miércoles, 16 de septiembre de 2020

PENSAR Y NO CAER, RAMÓN ANDRÉS, REFERENCIA

Ramón Andrés (Pamplona, 1955) ha escrito numerosos libros, como el Diccionario de instrumentos musicales (1995-2001), W. A. Mozart (2003-2006), El oyente infinito (2007) y, en Acantilado, Johann Sebastian Bach. Los días, las ideas y los libros (2005), El mundo en el oído. El nacimiento de la música en la cultura (2008), No sufrir compañía. Escritos místicos sobre el silencio (2010), Diccionario de música, mitología, magia y religión (2012), El luthier de Delft. Música, pintura y ciencia en tiempos de Vermeer y Spinoza (2013), Semper dolens. Historia del suicidio en Occidente (2015), Pensar y no caer (2015), Claudio Monteverdi. «Lamento della Ninfa» (2017) y Filosofía y consuelo de la música (2020), además de la edición de Oculta filosofía. Razones de la música en el hombre y la naturaleza (2004), de Juan Eusebio Nieremberg. Asimismo, es autor de varios libros de poesía. En 2015 fue galardonado con el Premio Príncipe de Viana de la Cultura y desde 2018 es miembro correspondiente de la Reial Acadèmia Catalana de Belles Arts de Sant Jordi.

Web; https://ramonandres.info

Entrevista sobre su libro Pensar y no caerhttps://youtu.be/HGYjotl1Rn8

 

 
 

Lo descubrí en ese ensayo, Pensar y no caer, cuyo título me inquietó, me convocaba. No fue casualidad, no un libro que sabe presentarse en el escaparate de una librería o en un anuncio de los que te cuela Amazon a partir de tus preferencias, o que alguien te regala al azar por tu cumpleaños.

R. Andrés se sirve en él de la vida cotidiana y sus detalles, como materia prima para la reflexión y la evocación, tras una mirada penetrante y sutil. Y todo ello, como dice su editora, Acantilado, “para proponernos una senda hacia el pensamiento en torno a temas como el valor de compartir el pan a la mesa, la relación entre humanidad y animalidad, las quimeras de ayer y de hoy, la calumnia, la exclusión, la muerte o la nada”.

No me era complaciente sin más, no, lo que allí se decía. Refería a mis propias intuiciones, convicciones y contradicciones. Acabé de leerlo y tuve la sensación de que no lo había hecho del todo y por eso lo he vuelto a colocar en el estante de libros a releer, para seguir rebuscando en mi respuesta, algo más de comprensión sobre el tiempo presente, esa mala relación mía con esta sociedad distópica. Reflexión que brota de la experiencia vital y no del pensar filosófico y meramente especulativo. Es por eso que me remueve, me conmueve y me convoca a la resistencia y al combate frente a esta era.

Pero aquí voy a referirme a su poesía, reunida en un libro (Poesía reunida y aforismos, 2016), que he desarmado a mi manera. ¿No es ésto lo que quieren los poetas, que los lectores hagamos su obra nuestra? Lo que he cometido es una inocente profanación: además de hacer una selección, he obviado una gran parte de poemas y he pasado su verso a prosa. El poeta y filósofo, como también es músico, entenderá este pequeño crimen -que no pasa de tipográfico-, de un lector ya medio sordo con la edad, que a fuerza de no distinguir bien las notas y compases de una partitura, ha tenido que aprender a escuchar su armonía, y así su sordera es sólo analítica, pero no holística, cumpliendo con lo que el autor pretendía.

He obviado los espacios en blanco que acostumbra a dejar la poesía. Los poetas piensan que son pausas, silencios musicales que necesitan las palabras para completarse, silencios a marcar porque el lector no sabrá situarlos si encuentra repletos los renglones de palabras...¡qué desconfianza! No acabo de entender ese derroche del espacio cuando la poesía puede escribirse en prosa; ¿quién dijo que tenga que ser necesariamente en verso, desconfiada y derrochona?

En mi barrio de niño sólo se escuchaba música que salía de las ventanas, abiertas a la calle para ventilar los dormitorios bien de mañana y hasta el mediodía...historias en bucle, de carros robados, angelitos negros y cruces clavadas en el monte del olvido...“por dos amores que han muerto, que son el tuyo y el mío”. Mi sordera selectiva algo tendrá que ver con eso, mínima venganza, infantil y proletaria, no es algo personal, es contra todos los poetas. Sé que lo entendería el autor, especialista en Johann Sebastian Bach, si llegara a leer ésto que escribo con sus palabras hechas mías, que lo dudo.


