin que por ello se le salten las lágrimas...¿cómo no ser antropocéntricos sin haber perdido antes el sentido de la realidad?...¿cómo, mientras sepamos lo que ya sabemos, que nuestro conocimiento del cosmos es todavía muy limitado y que somos una entre varias especies de simios…?, pero no una especie más, sino aquella que ha logrado evolucionar hasta alcanzar conciencia de sí, como de la naturaleza de la que procede y se nutre.

Pues bien, resulta que ese “pequeño” detalle le hace especialmente responsable a nuestra especie del mantenimiento del equilibrio ecológico que sirve a la reprodución de la vida y le permite evolucionar (y ésto es lo decisivo) en contra de la inexorable ley de la descomposición o entropía, por la que se rige el Cosmos...al menos hasta donde sabemos, insisto, que todavía es muy poco.

A partir de tan limitado conocimiento y para lo que ahora nos importa, supone una pérdida de tiempo y energía el enredarnos en especulaciones sobre el exacto orígen del Cosmos, de nuestro pequeño planeta y de la variante de simio que somos. Démonos tiempo, lo iremos sabiendo. Lo ahora urgente y necesario no es descubrir si hay agua o un mínimo rastro de vida, bacterias, en Marte, sino ocuparnos del agua y la vida existentes aquí y ahora, en este pequeño planeta del que somos parte, en cada aldea y en cada una de sus casas.


Somos antropocéntricos y somos depredadores, sí, lo somos porque no podemos ser otra cosa. Aunque quisiéramos limitarlo al máximo y nos autoengañemos haciéndonos veganos. ¿Por qué, si no, nos repugna menos comer una lechuga que una oveja, si ambas son formas de la misma vida?, ¿es porque la lechuga no tiene dos ojitos y esa mirada ovina que nos recuerda a la humana?, o ¿por qué machacar unas hierbas para preparar una infusión es mejor que machacar un ratón o una culebra, una araña o una mosca, para luego tirarlas a la basura? Sin duda que aún tenemos mucho margen de mejora, sin dejar de aceptar que somos simios, pero no necesariamente ignorantes, ni cínicos...¿o es que acaso podemos vivir sin comer a otras especies, alimentándonos sólo de minerales, aire y un poco de agua?

A partir de ese extravío de la inteligencia, resulta “normal” encontrar simios veganos y feministas, perfectamente ecologistas (feligreses de la Tierra), perfectamente capitalistas (feligreses de la Propiedad), al tiempo que perfectamente comunistas (feligreses de la Igualdad) y perfectamente fascistas (feligreses del Estado). A fuerza de costumbre se acaba haciendo lo que se piensa por costumbre. Y acabamos pensando lo que hacemos también por costumbre. Por adoctrinamiento y costumbre acabamos siendo feligreses de todo y de cualquier cosa. Pero resulta que, además de antropocéntrica y depredadora, la nuestra es también una especie “moral”, simios cuyo desarrollo evolutivo y capacidad de supervivencia es deudora de esa moralidad, entendida como inteligencia propia de la especie humana, social, convivencial y cooperativa, que se transmite culturalmente y luego genéticamente. Y aquí está el gran dilema, del que puede depender nuestra extinción o nuestro futuro, en un momento de nuestra historia en el que ya no caben medias tintas, verdades a medias, a estas alturas de un tiempo que se agota. Eludirlo, seguir la estrategia de la avestruz, nada soluciona. La gravedad de la situación, que ya no puede ser escondida, ni siquiera disimulada, nos obliga a levantar la cabeza, a observar la realidad y a elegir radicalmente. Ya no se trata de una contienda electoral, entre facciones o partidos, como si fuéramos equipos jugando una liga de fútbol, no, ésto nunca fue un juego simbólico, sino muy real y ahora más que nunca.


La condición de mercancía incluye a quienes la producen y consumen, en la medida en que todas las actividades humanas han sido progresivamente mercantilizadas y en la expansión global del capitalismo los modos de producción y consumo han sido industrializados. No podía ser de otro modo en un sistema necesariamente crecentista y desarrollista. La obtención de lucro se ha impuesto como exclusiva finalidad de las actividades, como de las relaciones humanas, desvaneciendo todos los espacios de altruismo y reduciendo la cooperación a efímeras e interesadas alianzas dirigidas a esa misma finalidad lucrativa, ampliada a una masa global de productores/consumidores.

El viejo modelo de la fábrica industrial, dedicada a la explotación de la fuerza de trabajo, está desapareciendo, sustituido por un generalizado sistema de autoexplotación, en el que cada individuo está forzado a actuar como emprendedor y empresario de sí mismo. La proletarización de la sociedad, lejos de desaparecer, se ha universalizado como relación de absoluta dependencia del par Mercado-Estado, que definitivamente ha alcanzado su más alto grado de fusión, en un reparto de ganancia a medias, plusvalía para la empresa y tributos para el Estado.

Se equivocan fatalmente quienes diagnostican que la agudización de las crisis inherentes a este sistema devendrán, necesariamente, en una insurrección revolucionaria, de unas masas que a base de precarización despertarán de su letargo, se rebelarán y acabarán recuperando, renovada, su antigua conciencia de clase. No puede darse esperanza más vacua e ilusoria que ésta, la de seguir teorizando sobre un sistema que ha dejado de ser una economía y es ya una sociedad y un modo de vida. La única revolución que por ahora podrían desempeñar estas masas estaría a la altura de la nula estatura moral de los aislados y asociales individuos que las forman, reclamantes pedigüeños de pequeños lucros y mucho orden, más Mercado y más Estado, más totalitarismo, más todavía.

Tenemos debilitado el sistema inmune que durante cientos de miles de años fue desarrollado en comunidades populares previas o al margen de los incipientes Estados. Debilitada en extremo esta inmunidad comunitaria de la especie, sólo cabe esperar, como vacuna, un antídoto propio, procedente de la misma cepa, la del Común, que nos sirva para recuperar la inmunidad perdida, la comunidad convivencial.


Conozco a liberales que son buenas personas, como también reconozco que las hay en otras ideologías, gente que cuida su relación con el otro, con la sociedad y con la naturaleza. No albergan ninguna duda al hacer su diagnóstico sobre lo que está sucediendo y atribuyen la responsabilidad de todo al pensamiento políticamente correcto” que han logrado imponer marxistas y neomarxistas, como pensamiento y agenda culturalúnica, tras el fracaso histórico de la vía al socialismo mediante la lucha de clases, buscando su salvación por la vía de los identitarismos: de género, nacionalismos y ecologismos, fundamentalmente. Dicen esos liberales que el resultado es este caos que caracteriza al mundo global contemporáneo, con sus excreciones propias, todas totalitaristas, como los populismos que vemos emerger y proliferar a derecha e izquierda. Ahí sitúan el fracaso de las democracias liberales, en el éxito culpable del pensamiento políticamente correcto y su consecuencia en ciernes, la barbarie populista-totalitaria por toda herencia.

Yo pienso que todo este razonamiento liberal, pareciendo describir el presente y teniendo gran parte de base cierta en las evidencias que vemos sucederse, posee una verdad sólo aparente y sólo a medias; que no es sino un echar balones fuera, justificable sólo retóricamente. Se pasa por alto que el liberalismo tuvo un mal parto, que nació averiado, producto de una imagen burguesa del mundo, según la cual existe una aristocracia natural destinada a ser vanguardia y salvar al resto de la barbarie, a ese “pueblo” (al que siempre llamaron vulgo, común o chusma), que sólo tendría que emular a esa vanguardia aristocrática en sus buenas costumbres, dedicando sus días al noble esfuerzo de acumular virtud, conocimiento y, sobre todo, propiedades. Ese desprecio de partida, además de profundamente ignorante, a la larga ha devenido en fatalidad para el conjunto de nuestra especie en un mundo tan limitado como es la Tierra, obligándonos a competir por la propiedad como único medio de sobrevivir en un mundo cuyos nutrientes se agotan aceleradamente en la misma medida que se diluyen los vínculos sociales, en esencia altruistas y cooperativos, al tiempo que se acelera la explotación y agotamiento de los bienes naturales, propiciando su apropiación/acumulación presurosa y creciente, a partir de un primario instinto de supervivencia individual, en una endiablada y suicida dinámica propietarista-depredadora. Por eso que yo vea en el liberalismo burgués el orígen de todas estas tormentas y totalitarismos actuales, en todas sus variantes, sean éstas populistas y/o identitaristas, neoliberales y/o neomarxistas.


Individuo y comunidad: los comunes contra la propiedad y la democracia contra el estado. En las últimas décadas, por todo el mundo han venido surgiendo movimientos sociales opuestos a la apropiación generalizada de los recursos naturales, de los espacios y servicios “públicos” (así mal llamados, cuando en realidad han sido privatizados o apropiados por instituciones estatales de igual interés privado), al igual que sucede con el conocimiento y las redes de comunicación. De tal modo, que todos estos movimientos coinciden en “lo común” como fundamento de todas sus luchas. Pero, si bien se hacen cargo de la devastación de la comunidad, cierto es que vienen olvidando la devastación previa de la individualidad consciente, la responsable de construir la comunidad perdida. No pueden comprenderse las consecuencias del cercamiento de lo común, visto sólo como un proceso histórico-económico que sirviera para diluir todo rastro de comunidad popular, si al tiempo no se ve la disolución, a cargo de la modernidad burguesa, de aquel individuo consciente. Si “lo común” ha a ser el centro de todas las luchas del siglo en curso, convendrá saber que ello resulta imposible en connivencia con el sistema dominante. Mejor prever que lamentar, Democracia o Estado, hay que elegir.


El derecho de propiedad implica un concreto concepto del mundo. Es, además y sobre todo, institución y estructura que determina la forma y condiciones de vida de individuos y sociedades. Pero no una más, es la institución originaria del poder político en su forma de Estado, justificante de la dominación o gobierno de la sociedad por una minoría de individuos cuyo poder social es previamente militar, económico, político, en cualquiera de sus combinaciones. Proviene de un expolio o apropiación “normalizada y sistemática” de los bienes naturales y culturales (tierra y conocimiento), que es contraria a la propia naturaleza común y universal de esos bienes. Se trata de un expolio legalizado e institucionalizado, un delito blanqueado, de hurto al Común, que sólo se justifica y sostiene por violencia, adoctrinamiento y costumbre, a cargo de esas dos instituciones/estructuras que actúan en tandem, la Propiedad y el Estado. La Propiedad que crea el Estado para que la proteja.


