domingo, 8 de octubre de 2023

AL ANETO, HACE MÁS DE CUARENTA AÑOS

Entre los papeles recién recuperados, llenos de notas y borradores, casi todos escritos a bolígrafo y algunos a lapicero, que tenía olvidados en el desván, estaban tres folios escritos a máquina en los que narraba mi primera ascensión al pico Aneto, máxima cota de los Pirineos. Por mis cálculos, debió de ser allá por el año 1981, hace pues cuarenta y dos años. Antes ya había estado en otras grandes cumbres pirenaicas, a las que ascendí con muy variados compañeros de escalada, vascos, catalanes y aragoneses, con ocasión de los dos años que pasé en la Compañía de Esquiadores-Escaladores (Candanchú), dependiente de la Escuela Militar de Montaña (Jaca). Fueron numerosas ascensiones y escaladas, unas cuantas al próximo y grandioso Pic de Midi d`Osseau y otras a muchas de las altas montañas que desde Candanchú teníamos cerca.

Más tarde tendría ocasión de conocer otras zonas de los Pirineos aragoneses, catalanes, franceses y navarros, por los valles de Pineta, Roncal, Ordesa, Gavarnie, Vignemale…y al Aneto subiría una segunda vez, con ocasión de un campamento de montaña que dirigí en el verano de 1986 o 87, no estoy seguro, organizado por la concejalía de juventud del ayuntamiento de Valladolid, en tiempos del alcalde Tomás Rodríguez Bolaños. En esa ocasión cometí la osadía e imprudencia de subir a unos treinta jóvenes a la cumbre del Aneto por la vía normal, que desde el refugio de la Renclusa pasa el Portillón y asciende por el glaciar hasta alcanzar la cumbre del Aneto tras superar el aéreo paso de Mahoma.

En la ocasión narrada en esos papeles recuperados, se trataba de un encuentro familiar, con escaladores valencianos, con algunos de los cuales yo ya había escalado antes, en Pirineos, en Gredos, en Picos de Europa o en la Montaña Palentina, así como en algunas de las zonas de escalada que tienen en su tierra, muy cerca de Onteniente y de Alcoy, en las ocasiones en las que yo bajaba  a visitarles, al menos una vez al año.

Nos juntamos en Benasque y enseguida nos dirigimos al Pla (1) de Senarta, donde montamos nuestro campamento familiar, éramos diecinueve entre adultos y niños. Este lugar nos serviría de base para las excursiones y escaladas que hicimos durante aquellos felices días. La escalada aquí relatada, al Aneto (2) por la arista de Salenques-Tempestades (3), la hice con Vicent Pastor, un magnífico compañero de escalada cuyo rastro perdí después de aquella memorable ascensión, para mí inolvidable.

Como entonces acostumbrábamos a no hacer fotos mientras escalábamos, pasados tantos años me ha costado precisar por qué brecha alcanzamos la cresta. Sí recuerdo muy bien que fue una decisión improvisada, sobre la marcha y sin ninguna información previa, solo porque aquel corredor nos pareció atractivo y directo a la arista. Pasado el tiempo y ya con internet he podido concluir que aquella escalada tuvo que ser por el corredor norte del pico Margalida, que es una de las escaladas en hielo que a día de hoy sigue siendo una de las más codiciadas por los pirineistas. Vicent y yo la hicimos a principios del verano, pero en aquel momento no podíamos imaginar las dificultades que íbamos a encontrar, ni el riesgo al que estuvimos expuestos durante los mas de doscientos metros de ese corredor, mucho más que en los dos mil metros de escalada que teníamos por delante, toda la arista, hasta alcanzar la cumbre del Aneto.

Transcribo a continuación el texto original escrito en esos tres folios, hace cuarenta y dos años:

 

AL ANETO POR LA CRESTA DE SALENQUES-TEMPESTADES

Iba a ser mi primera ascensión al Aneto y quería hacerla por un itinerario más interesante que el clásico y más frecuentado que arranca del refugio de la Renclusa. Lo tenía decidido hace tiempo antes de visitar esta parte de los Pirineos, cuando ví las primeras fotos y leí los primeros escritos sobre el Aneto. Subiríamos por la cresta de Salenques, el recorrido más largo, ¡una trepada de casi tres kilómetros!, la escalada más interesante y difícil de la zona, catalogada “D” en buena roca. El proyecto prometía grandes satisfacciones y, en efecto, no nos defraudaría.

