La catástrofe humanitaria que asola la tierra palestina es un genocidio de manual, perpetrado por un Estado terrorista, el de Israel. Un insaciable instinto de venganza y de muerte impera en aquellos territorios, sin solución de continuidad. Porque no tiene solución, no al menos en muchos años, mientras perdure en la memoria de los miles de huérfanos que logren sobrevivir al exterminio racista perpetrado por el estado de Israel. Asistimos, bloqueados, al espectáculo de este genocidio, atrapados en un círculo de impotencia que no tiene salida. Así que la catástrofe seguirá creciendo y todos sufriremos las consecuencias, por sus globales repercusiones y por muy lejos que vivamos. Me imagino en esa situación y tengo muy claro que estaría clamando venganza y buscando un arma para llevarla a cabo sin miramientos. Tal es la rabia y bestialidad que llega a generar un genocidio como éste, lo podemos comprender aún siendo solo espectadores.
No puede ser más asimétrica y desigual esta guerra que se libra entre unas milicias populares y un ejército regular de los más poderosos del mundo que, además, cuenta con la financiación y respaldo militar del ejército imperial de los EEUU.
En los recientes acontecimientos que reavivaron el conflicto en los salvajes términos actuales, tras el bestial atentado terrorista de Hamás, me resulta un tanto burda y suicida la estrategia de estos comandos que durante años han sido tratados por el Estado de Israel en calidad de “enemigo favorito”, dentro de un territorio como el de Gaza, concebido y manejado por el Estado Judío como una “prisión al aire libre”. Esos comandos milicianos de Hamás, allí encerrados junto a dos millones de refugiados, construyeron cientos de túneles y se enterraron en ellos, preparándose militarmente durante años, mientras recibían el apoyo de potencias regionales y contando con una “cierta complacencia” por parte de Israel, al ver en esas milicias un enemigo fácil, como se ha evidenciado en la masacre actual, donde la capacidad de resistencia militar de Hamás es mínima, casi insignificante.
Coincido en este juicio con lo expresado por el filósofo Etienne Balibar, francés, judío y comunista, en un escrito suyo publicado en la revista “Los tiempos que restan” (Les temps qui restent) que es de mi preferencia. Guardando las insalvables diferencias, me resulta inevitable ver un gran parecido entre esta estrategia del estado judío, respecto de Hamás, con la del Estado Español -cuando estaba en manos de la derecha franquista- respecto de ETA. Recordemos que incluso a día de hoy, tanto el PP como Vox siguen utilizando a la desaparecida ETA como un valioso recurso propagandístico y electoral.
Los crímenes de Hamás no son excusables en ningún caso. La causa de legitimidad que pudieran alegar, tengo por seguro que se volverá contra su propia causa. Hamás practica terrorismo y no es una organización menos terrorista que el Estado Judio, sin que valga como atenuante la comparación de fuerzas. Como dice Etienne Balibar en un escrito de hace un año, cuando empezaba la nueva fase de esta interminable guerra: “cuesta creer que el objetivo de Hamás (con los correspondientes riesgos asumidos) no fuera provocar una respuesta de tal violencia que la guerra entrara en una nueva fase, propiamente exterminista, borrando para siempre las posibilidades de convivencia de los dos pueblos. Y ésto es lo que está pasando”.
Tal como reza un dicho popular en castellano, digo yo que “se junta el hambre con las ganas de comer”...así, insiste el mencionado filósofo marxista en su escrito: “el Estado de Israel, redefinido oficialmente en 2018 como el Estado-nación del pueblo judío, nunca ha tenido ningún proyecto político distinto de la aniquilación o esclavización del pueblo palestino por diferentes medios: deportación, expropiación, persecución, asesinatos, encarcelamientos. Terrorismo de Estado”.
A partir de que la derecha racista tomara el control del Estado Judío, ya estamos hablando, sin rodeos, de limpieza étnica. Si la “venganza” de Hamás hay que calificarla de terrorista, la del Estado Judío, además de terrorista ha de ser juzgada como sistemáticamente genocida: en sus masacres militares bien planificadas y en el bloqueo alimentario y sanitario, como en el desplazamiento forzoso de poblaciones hacia puntos de concentración (escuelas y hospitales) donde pueden ser masacradas con mayor precisión...¿acaso eso no es genocidio en estado puro? Todo lo que está sucediendo es ya irreparable. Los israelíes que denunciaron el apartheid de su Estado contra el pueblo palestino ya no son escuchados, su presencia política hoy es insignificante, ni siquiera testimonial, ha desaparecido bajo la furia racista, colonial y nacionalista del aparato estatal judío.