La tierra y el conocimiento son inseparables de la experiencia existencial propiamente humana. El metabolismo de nuestras vidas es absolutamente dependiente de ambos vectores, se produce a partir de una simultánea y necesaria interacción con ellos y entre ellos, como materia prima esencial y nutriente de la vida humana. Competir por su apropiación es contranatural, antisocial y amoral; opera sólo a favor del instinto individual de supervivencia y sólo a muy corto plazo, pero a la larga lo hace contra la supervivencia del conjunto de la especie, porque esboza y propicia su autoextinción, sea por agotamiento de las materias primas o sea por la autodestrucción que provoca la permanente lucha por su apropiación/acumulación. La propiedad o apropiación de estos comunes universales, tanto privada como pública, opera contra el futuro de nuestra especie; es increíble que todavía tengamos que insistir en ello durante las próximas décadas.


Sabemos que la institución de la propiedad de la tierra surg hace sólo diez mil años y que los primeros esbozos de Estado aparecen como su consecuencia, con la agricultura y el asentamiento humano en concentraciones urbanas. Menospreciamos la inteligencia de nuestra especie si pensamos que durante cientos de miles de años pudimos perdurar y evolucionar sin propiedad ni estado, sólo porque entonces fuéramos pocos y necesariamente ignorantes. Es precisamente en la situación actual, cuando somos muchos y tenemos más conocimiento y perspectiva histórica, cuando una mínima lógica de supervivencia debería hacernos pensar en la conveniencia de prescindir de la amenaza letal que supone hoy la pervivencia de la Propiedad y del Estado. No hacerlo supone un seguro hacia la extinción, en una deriva paralela a la del resto de las especies menos evolucionadas, cuya existencia depende sólo de su capacidad depredadora y de los azares de la suerte, algo similar a lo que ahora nos sucede a nosotros, aunque nosotros llamemos capitalismo a nuestra propia ley “natural” de la selva, que promulgan e imponen los estados.


El miedo que hoy recorre el mundo, sabemos que no proviene exclusivamente de la pandemia que sufrimos actualmente. Sabemos que tiene un recorrido histórico, que con la pandemia se ha acelerado, haciendo saltar todas las alertas, obligándonos a sentir un vértigo existencial ante los indicios de un abismo inminente. Este miedo es una gran oportunidad si no logra paralizarnos, si lo sentimos como un aviso ¿a tiempo?...eso sólo lo sabremos mientras caemos en él o mientras logramos sortearlo (si fuéramos capaces de revertir la inercia histórica, esa fuerza gravitatoria que nos aboca a la extinción).

Ni siquiera cabe comparar este suicidio colectivo con el de los miles de ñus que cada año, en busca de mejor pasto, se abandonan a la inercia de la manada en masa, perdiendo la vida al cruzar un gran río plagado de cocodrilos.


Lo que llamamos “democracia” es quimera cuando no ardid, sirve para construir “otra” realidad a partir de una representación-teatralización de la original y es un juego que comenzó mal, con cartas previamente marcadas, las de la propiedad y la jerarquía. Pretendemos ignorar que la democracia real sólo es posible en relaciones de convivencialidad y comunidad, sólo en la proximidad social y geográfica que habitamos y conocemos como “territorio”, comarca o “país”, paisaje común compartido, por el que se reconoce entre sí la “paisanía”, la comunidad de individuos que habitan el territorio.

Sólo es posible la democracia si es la comunidad quien se ocupa de respetar y cuidar la libertad y autonomía (soberanía) de cada individuo concreto y real, no la de un individuo-ciudadano-contribuyente tomado en abstracto. Sólo será democracia real si cada individuo y su comunidad se hacen responsables respectivos de su propio autogobierno. Y universalmente responsables de la justa y ecológica autogestión de los bienes compartidos en común. La democracia, si quiere ser real, ha de ser autoconstruida, como soberana y autónoma república comunitaria y, por tanto, incompatible con todo poder previo, ajeno o superior (como, obviamente, son la Propiedad y el Estado).


Hasta donde sabemos, todo cuanto existe o es algo físico o es algo inmaterial, es materia o es relación que vincula los elementos de la materia, formando un todo a partir de esa inseparable dualidad materíal/relacional, que no es sumatorio, sino realidad holística, integral. Todo lo que producimos lo hacemos a partir de la Tierra y el Conocimiento. Y si algo se puede comprar o vender, sea natural o producido, material o inmaterial, es por la impuesta existencia de una institución previa, un derecho de apropiación o propiedad, que lo convierte en mercancía. Pues bien, ese “algo” que se puede comprar y vender hoy es potencialmente “todo”: la materia prima, la herramienta, los saberes y habilidades, el conocimiento, el producto, la fuerza de trabajo y el propio productor/consumidor...hasta llegar al absurdo de producir, comprar, vender y alquilar el propio dinero, convertido en el producto-mercancía principal y más rentable, de modo que su mercadeo ya es la etérea base de toda la economía mundial, fundamentada en la compraventa y alquiler de “futuros”, que no son sino consumo anticipado de un futuro inexistente, ya consumido.


A partir de principios universales, de ética, ecología y democracia, no cabe otra legitimidad que la del derecho de uso por sobre el de propiedad, quedando ésta limitada únicamente a aquello “producido” individual o colectivamente a partir del Procomún universal, la Tierra y el Conocimiento. Así, un individuo o una comunidad podrán ser usuarios, pero nunca propietarios del Procomún, su derecho (individual o colectivo) de propiedad sólo alcanza a aquello que cada individuo o colectivo producen con sus propias manos, inteligencia y esfuerzo.

Gestionar lo común, la convivencia y sus propios conflictos, es la misión de la democracia a construir, lo que sólo es posible en asamblea convivencial, soberana y autónoma, de individuos igualmente únicos y diferentes e igualmente libres y responsables.

Para hacer ésto posible será necesaria una transformación radical de la forma en que convivimos y otra forma de habitar la Tierra, en coherencia con dichos principios.

Habrá que deshabitar las ciudades, sin renunciar a hacerlas habitables. Y habrá que habitar los campos, renunciando a llenarlo todo y volver a reproducir el mal ejemplo de las ciudades. Habrá que dejar de construir casas sobre terrenos fértiles y, a ser posible, construir las nuevas casas en los más improductivos. Y de no ser ésto posible, habrá que restituir la naturaleza ocupada con un huerto-invernadero en la terraza o bajo cubierta, por ejemplo.

La casa tiene que dejar de ser sólo un techo, debe incluir espacios productivos propios, que permitan la máxima autosuficiencia y autonomía de la comunidad doméstica que la habita. Preferiblemente, no serán casas aisladas, sino “en manzana”, aunque haya distancia y privacidad entre ellas. Construir en manzana es mucho más que una forma de diseño constructivo, es diseñar en común una básica vecindad, de proximidad y comunal, dotada de autonomía y comunales propios. Respetando la privacidad y autonomía de cada casa, la manzana puede integrar espacios comunitarios para la autoproducción de bienes y servicios que completen la autosuficiencia alimentaria y energética de cada casa, puede incorporar espacios y equipamientos comunes para la convivencia y la ayuda mutua, para el cuidado de niños, ancianos y enfermos, por ejemplo.

Manzanas de casas conectadas al entramado urbano sin solución de continuidad, regeneradoras de las asociales y feas urbes producto del progresismo modernista, hortera e industrial; casas y manzanas generadoras de nuevas urbes de tamaño relacional, humano, pensadas y construidas para hacer posible la convivencia, urbes a las que podremos llamar vecindades”, sean pequeñas o grandes, acabando con la segregación entre “pueblos” y “ciudades” (pueblos crecientemente desahabitados y ciudades crecientemente masificadas e inhabitables). Y acabar con la segregación entre pueblerinos y urbanitas, campesinos e industriales, productores y consumidores. Casas que forman manzanas, que a su vez forman barrios y distritos, urbes tan campesinas como industriales, que no tapan la naturaleza sino que se integran en ella, además de propiciar la convivencialidad y la democracia. Es el nuevo y necesario urbanismo, cuyo diseño empieza con un cambio radical en el concepto de vivienda: la casa como básica comunidad doméstica, integrada en vecindades locales y paisanías territoriales. Pero tal empeño será inviable sin un cambio radical de perspectiva y sin una severa corrección de los llamados “derechos humanos”.


¿Intercambio, sin mercancía y sin dinero? Aunque el derecho de propiedad se limitara a lo que produce un individuo o un colectivo con sus propias manos, herramientas e inteligencia, si este derecho sigue implicando que el producto se convierta en objeto de mercadeo (mercancía sin intrínseco valor de uso, sino exclusivamente monetario, variable y especulativo, según su escasez o abundancia y según el ánimo de lucro de su propietario), la acumulación de capital (capitalismo) estará de nuevo servida y nada habrá cambiado. Sólo el valor de uso, no monetario y al margen del mercado, garantiza la producción limitada a lo necesario y, por ende, la reproducción de la biodiversidad que nutre y sostiene la vida, obligada esta producción a ser tan ética como ecológica y democrática.

Más allá del trueque, cierto que todavía no sabemos cómo nombrar a este “mercado sin mercancía y sin dinero”...pero, como tantas otras cosas, es cuestión de práctica y de tiempo.


Siendo impredecible, el futuro de nuestra especie depende a medio plazo del éxito de este empeño por instituir el Procomún universal: sustituir el derecho de propiedad por el derecho de uso, de la Tierra y el Conocimiento. Porque, sin derecho de apropiación, ¿qué sentido tiene el Estado que nació para protegerlo?, ¿y qué sentido tiene un Mercado sin mercancía, si todo se puede intercambiar o donar, pero nada se puede comprar, vender o alquilar, ni por tanto acumular?...¿qué sentido, si no ha lugar al lucro, si no hay negocio en ningún intercambio o transacción?, ¿qué sentido si la economía y la política dejan de existir por cuenta propia, al margen de la vida y sus necesidades?


La organización de las sociedades humanas en democracia real (autogobierno), a mi entender tiene como misión la libertad interdependiente y responsable del individuo social, asociado en comunidades éticas, democráticas y ecológicas. Comunidades que administren y garanticen a cada individuo el derecho de acceso y uso de los bienes comunales, un individuo que a su vez asume su deber de autonomía personal, con responsabilidad ecológica comunitaria y universal. ¿Dónde encontrar la diferencia real entre el derecho de propiedad y el de uso?, ¿cuál es, por ejemplo, la diferencia real entre el derecho de propiedad sobre una vivienda y el derecho a su uso de por vida?, ¿entre el derecho de apropiación de un terreno y el derecho a usarlo y cultivarlo para obtener una cosecha con la que poder satisfacer necesidades propias?...sólo cabe una respuesta: la expectativa de lucro o negocio por parte de la propiedad, no hay otra diferencia real. Habrá quien me diga ¿y qué pasa entonces con el derecho de herencia? Yo creo que el derecho de uso, de una casa o de una tierra, incluye a quienes forman parte de la comunidad doméstica, sean éstos parientes o no. Y concluye con la muerte, ¿o no?