1.Escrito a máquina original. 2. Mapa de cordales, zona de la cresta Salenques-Tempestades  y 3. Mapa del recorrido que seguimos, durante dos días, hasta el Aneto por los glaciares de Barrancs y Tempestades, para descender luego por el glaciar de Coronas


Desde nuestro campamento en el Pla de Senarta (1.380 mts) nos acercamos en coche hasta el final de la pista, donde había un aparcamiento lleno de vehículos, incluida alguna caravana. La senda que conduce al refugio de la Renclusa se encontraba a aquella hora tan transitada como cualquier calle céntrica de Valladolid. Nos alegramos de no haber elegido el itinerario normal al Aneto por el refugio de la Renclusa. Eramos cuatro: Ramón, Carlos, Vicent y yo, Nanín. Enfilamos rápidamente la dirección de Aigualluts, un “pla” amplio y muy hermoso, húmedo y muy verde, desde donde el Aneto se ofrece a los montañeros de forma majestuosa. Una densa niebla nos impidió esta primera e impresionante visión del rey del macizo. Cuando llegamos a la bellísima cascada donde rompen los riachuelos que encharcan el Pla de Aigualluts, a pesar de su lejanía y de la niebla, se intuía, casi se veía al Aneto, dos mil metros por encima de nosotros; yo tenía impresa en la memoria su imagen singular, con el primer plano de la cascada, tantas veces repetida en fotos ya clásicas.

Vicent Pastor, uno de los tres amigos valencianos con los que estaba subiendo y con quien alcanzaría la cumbre al día siguiente, ya había subido al collado de Salenques en una ocasión anterior. Ese era el lugar que habíamos elegido para efectuar el vivac, por lo que seguimos su paso, decidido y ligero, como si la niebla no existiese. Una estrecha garganta, una zona de grandes desprendimientos, una empinada canal, una gigantesca tartera y una inacabable pedrera por la que descendía un nevero helado nos hicieron sudar a pesar del frío y la niebla que reinaban a esa altura, alrededor ya de los dos mil metros de altitud según nuestros cálculos, sin que por ningún lado se viera nada parecido al collado de Salenques. Vicent nos lo confirmó: la niebla nos había desviado por otro camino. Ganamos altura hasta ver la lengua de un glaciar. No podía ser otro que el glaciar de Barrancs. Tras media hora de intenso trabajo quedó acondicionado nuestro vivac al pie del glaciar. (4)

A la madrugada, con la primera luz del día, la niebla se había disipado aunque el cielo estaba muy cubierto. Se olía una tormenta, que afortunadamente no llegaría a alcanzarnos. Al ver por primera vez el panorama y apreciar nuestra situación, nos alegramos de haber equivocado el camino; desde donde estábamos, sin perder altura, podíamos atravesar lateralmente una de las zonas más bellas y poco frecuentadas del macizo. Pasamos por debajo del glaciar de Barrancs para llegar a la altura del arranque de la cresta del pico Espalda del Aneto (3.350 mts), donde por un momento estuvimos tentados de afrontar por esa esbelta arista la ascensión al Aneto, pero la cresta de Salenques se ofrecía ya airosa y prometedora enfrente de nosotros, al otro lado del glaciar de Tempestades, así que optamos por mantener nuestro proyecto inicial, aunque con algún cambio que luego resultaría de mucha mayor envergadura de lo previsto. 

Efectivamente, frente a nosotros, justo por debajo de la zona más espectacular de la cresta de Salenques, descendía un corredor muy vertical, del que solo podíamos ver su parte final en una de las muchas brechas que mellan la arista, en la parte más elevada del glaciar de Tempestades. Nos pareció muy atractivo ese corredor y dejándonos llevar por este primer impulso no lo pensamos dos veces. Sería una variante que añadiría dificultades y también belleza al recorrido clásico de la Salenques-Tempestades.