SIEMPRE GÉNESIS (2013-15) Y POEMAS ANTERIORES (1978-98)


Rectas disjuntas. Quien empieza a escribir este poema y el que va a terminarlo no son el mismo hombre. No lo serán, ni en el tiempo ni en el espacio. Jamás coincidirán. Nada sabrán el uno del otro.

Interpretación libre. Porque era génesis el hueso entreabierto de las frutas, la escarcha que no espera a que nadie principie la mañana.

Supuesto poema de amor. Tomás de Aquino: “vivir es más perfecto que ser”. No demostrado. No lo sabemos. Lo que no se ve, lo que llaman vacío, es un espacio de lo ya terminado, el amor, el amor, mano de obra que todavía barre cristales en Hiroshima…

Vauclause. Amar, tener la muerte en que morir, no angostarse, avanzar, pensar la anchura, necesitar a todos los maestros. Librar la rienda tensa del relincho, ser el plural de lo que fue unidad, buscar consejo pero errar sin guía. No acatar, no temer y recordar: lo que te pertenece, te destruye. Y saber que no hay hombres inocentes, caer a solas en la siembra estéril, y de la imperfección hacer sosiego.

Sísifo. Ya murieron. Yacen como tablas, no de salvación, pero flotan, oyen, oyen pasar a Sísifo cada noche, a eso de las once, escuchan lo que su piedra tritura, oyen el esfuerzo, el reniego, el resoplo, y está harto, sabe que no es mito. Sísifo es el salario, el ruido, la estafa.

El descendimiento de la cruz de Roiger Van Der Weiden. No es carne. Es un lugar, un deshielo, un arroyo que será país. No habrá más resurrección. Que los Lázaros lloren. Hay cuerpos que descienden como la culpa o la flor de vilano: diseminan. Ponedlo ahí, a vista de todos. Que sea vecindad.

Faro de Senokozulua. Piensan que Dios les da zapatos, piensan que Dios les da carbón para la estufa, pero llevan los dedos tiznados. No pueden tocarse entre ellos.

El paseo. Entenderás que no eres lo andado sino lo que media, el no saber, lo siempre distante, aunque des por bueno que has llegado y hagas noche en tu creencia.

Las quejas. Los poetas, siempre pensando en la proa hundida, en vez de cantarla al surgir de las olas.

Los hombres. Quien haya golpeado la madera y oído lo distinto que suena cada leño, entenderá el ciclo estacional; sólo con la corteza y el anillo abierto en cada extremo cuarteado verá lo que han hecho las lunas en los hayedos.

Siempre génesis. Las cosas significan por su memoria, y lo que unos llaman brisa y otros alma, otros aliento, arima, atmán, psyché, es el soplo, el aire que empuja al mirlo a posarse en una teja y a escuchar como si tú llevaras la canción que le falta.

La barca. No cedas, habrá puerto, no cedas, ya ha ocurrido el intento de salvarte; escupido, dormirás en casa, a dos brazadas de lo que eres y te explica.

Viajes. No amarran la barca igual, hay una fuerza justa para cada viento. Cada mar es cada mar. Cada borrasca lo es, lo ahogados lo saben, lo saben, las olas piden muertes diferentes. Cada mar es cada mar.

Cantábrico. En su lumbre de ventana empobrecida alguien mueve los labios sin cantar, pero sigue la canción que suena al lado, como un préstamo con que pasar el mes.

Amarre. Los remolcadores no arrastran: tiran del existir, haya bruma o sol en la bocana de Getxo. Son la inercia de las vidas que miran desde cubierta.

El tejo. Sólo termina lo que es ciclo: las esquilas dejan de sonar cuando acaba el verano; sigue el tejo.

Tejados. Qué importa que la carta venga abierta si el viento nunca suena igual dos veces.

Helada. Un caballo de tiro sólo mira un metro, dos metros de camino, no más.

Salvación. A qué vinimos, no lo recordéis. Tened fe en dejar de tener fe. Despacio, no es necesario cambiar de ropa. Madrugada, y el pan está en los hornos.

Paisaje nevado. La falta de conciencia es esta ventisca que nos cubrirá. La nieve silenciará los bosques, hará difícil la escarpadura al ciervo. Un aliso, un manzano se arquearán, y la resurrección no será gran cosa, simple deshielo.

La crítica de la razón pura. Esto lleva a hablar y a existir lo menos en los días, a mostrar que somos vacío, como es vacío el cauce, y no por ello dejan de crecer las cosechas, como el viento también es vacío y no por ello olvida despertar y esparcirnos por el mundo.