Con el porvenir suspendido, vivimos una época extraña e inquietante, en el que nada que no sea capitalismo nos parece posible; si acaso, alguna reforma y mejora puntual, que aunque fuera en mínima parte, pudiera retrotraernos a su “mejor” época, la del estado de bienestar, a aquella socialdemocracia o socialismo neocapitalista surgido de la Segunda Guerra Mundial, que alcanzara su auge en los años 80 y 90 del pasado siglo. Con su terrible incapacidad para encontrar solución a sus propias crisis y a los desastres que engendra, la globalización no le ha servido para desembarazarse de su origen y esencia totalitaria, estatalista. Parece seguir teniendo asegurada su continuidad y reproducción, su dominio sobre la sociedad, a pesar de sus irresolubles contradicciones, y todavía la mayoría de la sociedad no vislumbra otra alternativa. El hundimiento del socialismo y la deriva neoliberal de sus “progresistas” restos, han taponado todo ánimo de disidencia y rebeldí, agravando la impotencia de la acción política hasta creerla imposible.

Las izquierdas opositoras vieron su tabla de salvación en los identitarismos nacionalistas y de género y ahora en los populismos, pero han acabado ahogadas en sus propias contradicciones y consecuencias, ya perfectamente asumidas e integradas por la agenda neoliberal. Como reacción consecuente, en el inmediato futuro veremos surgir una nueva fuerza política de inspiración conspiranoide, competidora de los populismos de izquierdas y derechas, como éstos igualmente impulsada como novedad mediática, que vendrá a rellenar ese nuevo segmento del entretenimiento político, el mercado electoral, que sólo servirá para alargar un poco la agonía del sistema dominante, regalándole una mínima y efímera prórroga. Será así porque nada, sólo más aturdimiento y confusión, podrá aportar el próximo Partido Conspiranoico a la evitación del Desastre que se avecina como autoextinción o como transhumanismo, que viene a ser lo mismo.


Quienes tanta prisa se dieron en sentenciar la tragedia de los comunes, nos han conducido a la tragedia de lo no común. La idea de un destino común de la humanidad todavía es muy lejana, en todo el paisaje que vemos impera la competencia en lucha fratricida, los caminos hacia la cooperación están obturados y en realidad vivimos la tragedia de “lo no común”. El culo de saco en que nos encontramos explica la nulidad del individuo junto al desarme ético y político de la sociedad. Lo mismo que experimentamos el precio a pagar al capitalismo por su falta de límites, lo experimentamos como debilidad de la democracia, secuestrada por Estados que ya no tienen otra función que la de someter al conjunto de la sociedad a las exigencias del Mercado.

Si “lo común” es hoy tan relevante es porque revoca radicalmente las ilusorias esperanzas del progresismo desarrollista. La denuncia neoliberal del intervencionismo estatal es pura pose y táctica electoral; el neoliberalismo no quiere menos Estado, lo quiere más barato. Y lo que ha demostrado la socialdemocracia es que la propiedad pública (lo público) no es una protección de lo común, sino una forma colectiva de propiedad privada reservada a la clase dominante, de la que ésta puede disponer a su antojo, expoliando a las poblaciones en beneficio de sus particulares intereses.

El izquierdismo estatalista nunca comprendió la naturaleza integral -ética, ecológica y democrática- de lo común, siempre tuvo en la cabeza y en sus programas de gobierno “lo público-estatal” que opera a favor del derechismo igualmente estatalista, acabando por parasitar y privatizar lo común por élites, vanguardias y camarillas. Siempre hicieron causa común con las derechas en su ridiculización y desprestigio de los comunes, como del autogobierno en democracia directa.

Constatada hoy la emergencia, al menos intelectual, de los comunes y el autogobierno, no debería despistarnos esa puesta de moda si sólo es intelectual y/o académica, si es ajena a principios y prácticas, si sólo es táctica y no fundamentada en valores y principios. El decadente progresismo estatalista permanece al acecho de cualquier oportunidad y no dudará en buscar ventaja y beneficio. He leído con interés lo que dice David Bollier (**), líder intelectual de Guerrilla Translation, que en su introducción al libro “Pensar los Comunes” (***), viene a decir lo que sigue, activando en mí todas las prevenciones y alarmas:

Por lo tanto, nos negamos a dar por hecho que el Estado nación es el único sistema de poder realista para hacer frente a nuestros temores y ofrecer soluciones. Porque no lo es. El Estado nación es más bien un vestigio de una era en decadencia. Lo que pasa es que los círculos respetables rechazan considerar alternativas desde la periferia por temor a ser tildados de ofuscados o locos. No obstante, hoy en día las deficiencias estructurales del Estado nación y de su alianza con los mercados impulsados por el capital son más que evidentes y es algo que a duras penas puede negarse. No tenemos más remedio que abandonar nuestros temores y empezar a considerar ideas frescas desde los márgenes.

(Hasta ahí, perfecto, pero sigue)

Pero, tranquilidad: ir más allá del Estado nación no significa sin el Estado nación. Significa que debemos alterar significativamente el poder del Estado introduciendo nuevas lógicas operativas y actores institucionales. De hecho, gran parte de este libro está enfocado en esa necesidad. Modestia aparte, consideramos la creación de procomún como una forma de incubar nuevas prácticas sociales y lógicas culturales que, aunque se encuentran firmemente arraigadas en la experiencia cotidiana, pueden federarse para aunar fuerzas y enriquecerse mutuamente y así germinar una nueva cultura que pueda adentrarse en las camarillas del poder estatal”.


Por todo ello, ésto es lo que propongo como antídoto:  revolución/transformación integral y de código abierto. Huir de toda tentación de liderazgo, que por su propia dinámica autoritaria termina siendo faccioso. No creer que tenemos todos los argumentos ni toda la razón. Pensar que compartimos principios básicos con personas y movimientos sociales. Que sólo aunando fuerzas será posible construir las mayorías sociales que pueden cambiar la sociedad, además de quitar gobiernos. Que el ámbito propio del combate revolucionario no es teórico, sino práctico en esencia, a desenvolver en y desde el interior de la sociedad, no en el circo parlamentarista, sea éste político o mediático, que en ambos casos viene a ser tan hueco como nefasto. Ningún personalismo, ningún centralismo, una red difusa y masiva de personas, autoorganizadas y libremente adheridas a un Pacto del Común, local y global, que a partir de un básico acuerdo en ”lo común” (como un Linux de código abierto) funcione cooperativamente, como una Wikipedia.  

Un pacto autoconstruido y autoconstituyente de ajuntamiento glocal, asambleas autónomas, localmente autoconstituidas, confluyentes hacia una estrategia global a partir de sus propias circunstancias y estrategias, en redes territoriales de cooperación y apoyo mutuo. Mi personal propuesta de principios básicos es de código abierto (quien tenga otra propuesta que lo diga): 1. Individuo libre y responsable, autoconstruido y constructor de comunidades convivenciales. 2. Tierra y conocimiento como Procomún universal y 3. Autogobierno en asambleas locales (ajuntamientos de vecindad) y territoriales (ajuntamientos de paisanía), libremente confederados en mancomunidades y redes de cooperación y ayuda mutua, en todas las escalas territoriales.


Notas:


(*) Silvia Federicci es escritora, profesora y activista feminista italo-estadounidense. En sus trabajos concluye que el trabajo reproductivo y de cuidados que hacen gratis las mujeres es la base sobre la que se sostiene el capitalismo. En los años setenta fue una de las impulsoras de las campañas que comenzaron a reivindicar un salario para el trabajo doméstico realizado por las mujeres sin ninguna retribución ni reconocimiento como demanda de la economía feminista. En la década de 1980 trabajó durante varios años como profesora en Nigeria. Ambas trayectorias convergen en dos de sus obras más conocidas: Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria (2004) y Revolución en punto cero: trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas (2013). Se sitúa en el movimiento autónomo, dentro de la tradición marxista, a la que critica desde el feminismo por considerar que Marx solamente valoró el trabajo asalariado y obvió el trabajo reproductivo -véase en este sentido su libro de 2018 El patriarcado del salario. En la actualidad es profesora emérita de la Universidad Hofstra, en Nueva York.


(**) David Bollier es un activista estadounidense, escritor y estratega político. Es becario senior en The Norman Lear Center en el USAC Annenberg School for Communication, colabora con asiduidad con el productor/guionista televisivo Norman Lear, y escribe informes sobre tecnología para la Aspen Institute. Es también director de On the Commons, donde escribe con frecuencia y define su trabajo como "enfocado en promocionar los bienes comunales, haciendo entender cómo las tecnologías digitales están cambiando la cultura democrática, luchando contra los excesos de las leyes de propiedad intelectual, fortaleciendo los derechos del consumidor y promoviendo el activismo social.” Es cofundador del grupo de interés público Public Knowledge, donde actúa como miembro numerario y También preside On the Commons (OTC), centro de estrategia del movimiento de los comunes fundado en 2001.


(***) Pensar desde los comunes es el último libro de David Bollier, de próxima publicación con apoyo de la plataforma de crowdfunding Goteo, del laboratorio ciudadano Medialab-Prado y de la editorial de software y cultura libre Traficantes de Sueños.

miércoles, 16 de septiembre de 2020

PENSAR Y NO CAER, RAMÓN ANDRÉS, REFERENCIA

Ramón Andrés (Pamplona, 1955) ha escrito numerosos libros, como el Diccionario de instrumentos musicales (1995-2001), W. A. Mozart (2003-2006), El oyente infinito (2007) y, en Acantilado, Johann Sebastian Bach. Los días, las ideas y los libros (2005), El mundo en el oído. El nacimiento de la música en la cultura (2008), No sufrir compañía. Escritos místicos sobre el silencio (2010), Diccionario de música, mitología, magia y religión (2012), El luthier de Delft. Música, pintura y ciencia en tiempos de Vermeer y Spinoza (2013), Semper dolens. Historia del suicidio en Occidente (2015), Pensar y no caer (2015), Claudio Monteverdi. «Lamento della Ninfa» (2017) y Filosofía y consuelo de la música (2020), además de la edición de Oculta filosofía. Razones de la música en el hombre y la naturaleza (2004), de Juan Eusebio Nieremberg. Asimismo, es autor de varios libros de poesía. En 2015 fue galardonado con el Premio Príncipe de Viana de la Cultura y desde 2018 es miembro correspondiente de la Reial Acadèmia Catalana de Belles Arts de Sant Jordi.

Web; https://ramonandres.info

Entrevista sobre su libro Pensar y no caerhttps://youtu.be/HGYjotl1Rn8

 

 
 

Lo descubrí en ese ensayo, Pensar y no caer, cuyo título me inquietó, me convocaba. No fue casualidad, no un libro que sabe presentarse en el escaparate de una librería o en un anuncio de los que te cuela Amazon a partir de tus preferencias, o que alguien te regala al azar por tu cumpleaños.