Desde la rimaya del glaciar, el corredor se nos presentó aún más áspero y difícil de lo que nos había parecido desde lejos. Continuamente escuchábamos la explosión de piedras caídas desde la parte más alta. Sería demasiado arriesgado subir dos cordadas. Ramón y Carlos decidieron no meterse e iniciaron el descenso por el glaciar, para regresar al campamento de Senarta siguiendo el camino que habíamos traído. 

Vicent y yo nos encordamos y enseguida atacamos aquel corredor casi vertical. El primer largo, totalmente en hielo, nos permitió alcanzar la rimaya. Entre el hielo y la roca tuvimos que superar un paso realmente peligroso, bordeando un profundo y oscuro agujero de más de quince metros, que se abría a nuestros pies. El siguiente largo, ya en roca, nos permitió advertir cuál iba a ser la principal dificultad que íbamos a encontrar en la escalada: la roca, aparentemente compacta, se deshacía entre nuestros dedos. A los treinta metros, en terreno más cómodo, apareció un clavo de aspecto primitivo y por debajo de él había unos trozos rotos y podridos de cuerda de cáñamo, ¡de aquellas con las que escalaban los primeros pireneistas a principios del siglo XX!, ¡y aún estaban allí! Aquello quería decir que alguien más había sido atraído por aquel corredor y lo habían escalado quizá hace muchos años. Esto, que resultaba emocionante, no era, por otra parte, nada tranquilizador, porque ¿cuánto tiempo había pasado desde la última escalada por ese corredor?, ¿por qué no venía ninguna referencia al mismo en la guía que llevábamos y que consultamos antes de empezar?... ¡qué estremecedores resultaban aquellos despojos de una antigua cordada justo al comienzo de la escalada, cuando nos disponíamos a enfilar la parte más amplia y central del corredor, que desde allí abajo veíamos continuamente ametrallada por proyectiles invisibles, disparados desde lo más alto de la brecha. Resultaba algo siniestro aquel panorama de despojos, testigos quizá de una derrota contra la montaña, que dotaban al momento de una inusitada tensión...bueno, ¡pues tiramos para arriba, que vamos como de estreno!

Inicio el siguiente largo por el centro del corredor, con la intención de cruzar cuanto antes esa zona peligrosa y continuar junto a la pared por su borde derecho, fuera de la trayectoria directa de las piedras que caían. Ninguno de los dos habíamos subido el casco protector, pero el tamaño de las piedras que caían y su velocidad nos aclaró que de poco nos hubiera servido en el caso de que una de ellas nos alcanzara. ¡Teníamos que cruzar cuanto antes! Esperé una pausa entre los silbidos de las piedras, esa parte era terreno relativamente fácil, pero totalmente descompuesto. Me fie del seguro de Vicent y comencé a trepar lo más rápido que pude. Unos metros más arriba, lo que parecía una zona de arenillas resultaron ser placas de hielo durísimo recubiertas por un cascajillo muy fino. El piolet se hizo imprescindible en aquel paraje, para tallar escalones y superar aquellas inoportunas placas de hielo que añadían dificultades extras y que, sobre todo, alargaban peligrosamente nuestra estancia en el centro del corredor. Enseguida pude comprobarlo, porque a cada golpe de piolet una lluvia de piedras regaba el corredor. Por fortuna, a lo largo de la escalada por el corredor tan solo nos alcanzaron algunas diminutas piedras, aunque en varias ocasiones se nos paralizó el corazón al ver cómo nos pasaban, casi rozando, algunas de considerable tamaño, que rebotaban y se rompían, multiplicándose en pedazos antes de llegar al glaciar.

La pared de la izquierda, algo extraplomada en su parte alta, no ofrecía salida posible y tuvimos que continuar por el fondo del corredor, pegados a su borde derecho, donde el peligro parecía menor a pesar de su verticalidad y a pesar de lo tentadoramente fácil que parecía el centro del corredor. Aquellos cuatro largos de cuerda por la parte central se nos hicieron realmente penosos. Las placas de hielo se sucedían sin solución de continuidad y ninguno de los dos recordábamos haber hecho jamás unos relevos tan precarios, con puntos de seguro tan simbólicos, nunca, en ninguna pared de las que hasta ahora habíamos escalado. Tres largos enteros sin ningún clavo de seguro por medio y las reuniones sobre un anillo de cuerda sujeto a resaltes insignificantes en roca descompuesta...lo que en invierno debía ser, sin duda, una escalada de gozosa dificultad en nieve y hielo, ahora, a principios del verano, se convertía en una alucinante ascensión con el alma colgada de un hilo.

