martes, 19 de marzo de 2024

TOPOFILIA Y NACIONALISMOS


Básicamente, topofilia es amor al territorio. Es un concepto propio de la geografía humanista, de la que es considerado precursor el geógrafo chino-estadounidense Yi Fu Tuan, fallecido en 2022 a la edad de 92 años. Decía este geógrafo que “es la persona, y nadie más, quien imprime el carácter, el acento y cierto poder, a una realidad espacial, y es la que además puede alcanzar “conciencia pública”, precisamente cuando se ha arraigado entre la comunidad el sentido del lugar, brindándole estabilidad y permanencia”. (Tuan, 2018, p.120).
Esta noción tiene su propio sustento conceptual, personal y “corpóreo”, según  Yi-Fu Tuan: “aunque los conceptos de espacio y los patrones de comportamiento varíen enormemente, todos tienen sus orígenes en el pacto original entre el cuerpo y el espacio” (Tuan, 2018, p. 63). Esto es, el cuerpo humano es modelo para la organización espacial y, a su vez, el espacio se organiza de acuerdo a los sentidos o al “yo que se relaciona” y se pone en contacto con el espacio (Tuan, 2018, p. 58).

“De ahí que aparezca el concepto de "lugar", quizá, como la aportación más significativa del geógrafo chino. Es decir, el espacio se conceptualiza y se transforma en lugar (que no es una simple localización o localidad), cuando los sentidos visual, auditivo y táctil, más el movimiento y el pensamiento se juntan en la experiencia espacial hasta otorgarle conscientemente una significación”. Yi-Fu Tuan lo describe como una “personalidad” o un “espíritu” del lugar” (Joan Nogué, de la Universidad de Girona).

Joan Nogué resume la aportación de Tuan a la geografía humanista, sin encontrar contradicción con la geografía de orientación marxista y distinguiendo “el concepto de espacio abstracto y el de lugar concreto y vivido”. (Nogué, 2018, p. 239). Así lo sintetiza: “el enfoque de Tuan tiene que ver con la atención que ponemos y mantenemos entre las relaciones humanas y el entorno que nos rodea. Esto es, “los lugares, a cualquier escala, son esenciales para nuestra estabilidad emocional porque actúan como un vínculo, como un punto de contacto e interacción entre los fenómenos globales y la experiencia personal” (Nogué, 2018, p.241).

Pues bien, defiendo que hay un legítimo sentimiento de amor al lugar de nacimiento, que es cultural y es compartido por una comunidad que es cultural y prepolítica, integrada por el conjunto de personas que comparten un mismo sentir, de arraigo respecto de un lugar aunque vivan en distintos continentes y a miles de kilómetros. Quienes hablamos una misma lengua materna, la castellana por ejemplo, también formamos una comunidad cultural repartida por medio mundo, pero no por ello somos una comunidad política; no existe, ni siquiera como proyecto, una  nación castellana, y menos  un proyecto de Estado castellano, que pudiera incluir a todos los territorios y comunidades del mundo en las que se habla la lengua castellana. 

La lengua materna, como el lugar de nacimiento, son realidades culturales, “lo político” es otra cosa,  que refiere a otro tipo de relaciones, de otro orden, en el que además de sentimientos y emociones, se comparten vínculos  físicos, bienes que son materiales, naturales o producidos, en  convivencia presencial, de proximidad, en un territorio habitado y vivido en común,  que  es paisaje  convivencial, una geografía real,  que no es solo emocional, ni solo virtual o solo cultural, como la nación. 

Que por eso decimos “país” (de paisaje) y por eso quienes vivimos en esos territorios reales,  mutuamente nos reconocemos como paisanas y paisanos, por ser convivientes  del mismo país, del territorio común que compartimos aunque hayamos nacido en otro lugar y aunque hablemos lenguas diferentes. 