R. Andrés se sirve en él de la vida cotidiana y sus detalles, como materia prima para la reflexión y la evocación, tras una mirada penetrante y sutil. Y todo ello, como dice su editora, Acantilado, “para proponernos una senda hacia el pensamiento en torno a temas como el valor de compartir el pan a la mesa, la relación entre humanidad y animalidad, las quimeras de ayer y de hoy, la calumnia, la exclusión, la muerte o la nada”.

No me era complaciente sin más, no, lo que allí se decía. Refería a mis propias intuiciones, convicciones y contradicciones. Acabé de leerlo y tuve la sensación de que no lo había hecho del todo y por eso lo he vuelto a colocar en el estante de libros a releer, para seguir rebuscando en mi respuesta, algo más de comprensión sobre el tiempo presente, esa mala relación mía con esta sociedad distópica. Reflexión que brota de la experiencia vital y no del pensar filosófico y meramente especulativo. Es por eso que me remueve, me conmueve y me convoca a la resistencia y al combate frente a esta era.

Pero aquí voy a referirme a su poesía, reunida en un libro (Poesía reunida y aforismos, 2016), que he desarmado a mi manera. ¿No es ésto lo que quieren los poetas, que los lectores hagamos su obra nuestra? Lo que he cometido es una inocente profanación: además de hacer una selección, he obviado una gran parte de poemas y he pasado su verso a prosa. El poeta y filósofo, como también es músico, entenderá este pequeño crimen -que no pasa de tipográfico-, de un lector ya medio sordo con la edad, que a fuerza de no distinguir bien las notas y compases de una partitura, ha tenido que aprender a escuchar su armonía, y así su sordera es sólo analítica, pero no holística, cumpliendo con lo que el autor pretendía.

He obviado los espacios en blanco que acostumbra a dejar la poesía. Los poetas piensan que son pausas, silencios musicales que necesitan las palabras para completarse, silencios a marcar porque el lector no sabrá situarlos si encuentra repletos los renglones de palabras...¡qué desconfianza! No acabo de entender ese derroche del espacio cuando la poesía puede escribirse en prosa; ¿quién dijo que tenga que ser necesariamente en verso, desconfiada y derrochona?

En mi barrio de niño sólo se escuchaba música que salía de las ventanas, abiertas a la calle para ventilar los dormitorios bien de mañana y hasta el mediodía...historias en bucle, de carros robados, angelitos negros y cruces clavadas en el monte del olvido...“por dos amores que han muerto, que son el tuyo y el mío”. Mi sordera selectiva algo tendrá que ver con eso, mínima venganza, infantil y proletaria, no es algo personal, es contra todos los poetas. Sé que lo entendería el autor, especialista en Johann Sebastian Bach, si llegara a leer ésto que escribo con sus palabras hechas mías, que lo dudo.


SIEMPRE GÉNESIS (2013-15) Y POEMAS ANTERIORES (1978-98)


Rectas disjuntas. Quien empieza a escribir este poema y el que va a terminarlo no son el mismo hombre. No lo serán, ni en el tiempo ni en el espacio. Jamás coincidirán. Nada sabrán el uno del otro.

Interpretación libre. Porque era génesis el hueso entreabierto de las frutas, la escarcha que no espera a que nadie principie la mañana.

Supuesto poema de amor. Tomás de Aquino: “vivir es más perfecto que ser”. No demostrado. No lo sabemos. Lo que no se ve, lo que llaman vacío, es un espacio de lo ya terminado, el amor, el amor, mano de obra que todavía barre cristales en Hiroshima…

Vauclause. Amar, tener la muerte en que morir, no angostarse, avanzar, pensar la anchura, necesitar a todos los maestros. Librar la rienda tensa del relincho, ser el plural de lo que fue unidad, buscar consejo pero errar sin guía. No acatar, no temer y recordar: lo que te pertenece, te destruye. Y saber que no hay hombres inocentes, caer a solas en la siembra estéril, y de la imperfección hacer sosiego.

Sísifo. Ya murieron. Yacen como tablas, no de salvación, pero flotan, oyen, oyen pasar a Sísifo cada noche, a eso de las once, escuchan lo que su piedra tritura, oyen el esfuerzo, el reniego, el resoplo, y está harto, sabe que no es mito. Sísifo es el salario, el ruido, la estafa.

El descendimiento de la cruz de Roiger Van Der Weiden. No es carne. Es un lugar, un deshielo, un arroyo que será país. No habrá más resurrección. Que los Lázaros lloren. Hay cuerpos que descienden como la culpa o la flor de vilano: diseminan. Ponedlo ahí, a vista de todos. Que sea vecindad.

Faro de Senokozulua. Piensan que Dios les da zapatos, piensan que Dios les da carbón para la estufa, pero llevan los dedos tiznados. No pueden tocarse entre ellos.

El paseo. Entenderás que no eres lo andado sino lo que media, el no saber, lo siempre distante, aunque des por bueno que has llegado y hagas noche en tu creencia.

Las quejas. Los poetas, siempre pensando en la proa hundida, en vez de cantarla al surgir de las olas.

Los hombres. Quien haya golpeado la madera y oído lo distinto que suena cada leño, entenderá el ciclo estacional; sólo con la corteza y el anillo abierto en cada extremo cuarteado verá lo que han hecho las lunas en los hayedos.

Siempre génesis. Las cosas significan por su memoria, y lo que unos llaman brisa y otros alma, otros aliento, arima, atmán, psyché, es el soplo, el aire que empuja al mirlo a posarse en una teja y a escuchar como si tú llevaras la canción que le falta.

La barca. No cedas, habrá puerto, no cedas, ya ha ocurrido el intento de salvarte; escupido, dormirás en casa, a dos brazadas de lo que eres y te explica.

Viajes. No amarran la barca igual, hay una fuerza justa para cada viento. Cada mar es cada mar. Cada borrasca lo es, lo ahogados lo saben, lo saben, las olas piden muertes diferentes. Cada mar es cada mar.

Cantábrico. En su lumbre de ventana empobrecida alguien mueve los labios sin cantar, pero sigue la canción que suena al lado, como un préstamo con que pasar el mes.

Amarre. Los remolcadores no arrastran: tiran del existir, haya bruma o sol en la bocana de Getxo. Son la inercia de las vidas que miran desde cubierta.

El tejo. Sólo termina lo que es ciclo: las esquilas dejan de sonar cuando acaba el verano; sigue el tejo.

Tejados. Qué importa que la carta venga abierta si el viento nunca suena igual dos veces.

Helada. Un caballo de tiro sólo mira un metro, dos metros de camino, no más.

Salvación. A qué vinimos, no lo recordéis. Tened fe en dejar de tener fe. Despacio, no es necesario cambiar de ropa. Madrugada, y el pan está en los hornos.

Paisaje nevado. La falta de conciencia es esta ventisca que nos cubrirá. La nieve silenciará los bosques, hará difícil la escarpadura al ciervo. Un aliso, un manzano se arquearán, y la resurrección no será gran cosa, simple deshielo.

La crítica de la razón pura. Esto lleva a hablar y a existir lo menos en los días, a mostrar que somos vacío, como es vacío el cauce, y no por ello dejan de crecer las cosechas, como el viento también es vacío y no por ello olvida despertar y esparcirnos por el mundo.

Homenaje-elegía a T.S.Eliot. Porque siempre algo (nos) antecede: la huella a la cima, la pluma al vuelo, lo que fluye a la helada. No importa el dónde: nunca vas, nunca vamos; las confluencias están llenas de no lugar, y no puedes decir: “al fin”, y no puedes decir: “ahora”, nada que sea llegada, afirmarlo.

Escena. Lo que cada uno tiene de cavidad, cuchara vacía; en ella se comba el techo de la cocina. Jamás el rencor; jamás tallarlo. Sorbe la sopa, es bienaventuranza.

Pastizal. Los animales son la noche que duerme de pie. Cuando cuelguen en canal y se desangren, y el matarife eche a un lado la vejiga y al otro la lengua y el intestino cortado, asomará en la víscera un ovillo de hierba, lo vivo del campo, lo todavía no muerto. El agua empujará la sangre a la alcantarilla. Como en tiempos de paz, ni un ruido, ni una queja.

Acometida. Pero la cuestión es esa: no es la muerte lo que empuja a discernir las cosas, qué contiene a qué, qué tiempo a cuál, distinguir si en la mancha plateada de un banco de peces, eso que llaman ardora, está la captura, o en el impulso que lleva a ver sólo mar en el mar.../...Porque tener es nada. Obtener es nada. Acumular es la nada.

Correspondencias. Eso es lo armónico. Un camino se apaga al volver los fresnos, y otro, nuevo, sale de su polvareda: no coincidirán quienes pasen por ellos, pero el no cruzarse, el no mirarse ni tener noción de donde se está, y saludar por la acera al que aún no ha salido de su casa, al que no se ha concebido como inicio es también lo armónico.

Lo remoto. Escuchad lo remoto: en los ojos de un perro brilla una cacería, un animal que sangra, herido bosque adentro. Y alguien llama, y añade más fuerza a su zancada, grita y anuncia, corre y se acerca al origen que suena en la campana de todos los milagros.

De la Naturaleza. Frías las manos de vivir a solas, me alejo de los cuerpos, porque sin calma es cárcel toda huida.

Poema al modo antiguo. Y pues soy tiempo cuando otros me cuentan, que me entierren con hebras de tu pelo, y así me reconozcan las azadas.

Canción de un hombre feliz. Bajaba hacia el silencio, limpio como la encía del herbívoro, que bebe sin dejar filamentos de sangre en los arroyos.

Plegaria sin juntar las manos. Haya recuerdo, pero no el hogar de los antepasados. Haya norte y sur para el que crea en la distancia. Prosiga a pie lo que empezó en el sueño.

Poema discursivo de un estoico. Si nadie muere antes de su hora y todo fluye exacto -el pulso, el mar, las piezas de aquel reloj que desarmó Pascal-, no le pidas al tiempo muchos años, sino los suficientes, ni más agua que el cuenco para aliviar la frente al moribundo.

A la memoria de Dylan Thomas. Todo fue necesario, el grito de los gamos, las zarpas del gorrión nerviosas en mis dedos, el átomo, el silencio sin luz de los amantes, para que al fin la muerte perdiera sus dominios.

Un nadador ahogado. Él es agua que nombra lo profundo. En sus brazos la muerte es ruta antigua, donde supieron viejos navegantes que el paraíso está para perderlo.

Cuadrante norte. Allá donde el ladrillo y el fuego son la casa, aquella incandescencia en la que ser posibles.../...y así, cercado en sus florecimientos, el mundo va borrando meridianos.