Por fin, tras el quinto largo, yendo Vicent delante, alcanzó un terreno más compacto y seguro, cuya dificultad técnica, algo superior, se veia compensada al poder agarrarnos, por primera vez, a una roca entera donde apoyar firmemente nuestras botas; aún así, continuamos sin seguros, ya que cada vez que intentábamos meter un clavo la roca se resquebrajaba. Cuando me aproximaba a la reunión prevista ví unos metros por arriba y a mi izquierda un clavo del mismo tipo que encontramos al principio del corredor, casi doscientos metros más abajo. Su situación me confirmó que había sido utilizado en una ascensión invernal, parecía lógico, pues la escalada del corredor en verano resultaba peligrosa, como pudimos comprobar, aparentemente fácil, pero muy arriesgada. Inicie lo que parecía que iba a ser el último largo de cuerda antes de alcanzar la brecha, todavía por el borde derecho del corredor. La brecha de la arista se me presentaba cercana y hasta “acogedora”, tan solo unos metros más arriba; no obstante, me vi obligado a dar un buen rodeo, ya que la parte que restaba era bastante vertical y descompuesta; no quería arriesgar lo más mínimo lo que prometía ser un triunfo que teníamos al alcance de la mano, sobre aquel "angustioso" corredor.

Busqué una salida por una zona algo desplomada que tenía a mi izquierda, formada por grandes bloques, y continué luego por una parte tan descompuesta como los tramos de más abajo, que me desanimó nuevamente; advierto entonces que la cuerda está tensa y no veo por delante ningún lugar mínimamente apropiado para instalar la reunión, cuando tan solo quince metros más arriba estaba la plataforma de la brecha, ya en la arista. Resultaba imposible meter un clavo de seguro, imposible poner algún anillo de cuerda en algún resalte...y mucho menos destrepar. Opté por lo único posible, seguir como fuera, entonces le grité a Vicent, al que no veía, que se acercara para darme unos metros de cuerda, los suficientes para llegar hasta la brecha. En aquel tramo batimos nuestro propio record de malos seguros: casi cuarenta metros sin absolutamente nada que pudiera frenar una posible caída hasta el glaciar, doscientos metros abajo.

Vicent subía detrás sin conocer nuestra verdadera situación y cuando pudo verme, su ritmo de trepada se hizo mucho más lento. Yo confiaba plenamente en él, no así en mis propias manos que llevaban ya unos cuantos minutos aferradas a la misma precaria presa, con todos mis músculos en tensión y con claros signos de fatiga. Al fin, Vicent encontró un resalte donde  asegurarse con un anillo de cuerda. Eso me permitió continuar, aliviada ya mi tensión, por un fácil paraje de bloques sueltos hasta lo alto de la brecha, ¡el primer lugar seguro tras cuatro horas infernales pasadas en aquel corredor...ahora tocaba disfrutar el primer trago de agua y el primer cigarro! Fue un momento sencillamente maravilloso el que pasamos en aquel hospitalario  metro cuadrado, en aquella brecha innominada, ya enfilados por la cresta hacia la cumbre del Aneto.

Era casi mediodía y aún nos quedaba por recorrer toda la crestería hasta la cima del Aneto. Tuvimos unos minutos de duda, no estaba claro el itinerario a seguir por entre aquella masa caótica de agujas, torres y bloques.Tras encaramarnos a la parte más aérea de la arista, la ruta nos pareció más evidente y continuamos escalando muy rápidamente para evitar otro vivac. Siguieron varias horas de trepada ligera, alegre, entretenida y sin grandes dificultades, lo que nos fue compensando de la angustia pasada en el corredor. Pasamos la brecha de Tempestades, la de la Espalda del Aneto y el panorama a nuestro alrededor crecía en belleza: glaciares, aristas, lagos, horizontes puntiagudos de un planeta pequeño que nos parecía inmenso desde aquel privilegiado balcón por encima de los tres mil metros, que nos hacía pequeños a nosotros, microscópicos conquistadores en medio del gigantesco tamaño mineral de aquel grandioso macizo pirenaico del Aneto y las Maladetas.