Homenaje-elegía a T.S.Eliot. Porque siempre algo (nos) antecede: la huella a la cima, la pluma al vuelo, lo que fluye a la helada. No importa el dónde: nunca vas, nunca vamos; las confluencias están llenas de no lugar, y no puedes decir: “al fin”, y no puedes decir: “ahora”, nada que sea llegada, afirmarlo.

Escena. Lo que cada uno tiene de cavidad, cuchara vacía; en ella se comba el techo de la cocina. Jamás el rencor; jamás tallarlo. Sorbe la sopa, es bienaventuranza.

Pastizal. Los animales son la noche que duerme de pie. Cuando cuelguen en canal y se desangren, y el matarife eche a un lado la vejiga y al otro la lengua y el intestino cortado, asomará en la víscera un ovillo de hierba, lo vivo del campo, lo todavía no muerto. El agua empujará la sangre a la alcantarilla. Como en tiempos de paz, ni un ruido, ni una queja.

Acometida. Pero la cuestión es esa: no es la muerte lo que empuja a discernir las cosas, qué contiene a qué, qué tiempo a cuál, distinguir si en la mancha plateada de un banco de peces, eso que llaman ardora, está la captura, o en el impulso que lleva a ver sólo mar en el mar.../...Porque tener es nada. Obtener es nada. Acumular es la nada.

Correspondencias. Eso es lo armónico. Un camino se apaga al volver los fresnos, y otro, nuevo, sale de su polvareda: no coincidirán quienes pasen por ellos, pero el no cruzarse, el no mirarse ni tener noción de donde se está, y saludar por la acera al que aún no ha salido de su casa, al que no se ha concebido como inicio es también lo armónico.

Lo remoto. Escuchad lo remoto: en los ojos de un perro brilla una cacería, un animal que sangra, herido bosque adentro. Y alguien llama, y añade más fuerza a su zancada, grita y anuncia, corre y se acerca al origen que suena en la campana de todos los milagros.

De la Naturaleza. Frías las manos de vivir a solas, me alejo de los cuerpos, porque sin calma es cárcel toda huida.

Poema al modo antiguo. Y pues soy tiempo cuando otros me cuentan, que me entierren con hebras de tu pelo, y así me reconozcan las azadas.

Canción de un hombre feliz. Bajaba hacia el silencio, limpio como la encía del herbívoro, que bebe sin dejar filamentos de sangre en los arroyos.

Plegaria sin juntar las manos. Haya recuerdo, pero no el hogar de los antepasados. Haya norte y sur para el que crea en la distancia. Prosiga a pie lo que empezó en el sueño.

Poema discursivo de un estoico. Si nadie muere antes de su hora y todo fluye exacto -el pulso, el mar, las piezas de aquel reloj que desarmó Pascal-, no le pidas al tiempo muchos años, sino los suficientes, ni más agua que el cuenco para aliviar la frente al moribundo.

A la memoria de Dylan Thomas. Todo fue necesario, el grito de los gamos, las zarpas del gorrión nerviosas en mis dedos, el átomo, el silencio sin luz de los amantes, para que al fin la muerte perdiera sus dominios.

Un nadador ahogado. Él es agua que nombra lo profundo. En sus brazos la muerte es ruta antigua, donde supieron viejos navegantes que el paraíso está para perderlo.

Cuadrante norte. Allá donde el ladrillo y el fuego son la casa, aquella incandescencia en la que ser posibles.../...y así, cercado en sus florecimientos, el mundo va borrando meridianos.

Epitafio a una ciudadana de Amherst. Cómo dormir más bajo que las brumas, y comprender que a poco que vivamos nadie está a salvo de una vida entera. Y ver flotar la espalda de los pueblos, su cuerpo a la deriva hasta encallarse en los cruces que esperan las llegadas.

Eso es el hombre todo. Cada giro del mundo es un olvido, una piedra arrojada hasta alcanzarnos.../...Vendrá de otro poema el mediodía, el reguero de sangre contra el muro de alguna res caliente de abundancia. Cada giro del mundo es un olvido, conozco la inquietud del ruiseñor mejor que las ventanas de mi alcoba, y aunque he vivido el humo de un suburbio, lejano del que afirma y tiene patria, nadie sabe que cubre mi ciudad, al tacto de la tarde, un papel biblia donde no hay profecías ni expulsados.

Refutación de la muerte. Ignoró que el azul no es todo de los dioses, tiró como el caballo en un día de fiesta, con el vientre venoso de galopar alegre.




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