Epitafio a una ciudadana de Amherst. Cómo dormir más bajo que las brumas, y comprender que a poco que vivamos nadie está a salvo de una vida entera. Y ver flotar la espalda de los pueblos, su cuerpo a la deriva hasta encallarse en los cruces que esperan las llegadas.

Eso es el hombre todo. Cada giro del mundo es un olvido, una piedra arrojada hasta alcanzarnos.../...Vendrá de otro poema el mediodía, el reguero de sangre contra el muro de alguna res caliente de abundancia. Cada giro del mundo es un olvido, conozco la inquietud del ruiseñor mejor que las ventanas de mi alcoba, y aunque he vivido el humo de un suburbio, lejano del que afirma y tiene patria, nadie sabe que cubre mi ciudad, al tacto de la tarde, un papel biblia donde no hay profecías ni expulsados.

Refutación de la muerte. Ignoró que el azul no es todo de los dioses, tiró como el caballo en un día de fiesta, con el vientre venoso de galopar alegre.




martes, 8 de septiembre de 2020

LA ALARGADA SOMBRA DE DARWIN

 

                   Parejas distanciadas por el coronavirus podrán verse si demuestran su relación                                  presentando cartas de amor (Agencia Reuters, Copenhague / 27.05.2020)


El hecho de que una teoría tan vaga (el darwinismo), tan insuficientemente demostrable, tan ajena a los criterios que suelen aplicarse en las ciencias empíricas, se haya convertido en un dogma, no es explicable si no es con argumentos sociológicos.  Ludwing Von Bertalanffy 1901-1972)

La vida no conquistó el planeta mediante combates, sino gracias a la cooperación. Las formas de vida se multiplicaron y se hicieron más complejas asociándose a otras, no matándolas. Lynn Margulis, 2002, Una revolución en la evolución.

 

Esta pandemia no es una más, se da en un contexto único y excepcional en la historia humana, en una sociedad-mundo estructurada como nunca antes en torno a un único sistema de pensamiento dominante, basado en la premisa de la competencia generalizada -entre individuos, clases, sexos, empresas, estados, bloques, culturas y civilizaciones- que según este pensamiento actuaría como motor de la evolución, de la vida toda, incluida la humana, de tal modo que la selección natural vendría a justificar “naturalmente” el predominio y supervivencia de los individuos más competitivos. En definitiva, un dogma “científico” incuestionable.


Dado el contradictorio mundo en que vivimos y la fase autodestructiva de la que somos testigos, parece pertinente y hasta obligado hacerse  preguntas tan elementales y coherentes como por ejemplo: ¿en este mundo en descomposición, podemos seguir pensando que la clave de la existencia está en la competencia, en nuestro gen egoísta?,  ¿realmente, somos egoístas por naturaleza y, por tanto, este mundo no tiene arreglo, porque lo manda la naturaleza y, por tanto, cualquier otra posibilidad queda descartada a priori y es pura quimera?

¿Es sólo una quimera lo que afirma un biólogo como Máximo Sandin, disidente de la biología académica, cuando dice que ésta “se encuentra en una situación que resulta contradictoria, no sólo con las reglas más básicas de la práctica científica, sino con el más elemental sentido común. Los progresos en el conocimiento de la naturaleza, el control y la regulación de la información genética han puesto de manifiesto unos fenómenos de una enorme complejidad. Unas redes de interacciones radicalmente diferentes de las antiguas concepciones elaboradas a partir de inferencias indirectas y suposiciones derivadas del desconocimiento de los procesos subyacentes a la construcción y variabilidad de los organismos. Sin embargo, en las revistas científicas y en el ámbito académico se continúan empleando los términos, conceptos e interpretaciones de los fenómenos biológicos basados directamente en las antiguas simplificaciones, que se han mostrado definitivamente erróneas, como si fueran “descripciones objetivas de la realidad”?, ¿o es algo a tener en cuenta?

La “nueva Genética”, basada en observaciones reales sobre los procesos de control y regulación de la expresión génica se ha mostrado radicalmente diferente de la “Genética de la Caja Negra” que conectaba directa y unívocamente rasgos fenotípicos complejos con genes discretos y sigue tratando los rasgos poligénicos de una manera estadística, como si fueran el resultado de efectos aditivos de un gran número de genes esencialmente equivalentes (Carroll, 2000). 

Frente a la vieja concepción de los genes como “unidades de información genética”, rígidamente determinadas en el ADN, cambiantes “al azar” y aisladas del ambiente, la información genética ha resultado ser el producto de complejas redes de procesamiento y comunicación, con unos patrones básicos extremadamente conservados en las que están relacionados multitud de componentes y cuyo resultado final está condicionado por el estado del ambiente celular y es dependiente, por tanto, del ambiente externo.
A la luz de toda esta nueva información, no es necesaria una argumentación muy elaborada para llegar a la conclusión de que los conceptos, los términos y las hipótesis teóricas de la genética de poblaciones pueden ser descartados como método de estudio de la evolución. No estamos hablando de un problema menor, porque se trata de la única base empírica existente de la teoría evolutiva admitida actualmente por la inmensa mayoría de la comunidad científica. (1)

La microbióloga Lynn Margulis propone una respuesta general para la vida, basada ésta en la cooperación y en la asociación. Esto no es nuevo, ya Kropotkin  anticipó que en la naturaleza, además de la lucha mutua, “se observa al mismo tiempo, en las mismas proporciones, o tal vez mayores, el apoyo mutuo, la ayuda mutua, la protección mutua entre animales pertenecientes a la misma especie o, por lo menos, a la misma sociedad (...) de manera que se puede reconocer la sociabilidad como el factor principal de la evolución progresiva”. En la actualidad, el psicobiólogo Michael Tomasello se expresa con igual contundencia: “Los Homo sapiens están adaptados para actuar y pensar cooperativamente en grupos culturales hasta un grado desconocido en otras especies”. ¿Cómo se compagina ésto con la ideología dominante en la ciencia evolutiva, adherida a la “supervivencia del más fuerte”?,¿Y cómo se compadece con un sistema social dominante hoy a escala global, en el que rige la competitividad y la máxima ganancia como única guía de toda su actividad?
Ésta es una de las más grandes contradicciones de nuestro tiempo: dos ciencias contrapuestas, dos interpretaciones de una misma realidad que resultan incompatibles. Nada que ver con la efímera, instrumental y superficial contradicción entre izquierdas y derechas, surgida en la modernidad burguesa, ambas posiciones competitivas dentro de un mismo orden político (estatal-capitalista), al igual que sucede, por ejemplo, entre empresas enfrentadas por ganar poder o cuota de mercado y de las que nadie duda acerca de su igual naturaleza mercantil.

En “Simbiosis y evolución” Lynn Margulis demuestra, con  resultados y pruebas, el origen de la célula eucariótica y de varios orgánulos celulares (mitocondrios, cloroplastos y undulipodios) por asociación simbiogenética de procariotas (células sin núcleo diferenciado). Con estos hechos, las asociaciones simbióticas, la unión de unos organismos para formar nuevos colectivos con propiedades emergentes, se convierten en el principal mecanismo evolutivo, como un factor esencial en la evolución de la biosfera. Los líquenes son el ejemplo más evidente y próximo de este proceso: los simbiontes por separado, el hongo y el alga, muestran y conservan sus características individuales, pero juntos se convierten en un talo con características propias y con capacidades metabólicas y ecológicas inaccesibles desde sus respectivas individualidades. Gaia es la polémica hipótesis que considera la biosfera como un sistema interactivo y dinámico en el que los numerosos y diversificados microorganismos anónimos son responsables del mantenimiento de la temperatura planetaria, de la composición química de la atmósfera, de la salinidad de los océanos, los procesos biogeoquímicos globales: la Tierra como un planeta vivo. En sus “Reflexiones, especulaciones y miradas más lejos”, L.Margulis  integra los argumentos expuestos, analiza las objeciones recibidas y defiende las pruebas acumuladas, todo alrededor de las mencionadas aportaciones científicas, con nuevas perspectivas, con razonamientos contrastados; pero, además, la posición, la sabiduría y la valentía de Lynn Margulis le permiten razonar, muchas veces con una clara intención crítica, sobre la situación actual de la investigación o la pasividad de los investigadores, la política científica y cultural de los gobiernos o la orientación restringida de la financiación oficial, al margen de su profundidad científica. Podrá ser muy heterogénea la opinión sobre las teorías, hipótesis y discusiones que plantea L.Margulis, pero éstas no pueden ser obviadas sin más, sólo porque no representan  la posición mayoritaria, la de la “ciencia oficial”.  Dogma y método científico compaginan mal, no compaginan. 


Pues bien, en esta pandemia estamos asistiendo, dramáticamente, a la imposición de esa visión dogmática, mayoritaria y oficial de la ciencia, una ciencia averiada, en descomposición pareja a la de la sociedad que la profesa acríticamente, dócilmente.
El impulso reproductivo de la vida tiende a hacerse de forma  geométrica o exponencial, por lo que en un mundo finito, el potencial biótico de todos los seres vivos es mayor que los que pueden sobrevivir. Por ejemplo, una sola bacteria de división rápida puede hacerlo cada veinte minutos; si no encontrara límites, en cuatro días de crecimiento alcanzaría la cifra de 2 elevado a 288,   un número mayor que el de protones existentes en el universo.

En consecuencia, la vida es expansión y extinción al mismo tiempo. Darwin dio a este proceso de supervivencia diferencial el nombre de “selección natural”, mientras que Lynn Margulis lo explica así:  “la vida es una extensión del ser hacia la próxima generación, la próxima especie. Es el ingenio para sacar el máximo partido de la contingencia”. Desde este punto de vista, el  impulso de muerte freudiano sólo tiene explicación en referencia al homo sapiens. Las conclusiones del psicoanalista Erich Fromm son bien concluyentes, no se trata de una antagonismo entre dos fuerzas biológicas innatas, sino de un conflicto entre la tendencia en la que reside la esencia de la vida y el fracaso del individuo en tal empeño, por lo que  “la pulsión de muerte tiene que ver con la psicopatología y no, como suponía Freud, con los fenómenos biológicos normales”, o como adelantó Spinoza: “cada cosa, en tanto lo tenga, se esfuerza en preservar en su ser”.

“La selección natural, es decir la capacidad de sobrevivir de un organismo y de producir descendencia, opera a través de las condiciones físicas del entorno y de la interacción con los otros moradores con los cuales ha de coexistir. La selección natural es la que incesantemente elimina a los seres cuya forma, cuya fisiología, cuyo comportamiento y cuya química no resultan adecuados para un medio dado en un tiempo y lugar determinados” (2). Pero las interacciones entre los organismos de la misma especie o de otra, con los que ha de coexistir, y entre especies, pueden ser de muchas maneras, no solo de competencia, como entiende la economía vulgar.