La cumbre del Aneto, como casi todas las cumbres muy visitadas, es algo decepcionante. Las huellas del gregarismo urbano ensucian la amplia cima y una cruz demasiado grande, metálica y fría, agrede a la vista en el punto más alto de los Pirineos. Descendemos casi corriendo y desde el glaciar del Aneto nos desviamos a la izquierda para alcanzar el collado de Coronas, las Maladetas se sucedían hermosas a nuestra derecha. Descendemos velozmente utilizando el piolet, ramaseando, canturreando y casi flotando por el glaciar de Coronas. Nos refrescamos en el lago de Llosas. De vez en cuando echábamos una mirada hacia atrás y hacia arriba que nos permitía apreciar la dimensión del recorrido. Abajo, llegados a la pista forestal de Vallibierna unos montañeros catalanes nos llevaron en su furgoneta hasta el Pla de Senarta, al que llegamos ya entrada la noche. Allí nuestros compañeros, preocupados, se preparaban para salir a buscarnos.

Había sido un día demasiado largo, demasiado complicado y hermoso como para olvidarlo. La noche era fresca y estrellada y me acosté tranquilo y feliz, pensando que al día siguiente haría un buen día para seguir escalando. 

 


 Notas:

1. "Pla": en catalán, es sinónimo del castellano llano o planicie. Es un término geográfico que designa una plataforma o zona llana entre montañas.

2. La primera ascensión al Aneto fue en 1842. La realizaron un militar ruso de nombre Platón de Tchihatchchieff y un botánico aristócrata francés llamado Albert de Franqueville, acompañados por otras cuatro personas, contratadas como guías y porteadores. Tras muchas horas de ascensión - hay que tener en cuenta que antes se partía de muy lejos para subir a la cima- se encontraron con una estrecha y peligrosa arista que los separaba de la cima. Fue el ruso quien comparó aquel angosto paso con el estrecho puente, cortante como un sable, que según escribió Mahoma en Al Coran, "sólo los musulmanes justos podrán cruzar para alcanzar el paraíso", quedando así denominado para siempre aquel paso con el nombre de "Paso de Mahoma".

3. El recorrido completo de la cresta de Salenque-Tempestades permite coronar 9 de los tresmiles más codiciados y complicados del Pirineo: Margalida (3241 m), Forca Estasen (3028 m),Torre de Salenques (3111 m), Primer Resalte Salenques (3127 m), Segundo Resalte Salenques (3148 m), Tempestades (3290 m), Punta Brecha Tempestades (3274m), Espalda Aneto (3350m), Aneto (3404m). De acuerdo con la obra de Juan Buyse, en el Pirineo se registran 212 tresmiles, de los cuales 129 son cumbres principales y 83 secundarias. Además, establece 11 grandes zonas a lo largo de las cuales se distribuyen los tresmiles pirenaicos y que se corresponden con los grandes macizos de la cordillera.

4. En la época en que hicimos esta escalada al Aneto (1.981),  los glaciares ocupaban 641 hectáreas, pues bien, en 2012 la superficie se había reducido a 160 h. Aunque se han tomado medidas restrictivas para proteger los glaciares, éstas son incapaces de detener un retroceso que resulta inevitable, debido a la aceleración del cambio climático en estas últimas décadas.

 

1.Croquis de la escalada por el corredor norte del Margalida, 2.Vista del glaciar de Tempestades desde la arista, 3.El corredor norte en una escalada invernal y 4.Vista de la cumbre del Aneto desde "la Espalda" 

Ida y vuelta: aproximación por Aigualluts (cascada), recorrido de la cresta a la altura del pico Margalida, la cruz en la cima del Aneto y la vista del macizo desde el ibón de Llosás, tras bajar por el collado y glaciar de Coronas.


El acelerado retroceso de los glaciares en el macizo Aneto-Maladetas, en muy pocos años



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