Entiendo que el sentimiento nacionalista o patriótico es perfectamente natural, cultural y legítimo, si es de arraigo respecto de un lugar y/o de una lengua común. Pero también entiendo que pueda llegar a ser una auténtica patología social  cuando traspasa el ámbito prepolítico, cultural y emocional, y pasa a ser utilizado como  ideología política, casi siempre arrojadiza. Entonces es cuando, a mi entender, se convierte en esa grave patología social que conocemos como xenofobia,  fuente de todo tipo de conflictos sociales y de violencias dirigidas contra los “no nacionales”, contra los extraños o extranjeros nacidos en otra “nación”, incluso, contra los de la misma nación que hablen otra lengua. 

Por eso que los conceptos de “nación” y “nacionalismo” sean tan ambiguos y se presten tan fácilmente a esos extravíos (políticos) de la mente, tan fácilmente manipulables. De acuerdo que ese sentimiento primario,  “de comunidad” en torno a un lugar y una lengua “de nacimiento”, es muy potente, pero un básico esfuerzo de racionalidad debería llevarnos a considerar por delante al concepto realmente político de “paisanía”, por estar referido, éste sí, a las  realidades materiales y no materiales que conforman nuestras  relaciones de convivencia real en un mismo territorio habitado en común, con relaciones de proximidad, que son de vecindad en modo urbano, y de paisanía en modo bioterritorial (comarcal o regional como mucho). Es decir, con vínculos reales respecto del territorio que decimos “país” y no “patria” (que es otro concepto prepolítico, y equívoco si se hace ideológico en el sentido  de “patriotismo político", que  necesariamente refiere a la arcaica institución jerárquica del estado/patriarcado, de clara inspiración religiosa).  

Si además de sentimientos, costumbres y cultura, hablamos de Política, no tengo ninguna duda en preferir los conceptos de país y paisanía,  que son incluyentes de los muy respetables y prepolíticos conceptos de nación y  patria.  

A día de hoy, un proyecto actualizado de sociedad política necesariamente tiene que involucrar, conjuntamente, a nuestro conocimiento y  experiencia histórica, más cuando en el tiempo presente estamos en una situación tan radicalmente novedosa y excepcionalmente crítica, ante graves amenazas - incluso de extinción - que nos son comunes a escala global y que nunca antes pudimos experimentar como especie. 

A día de hoy, si hablamos de Política solo podemos hacerlo en  modo racional y científico si es al margen del trillado pensamiento moderno, tipo faccioso o "de partido", solo romántico/emocional o solo histórico/científico. Necesariamente estamos obligados a involucrar, conjuntamente, a las dimensiones ética, ecológica, comunitaria y democrática de nuestras sociales vidas. 

Por eso que me parezca tan urgente como necesaria una propuesta de futuro que en esencia sea comunal o comunalista, con un integral sentido de globalidad comunitaria-convivencial, local y de especie, radicalmente ecosocial y democrática.
Y pienso que eso solo es posible a partir de un nuevo Pacto social, ahora al margen  de Estados y Mercados, que junto al propósito de disolución de éstos, incluya la declaración de la Naturaleza y el Conocimiento como  comunales universales (de la Vida en general y de nuestra humana especie en particular, respectivamente); comunales universales a mayores de los producidos en nuestras comunidades reales, las domésticas, vecinales y paisanas (que las "empresas" son otra cosa, más bien propias del sistema estatal/capitalista.

Comunales universales y, por tanto, al margen de todo mercado y de todo  derecho de propiedad y de herencia. Comunales a gestionar del único modo que realmente puede ser ecológico y democrático al tiempo, al modo que vengo denominando como política comunal  de escala:  con ayuntamientos comunales, de Vecindades (urbanas) y Paisanías (bioterritoriales), fundados y autoconstituidos como contrapoder soberano, realmente autónomo y alternativo frente al Orden de la globalización estatal/corporativa neoliberal/capitalista. Hablo de ayuntamientos o comunas libremente asociadas, en modo federal, confederal o mancomunado, en redes de intercambio, cooperación y ayuda mutua en todas las escalas territoriales. 

Tengo la convicción de que no hay otra vía posible, pero entiendo que es discutible.  

Lo iremos viendo.




 

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