Figura: Interacciones entre organismos (3)


Vayamos a  los virus, entre los que se encuentra el coronavirus covid19, que encaja en la categoría de interacción que llamamos parasitismo, por vivir dentro  de un hospedante que tanto le proporciona una fuente de energía como un hábitat, en ésto se diferencian de los depredadores que viven libremente y a los que la presa les proporciona alimento pero no hábitat. El principio general que se puede establecer es que cuando los parásitos han estado asociados a sus hospedantes largo tiempo, la interacción es moderada y es neutra o beneficiosa a largo plazo. Por esto se explica que un gran número de enfermedades debidas a parásitos y plagas de insectos como los causantes de la mayoría de las pérdidas en agricultura se deben a especies recientemente introducidas o a hospedantes vulnerables (¿nos va sonando?). Así, la selección natural no favorece a los virus “virulentos” o perjudiciales, porque de hacerlo,  tanto el parásito como el hospedante terminarían por extinguirse.

Si en las interrelaciones entre seres vivos en las que alguien pierde (lo que es inevitable en esa tensión entre proliferación y límites naturales), y si  tanto la cooperación como la coexistencia tienen algo o mucho de beneficio mutuo, podemos concluir que la vida es un proceso de expansión, extinción, pero sobre todo de simbiosis (4) teniendo en cuenta las muchas relaciones de mutualismo existentes.

Los fósiles más antiguos de bacterias (células procariotas, sin núcleo) datan de hace 3.500 millones años, en cambio los fósiles más antiguos de eucariotas (células con núcleo, las de hongos, animales y plantas) solo tienen 800 millones de años. A pesar de su enorme antigüedad, las bacterias han sido completamente desconocidas la mayor parte de la historia humana. Pero lo más llamativo es que además de ser las unidades básicas estructurales de la vida, también se encuentran en todos los demás seres que existen en la Tierra, para los que son indispensables. Sin ellas, no tendríamos aire para respirar, nuestro alimento carecería de nitrógeno y no habría suelos dónde cultivar nuestras cosechas. Por debajo de nuestras diferencias superficiales todos somos andantes comunidades de bacterias, tal es su importancia que el sesenta por ciento de la historia de la vida corresponde a las bacterias en solitario y que a ellas les debamos casi todo: la fermentación, la fotosíntesis, la utilización de oxígeno en la respiración, la fijación del nitrógeno atmosférico y la transferencia horizontal de genes, con el resultado de “un planeta que ha llegado a ser fértil y habitable para formas de vida de mayor tamaño, como la humana, gracias a una supraorganización de bacterias que han actuado comunicándose y cooperando a escala global” (5).

Los virus aparecen en la Tierra simultáneamente con las bacterias. Su número estimado es de cinco a veinticinco veces más que el de bacterias.  La actividad de los virus en los ecosistemas marinos y terrestres es fundamental, al igual que la actividad de las bacterias. En los suelos, actúan como elementos de comunicación entre las bacterias mediante la transferencia genética horizontal; en las aguas superficiales del mar hay un valor medio de 10.000 millones de diferentes tipos de virus por litro, su papel ecológico consiste en el mantenimiento del equilibrio entre las diferentes especies que componen el plancton marino (y como consecuencia del resto de la cadena trófica) y entre los diferentes tipos de bacterias, destruyéndolas cuando las hay en exceso” (6)

De momento, podemos advertir la distancia entre la comprensión realmente científica y la negativa propaganda oficial acerca de virus y bacterias, revestida de apariencia “científica”, que ha contribuido eficazmente a fijar en las masas una burda y fantasiosa idea acerca de éstas células como “bichos” malignos y asesinos.
La propuesta más atrevida de la microbióloga Lynn Margulis (EEUU,1938-2011) es, sin duda, la relativa a la aparición de nuevas especies. Mientras que la corriente principal del neodarwinismo las adjudica a las mutaciones al azar junto la selección natural consecuente, la científica estadounidense afirma que los cambios mutacionales son siempre muy pequeños, porque la mayoría genera formas de vida deficientes y sin futuro, y que la fuente principal de variación hereditaria y de especiación -no la única- procede de la adquisición de genomas. Este proceso se lleva a cabo a través de la simbiosis de organismos distintos entre sí. A este proceso L.M. le llama simbiogénesis. Contra la hipótesis del “gen egoísta” sostiene que “los microbios tienen genomas completos de capacidad única. Son ellos y no los genes egoístas, ni los mamíferos combativos, los verdaderos motores del cambio evolutivo” y estaríamos en condiciones de afirmar que la simbiosis ha resultado ser la más importante fuerza de cambio sobre la Tierra.

El creciente control de la investigación biológica por grandes empresas farmacéuticas y “biotecnológicas”, la creciente manipulación con fines comerciales (en el mejor de los casos), de procesos biológicos cuyas complejísimas interacciones orgánicas y ecológicas han puesto claramente de manifiesto que no se pueden controlar (se pueden manipular, alterar, pero no prever las consecuencias de estas perturbaciones del orden natural), están conduciendo a la aparición de graves peligros para el ecosistema global y, muy especialmente, para los seres humanos. Lo peor puede estar todavía por llegar.
Como advierte Máximo Sandin, “ante la acumulación de evidencias, de conocimientos totalmente contradictorios con las premisas darwinistas, cualquier teoría científica habría sido abandonada hace mucho tiempo. Si se mantiene es porque no se trata de una teoría científica, sino de una creencia. Porque si se valora siguiendo los criterios básicos de las ciencias empíricas, el darwinismo es, desde su origen, totalmente acientífico. Su persistencia en contra de las evidencias y el afán en defenderlo desde determinados estamentos con argumentos retóricos y falsedades históricas hace pensar que su permanencia no tiene nada que ver con su validez científica”.
La biología y la antropología han experimentado en los últimos cincuenta años una gran transformación. La biología ha ido incorporando avances en distintos campos, como la genética, la biología molecular, la biotecnología… generando un cuerpo de descubrimientos novedosos que, por inercia, han seguido incluyéndose dentro de los modelos teóricos existentes. La antropología ha sufrido un incremento espectacular de hallazgos y fósiles, que hacen difícil sostener las teorías que nacieron a finales del siglo XIX sobre el origen del hombre, englobadas posteriormente dentro del neodarwinismo. Es obvio: el exceso de especialización  provoca una grave carencia de capacidad para asimilar los avances e integrarlos en una visión global.
A lo largo de más de cincuenta años, muchas voces críticas y científicos con sus aportaciones han venido cuestionando o desmontando este modelo único del neodarwinismo, pero lo han hecho limitadamente, en aspectos aislados. Stephen Gould, ya en los años 70, estableció la teoría del equilibrio puntuado para diferenciar entre los cambios bruscos que han dado origen a las especies, que él englobó bajo el término de macroevolución, y los cambios graduales que solo explicarían la microevolución; pero, como dice Máximo Sandín, si considerásemos, por ejemplo, la evolución desde una pata hasta un ala por medio de transformaciones sucesivas, graduales y minúsculas, de las que habla la selección natural, se habrían dado como resultado miles de especímenes con muñones que no podrían haber representado ninguna ventaja evolutiva y que habrían desaparecido. Algunos de los cambios evolutivos tienen, por fuerza, que haber sido bruscos, como intuyeron inicialmente y sin pruebas concluyentes por la época en que vivieron, naturalistas de la talla de George Cuvier.

La confusión ante la crisis actual es general y su generalización se produce a partir de una determinada percepción popular de la crisis, provocada por una avalancha informativa de proporciones desconocidas, incluso en los momentos más totalitarios de nuestro pasado histórico -como los del comunismo soviético, el fascismo italiano o el nazismo alemán-, que sólo es comparable a los totalitarismos que caracterizan a las hoy repúblicas populares de China y  Corea del Norte. A poco que uno indague en la estrategia seguida en el tratamiento informativo de esta crisis, es obvio que su estrategia pasa por un  “interesado” cruzamiento  del campo científico y político. Es obvio que la política está utilizando la ciencia  para justificar y convencer de la necesidad de sus medidas. Baste hacer un mero repaso de los meses, horas y minutos de masiva información mediática empleados desde marzo de este año 2020 ...y lo que nos queda por ver, muchísimo tiempo y recursos empleados en convencer a las cautivas audiencias sobre las razones científicas de las medidas tomadas por los gobiernos ante esta pandemia del covid19. Sin olvidar la censura, absoluta y totalitaria en extremo, que bloquea toda disidencia, toda libertad de expresión, en flagrante contradicción con sus propios fundamentos “liberal-progresistas y democráticos”. En España, todo disidente de la versión gubernamental es etiquetado de fascista y en EEUU la etiqueta adjudicada es la de comunista. Y todo disidente, siendo necesariamente fascista o comunista, según cada caso,  será etiquetado de conspiranoico, aquí como en USA. Así todo se aclara, la verdad es científica y la política obedece a la ciencia, que resplandece como dogma universal e incuestionable, restando la importancia de que ello pudiera contradecir tanto su propio “método científico” como su propio “método político” 

Adelantaré mi propia percepción: mientras que la ciencia es necesariamente experimental y, por tanto, se desarrolla a partir de varias y distintas hipótesis, la política que financia la ciencia es unívoca, no tiene otra hipótesis que el mantenimiento y reproducción de su poder sobre la sociedad. Y para ello, está obligada a lograr que la ciencia, al menos la que depende de la política, que es casi toda, no desentone. Sus fundamentos y explicaciones necesariamente han de cuadrar con los propios de la política.  Darwin es el mejor ejemplo, el más paradigmático: no hay hipótesis que mejor avale al capitalismo y a su aparato estatal que la teoría de la selección natural de las especies. La memoria oficial oculta lo que el propio Darwin no ocultaba de sí mismo, su visión racista del mundo y su incondicional adhesión al libre mercado capitalista, aún no desarrollado como ahora lo conocemos junto a todas sus consecuencias.

El “shock” del coronavirus está dando paso a la cadena de eventos que Naomi Klein describió hace más de una década en La doctrina del shock: la historia está formada por una sucesión de “shocks” (los shocks de las guerras, los desastres naturales y las crisis económicas) y sus secuelas. El resultado viene dado por el “capitalismo del desastre”, es decir, “soluciones” calculadas de libre mercado como respuesta a las crisis que explotan y exacerban las desigualdades ya existentes...no lo hacen porque crean que es la forma más eficaz de aliviar el sufrimiento durante una pandemia.Ya tenían estas ideas en mente y ahora han visto la oportunidad de llevarlas a cabo”. La “doctrina del shock” es la estrategia política que utiliza las crisis a gran escala para impulsar políticas que de forma sistemática agravan la desigualdad, enriquecen a las élites y empobrecen a todos los demás...y no sólo en el plano de lo económico. En momentos de crisis las personas solemos centrarnos en las emergencias diarias de sobrevivir a dicha crisis, sea cual sea, y solemos confiar demasiado en quienes ostentan el poder. El capitalismo del desastre es la forma en que las grandes corporaciones financieras y estatales dan un paso al frente para beneficiarse directamente de las crisis a gran escala. La especulación en torno a los desastres y las guerras no es un concepto nuevo,  aumentó significativamente bajo la administración Bush tras el 11S, cuando el Gobierno USA declaró aquella crisis de seguridad interminable y, simultáneamente la privatizó y externalizó, mientras que simultáneamente invadía Irak y Afganistan y privatizaba su ocupación.
 