El único resultado que parece posible -que sería una intervención de la comunidad internacional- hoy resulta imposible. Exigir un alto el fuego inmediato, la liberación de rehenes a cambio de prisioneros de guerra, el juicio de los crímenes de guerra cometidos por ambos bandos, o el cumplimiento de todo el cúmulo de resoluciones de la ONU, a día de hoy solo son letra muerta. Una paz justa no tiene ninguna posibilidad de suceder en el actual contexto geopolítico mundial, porque cualquier iniciativa en esa dirección es sistemáticamente neutralizada por las potencias militares, grandes y medianas, que compiten en el actual tablero imperialista (militar, comercial y unívocamente capitalista). Sus respectivas estrategias “geopolíticas” hacen imposible cualquier legalidad internacional que pudiera ser efectiva, más allá del simulacro o performance que representa la ONU.
Aún así, no digo que haya que dejar de intentar una mediación internacional para un alto el fuego inmediato, que al menos sirva para ganar tiempo y retrasar el genocidio. A mi entender, eso pasa, necesariamente, por una presión mediática contínua sobre los EEUU, que es el actor imperial y principal de ésta guerra, como de la que se libra en Ucrania. El pueblo palestino ha demostrado en repetidas ocasiones su capacidad de resistencia, para sobrevivir y para defender sus derechos, pero es difícil evitar el pesimismo, lo que no nos exime de la obligación moral de intentarlo y de imaginar lo imposible.
Pero, más allá de esta obligación, cualquier pensamiento crítico sirve de poco, si no es, también, estratégico. No bastan pequeños logros “morales”, como la condena moral que se ha ganado a pulso el Estado Judío, haciéndole un gran favor al movimiento neonazi que tan rápidamente renace y avanza por todo el mundo, llenando el vacío que han dejado las modernas y desnortadas “izquierdas”, hoy carentes de toda credibilidad. El Gran Desastre está asegurado, y no solo en su dimensión ecológica, como quieren hacernos creer. Por eso que sea máxima la urgencia por organizar y ensayar la revolución democrática integral (global y local, ética, ecológica y comunal) que, aunque sea agónicamente, es nuestra única posibilidad de sobrevivir a los peligrosos tiempos que corren. La revolución ha dejado de ser el viejo sueño de emancipación de una clase social explotada, ahora es, a mayores, un proyecto de supervivencia, autonomía y dignidad, para el conjunto de la especie humana.
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PD: El título de la revista "Les temps qui restent" (los tiempos que restan) puede entenderse en cuatro sentidos, que perfilan el espacio problemático de la revista según plantea su propio colectivo editor. Cuatro sentidos que, desde mi punto de vista, proporcionan valiosas señales de orientación estratégica:
1. Ser conscientes de estar viviendo la herencia de los tiempos modernos. "Les Temps qui restent" es lo que queda de la vieja revista "Les Temps Modernes" que fuera fundada por Jean-Paul Sartre. Pretende ser un gesto fundacional que sirva para articular vidas y experiencias individuales con una perspectiva global. Y hacerlo sin una línea dogmática a priori, con espíritu sintético o diagonal.
2. Actuar mientras todavía hay tiempo. ¿Demasiado tarde para qué? Traer “de regreso a la Tierra” las trayectorias sociotécnicas dominantes, es decir, modificarlas para que no alteren la dinámica del sistema planetario con consecuencias potencialmente apocalípticas sobre estos propios sistemas sociotécnicos y la vida terrestre.
3. Aprender a vivir en los restos de la Modernidad (su propio modelo burgués de organización social: estatal-nacional-capitalista). No nos deshacemos de la Modernidad de la misma manera que la Modernidad pensaba que se deshacía de la Tradición (el viejo regimen feudal). Los gases de efecto invernadero, los residuos radiactivos, los microplásticos, pero también las infraestructuras materiales y mentales que la Modernidad ha puesto en marcha, tienen la temporalidad de un resto con el que tendremos que vivir durante mucho tiempo. La revista Les temps qui restent pretende explorar la forma en que podemos convivir con lo que quede de la moribunda Modernidad, para poder desactivarla mejor.
4. Abriéndonos a otros tiempos. Los tiempos que restan son, finalmente, lo único que tenemos como resto en las arcas del próximo futuro. Deberíamos proponernos la liberación de estos tiempos que aún quedan, incluso de los alternativos que están por imaginar.
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