Las élites políticas y económicas conciben los momentos de crisis como una oportunidad de impulsar su lista de deseos de políticas antipopulares. En realidad el shock es el virus en sí mismo y se está gestionando de manera que la confusión sea máxima. No creo que sea una conspiración de las élites, simplemente es la única manera en que los gobiernos pueden  manejar esta su crisis: haciéndola “nuestra”. Este shock mayúsculo  será explotado para rescatar a las industrias políticas, financieras y productivas, que se encuentran en la más profunda y global de las crisis hasta ahora enfrentadas, ante las que el individuo consciente ha desaparecido aislado en la masa (y con él toda posibilidad de comunidad y autonomía), mutado en producto o mercancía, sujeto de  libertad, sí, pero en el literal significado de sujeto: “atado”.

La diferencia de fuerzas es abismal y todo lo que está sucediendo señala al triunfo inevitable de la hipótesis dominante; si bien, nada está escrito y descartada por acientífica la teoría de Darwin, cabe la posibilidad de un salto en nuestra evolución histórica, una mutación o revolución integral, algo  radicalmente nuevo y distinto al viejo sentido competitivo de las revoluciones precedentes (afuera tú, que ahora me toca a mí). La naturaleza autodestructiva del sistema neoliberal imperante es un dato, no menor, para esta esperanza, como también lo es la potencia simbiótica y cooperativa, constituyente de la vida en todas sus formas, a pesar de su agotamiento e invisibilidad en el caso de la especie humana.
Resulta fundamental para esta esperanza el cambio de paradigma que ya vemos emerger, aunque muy incipientemente. Lejos de ser negacionista de la ciencia, reivindico una ciencia holística, alejada del especialismo simplista que rehuye la complejidad de la existencia, una ciencia ni parcialista ni dependiente,  autónoma de la política y realmente científica.

“El financiamiento gubernamental es necesario porque los productos para la pandemia son inversiones de altísimo riesgo; el financiamiento público minimizaría los riesgos para las compañías farmacéuticas y haría que se metieran con todo”. Estas declaraciones de Bill Gates en la prestigiosa revista médica New England Journal of Medicine, se completan con la indicación de que los gobiernos deben otorgar facilidades para la producción de las vacunas y comprarlas para distribuirlas en la población que las necesita. Como vemos, todo un programa para garantizar las ganancias de la industria farmacéutica multinacional en relación con la producción de una vacuna para enfrentar la pandemia.
Si bien se calcula que hay entre cincuenta y sesenta laboratorios en el mundo dedicados a la investigación de la vacuna para el Covid-19, solo son trece los que están en un estadio más avanzado. Una competencia feroz entre las multinacionales, y aún entre los gobiernos, se ha desatado. Quien logre elaborar una vacuna eficaz y obtenga la patente se asegura el monopolio de la producción y ganancias por varias décadas.
Debido a la disputa por el monopolio de la vacuna se produce una superposición de esfuerzos y despilfarro de recursos que han sido criticados aún por personalidades tan conservadoras como el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, que acusa al capitalismo de frenar el desarrollo de la vacuna (en contra de su propia propaganda sobre la necesidad salvífica de la vacuna). Como él, otros neoliberales se preguntan ¿hasta qué tenebrosa cantidad tendremos que esperar para disponer de una vacuna? Y hasta llegan a plantearse “la necesidad de abolir las patentes de los medicamentos en el camino de lograr la estatización de la industria farmacéutica bajo control de los trabajadores. No cabe más ignorancia e ingenuidad: ¡la estatización de la industria farmacéutica bajo el control de los trabajadores!, sólo equiparable a la ignorancia e ingenuidad del residual progresismo izquierdista. Como si fuera posible que un Estado cualquiera pudiera dejar en manos de los trabajadores, no ya la industria farmacéutica, sino cualquier cosa, por mínima que fuera. No cabe mayor ignorancia de la historia, ni mayor aberración intelectual. Desde mi modesta reflexión personal, hace unos años que yo describía  esta misma e irresoluble contradicción de las izquierdas residuales
como colaboracionismo, lo hacía mediante la metáfora del tapón, que representa su lamentable función en esta etapa de la historia: el tapón que impide la eclosión de la libertad individual y la autonomía de los pueblos, que retrasa la revolución necesaria, integral  e incompatible con la existencia del capitalismo y de cualquier forma de estado. A estas alturas de la historia, seguir imaginando una posible autonomía de los estados respecto del  capitalismo, eso sí que es un oximorón, una aberración intelectual, más que una ingenua utopía. 

Pedro García Olivo ha reflexionado y explicado esa deriva como teoría del demofascismo (7) (que yo equipararía a neodarwinismo o demodarwinismo). Él la describe como neofascismo global y sociedad posdemocrática, fraguada en Occidente. Dice que “la docilidad de la ciudadanía y la disolución de la Diferencia en inofensiva Diversidad constituyen los dos rasgos capitales de Occidente, conviene añadir enseguida que esos dos preocupantes caracteres se hallan hoy en proceso de globalización, ya que nuestra Cultura avanza decididamente hacia su hegemonía planetaria -Occidente se va a “universalizar”, esta es la verdad y el contenido principal del término globalización. “Globalización” es “occidentalización” (mundialización del Capitalismo liberal), o no es nada...”  Y esta pandemia, añado yo, es el primer y más efectivo de los pasos hacia esa hegemonía global.  P.G.O. sigue diciendo: “La literatura de la globalización está sirviendo para un rearme ideológico del Capitalismo; está proporcionando una nueva ‘legitimidad’ al orden económico-político dominante. Trabaja, pues, para la conservación de lo dado y para la obstrucción de los afanes de la crítica. Desde un enfoque antiguo, se diría que es una temática regresiva, reaccionaria... Expresiones como “Retos de la Globalización”, “Desafíos de la Globalización”, “Tareas de la Globalización”, etc., (títulos de ensayos, de ‘reflexiones’, que invaden las revistas, los Congresos, las portadas de los libros, las charlas televisivas, las conferencias universitarias,...) connotan, una vez más, la perspectiva reformista -cuando no inmovilista- de que, estando ya bajo el umbral de Lo Inevitable, Lo Intocable, Lo Incuestionable (la sociedad ‘globalizada’; es decir, la implantación universal del modelo burgués de sociedad), solo cabe, en lo sucesivo, aspirar a corregir excesos, afrontar desafíos, superar retos, emprender tareas reparadoras, enmendar errores concretos, subsanar pequeñas anomalías, matizar los perfiles de unos procesos de todas formas irreversibles, etc.” Y yo añado que el manejo  “científico” de esta pandemia por los gobiernos está contribuyendo en modo colosal al rearme ideológico de la globalización capitalista. La desprestigiada política encuentra salvación y continuidad en el “prestigio” del que aún goza la ciencia. 

Cierto que para muchos historiadores el “fascismo” constituye la antítesis perfecta de La Democracia y que ésta, habiendo aprendido la lección, deberá permanecer siempre alerta, vigilante, para no verse de nuevo amenazada por organizaciones totalitarias que, aprovechando las coyunturas de crisis y de descontento social, difundirán sus abominables ideas y procurarán fortalecerse sectariamente...y cierto es que esta tesis resulta grata a los políticos, pues legitima la Democracia ‘por contraste’ (el monstruo habita fuera de ella; es su contrario absoluto) y tranquiliza de paso a las poblaciones -Auschwitz no se repetirá, hemos enterrado en sal su semilla. Todo tan cierto como que “una vez asentadas en el aparato del Estado, las formaciones fascistas minaron desde dentro el régimen liberal, su robustecimiento electoral y su ascenso político se produjeron en el respeto y en la observancia de las reglas del juego democráticas. Con variantes, esta interpretación liberal del fenómeno fascista ha terminado formando parte de la ideología oficial del Sistema; y es la que, durante mucho tiempo, se ha enseñado casi sin contestación en nuestras escuelas, la que se difundía privilegiadamente por los medios, etc. Solía verse aderezada con una sobrevaloración del papel de los líderes (Hitler, Mussolini, demonizados a conciencia) y un énfasis exagerado en la incidencia de las ideologías; y, habitualmente, des-responsabilizaba al conjunto de la población, a los ‘hombres corrientes’ que votaron y aplaudieron hasta el fin a esos partidos fascistas...”

Analiza P.G.Olivo otras concepciones actuales del par democracia-fascismo, como ésta: “la democracia representativa y el fascismo deben conceptuarse como dos cartas (valga la metáfora) que la burguesía dominante, las oligarquías nacionales, los valedores sociales y económicos del capitalismo, pueden poner encima de la mesa, una u otra, guardándose la sobrante debajo de la manga, en el momento en que les interese. En tiempos de bonanza económica y  paz social, mejor la carta democrática, pero en tiempos de  conflictividad social, bajo la amenaza (real o imaginaria) de  un proceso revolucionario anticapitalista, tiempos de crisis económica, de desórdenes, de descontento generalizado, de efervescencia de las ideologías contestatarias, etc., las burguesías hegemónicas, las clases dominantes que controlan e instrumentalizan el aparato del Estado, recurrirán, para salvaguardar sus posiciones de privilegio, a  la terrible carta fascista que esconden bajo la manga, para restaurar el Orden e impedir que el sistema capitalista se lesione”.
Eso ya está pasando en muchos sitios de Europa y aquí  se barrunta tras el empujón electoral regalado a Vox, que sólo tiene que esperar a que llegue su ocasión. Según esta interpretación, sin duda menos tranquilizadora, el fascismo no constituye la antítesis de la democracia, sino que aparece más bien como su hermano de sangre, su recambio ocasional.
Sigo con su reflexión, según la cual, otra interpretación es la menos complaciente y la más inquietante. Es la que sostiene que el fascismo, bajo “nueva planta”, es el destino de la Democracia, su verdad y su futuro, aquello hacia lo que apunta, el lugar al que nos lleva, su esencia desplazada y pospuesta. La democracia representativa conduce a un fascismo de nuevo cuño y al globalizarse  como fórmula de organización política en nuestros días, se mundializa también dicho “neofascismo” en tanto desenlace de la Humanidad. A pesar de sus discrepancias y diferentes trayectorias intelectuales, estas dos corrientes han coincidido en la constatación de una circunstancia cuyo reconocimiento aún molesta al saber oficial: que los regímenes democráticos liberales de Occidente se amparan en la misma forma de racionalidad y recurren a los mismos procedimientos que los fascismos históricos y el estalinismo. Esta identidad de los aprioris conceptuales, de las categorías rectoras, de la matriz filosófica de los fascismos, el estalinismo y la democracia -tres modulaciones de una misma forma de racionalidad, tres excrecencias de la racionalidad política burguesa-, deriva del hecho de que nuestra Cultura se ha cerrado sobre su punto de anclaje en la Ilustración y ha desarrollado sus conceptos políticos en la obediencia a los dictados logocéntricos de la Ratio, en el sometimiento riguroso al Proyecto Moderno.   Cabría hablar, así, de un neofascismo superpuesto, en mayor o en menor grado, al aparato político de la democracia (elecciones, parlamento, partidos, etc.); un neofascismo de y en las democracias -fascismo democrático o demofascismo- no sé si venidero o instalado ya en nuestras sociedades”...Yo diría que ya presente y en periodo de ensayo e instalación a partir de esta pandemia del covid19.

A mi entender, P.G.O. completa bien su reflexión añadiendo las singularidades que diferencian al neofascismo de su original histórico: en primer lugar, una clamorosa falta de entusiasmo hacia el régimen liberal, antítesis del ‘calor de masas’ que acompañó a los fascismos antiguos. Esta falta de entusiasmo deviene como una consecuencia de la despolitización de la sociedad a que ha abocado la práctica insulsa del liberalismo político (votar y esperar a ver qué pasa, luego esperar a votar de nuevo, porque no ha pasado nada). En segundo lugar, el demofascismo se caracteriza por la invisibilización u ocultamiento de todas las tecnologías de dominio, de todos los mecanismos coactivos, de todas las posiciones de poder y de autoridad; tiende a reducir al máximo el aparato de represión física, y a confiar casi por completo en las estrategias psíquicas o simbólicas de dominación; la vieja dialéctica de la Fuerza cede ante una dialéctica de la Simpatía..sin duda que la represión posdemocrática resulta  mucho más efectiva como represión.

Nuestra Civilización, nuestra Cultura, en su fase de decadencia (y, por tanto, de escepticismo/conformismo), ha proporcionado a la posdemocracia hombres moldeados durante siglos: “aquello que no sabrás nunca es el transcurso de tiempo que ha necesitado el hombre para elaborar al hombre”, advertía Gide, hombres avezados en la nauseabunda técnica de vigilarse, de censurarse, de castigarse, de corregirse, según las expectativas de la Norma Social...el Policía de Sí Mismo posdemocrático es ya una realidad, ha tomado cuerpo, se ha encarnado, se le distingue porque va con mascarilla a todas partes, incluso conduciendo sólo o en la soledad del campo,  guardando la distancia social incluso más allá de lo que mandan los científicos y las autoridades del Estado. Ve virus asesinos y al acecho por todas partes, pululando por el aire, en la respiración y en el tacto de todo desconocido, como de todos sus parientes, amigos y vecinos.

Pero si alguien está profundizando en esta reflexión es  Byung-Chul Han, un filósofo oriental educado en Europa, que dirige su mirada crítica hacia las nuevas técnicas de poder del capitalismo neoliberal, las que dan acceso a la esfera de la psique, convirtiéndola en su mayor fuerza de producción. La psicopolítica (7) es, según Han, el sistema de dominación que en lugar de emplear el poder opresor, utiliza un poder seductor e inteligente (smart), que consigue que los individuos se sometan por sí mismos al entramado de dominación, actuando como policías y panópticos (8) de sí mismos. 

Si Marx pensaba que la revolución acabaría con las contradicciones entre fuerzas productivas y relaciones de producción, el capitalismo se ha revelado insuperable, ha dejado atrás la fase industrial para volverse, con el capitalismo financiero, un sistema con modos de producción inmateriales. El neoliberalismo ha eliminado al proletariado al convertir al trabajador en empresario, con lo cual deviene amo y esclavo al mismo tiempo.

La red digital parecía un instrumento de libertad, pero, finalmente, el nuevo panóptico se revela más eficaz que el disciplinario propuesto por Bentham, al lograr que el sujeto se desnude voluntariamente, se desinteriorice en su comunicación permanente. El ciudadano es reemplazado por la pasividad del consumidor, un espectador que se escandaliza y se queja cuando la mercancía no cumple sus expectativas, pero que ni participa ni se interesa por los procesos políticos de decisión.

Este sujeto del rendimiento, que se pretende libre, es en realidad un esclavo absoluto, en la medida en que, creyendo que no tiene amo, se explota a sí mismo de forma voluntaria. Absolutiza la mera vida y trabaja. La mera vida y el trabajo son las caras de una misma moneda y la salud representa el ideal de la mera vida. Al esclavo neoliberal  le es extraña la soberanía, incluso la libertad del amo -que según la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel- es ese alguien que no trabaja, que únicamente goza.

En este sistema, el sujeto sometido no es consciente de su sometimiento. La eficacia del psicopoder radica en que el individuo se cree libre cuando en realidad es el sistema el que está explotando su libertad. La psicopolítica se sirve del Big Data, que como un Big Brother (9) digital, se apodera de los datos que los individuos le entregan de forma efusiva y voluntaria. Esta herramienta permite hacer pronósticos sobre el comportamiento de las personas y condicionarlas a un nivel prerreflexivo. La expresión libre y la hipercomunicación que se difunden por la red se convierten en control y vigilancia totales, conduciendo a una auténtica crisis de la libertad.

Según Byung-Chul Han, este poder inteligente podría detectar incluso patrones de comportamiento del inconsciente colectivo que otorgarían a la psicopolítica un control ilimitado. Nuestro futuro dependerá de que seamos capaces de servirnos de lo inservible, de la singularidad no cuantificable y de la idiotez -dice incluso- de quien no participa ni comparte.

La inteligencia de datos, Big Data, es el nuevo instrumento psicopolítico que permite condicionar al sujeto ya a nivel prerreflexivo. El futuro se vuelve predecible y controlable con la cooperación del sujeto. El “me gusta” es el amén digital, remarca el autor. Cuanto mayor es el poder, más silencioso e invisible deviene. El poder inteligente no prohíbe, se ajusta a nuestros deseos y, en lugar de limitar nuestras opiniones, nos estimula a comunicarlas. Este poder nos seduce, es capaz de leer nuestros pensamientos conscientes e inconscientes y prestarse a satisfacerlos. El antiguo régimen disciplinario se comportaba como un cuerpo, mientras que el poder  neoliberal se organiza como alma. De ahí el concepto de psicopolítica: el neoliberalismo quiere tener acceso al pensamiento y a las necesidades internas, por lo que la motivación y la competencia son sus preferentes armas de gobierno.


PD:  Nos queda por saber lo que proponen todas estas personas sabias, ¿qué mundo, con qué principios y estrategias? A riesgo de equivocarme, yo ya lo he hecho, es mi propuesta Por un Pacto Global del Común. Un pacto en el que caben todas las pluralidades que hoy buscan cambiar el mundo, un simple pacto a partir de una compleja y holística visión de la vida y del mundo, resumida en tres principios: 1. Reconocer al otro y su diferencia. 2. Hacer de la Tierra y el Conocimiento nuestros comunales universales y 3. Autoorganizar nuestra propia libertad/soberanía en autónomas comunidades convivenciales, al margen y contra las estructuras estatal-capitalistas que lo impiden. Un primer esbozo está en la ponencia que presenté en el IV Encuentro de Transformación Integral, recientemente celebrado en Amarauna-Ziordia (Nafarroa) (10) y que, en resumida cuenta, ni siquiera es pensable sin antes defenestrar la herencia política y acientífica de aquel siniestro personaje llamado Darwin, cuya alargada sombra, todavía pesa (¡y tanto!) sobre nuestras vidas.

Notas:

 (1)“La transformación de la evolución”, Máximo Sandín, Departamento de Biología de la Universidad Autónoma de Madrid. Boletín de la Real Sociedad Española de Historia Natural, 2005
(2) Margulis, L. y Sagan, D. (2003). Captando genomas. Una teoría sobre el origen de las especies, Kairos, p. 29
(3) Figura, tomada de E.P.Odum y F.O. Sarmiento, F. O. (1997), Ecología. El puente entre ciencia y sociedad, McGraw-Hill, p.188. Como se ve, estos autores describen hasta trece interacciones entre organismos y especies (encuadrándolas en un sistema de coordenadas en que el positivo es beneficioso, el negativo perjudicial y el cero neutro) de las cuales dos , el mutualismo y la cooperación son beneficiosas para ambos; otras dos, el comensalismo y el inquilinismo, son beneficiosas para uno y neutras para el otro; tres, parasitismo, depredación y herbivorismo benefician a unos y perjudican a los otros; y el resto, o son neutras o perjudican a algunos.
(4)Tomamos el término de “simbiosis” en su sentido de vida en común, con beneficio mutuo, similar al de mutualismo, no  como mera interacción.
(5) Margulis, L. y Sagan, D. (1995), o.cit. p.51
(6) Sandín, M. (2011), “La guerra contra bacterias y virus: una lucha autodestructiva”, Biodiversidad en América Latina y el Caribe, Nº 243, 7 de enero
(7) “Teoría del demofascismo”, Pedro García Olivo, en su blog ¿Eres la noche?: https://pedrogarciaolivo.wordpress.com/2020/08/29/teoria-del-demofascismo/
(8)Descarga aquí el libro “Psicopolítica”, de Han Byung Chul:
https://www.academia.edu/36961970/HAN_BYUNG_CHUL_Psicopol%C3%ADtica_?auto=download
(9) Un panóptico es un edificio cuyo diseño hace que se pueda observar la totalidad de su superficie interior desde un único punto invisible. La creación de este diseño es atribuida a Jeremy Bentham, un filósofo británico que imaginó una cárcel en la que todos los reclusos están bajo el campo de visión del vigilante, sin que los presos puedan saber en qué momento son observados. El panóptico original de Bentham contemplaba la instalación de una torre en el centro de la construcción carcelaria, dividida en celdas,  para que el vigilador pudiera observar todo lo que ocurría allí dentro, radicando la clave del panóptico  en que, como los reclusos no podían saber en qué momento estaban siendo observados por el vigilador, éste podía distraerse y tomarse todo el tiempo libre.
(10) Personaje del libro “1984”, de George Orwell y título de un “reality show” televisivo de orígen holandés, conocido como “Gran Hermano”.
(11)Enlace a mi ponencia “Por un Pacto Global del Común”:
https://www.revolucionintegral.org/index.php/item/386-ponencia-por-un-pacto-global-del-comun